Me encanta esa familia que vive adentro de los sueños. La familia es la célula del mercado. No quieren vivir en una iglesia comiendo un guiso y poniéndose la ropa que el “padre Miguel” selecciona los sábados con un matecito en la cama. Me encanta esa familia que llega vestida y perfumada a la mañana, como si no hubieran caído. No quieren perder la clase. Me encanta esa familia que no se postra en una casa rota donde se acopian restos miserables de riqueza imposible, que no se planta bajo un toldito en la cuadra más oscura del hospital de Niños adonde entran cada mañana a pedir agua caliente para el mate que hacen con yerba secada al sol. No. ¿Dónde duermen? ¿Qué importa dónde duermen? Se puede pasar el día en un shopping y dormir en cualquier lado. Es una familia que eligió su bunker. ¿Cómo hizo alguien para darse cuenta que pasan el día ahí? Alguien los tiene que haber seguido. El guardia de la seguridad privada del shopping los vio, o una empleada de Zara que todos los días a la misma hora va a fumarse su cigarrillo religioso afuera. O una empleada de limpieza, gordita, que viene de Lanús todas las madrugadas en el 188 y que tiene calculado el tiempo que duerme en el colectivo porque siempre se despierta dos paradas antes de bajarse, y que se ha vuelto observadora del pulso de la burguesía del desencanto, que es el estilo de la burguesía de esta década, consumo y ceño fruncido. Para ella todo está en blanco y negro, pero esta familia es una familia a color. Es una familia con la marca 1978. La gordita dijo: “nota mental: todas las mañanas se sientan acá…”. Se sientan en los asientos al pie de la escalera mecánica y planifican su rutina a la misma hora que ella pasa el lampazo. Y lo comentó, y lo comentaron, y volaron las mariposas del comentario hasta llegar a la redacción de un canal. Esta es una gran nota sobre la simulación, que es un acto privado que no daña a terceros, pero el placer de esos terceros se proyecta como una luz que arrincona a un bicho: a esta familia que eligió un modo de vida que no puede ser homologado a un tipo de familia que vive de la recolección y la pesca (como los cartoneros), sino que se ha desprendido, viven como si ya tuvieran todo, en el lugar donde está todo. Es una familia entera que se hace la boluda. Y me encantan. Me encanta la gente que hace como si nada. La gente que naturaliza las desgracias. No es una metáfora de nada esa familia adentro de un shopping cada día, pero dieron un salto hacia algún lugar. Ahora viven ahí. Como si todo fuera suyo. Una hermosa familia de mierda, una esquirla de esa caída general que empezó en algún momento hace veinte años, ¿hace diez? La nota es amable y curiosa, adornada por esa foto con esas dos bocas abiertas, caídos hacia atrás, como duermen los que no duermen hace mucho. Los que duermen y olvidan las formas. Los que roncan con indiferencia. Ahora todo el shopping podría funcionar alrededor de ellos. Todos podrían ir ahí y hacer como que dan vueltas, como que compran, como que pasean, para mirar de cerca esa curiosidad tan amablemente retratada: una familia. Una familia de la clase media argentina en pura forma.
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Cada vida tiene banda de sonido, música de cámara que puede incluir una cortina de aplausos. Música tienen sobre todo algunas acciones silenciosas que cometen los que hacen las cosas bien. En mis años de kiosco en la avenida Pueyrredón aprendí una música que se repitió no más de cinco veces a lo largo del año, o, más que del año, de ese invierno: el invierno del 2000. El crudo invierno polar del 2000. El joven que cortaba boletos en la parada del 132 que quedaba en la puerta del kiosco, el que les vendía boleto a las enfermeras y a los abogados, a los estudiantes y a los yiros, a los pungas, a los empleados de los supermercados y de las perfumerías, que les vendía a los hijos de padres separados, a las empleadas domésticas, a los que están haciendo sus trámites para irse del país, a todos los que volaban a partir de las 7 a Caballito, a Primera Junta, a Flores, ese cortador de boletos con su pequeña máquina de monedas en el cinturón, Lisandro, ese “as del cambio”, con su departamentito en Independencia y Salta, con su mujer y su primer hijo de año y pico, con sus hermanos menores viviendo todavía en Lugano, Lisandro y sus ojos azules de chico que no debería estar ahí haciendo ese trabajo… pero estoy hablando de los días de lluvia de ese invierno cuando apuraba a los de la fila (“vayan subiendo, ¡dejen pasar a la señora con el bebé!”) y se ponía sobre la calle, a la izquierda del colectivo estacionado en la parada, con su piloto empapado, y le hacía una seña al colectivo que venía atrás, que se ponía en doble fila, le hacía la seña de que siga, así, con la mano derecha, mientras por Handy le avisaban –por ejemplo- que había empezado un corte en avenida Córdoba, y él le decía “dale, dale, dale!” y el bondi pasaba rasante sobre el pavimento mojado de Pueyrredón y hacía luces mientras pasaba y Lisandro se ponía delante del colectivo que estaba estacionado, y enseguida hociqueaba a ver si el próximo semáforo de Córdoba tenía otro 132 esperando doblar. Entonces le decía al que quedaba “andá, andá”, y arrancaba ese 132 atiborrado pisando el agua de la alcantarilla, y entonces Lisandro quedaba solo frente al kiosco con las luces de neón mojadas, y levantaba el pulgar diciendo “todo bien” y sonreía, y hacía una marca con su bic azul que andaba a medias sobre un papel más mojado aún, mientras una pequeña cola se iba formando nuevamente, y capaz yo salía con un billete de 5 pesos de mierda y le decía “¿me das cambio, hermano?”. Toda esa acción de hora pico bajo la lluvia tenía música: él tenía a los pasajeros en la palma de su mano, y en la otra el Handy que le avisaba si la izquierda había cortado el tráfico. Lisandro, que simplemente hacía bien su trabajo y que consideraba el corte de la avenida un imponderable tan natural como la lluvia de ese invierno durísimo para una clase que había amanecido en los brazos de un gobierno que le puso 13 a su “recorte”, y como el 13 es yeta todo se fue al recontra carajo… ¿Qué música sonaba con tus “dale, dale, dale” que hacían funcionar el mundo? No supe más nada de vos, hermano. Y espero que hayas llegado al crédito, al primer auto, y espero que en este tiempo este gobierno lleno de valijas te haya ayudado un poco a vos, a vos que te lo merecés más que todos, más que todos nosotros.
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Esta familia al costado quiso ser invisible: se fue a vivir al centro del problema. Y no está dispuesta a perder las formas, porque la mujer está pendiente de la coquetería. La hija y el padre también. En esa resistencia en la apariencia está la nobleza de tres que perdieron. Como muchos perdieron. Pero ellos quisieron perder sin que se note tanto. Por ejemplo imaginemos que la hija del matrimonio entra a Frávega y le pide al empleado que la recibe con el “¿te ayudo en algo?” si puede poner “un tema”, y saca un disco, un disco de Kevin Johansen, y le dice: “poné la siete, se llama ‘El círculo’”. El empleado se la queda mirando… Y ella le dice que es para probar el equipo. ¿Se entiende? Hay un margen de libertad. Ella quería oír esa canción en el “living de su casa de día”. De pronto está usufructuando el derecho del cliente. Esto no es una guerra. Este no es territorio ocupado. Ningún satélite va a acercarse hasta esa altura de la superficie para ver el peligro de que se multipliquen conductas así. ¿Y si la gente se va a vivir ahí? No es “un solo” que se va a pasar la tarde. Es una familia. Es una noticia que leerá un cura levantando la ceja, y luego cerrará los ojos para buscar una imagen que asocie la conmiseración con esta familia: busca y no encuentra nada. Busca y no encuentra nada. El orden, el orden depende de gente sensible que no quiere que la sangre llegue al río: el empleado de Frávega le deja oír la canción, los de seguridad los protegen, la empleada de Freddo -silenciosamente, para no despertarlos- les limpia la mesa. Todo el shopping funciona alrededor de ellos.
Hay gente que se fue a vivir a sus sueños desde que fracasó su realidad.
7 comentarios:
Muy bueno, Martín. Ahora que dejaron de ser invisibles me interesaría ver qué sucede con ellos. Algo se quebró en esa exposición a partir de los medios y no habrá vuelta atrás, al menos por un tiempo (hasta que encuentren una familia que vive en un lugar más curioso).
Me conmovió el párrafo sobre Lisandro.
saludos
Genial Martín.
Abrazo.
salir de los sueños para vivir en la realidad, eso hacía alicia en el país de las maravillas...
Martín, tu texto me gustó muchísimo, pero no es sólo una apreciación estética: me conmovió, me hizo pensar, me mostró un fragmento de lo real, me recordó momentos semejantes ¡Excelente, loco! Gracias
Martín, el texto, sutilmente maravilloso o maravillosamente sutil, me hizo acordar mucho a Todo por 2 pesos! A la primera temporada en Canal 7: 2000/2002.
Bien podría ser un sketch de aquél programa que gustó pensar al país como una gran quermese que quería ser Disney.
Muy bueno
Muy bueno.
Lo de Lisandro me gusto mucho.
La familia que vive en el shopping... habran tomado la decision? o sera que las manhanas pasadas en el shopping empezaron a estirarse mas y mas...
Lo de las valijas casi lo arruina todo.
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