"El primer gobierno del Proceso llegaba, pues, a su fin con un desenlace paradójico respecto de sus objetivos originales: si en 1976 los militares se habían propuesto recuperar para el Estado el monopolio de la violencia legítima, en 1978 habían descompuesto por completo al Estado y a sus Fuerzas Armadas en una multiplicidad de zonas de influencia y de grupos de tareas. Una explicación para esto era el número de bajas requerido por la “guerra sucia”, que se había propuesto el exterminio absoluto de los jefes sindicales y profesionales más izquierdistas y la destrucción física completa de unas organizaciones guerrilleras bastante poderosas. Sin embargo, esto era sólo el “en sí” del Proceso, no su “para qué”. Simpatizaran o no con Martínez de Hoz, las distintas fuerzas militares lo único que hacían era convertir al país en territorio seguro para el “martinezdehocismo”, un programa económico que disfrutó de condiciones de estabilidad política como no habían existido en la Argentina desde la década del 30. Martínez de Hoz revalorizó el campo como principal exportador, liquidó las industrias pequeñas mediante una salvaje competencia importadora y creó dispositivos de especulación para la atracción de capitales. Las consecuencias de su plan en la estructura social fueron el decrecimiento del número de obreros industriales, el aumento de los trabajadores por cuenta propia, la proletarización de una parte de la clase media y el rápido ascenso social de otra.
El gobierno, que hacía desaparecer obreros concretos de noche, hacía desaparecer obreros estadísticos de día, y esa operación sólo podía realizarse en esas condiciones de máxima autoridad pública y mínima autoridad de comando."