Después de ver Invictus: lo único que habría que hacer con el museo de la ESMA es conveniar para que todos los chicos de las escuelas católicas y privadas de zona norte lo visiten. Una mañana de invierno, fría, lluviosa o de sol radiante, donde la voz didáctica de una mujer describa el “tratamiento reeducativo” al que se destinaron esos metros cuadrados del Estado Argentino. Sudáfrica es un espejo que estiliza la Argentina: así ha sido puesto en estos años, en que tanto se habló del modelo sudafricano para salir del pasado de la mano exculpatoria de la verdad. Con olor a incienso: si decís la verdad, La Verdad te hace libre. Sigo: la voz de una mujer guía a través de escaleras, y lo hace con la elegancia de quien enseña los restos fósiles de un museo hasta que la descripción cruza los alambres que tienen todas las personas (las mediaciones con las que se necesita vivir) y ya no se trata de hacer carne la situación política o el debate de lo que “oímos por ahí”, sino ponerse en la piel de una persona engrillada. Y ya nada será igual. ESMA debería ser mostrada también, sobre todo, ¡sobre todo!, a las clases sociales que no sufren el permanente gatillo fácil ni el trato de una comisaría bonaerense, mendocina o Federal, ESMA debería servir para todos, pero mucho para las clases cuyos hijos son llamados niños y no menores, y que tienen “voto calificado” para exigir penas más duras contra la delincuencia. O sea, los que están muy por arriba de la línea de la pobreza y aún no fueron alcanzados por el largo brazo catequista y progresista de la Memoria. Vengo de ver Invictus: el objetivo metafísico era que el jugador de rugby corra con todo eso adentro, haga fuerza en el scrum con todo eso adentro. Hay que ver para qué lado empuja, hay que ver si ayuda a tener más fuerza saber algo más para saber exactamente en qué país se vive. (En qué lugar de la fuerza se coloca eso, ¿atrás o adelante?) En Invictus los Springboks sufren una revelción: los barrios periféricos. Y el capitán -el extraordinario Mat Damon- también sufre una sana perturbación que no le permitirá contar el tiempo ni el espacio del mismo modo el resto de su vida: ahora tiene los metros de cárcel y los años de cárcel de Mandela adentro. Un metro es mucho espacio, un día es mucho tiempo. Invictus es la película sobre el mundo occidental que fue apagando guerras sucias, sociales y frías, y que explica no el fin de la esclavitud y la libertad que permite la existencia del asalariado libre sino eso necesario para que el capitalismo alcance su epifanía en la reconciliación: un intercambio de símbolos e identificaciones que Mandela considera más decisivos que un acuerdo de inversiones con Taiwán. La economía está en el corazón de Mandela, pero la economía está en el corazón de la fe, de la pasión. Invictus es una parábola con que se puede pensar no sólo Sudáfrica sino el triunfo de Obama también. El rugby es el desafío de un Mandela que aparece rodeado de fanáticos de campera negra, algo así como la fuerza intransigente que no explica exclusivamente su llegada al poder; y uno de los paralelos es el modo en que se relacionan los custodios negros con los antiguos guardias presidenciales blancos. Una nación no admite que su círculo cierre sin ningún símbolo de los vencedores adentro. No hay nación sin símbolos de sus vencedores. Eso dice Invictus. No hay Nación Negra. Toda nación perpetúa la presencia originaria de sus vencedores. Perón no caviló junto a la chimenea el sacrificio simbólico de colocar en los trenes los nombres de los vencedores, básicamente porque no pensaba así. Perón, el Perón del 45, o sea, el que inventó una dialéctica entre vencedores y resentimiento que hace a la cultura popular, que nunca termina de poner blanco sobre negro nada. Deseo y necesidad. Así que una fría mañana los chicos del Newman salen del campo de deportes, preferiblemente formados en la cancha de rugby, y en un micro junto al profe de educación cívica recorren el camino a la ESMA sin saber exactamente adónde van. ¿Adónde vamos, Marce? El profe sonríe. Calla. Esa mañana hay sol. El río lo refleja y los duerme con su nana. Ellos no son los hijos de los torturadores, no son los hijos de los torturados, no son los hijos de las sotanas, no son los hijos de las clases dominantes, ni de la Columna Norte, son tan hijos de la dictadura como millones, como los millones que salieron al mundo y a la vida cívica en un orden construido ya sobre esa pila de huesos. Maradona corre con la Argentina adentro. No importa qué es Diego. No importa su coherencia, si llama a Cobos después del voto no positivo, si arregla con la ley de medios, no importa ese juego en el que no es rey. Pero ya quisiera que todos los futuros abogados y rugbiers que corren en los campos de deporte de un Nordelta tuvieran ese paseo por la Memoria y ese sentimiento que se abre, como una gran rama de sentimientos confusos. Esa visita, esa hora y pico en el Museo, a media mañana. No importa si el museo ESMA es una madriguera más para la industria que pueden gestionar las Teresa Parodi’s, pero no fue creado el museo para salvar sus carreras ni sus canciones del olvido popular. Importa que ESMA sea un móvil que alcance a romper alambres. A esa memoria en la que todo el mundo entra en puntas de pie. Como en El secreto de sus ojos: la escena en que nuestro Tom Hanks salta los alambres a descubrir y quebrar el cautiverio de la Memoria. ESMA tiene que salir para adelante: estar a disposición de los rugbiers que todos los fines de semana se recontra cagan a trompadas y que cruzan Libertador a los gritos. Y después… conveniar también con los chicos de la Vucetich, la otra cara de la moneda. La cara morena de la misma moneda.
(Invictus: ¿Ahora se le pega menos a la carne argentina? Pero antes se le pegaba más a la carne argentina. Aunque no están claras las estadísticas que dicen que ahora se le pega menos a la carne argentina. Entonces: ¿ahora se le pega menos a la carne argentina? Ya no se sabe si se le pega menos a la carne argentina. Producción de toneladas de carne sufriente (Fogwill). Carne sidosa, presa, raquítica, aftosa, amarilla. Cuero duro. ¿Se le pega menos a la carne argentina? Hay cifras reales de cuánto se le pega ahora a la carne argentina. Carne argentina es toda carne que pise este suelo celeste barnizado por el sueño constitucionalista de San Juan Bautista Alberdi: si un orden no sirve para que se le pegue menos a la carne argentina no sirve para nada.)
lunes, mayo 31, 2010
domingo, mayo 30, 2010
La cultura es la sonrisa
La gran pregunta se hace Conurbano: ¿cuándo terminaron los "años 90"?. Decir que no terminaron sería una salida rápida, incluso exculpatoria sobre las responsabilidades del presente. Hay gente -incluso- que cree que la dictadura no terminó. Y en los comentarios Federico dice que los años 90 económicamente terminaron con Duhalde, políticamente con Kirchner y culturalmente no terminaron. Faco dice lo mismo: culturalmente no terminaron. Vivimos en un mundo secularizado: ¿cómo era esa ecuación de Timmerman para un diario? ¿Económicamente de derecha, políticamente de centro y culturalmente de izquierda? Acá la cultura es lo más de derecha. Claro que la "cultura" de un diario es -con suerte- una sección de crítica de libros, películas y demás novedades cuya sola existencia "es siempre una buena noticia". Yo voté que terminaron con Duhalde por una razón objetiva: las épocas en algún lado terminan, y la convertibilidad es esa cosa que concluye a una época cuyo centro fue la paridad de la moneda nacional con el dólar. Pero en mi caso sería un voto integral: también culturalmente terminaron. Mi argumento iría por el lado de cuánto termina una época: nunca termina del todo, pero termina del todo. Y sobre todo cuando no es la economía sino la democracia y la política lo que aparenta que esos ciclos, sus principios y finales, se vuelvan más borrosos. Llenemos de votos las urnas del Conu.
sábado, mayo 29, 2010
Conu... ("muchas veces, una piña bien dada puede generar más daño moral que físico")
Villa Luján es uno de esos lugares adonde el progreso llegó con las zapatillas puestas al revés: hace pocos años se inauguró, donde empieza el barrio (o donde termina, según de donde uno venga) una bajada quilmeña de la Autopista La Plata – Buenos Aires.
Está linda la bajada: el color blanco de la calzada, denota la relativa novedad vial. Sin embargo, a los costados de dicha bajada, la gente que mira como vienen y van los autos, no tiene agua potable en sus casas, tampoco cloacas, y el asfalto es una quimera que tal vez llegue cuando el planeta Tierra ya no esté habitado por seres humanos.
KKK
Está linda la bajada: el color blanco de la calzada, denota la relativa novedad vial. Sin embargo, a los costados de dicha bajada, la gente que mira como vienen y van los autos, no tiene agua potable en sus casas, tampoco cloacas, y el asfalto es una quimera que tal vez llegue cuando el planeta Tierra ya no esté habitado por seres humanos.
KKK
Los años 80
Volver tiene una virtud: te cruza con películas que ni sabías que existían. Me pasó hace dos años con la extrañísima El hombre de arena, un filme de 1982. Anoche tardísimo me colgué con Bajo otro sol, cuya sinopsis prometía: "Un abogado gremial, maestro rural, decide volver a su provincia para vengar a un compañero desaparecido." La película no esquivaba lugares comunes, sin embargo, tampoco parecía estacionar el tema en esa ensoñación de la memoria que le sigue al terror, esa "memoria poética". Hubo dos o tres escenas de debate político bastante pertinentes. El cine argentino de los años 80 me interesa. Algunas películas actúan como la continuidad psicológica del terrorismo de estado. Hay algo de "hecho en escenarios reales" (como La Noche de los Lápices) como si se hubiera filmado después de una inspección de la CONADEP. Es un tema para largo. Pero esa misma noche me topé con algo que emite seguidamente Crónica TV que se llama "La Batalla de La Tablada". La voz en acción de Pizarro o Hadad, agitados, Patti con casco y arma en mano sobre avenida Crovara, el recorrido de las cámaras por los cuerpos carbonizados mientras el diálogo entre periodistas y oficiales del ejército deambula por los conceptos intercambiables de "subversivo", "terrorista", "sedicioso", hasta la comprobación (?) del material bélico cuyo origen era Europa del Este y la Unión Soviética, bien podría funcionar -en una retrospectiva de aquellas películas- como su epílogo crudo. ¿Qué fue todo lo que pasó en aquellos años a los que tampoco nos cansamos de volver? Todo estaba ahí. Todas las voces todas. La que no conseguí nunca fue "Mirta, de Liniers a Estambul". ¿Alguien me la regala?
viernes, mayo 28, 2010
Invictus
En vez de putear cuando te silban el himno... hiciste política. Como dijo mi amigo Pachá: ¿será el primer mundial en años con localía? Estoy masticando hace días Invictus. Hay que empezar a latir. Invictus es tremenda, no mejor que Torino (por ahora la película de la década) pero tiene lo suyo. En breve posteo algo. Y qué postazo este señores!!!
jueves, mayo 27, 2010
¿Era la fiesta?
Por Pablo Chacón
El secreto de una fiesta está en invertir posiciones. La fiesta establece un orden que permite emprender con una sonrisa la cuesta del lunes. La fiesta es un sedante, una válvula de seguridad social, es una inutilidad, un gasto inútil según las teorías de algunos antropólogos que no están de moda. Inútil porque ese don no espera reciprocidad. Pero más que un regalo, la fiesta es la celebración gratuita de la existencia. La fiesta del bicentenario, con sus oropeles y su despliegue menos culto que popular, invirtió posiciones. Posiciones políticas. La fiesta del bicentenario no decide una elección general. Pero cuanto más insistan las usinas de la reacción que fue una fiesta de “la gente”, mayor es la ganancia de quienes son escamoteados por esas usinas.
Existe el sentido de la oportunidad pero en este caso resultó desbordado no sólo por la cantidad sino por calidad de una alegría que no reconoció adhesiones ni identidades homogéneas. No era el suelo de la patria sublevada. Parecía el suelo movedizo de una comunidad sin patria, sin amos ni esclavos. Ese intervalo será racionalizado por los empresarios de la fiesta como la luz que atrajo a los reventados a la sensatez que la propia fiesta se encargó de impugnar.
Porque la fiesta también impone alegrías. Pero también es el lugar donde la exclusión encuentra su morada. Los cadáveres del Colón representaban la atomización individualista, ajena a la manada que arrastró por la ciudad una energía socializada, ajena también al oropel cocoliche que el jefe de gobierno porteño usó para inaugurar el teatro, abaratado por las ausencias que no ejercitaron destrato sino indiferencia, y no sólo a una transmisión pautada.
Evaluar es cosa de psicólogos, de profesionales de las encuestas, de policías familiares. La fiesta del bicentenario acaso no pueda evaluarse en esos términos (más que decir que eran uno, dos, tres millones de espectadores). Pero como decía un amigo, si la fiesta evita por unas horas la recaída en una realidad que sólo señala derrotas, la del bicentenario recordó -por inversión de solidaridades- que en épocas inéditas la custodia del orden jurídico y la propiedad privada no es cuestión de muchos sino de unos pocos.
El secreto de una fiesta está en invertir posiciones. La fiesta establece un orden que permite emprender con una sonrisa la cuesta del lunes. La fiesta es un sedante, una válvula de seguridad social, es una inutilidad, un gasto inútil según las teorías de algunos antropólogos que no están de moda. Inútil porque ese don no espera reciprocidad. Pero más que un regalo, la fiesta es la celebración gratuita de la existencia. La fiesta del bicentenario, con sus oropeles y su despliegue menos culto que popular, invirtió posiciones. Posiciones políticas. La fiesta del bicentenario no decide una elección general. Pero cuanto más insistan las usinas de la reacción que fue una fiesta de “la gente”, mayor es la ganancia de quienes son escamoteados por esas usinas.
Existe el sentido de la oportunidad pero en este caso resultó desbordado no sólo por la cantidad sino por calidad de una alegría que no reconoció adhesiones ni identidades homogéneas. No era el suelo de la patria sublevada. Parecía el suelo movedizo de una comunidad sin patria, sin amos ni esclavos. Ese intervalo será racionalizado por los empresarios de la fiesta como la luz que atrajo a los reventados a la sensatez que la propia fiesta se encargó de impugnar.
Porque la fiesta también impone alegrías. Pero también es el lugar donde la exclusión encuentra su morada. Los cadáveres del Colón representaban la atomización individualista, ajena a la manada que arrastró por la ciudad una energía socializada, ajena también al oropel cocoliche que el jefe de gobierno porteño usó para inaugurar el teatro, abaratado por las ausencias que no ejercitaron destrato sino indiferencia, y no sólo a una transmisión pautada.
Evaluar es cosa de psicólogos, de profesionales de las encuestas, de policías familiares. La fiesta del bicentenario acaso no pueda evaluarse en esos términos (más que decir que eran uno, dos, tres millones de espectadores). Pero como decía un amigo, si la fiesta evita por unas horas la recaída en una realidad que sólo señala derrotas, la del bicentenario recordó -por inversión de solidaridades- que en épocas inéditas la custodia del orden jurídico y la propiedad privada no es cuestión de muchos sino de unos pocos.
miércoles, mayo 26, 2010
Telón de fondo
Afinar una idea: no puede estar mal reabrir el Colón. Creo que el error de Macri fue concentrar todo en el Colón. Por una cuestión básica: la repercusión positiva de su reapertura está demasiado enganchada a un determinado ¿público? Quiero decir: se notó en esta fiesta de parte del gobierno porteño la falta de una descentralización del festejo, de llevarlo a las plazas y a los barrios, le faltó hacer lo que hubiera hecho Ibarra, hasta De la Rúa incluso. El Estado macrista se hace presente con la rudeza de su invisibilidad: retrocede su gasto y su expansión social, aunque haya sido aquella expansión progresista de programitas con olor a Banco Mundial. Por eso, y no para reforzar el aspecto binario ("murga en los barrios" y la aristocracia del "viejo régimen" en el Colón) lo que estos festejos ponen en juego políticamente (y para quien con todo derecho pretende asegurarse alguna renta en el Bicentenario) es el estilo de gestión cultural de la democracia que es irreversiblemente progresista y popular, para bien o para mal. Recitales gratuitos, acceso libre, un día sin mercado, "cerca de mis ídolos". No había tiempo para otra cosa, y la opción fue una opción que en la mente del ex (?) sushi tuvo su palabra talismán: "excelencia". Si bien la política estatal tiene que actuar para la democratización del Teatro Colón Macri y los suyos son una máquina de destruir las condiciones objetivas para que todo lo bueno ocurra. Macri no es la derecha inteligente que le corre el culo a la jeringa, y que imita el juego hacia la izquierda que hace Pepe Mujica con la derecha. Es decir, una derecha que se lava y multiplica sus posibilidades culturales y políticas, que ama el pragmatismo, y cuyo acuerdo con la derecha nobiliaria es tácito, es un guiño ("estamos nosotros o ellos"). Mientras Kirchner se esfuerza por ideologizar lo más que se pueda al peronismo, el negocio de Macri es cantar "yo quiero estar liviano". Un pragmatismo así, incluso, hubiera seducido a muchos peronistas. Porque... ¿qué fue Ibarra? Yo me quedo con este lejano recuerdo: en un programa perdido de cable los primeros días de enero de 2002 Ibarra era entrevistado para explicarles "a los vecinos" el operativo de limpieza efectivo después de los destrozos de las jornadas del 19 y 20. "Ya el 20 a la noche teníamos cuadrillas trabajando..."
Un lujo: la municipalidad limpia los estragos de la Historia. La nación es provisoria, lo municipal es permanente. Una herencia casi intocada de la Colonia.
Un lujo: la municipalidad limpia los estragos de la Historia. La nación es provisoria, lo municipal es permanente. Una herencia casi intocada de la Colonia.
martes, mayo 25, 2010
Euforia, yo te digo quién ganó
Para muchos esos millones son como una liberación. Como la comprobación de que existe la gente. De que aún existe gente que ocupa un espacio público masivamente, a pesar del silencio. Yo te digo quién ganó: ganó el Estado. Como articulador de un sentimiento noble y colectivo, un Estado que puso la escena y que se puso detrás de escena. Y el cierre con Fito, portador de la conciencia de las canciones de Charly García y que arrastra una realidad modesta de canciones propias (que hacen lo suyo), me gusta. Hoy va a estar lindo el Sol de Mayo y hay que estar ahí. Yo hubiese repetido este cierre:
Fragmentos a su imán
Es como dice Tomás: si tenés dudas sobre tu identidad poné TN. La cobertura de la reinauguración del Colón fue otro aporte directo a construir ese sólido 40% que necesita el kirchnerismo, el país y el G-20. A ver, muchachos, si la gente salía de "semejante evento" emocionada, después de oír el 2do acto de La Bohème, digo, ¿no?, para gente que cree que eso es toda la Cultura, ¿cuánto tenían para decir "sobre el faltazo" de la Presidenta? Era más o menos tan desubicado como ir a juntar firmas a la salida del 5 a 0 a Canadá en solidaridad con Toti Pasman. No daba. (Entre paréntesis: ¡qué zalipa le dieron a Toti Pasman entre Burruchaga, Ruggieri y el Chino Tapia, jugador estrella de mi infancia. Lo verduguearon haciendo gala de la corporación maradoniana en un momento donde poner palos en la rueda es crimen de lesa humanidad.) Ahora, dos digresiones: 1) lo vi a Ibarra sonriente a la salida del Colón, tan demostrativo de su "calidad institucional" y de repente se me representó Ibarra como un Zanetti, es decir, un "buen jugador", pero símbolo de demasiadas derrotas juntas, o sea, está afuera Ibarra de la selección de 23 políticos con que ir a un mundial; 2) "Pepe" Mujica entiendo que vive su llegada al Poder Oriental más o menos como la vivió -según Clint Eastwood- Mandela, o sea, con esa (demasiada) conciencia realista que resignifica los gestos y los adhiere a un plano simbólico donde dialogan con su pasado de izquierda. Cuando Mujica habló a la salida, tuvo que decir qué hacía ahí y ubicó en su "padre proletario" el símbolo de la reconciliación de su presencia, en esa versión de obrero clasista, inmigrante y culto que oía óperas. Esa versión de la aristocracia obrera también contribuía a que en el Colón se celebrara algo parecido más al Centenario que al Bicentenario: la decadencia de un régimen que se celebra a sí mismo. En fila: Puerta, Cobos, De la Rúa, Nosiglia, Das Neves... El contraste era evidente entre las dos fiestas, porque a metros de ahí La Sole calentaba la olla, y TN tuvo que migrar su transmisión a la espera de las 12, con el poncho revoleado y la gente al rojo vivo. Pero minuto antes de pasar su transmisión del Colón al escenario tuvo a una de las últimas entrevistadas en la escalera: ¡Inés Pertiné! La pregunta sería: ¿por qué TN no hizo más que subrayar el contraste? ¿Por qué no se privó ni del cadavérico Carlos Grosso para un hecho cuyo peso específico era suficiente (¡se reabre el Teatro Colón!) y alcanzaba para después ir al testimonio directo de "la gente", a ver cómo vivió la reapertura de ese símbolo? Claro, hay un problema: fue un acto demasiado exclusivo, y era condición ineludible porque al Colón es imposible hacer entrar a todos, y el "afuera" del Colón era ese río de personas que surcaban la 9 de Julio y que, esta vez, ostentaban alrededor de otro escenario aquello que TN hasta hace poco creía patentados: los símbolos nacionales.
sábado, mayo 22, 2010
Me voy al río Paraná. Centenario: los años en que se puso la "basura" bajo la alfombra. Bi: todo arriba de la mesa.
(Yo digo que esa nota me tiene que abrir a mí la posibilidad de un diálogo, porque si yo estoy diciendo claramente “Cobos tiene que renunciar”, tiene que haber la posibilidad de un diálogo.)
(Yo digo que esa nota me tiene que abrir a mí la posibilidad de un diálogo, porque si yo estoy diciendo claramente “Cobos tiene que renunciar”, tiene que haber la posibilidad de un diálogo.)
jueves, mayo 20, 2010
El corazón sobre todo
a Horacio Fiebelkorn
Entrás a la sede del sindicato traspasando dos puertas blindadas, pero luego de la primera, en el descanso en el que esperás que te abran la segunda, el mundo se parece a un camión de Prosegur. Sí, un camión que te lleva a otro tiempo. Y ahí no entran las balas, es un edificio que permite mantener en conserva a los seres humanos del sindicato que contribuyen a la única máxima del libro de arena que dejó el General: sólo la Organización vence al Tiempo. Tarde de julio. Año pasado. El “politburó” decidió el perfil de la nota que debíamos hacer. Me llegó la orden por mensaje de texto. “Sindicatos y empresas recuperadas.” Los días después del 28J confirmaban una pequeña ganancia moral para aquellos que habían estado (habíamos estado) haciendo el papel de escépticos. Lo que no sabíamos era lo rápido que debíamos abandonarlo. El joven secretario general del Sindicato xxx me recibió después de las dos puertas, después del grandote que me preguntó a quién buscaba y después que el grandote le avisó a la recepcionista que interrumpió su conversación y fue hasta donde yo estaba: “sí, ¿por qué tema es?”. Vuelve al teléfono, habla en voz baja, en la voz extrañada de esa chica el nombre del diario parecía el título de un libro de Galeano. Me grita: “ahí te atiende”. Entrevista con el secretario general de un sindicato industrial con sede en Caballito. Un mal imitador de Sandro sale de ahí. Un recontra culata sale de ahí. Pero del túnel sale un joven que camina como el dueño de un complejo de canchitas de papi fútbol, o sea, un ex jugador, alguien que pasó por las inferiores de Ferro o San Lorenzo, que no llegó, que lo jodió un ligamento, pero que el fútbol es lo suyo y le queda la chuequera para adentro, algo que ningún zapato ortopédico puede corregir jamás. En su camino hasta mí, atravesando el pasillo interno del edificio modesto, se cruza con las dos de la cocina (“¿cómo andan chicas?”), se cruza a Toto (“¡qué hacé Totitoooooo!”), así que primero llega su voz, después su cuerpo: menos enorme, menos importante, que su voz. Ese Toto está en una oficinita dejando pasar el tiempo, con un reloj de arena en la mano y cuando pasamos me dice, señalando: “Toto, un bronce, 50 años en el gremio”. Pero Toto no está adentro de un cristal, Toto está adentro de su vida. “Mirá –le digo- la idea es repasar la historia de las empresas recuperadas pero desde el punto de vista del rol que los sindicatos tuvieron en ese proceso. Tanto ustedes como la UOM seccional Quilmes…” “Ahhh –dice- nada que ver entonces con el cooperativismo extremista…” El centro halló su palabra: la palabra extremista. Las dos puertas blindadas que separan el adentro del afuera. Trafiquemos palabras, amigo. Trafiquemos signos, compañero. No digamos más de acá a cien años la palabra extremista. Estamos grabando en el salón de reuniones. En frente está la cocina. “¡Martita! Vení un cachito, mami. ¿Vos qué tomás?” “¿Tomamos mate?” “Tomá mate vos, a mi, Martita, traeme un té…” Cuando se lo dice, le toca las manos, le sonríe y la empuja como se empuja con el empeine una pelota en la arena: “andá, andá”. El té y el mate calentitos permiten ahumar la escena en que su despliegue se vuelve axiomático: estudió todos los tics posibles de un cuadro sindical, de alguien que habla de igual a igual con un comisario, pero que ahora incluye en su ilación pasar por el peaje simbólico del 24 de marzo de 1976 para ordenar su país, su organización, su tiempo: “la mayoría de los desaparecidos, eso no se dice, eran trabajadores”. Decir más es oscurecer: se aprende a hablar aprendiendo primero cuándo callar. No todo es lo que parece, yo no había levantado la cabeza. Eran días de capilla mental y todo lo hacía mirando el piso, levantando la cabeza lo justo y educadamente necesario. Pero de pronto, sobre nosotros, unidos por un arco iris que le sigue a una lluvia que se quiso llevar puesto al barrio de Belgrano, brillaron dos soles: dos fotos en blanco y negro perfectamente enmarcadas y puestas como por un curador. En cada uno de los costados de la pared amplia del salón de reuniones dos rayos de sol volvieron a su madriguera y mostraron el brillo hasta ahora escondido del salón. Dos cuadros. Dos figuras. Dos almas. De frente a mí, a la izquierda del salón, la foto previsible –y previsiblemente emocionante- de Juan Domingo Perón. Caballo blanco. A la derecha... ella. Una reina que permite entender -por efecto de extrañamiento- por qué ese lugar, ese gremio, ese secretario general, esa Martita y ese Toto, siguen perteneciendo al futuro. A la derecha estaba un cuadro de la bella Marilyn.
martes, mayo 18, 2010
Rock & Poesía
Manuel Moretti y Horacio Fiebelkorn.
Coordina: Martín Pérez.
Miércoles 19 de mayo a las 19, en el CCEBA, Sede Paraná 1159
Un músico elige a un poeta para compartir la velada. Ambos son de trayectoria, no obstante, la unión se pretende inédita. La popularidad propia de la música urbana, así como la poesía que encierra, es la clave del ciclo: por esto es que el músico elige al poeta. El resultado, esperamos, nos dará una visión nueva sobre la obra de ambos.
lunes, mayo 17, 2010
Nena, llevate un saquito
El programa es un programa de debates. Para lo otro ya tenés a 678. ¿Qué será lo otro en los términos de Jazmín? Para mí lo que hace esta chica es correcto. Corrrrrrecto. Correctísimo. Una buena consigna para el 97% no 678izado puede ser: "Yo quiero estar liviano". Y sí. Hay algo alrededor de la palabra "miedo" que fue dicho estúpidamente por periodistas (a propósito) y por modelos (sin querer) que debe ser pensado, y que se me representa como un peso, como una densidad discursiva que mucha gente no soporta, como si toda escena televisiva fuese una pequeña clase de Instrucción Cívica, bajo el foco perturbador de alguien que quiere saber no solamente qué pensás si no qué fue de la vida de tu padre en 1976. En primer lugar no podemos vivir en una sociedad en la que cualquier palabra pública se adhiere a un telón de fondo que es el telón de fondo del horror, es decir, cada frase dicha es como una pequeña piedra que cae al lago bajo el que permanece el escenario helado e intacto de la Dictadura. (¿Hablás de miedo en el país de los 30 mil?) Y sí, la "repolitización" da miedo. Pero es miedo a... equivocarse. Por ejemplo: ¿no te da miedo que a alguna Florencia Peña se le escape un "¡9 mil compañeros detenidos-desaparecidos! ¡presentes!" arriba de un escenario de la resistencia y que cuando le expliquen la naturaleza de su error se suicide? Yo creo que es el miedo, el miedo natural de mucha gente, cuando una de las cosas que se reclamaron (reclamamos) era volver a adherir la política a una simbólica. Es lo contrario, como dice Ricardo Forster, a "una lectura de lo político que se parece más a una gestión empresarial que a otra cosa, una despolitización radical de la política". Pero lo que dice Forster finalmente se traduce en seguir defendiendo al kirchnerismo por la carga simbólica de sus logros materiales (en la materia que sean, pero sobre todo en lo económico) y puede ser un modo sutil y casi invisible de enajenar al beneficiario del símbolo del beneficio. O sea, un exceso de relato de arriba hacia abajo. Porque... la gente es liviana. Y el que no estudió tiene miedo. Y este Jazmín del País concentra todas las posibilidades para ser odiada, y lo sabe, y le gusta. Ojo con esto. (...) Imaginemos a un remisero de la parada de remises del bingo de San Miguel que a través de un compañero llega a una prueba en la planta de Volskwagen de Pacheco, entra, se sacude el polvo y empieza a trabajar en el turno mañana. A las semanas se encuentra saliendo en su autito a las 2 de la tarde, fresco, comido, con una buena quincena en el bolsillo, y con la prosperidad que se parece al brillo de una avenida recién asfaltada. Ese tipo anda liviano, prácticamente flota. Aunque su día empiece a las 7 de la mañana en la planta de pintura, más precisamente en el "colgado" (el proceso antes de que el auto se sumerja en la pileta de cataforesis y que hace que la carrocería no se pudra tan rápido). ¿La repolitización? Bien, gracias. Dependerá del sindicato, no de la televisión. (...) Este mediodía Mirtha Legrand hizo lo que más le gusta hacer: invitar a comer gente a la que quiere que se le atragante la comida. Casi al final lo apuró a Nelson Castro acerca de si va a seguir trabajando en el Grupo si se comprueba lo de los hijos de la señora de Noble. (Lo discutirá con otros periodistas, dijo.) Pero antes que eso se habló del miedo. Todos (Majul, Morandini, Castro, Mónica Gutiérrez) pusieron carita. Lo mejor fue cuando Nelson Castro contó "que ahora la gente te dice cosas por la calle". Más o menos como decir: ahora la gente te habla. Pero Mirtha, estoy seguro, tiene un noséqué con Majul: porque cuando Majul reforzó la paranoia de Nelson contando que le gritan por la calle "gorila" o "puto", Mirtha tragó, primero, y sonriente le dijo: ¿y qué te molesta más? Risas, chistes, Majul c o l o r a d o. Las risas de Nelson eran iguales a las de las primeras cachetadas de Víctor Hugo a Majul en la presentación de su libro. Y sí: Majul se convirtió en el tipo más fácil de humillar por la sencilla razón de que convenció a todos de que no le crean. Pero el clima de la mesa, aunque se esforzaba, no podía catapultarse a la solemnidad deseada por los comensales. El miedo -definitivamente- no estaba ahí. (...) Yo avanzaba con el libro y él retrocedía, como si le diera pánico tocarlo. Le dije: “Es un libro, ¡no podés rechazar un libro!”.
domingo, mayo 16, 2010
3 x 1
por Pablo Chacón
La primera coincidencia nace de la cifra: tres. La rima viene sola. En General Villegas, una chica de catorce años tiene sexo oral con tres tipos que la filman con un celular. En este punto las versiones son confusas: que hubo consentimiento por parte de la menor, parece ser cierto, pero suena dudoso que la jovencita haya dado su consentimiento para que la filmaran mientras trabajaba a los muchachos. En Concepción del Uruguay, un grupo de médicos y enfermeros, empleados de hospital público, filmaron la extracción de un zapallo del tipo zucchini de la cavidad rectal de un señor acaso desprevenido. En los últimos diez días fueron detenidas, con una diferencia de horas, tres abuelas que se dedicaban al innoble negocio del narcotráfico: una de 72 años en Mar del Plata, otra de 78 en San Francisco Solano, y otra de 71 en Villa Barceló. Las señoras eran de armas llevar, vivían de los viciosos y daban trabajo -en negro- a una cáfila de desharrapados que aseguran las fuentes, no cobraban en especies.
En Villegas, un centro sojero donde se supo cantar el himno nacional en la plaza del pueblo cuando se discutían las retenciones, las masas, de manera espontánea, salieron a defender al trío, montaron una marcha de desagravio encabezada por la esposa de uno de los denunciados, ante el riesgo, cierto, que esos libertinos de pago chico -que van de los veinticinco a los treinta y un años- sean acusados por violación o abuso sexual agravado. El intendente soltó que “Laura” tenía una conducta “precoz”, y que acaso debiera consultar a un especialista. Tres cosas: la inversión de la carga de la prueba. La chica deberá convencer a la canalla que no es una puta sino que abusaron de su glotonería. También deberá convencerse que su sexualidad no es una excepción (como la de todos) sino una anomalía. Y finalmente, deberá someterse a un tratamiento de ¡normalización sexual! que nunca normalizará nada porque la sexualidad es una excepción, no una anomalía.
Los médicos y enfermeros de Entre Ríos difícilmente pierdan sus matrículas. Pero el sujeto de operación deberá convencer al resto de sus conciudadanos que no es puto o performer sino que los profesionales de la salud obraron de mala fe. En Villegas y en Concepción está en juego una moral y una política judicial. Y un modo de pararse frente a la política judicial que convirtió a ese poder en una suerte de árbitro de la moral de los argentinos.
Las tres abuelas deberán convencer a los jueces que las jubilaciones o pensiones no alcanzaban. Pero un contrafáctico posible es que en lugar de drogas podrían haberse dedicado a vender otra cosa. Es cierto: pero quizá no diera tanta ganancia. Alguien estará pensando que las nonas fueron elegidas por su edad. Porque cumplirán arresto domiciliario. Y a esa edad, el que dirán no pesa tanto o no pesa nada, al menos si se lo compara con los dimes y diretes del primero y del segundo caso. Yo creo que no cabe duda que las viejas eran perejiles.
En la Argentina de la formalidad republicana las cosas no parecen ir demasiado bien si estos casos se multiplican como los celulares en manos de los idiotas. La sociedad civil está inerme frente a las técnicas de vigilancia y de control. Y frente a los medios de comunicación. Así, la rapidez de los negocios globales no contempla las legislaciones locales. Así, las legislaciones locales carecen del instrumental metodológico adecuado para operar en un tiempo donde primero se es culpable y luego, con suerte, inocente. Y si ese es un retintín clásico de la historia del derecho occidental, bueno, el problema teórico contemporáneo es que a falta de ese instrumental metodológico, la inocencia y la culpabilidad, la verdad y la mentira se definirán antes, y con escasas posibilidades de retractación, siempre, primero, en los medios de comunicación de masas. Y que esta realidad no tiene retorno.
La primera coincidencia nace de la cifra: tres. La rima viene sola. En General Villegas, una chica de catorce años tiene sexo oral con tres tipos que la filman con un celular. En este punto las versiones son confusas: que hubo consentimiento por parte de la menor, parece ser cierto, pero suena dudoso que la jovencita haya dado su consentimiento para que la filmaran mientras trabajaba a los muchachos. En Concepción del Uruguay, un grupo de médicos y enfermeros, empleados de hospital público, filmaron la extracción de un zapallo del tipo zucchini de la cavidad rectal de un señor acaso desprevenido. En los últimos diez días fueron detenidas, con una diferencia de horas, tres abuelas que se dedicaban al innoble negocio del narcotráfico: una de 72 años en Mar del Plata, otra de 78 en San Francisco Solano, y otra de 71 en Villa Barceló. Las señoras eran de armas llevar, vivían de los viciosos y daban trabajo -en negro- a una cáfila de desharrapados que aseguran las fuentes, no cobraban en especies.
En Villegas, un centro sojero donde se supo cantar el himno nacional en la plaza del pueblo cuando se discutían las retenciones, las masas, de manera espontánea, salieron a defender al trío, montaron una marcha de desagravio encabezada por la esposa de uno de los denunciados, ante el riesgo, cierto, que esos libertinos de pago chico -que van de los veinticinco a los treinta y un años- sean acusados por violación o abuso sexual agravado. El intendente soltó que “Laura” tenía una conducta “precoz”, y que acaso debiera consultar a un especialista. Tres cosas: la inversión de la carga de la prueba. La chica deberá convencer a la canalla que no es una puta sino que abusaron de su glotonería. También deberá convencerse que su sexualidad no es una excepción (como la de todos) sino una anomalía. Y finalmente, deberá someterse a un tratamiento de ¡normalización sexual! que nunca normalizará nada porque la sexualidad es una excepción, no una anomalía.
Los médicos y enfermeros de Entre Ríos difícilmente pierdan sus matrículas. Pero el sujeto de operación deberá convencer al resto de sus conciudadanos que no es puto o performer sino que los profesionales de la salud obraron de mala fe. En Villegas y en Concepción está en juego una moral y una política judicial. Y un modo de pararse frente a la política judicial que convirtió a ese poder en una suerte de árbitro de la moral de los argentinos.
Las tres abuelas deberán convencer a los jueces que las jubilaciones o pensiones no alcanzaban. Pero un contrafáctico posible es que en lugar de drogas podrían haberse dedicado a vender otra cosa. Es cierto: pero quizá no diera tanta ganancia. Alguien estará pensando que las nonas fueron elegidas por su edad. Porque cumplirán arresto domiciliario. Y a esa edad, el que dirán no pesa tanto o no pesa nada, al menos si se lo compara con los dimes y diretes del primero y del segundo caso. Yo creo que no cabe duda que las viejas eran perejiles.
En la Argentina de la formalidad republicana las cosas no parecen ir demasiado bien si estos casos se multiplican como los celulares en manos de los idiotas. La sociedad civil está inerme frente a las técnicas de vigilancia y de control. Y frente a los medios de comunicación. Así, la rapidez de los negocios globales no contempla las legislaciones locales. Así, las legislaciones locales carecen del instrumental metodológico adecuado para operar en un tiempo donde primero se es culpable y luego, con suerte, inocente. Y si ese es un retintín clásico de la historia del derecho occidental, bueno, el problema teórico contemporáneo es que a falta de ese instrumental metodológico, la inocencia y la culpabilidad, la verdad y la mentira se definirán antes, y con escasas posibilidades de retractación, siempre, primero, en los medios de comunicación de masas. Y que esta realidad no tiene retorno.
viernes, mayo 14, 2010
jueves, mayo 13, 2010
Todo lo que podía pensarse sobre la expresión "Pueblos Originarios" ya fue agotado en el chiste de Barcelona. La apelación a "Pueblos Originarios" sirve para ganar batallas culturales fuera de la realidad de esos "pueblos". Su apelación durante la ley de medios tuvo una respuesta bastante moderna de Beatriz Sarlo: recordó la pobreza en que esos pueblos viven. En este post hay una excelente muestra de su trama, atravesada por disputas simbólicas, políticas y territoriales. Este domingo en Ni a Palos Lucas hace público un hecho de violencia policial sobre una joven de 16 años en Tartagal que ya había adelantado en su blog. Y todo esto refuerza algo de lo que Artemio apuntó sobre la "traducción" a cuerpo presente que en 678 se hizo de Milagro. Al respecto, en la próxima Rolling Stone, Esteban Schmidt levanta el telón de 678 y creo que ya nada será igual.
(El blog de un amigo)
(El blog de un amigo)
miércoles, mayo 12, 2010
Tendremos un gato en el jardín
Me encanta esa familia que vive adentro de los sueños. La familia es la célula del mercado. No quieren vivir en una iglesia comiendo un guiso y poniéndose la ropa que el “padre Miguel” selecciona los sábados con un matecito en la cama. Me encanta esa familia que llega vestida y perfumada a la mañana, como si no hubieran caído. No quieren perder la clase. Me encanta esa familia que no se postra en una casa rota donde se acopian restos miserables de riqueza imposible, que no se planta bajo un toldito en la cuadra más oscura del hospital de Niños adonde entran cada mañana a pedir agua caliente para el mate que hacen con yerba secada al sol. No. ¿Dónde duermen? ¿Qué importa dónde duermen? Se puede pasar el día en un shopping y dormir en cualquier lado. Es una familia que eligió su bunker. ¿Cómo hizo alguien para darse cuenta que pasan el día ahí? Alguien los tiene que haber seguido. El guardia de la seguridad privada del shopping los vio, o una empleada de Zara que todos los días a la misma hora va a fumarse su cigarrillo religioso afuera. O una empleada de limpieza, gordita, que viene de Lanús todas las madrugadas en el 188 y que tiene calculado el tiempo que duerme en el colectivo porque siempre se despierta dos paradas antes de bajarse, y que se ha vuelto observadora del pulso de la burguesía del desencanto, que es el estilo de la burguesía de esta década, consumo y ceño fruncido. Para ella todo está en blanco y negro, pero esta familia es una familia a color. Es una familia con la marca 1978. La gordita dijo: “nota mental: todas las mañanas se sientan acá…”. Se sientan en los asientos al pie de la escalera mecánica y planifican su rutina a la misma hora que ella pasa el lampazo. Y lo comentó, y lo comentaron, y volaron las mariposas del comentario hasta llegar a la redacción de un canal. Esta es una gran nota sobre la simulación, que es un acto privado que no daña a terceros, pero el placer de esos terceros se proyecta como una luz que arrincona a un bicho: a esta familia que eligió un modo de vida que no puede ser homologado a un tipo de familia que vive de la recolección y la pesca (como los cartoneros), sino que se ha desprendido, viven como si ya tuvieran todo, en el lugar donde está todo. Es una familia entera que se hace la boluda. Y me encantan. Me encanta la gente que hace como si nada. La gente que naturaliza las desgracias. No es una metáfora de nada esa familia adentro de un shopping cada día, pero dieron un salto hacia algún lugar. Ahora viven ahí. Como si todo fuera suyo. Una hermosa familia de mierda, una esquirla de esa caída general que empezó en algún momento hace veinte años, ¿hace diez? La nota es amable y curiosa, adornada por esa foto con esas dos bocas abiertas, caídos hacia atrás, como duermen los que no duermen hace mucho. Los que duermen y olvidan las formas. Los que roncan con indiferencia. Ahora todo el shopping podría funcionar alrededor de ellos. Todos podrían ir ahí y hacer como que dan vueltas, como que compran, como que pasean, para mirar de cerca esa curiosidad tan amablemente retratada: una familia. Una familia de la clase media argentina en pura forma.
…
Cada vida tiene banda de sonido, música de cámara que puede incluir una cortina de aplausos. Música tienen sobre todo algunas acciones silenciosas que cometen los que hacen las cosas bien. En mis años de kiosco en la avenida Pueyrredón aprendí una música que se repitió no más de cinco veces a lo largo del año, o, más que del año, de ese invierno: el invierno del 2000. El crudo invierno polar del 2000. El joven que cortaba boletos en la parada del 132 que quedaba en la puerta del kiosco, el que les vendía boleto a las enfermeras y a los abogados, a los estudiantes y a los yiros, a los pungas, a los empleados de los supermercados y de las perfumerías, que les vendía a los hijos de padres separados, a las empleadas domésticas, a los que están haciendo sus trámites para irse del país, a todos los que volaban a partir de las 7 a Caballito, a Primera Junta, a Flores, ese cortador de boletos con su pequeña máquina de monedas en el cinturón, Lisandro, ese “as del cambio”, con su departamentito en Independencia y Salta, con su mujer y su primer hijo de año y pico, con sus hermanos menores viviendo todavía en Lugano, Lisandro y sus ojos azules de chico que no debería estar ahí haciendo ese trabajo… pero estoy hablando de los días de lluvia de ese invierno cuando apuraba a los de la fila (“vayan subiendo, ¡dejen pasar a la señora con el bebé!”) y se ponía sobre la calle, a la izquierda del colectivo estacionado en la parada, con su piloto empapado, y le hacía una seña al colectivo que venía atrás, que se ponía en doble fila, le hacía la seña de que siga, así, con la mano derecha, mientras por Handy le avisaban –por ejemplo- que había empezado un corte en avenida Córdoba, y él le decía “dale, dale, dale!” y el bondi pasaba rasante sobre el pavimento mojado de Pueyrredón y hacía luces mientras pasaba y Lisandro se ponía delante del colectivo que estaba estacionado, y enseguida hociqueaba a ver si el próximo semáforo de Córdoba tenía otro 132 esperando doblar. Entonces le decía al que quedaba “andá, andá”, y arrancaba ese 132 atiborrado pisando el agua de la alcantarilla, y entonces Lisandro quedaba solo frente al kiosco con las luces de neón mojadas, y levantaba el pulgar diciendo “todo bien” y sonreía, y hacía una marca con su bic azul que andaba a medias sobre un papel más mojado aún, mientras una pequeña cola se iba formando nuevamente, y capaz yo salía con un billete de 5 pesos de mierda y le decía “¿me das cambio, hermano?”. Toda esa acción de hora pico bajo la lluvia tenía música: él tenía a los pasajeros en la palma de su mano, y en la otra el Handy que le avisaba si la izquierda había cortado el tráfico. Lisandro, que simplemente hacía bien su trabajo y que consideraba el corte de la avenida un imponderable tan natural como la lluvia de ese invierno durísimo para una clase que había amanecido en los brazos de un gobierno que le puso 13 a su “recorte”, y como el 13 es yeta todo se fue al recontra carajo… ¿Qué música sonaba con tus “dale, dale, dale” que hacían funcionar el mundo? No supe más nada de vos, hermano. Y espero que hayas llegado al crédito, al primer auto, y espero que en este tiempo este gobierno lleno de valijas te haya ayudado un poco a vos, a vos que te lo merecés más que todos, más que todos nosotros.
…
Esta familia al costado quiso ser invisible: se fue a vivir al centro del problema. Y no está dispuesta a perder las formas, porque la mujer está pendiente de la coquetería. La hija y el padre también. En esa resistencia en la apariencia está la nobleza de tres que perdieron. Como muchos perdieron. Pero ellos quisieron perder sin que se note tanto. Por ejemplo imaginemos que la hija del matrimonio entra a Frávega y le pide al empleado que la recibe con el “¿te ayudo en algo?” si puede poner “un tema”, y saca un disco, un disco de Kevin Johansen, y le dice: “poné la siete, se llama ‘El círculo’”. El empleado se la queda mirando… Y ella le dice que es para probar el equipo. ¿Se entiende? Hay un margen de libertad. Ella quería oír esa canción en el “living de su casa de día”. De pronto está usufructuando el derecho del cliente. Esto no es una guerra. Este no es territorio ocupado. Ningún satélite va a acercarse hasta esa altura de la superficie para ver el peligro de que se multipliquen conductas así. ¿Y si la gente se va a vivir ahí? No es “un solo” que se va a pasar la tarde. Es una familia. Es una noticia que leerá un cura levantando la ceja, y luego cerrará los ojos para buscar una imagen que asocie la conmiseración con esta familia: busca y no encuentra nada. Busca y no encuentra nada. El orden, el orden depende de gente sensible que no quiere que la sangre llegue al río: el empleado de Frávega le deja oír la canción, los de seguridad los protegen, la empleada de Freddo -silenciosamente, para no despertarlos- les limpia la mesa. Todo el shopping funciona alrededor de ellos.
Hay gente que se fue a vivir a sus sueños desde que fracasó su realidad.
…
Cada vida tiene banda de sonido, música de cámara que puede incluir una cortina de aplausos. Música tienen sobre todo algunas acciones silenciosas que cometen los que hacen las cosas bien. En mis años de kiosco en la avenida Pueyrredón aprendí una música que se repitió no más de cinco veces a lo largo del año, o, más que del año, de ese invierno: el invierno del 2000. El crudo invierno polar del 2000. El joven que cortaba boletos en la parada del 132 que quedaba en la puerta del kiosco, el que les vendía boleto a las enfermeras y a los abogados, a los estudiantes y a los yiros, a los pungas, a los empleados de los supermercados y de las perfumerías, que les vendía a los hijos de padres separados, a las empleadas domésticas, a los que están haciendo sus trámites para irse del país, a todos los que volaban a partir de las 7 a Caballito, a Primera Junta, a Flores, ese cortador de boletos con su pequeña máquina de monedas en el cinturón, Lisandro, ese “as del cambio”, con su departamentito en Independencia y Salta, con su mujer y su primer hijo de año y pico, con sus hermanos menores viviendo todavía en Lugano, Lisandro y sus ojos azules de chico que no debería estar ahí haciendo ese trabajo… pero estoy hablando de los días de lluvia de ese invierno cuando apuraba a los de la fila (“vayan subiendo, ¡dejen pasar a la señora con el bebé!”) y se ponía sobre la calle, a la izquierda del colectivo estacionado en la parada, con su piloto empapado, y le hacía una seña al colectivo que venía atrás, que se ponía en doble fila, le hacía la seña de que siga, así, con la mano derecha, mientras por Handy le avisaban –por ejemplo- que había empezado un corte en avenida Córdoba, y él le decía “dale, dale, dale!” y el bondi pasaba rasante sobre el pavimento mojado de Pueyrredón y hacía luces mientras pasaba y Lisandro se ponía delante del colectivo que estaba estacionado, y enseguida hociqueaba a ver si el próximo semáforo de Córdoba tenía otro 132 esperando doblar. Entonces le decía al que quedaba “andá, andá”, y arrancaba ese 132 atiborrado pisando el agua de la alcantarilla, y entonces Lisandro quedaba solo frente al kiosco con las luces de neón mojadas, y levantaba el pulgar diciendo “todo bien” y sonreía, y hacía una marca con su bic azul que andaba a medias sobre un papel más mojado aún, mientras una pequeña cola se iba formando nuevamente, y capaz yo salía con un billete de 5 pesos de mierda y le decía “¿me das cambio, hermano?”. Toda esa acción de hora pico bajo la lluvia tenía música: él tenía a los pasajeros en la palma de su mano, y en la otra el Handy que le avisaba si la izquierda había cortado el tráfico. Lisandro, que simplemente hacía bien su trabajo y que consideraba el corte de la avenida un imponderable tan natural como la lluvia de ese invierno durísimo para una clase que había amanecido en los brazos de un gobierno que le puso 13 a su “recorte”, y como el 13 es yeta todo se fue al recontra carajo… ¿Qué música sonaba con tus “dale, dale, dale” que hacían funcionar el mundo? No supe más nada de vos, hermano. Y espero que hayas llegado al crédito, al primer auto, y espero que en este tiempo este gobierno lleno de valijas te haya ayudado un poco a vos, a vos que te lo merecés más que todos, más que todos nosotros.
…
Esta familia al costado quiso ser invisible: se fue a vivir al centro del problema. Y no está dispuesta a perder las formas, porque la mujer está pendiente de la coquetería. La hija y el padre también. En esa resistencia en la apariencia está la nobleza de tres que perdieron. Como muchos perdieron. Pero ellos quisieron perder sin que se note tanto. Por ejemplo imaginemos que la hija del matrimonio entra a Frávega y le pide al empleado que la recibe con el “¿te ayudo en algo?” si puede poner “un tema”, y saca un disco, un disco de Kevin Johansen, y le dice: “poné la siete, se llama ‘El círculo’”. El empleado se la queda mirando… Y ella le dice que es para probar el equipo. ¿Se entiende? Hay un margen de libertad. Ella quería oír esa canción en el “living de su casa de día”. De pronto está usufructuando el derecho del cliente. Esto no es una guerra. Este no es territorio ocupado. Ningún satélite va a acercarse hasta esa altura de la superficie para ver el peligro de que se multipliquen conductas así. ¿Y si la gente se va a vivir ahí? No es “un solo” que se va a pasar la tarde. Es una familia. Es una noticia que leerá un cura levantando la ceja, y luego cerrará los ojos para buscar una imagen que asocie la conmiseración con esta familia: busca y no encuentra nada. Busca y no encuentra nada. El orden, el orden depende de gente sensible que no quiere que la sangre llegue al río: el empleado de Frávega le deja oír la canción, los de seguridad los protegen, la empleada de Freddo -silenciosamente, para no despertarlos- les limpia la mesa. Todo el shopping funciona alrededor de ellos.
Hay gente que se fue a vivir a sus sueños desde que fracasó su realidad.
martes, mayo 11, 2010
Intelectuales, kirchnerismo e izquierda. Yo metí un comentario largo que fue amable y cortamente respondido. Sin agresiones invito a muchos a que lean y discutan este texto. El autor responde todo, menos insultos, como corresponde.
lunes, mayo 10, 2010
Leyendo a Tomás
en twitter: Islandia nos dio a Bjork y las cenizas volcánicas. Hay países, negro, que más vale perderlos que encontrarlos eh.
Y dijo Maiakovski por ahí
Hay dos cosas muy repetidas, nunca con buenos argumentos. Una es la idea de que los organismos de derechos humanos (todos) se habrían “ensuciado” al salir de su “tema específico”. El problema es que la defensa de los derechos humanos -los civiles, los políticos, los sociales- no son un tema “específico”, como podría serlo una reforma de la carrera de Ciencias políticas en la UBA. Son temas que se rozan con varias cosas: organización de base de los sectores que se sienten vulnerados en sus derechos humanos y que no estaban incluidos antes en las organizaciones de DDHH, difusión mediática de los reclamos y accionar de estas organizaciones, control ciudadano de la justicia y las fuerzas de seguridad, intervención en políticas de seguridad, etc., solo para nombrar los más cercanos a la ideas que se formó la sociedad de los organismos desde el 83. Entonces, ¿qué pasa, desde el punto de vista de los organismos y del medio, cuando las Abuelas sospechan que dos menores apropiados están en poder de la dueña del principal multimedios del país? O yendo más profundo: ¿no es obvio que organizaciones que reclaman la garantía de derechos que sólo pueden ser garantizados por el Estado busquen un gobierno amigo? Parece natural para cualquiera que haya actuado en política. Por otra parte, la mayoría de las polarizaciones no se producen por voluntad de uno de los polos. La misma dinámica de los acontecimientos políticos va llevando a las partes a “polarizarse”, o a radicalizarse en lenguaje leninista clásico. Esto no es en sí ni bueno ni malo para la salud política de un país, puede ser incluso necesario. Ahora llegamos a la segunda cuestión: cómo el discurso inculcado a sangre y fuego por la dictadura militar y luego aceptado por la mayoría de los intelectuales que se propusieron como tarea “construir las instituciones democráticas”, discurso que es tomado, resumido y vulgarizado por la mayoría de los medios estos últimos años, reza que el menor indicio de radicalización es castigado con una represión feroz y sin límites, por lo tanto no agitemos mucho las aguas, cualquier crispación, cualquier “polarización”, cualquier atisbo de radicalización de las demandas y la acción política del lado de los sectores sociales y los cuadros políticos que llevan la etiqueta de perdedores de la guerra sucia, bueno, mete miedo. Mete miedo aunque los sectores que reprimieron en los 70 ya no tengan la misma capacidad de reprimir, gracias al accionar de los organismos de derechos humanos y de la Justicia, avalados por el poder ejecutivo y legislativo durante los gobiernos de Alfonsín y Kirchner, por falta de consenso social y político y porque están escaldados. Y mete miedo aunque la radicalización no sea tan profunda como en los 70, cuando sectores no muy amplios pero activos y en crecimiento cuestionaban frontalmente la base de la democracia y el capitalismo: la propiedad privada de los medios de producción. Temo parecer obvio, pero los Kirchner son exitosos empresarios del capitalismo local, no cuadros del PRT, ni siquiera militares interesados en las ideas de reforma social como lo fue Perón. En conclusión, no da, tu post es una piedra más en el collar de una propaganda psicológica de décadas que intenta inculcar que cualquier intento de reforma más o menos serio, de lo que sea, es inviable, porque la reacción sería devastadora. Esto, como si 25 años de respeto a ese tabú nos hubieran colocado en el lugar de España, no en el de un país destruido, social y económicamente, con una crisis de representatividad política que aún se arrastra y con un “que se vayan todos ” que demostró que aún la legitimidad del sistema no era un valor. Es evidente de toda evidencia que el deterioro de la sociedad y la economía fue lo que limó la legitimidad de la democracia, no ningún espíritu fascista de ninguno de los actores políticos en juego. No fue por imprudencia o crispación que llegamos a este estado. Con imprudencia y crispación, entonces, probablemente, salgamos.
(Alejandro Rubio)
(Alejandro Rubio)
viernes, mayo 07, 2010
jueves, mayo 06, 2010
miércoles, mayo 05, 2010
Siguen entrando como topos los lectores de La Nación.
Bienvenidos. Aquí, un poeta de La Nación:
Combate de Acayausá (18/07/1868)
Los soldados paraguayos mataron a Miguel Florencio Martínez de Hoz.
No queda claro si fue asesinado el día que lo atraparon
a orillas del río Acayauzú, el 18 de julio,
o si murió un día después.
(¿Murió empalado?)
Él entre las balas y el humo soñó con un campesino
que venía, y con un machete habría un coco y le ofrecía.
Tomaba del coco Miguel Florencio pero eso le encendía más la sed.
Eran como brasas el agua. Por eso cuando vio el río ¡se tiró!
El campesino también le ofreció (le habló en guaraní y lo entendió igual)
llevarle una carta a su madre. (El guaraní, y todos los idiomas,
se entienden antes de morir.) Quedó
escribiendo la carta
junto al campesino.
Ahí lo agarraron y lo hicieron mierda,
en esa pausa tan sentimental
que todo combate ofrece.
Bienvenidos. Aquí, un poeta de La Nación:
Combate de Acayausá (18/07/1868)
Los soldados paraguayos mataron a Miguel Florencio Martínez de Hoz.
No queda claro si fue asesinado el día que lo atraparon
a orillas del río Acayauzú, el 18 de julio,
o si murió un día después.
(¿Murió empalado?)
Él entre las balas y el humo soñó con un campesino
que venía, y con un machete habría un coco y le ofrecía.
Tomaba del coco Miguel Florencio pero eso le encendía más la sed.
Eran como brasas el agua. Por eso cuando vio el río ¡se tiró!
El campesino también le ofreció (le habló en guaraní y lo entendió igual)
llevarle una carta a su madre. (El guaraní, y todos los idiomas,
se entienden antes de morir.) Quedó
escribiendo la carta
junto al campesino.
Ahí lo agarraron y lo hicieron mierda,
en esa pausa tan sentimental
que todo combate ofrece.
martes, mayo 04, 2010
Sin título 2
Hay una cosa que puede ya sonar medio siome, sobre todo porque a este tema ya le sacó el mejor jugo Alejandro, pero qué es lo que uno ve cuando ve a Tinelli (digo: cuando lo ve un enfermo como muchos de nosotros, no cuando lo ve alguien que sólo tiene ganas de cagarse de risa y descansar). Ayer vi el final con los Midachi y Montaner, y una llamada de Maradona. La canción Soy feliz, ya estrenada con Oro a la mañana le puso letra a un sentimiento que no sabían cómo hacer más explícito (Montaner gritó más o menos esto: "¡El Pueblo Argentino no tiene motivos para no ser feliz!"). Por supuesto que cada segundo televisivo, sea 678 o sea Showmatch, puede ser visto como la punta del iceberg de negociaciones que, si hacemos foco, tienen la superficie de millones de gusanos comiéndose unos a otros. Pero ayer pensé en lo que Tinelli dijo al final y ya había dicho en algunas entrevistas en estos días: que va a poner límites a las agresiones, que no va a aceptar que nadie escupa a nadie... y que se siente neutral en la guerra Clarín - Gobierno. Toda su arenga evangélica en el final del programa fue alrededor de la felicidad de estar de ese lado ("simplemente haciendo televisión") y de tener al público del otro lado, ecuación que resumía todo en la era de la "metatelevisión". Y ahí, por esa zona que hace de Tinelli algo que puede ser pensado por afuera del espectro mental que ocupa el vozarrón viñesco que dice "menemato, menemato, menemato", calzan justo estos dos puntos del memorable texto de Alejandro: 3) Tinelli no se dio vuelta en el conflicto con el campo. Tinelli fue neutral, y en esas circunstancias ser neutral era apoyar al gobierno. Si Tinelli hubiese jugado con la mesa de Enlace, con Clarín y la Nación y amigos, hubiese agregado un fuertísimo factor de desestabilización en los momentos más complicados del conflicto. En cambio, llamó a bajar los decibeles, o directamente no hizo mención a lo que pasaba. 4) Tinelli no es estalinista. Es el opuesto a Pergolini. No dice que le pega a los poderosos y en realidad sólo cachetea a los caídos. No se propone como un vengador televisivo de las injusticias sociales. Ahora bien, nunca falta un boludo, ¿no?, que lee en esto "menemismo tardío". Mi viejo siempre me fijaba una imagen que resumía un patetismo que me quería ahorrar: iban los tipos con polera negra, anteojos y libretita a los cines de Lavalle a mirar las películas de Sarli y a discutir después su misterio popular (si había entre esa carne algún resto de pólvora utilizable para la guerra de guerrillas). Más digno era ver la Batalla de Argelia. Qué se yo... Está bien: Tinelli es orden, es orden. Pero cuántas veces verlo es observar el resultado de una de las negociaciones más notables. Incluso presumo que su año pasado fue uno de los años de peores negociaciones, basta recordar su diálogo telefónico en el cierre de campaña de Kirchner donde quedaron los cables pelados sobre la mesa, y donde -en definitiva- no salió ganando ninguno de los dos. ¿Qué preferís que te regale para tu cumpleaños, hijo de la rosca, la agenda de un diputado cualquiera o la agenda del Chato Prada?
lunes, mayo 03, 2010
domingo, mayo 02, 2010
Sin título
Leo en la madrugada un Página 12 que parece un sumario de estos años. A todos los que piensan (y pensamos) en el triángulo de las Bermudas (la relación kirchnerismo & Clase Media) no les viene mal recordar que lo que le dio densidad al kirchnerismo, en ese revuelo post-2001 de sentidos que ni Duhalde pudo terminar de acomodar, fue elegir una de las agendas que estaban a mano y que estaba bastante escrita por el diario que fundó Lanata y al que durante muchos años había que lavarse las manos después de leerlo. Kirchnerismo es hoja de ruta progresista, con la novedad que luego fundaría su Mito: que era una experiencia que también nacía del peronismo. Kirchner de movida se cagó literalmente en los votos de Duhalde, debilitó lo más que pudo ese veintipico de origen, aunque después volviera por él. Entre ese piso y "empezar de cero" eligió empezar de cero, acentuando su fijación en la debilidad: tuve menos votos que desocupados. Kirchner no podía sacar nada simbólico de "sus votos", de los votos duhaldistas... ¿Dónde había un pozo del que sacar agua? Porque, no importa cuántas cosas pensaba ya Kirchner desde antes. Está buenísimo eso de que "nunca antes había hablado de los Derechos Humanos", está buenísimo eso de que "en los 70 era un perejil". Está buenísima esa nada de la que salir. Eso de no soy nadie pero traigo esto del fondo de la historia. Pero el tiempo pasó. Y ya vamos por más de la mitad de un segundo gobierno donde la medición de adhesiones es enorme. Y en este contexto, ¡qué saludables llamados estos dos! Wainfeld y Natanson hacen pie un poquito más allá del fenómeno que se podría englobar hoy en el 678ismo, que creo que empieza en Carta Abierta. Es el despliegue de un movimiento crítico con exclusividad de clase media en su composición, que coaguló en el gvirtzismo. El punto es: hasta hace no mucho tiempo el pedido era "tener una política para los sectores medios" basado eso en una especie de lugar común acerca de los errores de comunicación del gobierno que hacían horrible lo hermoso. Enunciados que ahora parecen no tener tanta actualidad, más que nada viendo el resultado de que "el vacío de esa política" fue ocupado por este movimiento hecho de los retazos de todas esas experiencias progresistas y nacionales y populares, llena de gente como uno, o sea, gente que se siente incómoda con el pensamiento silvestre y natural de la clase a la que pertenece. Es gente progresista que odia el progresismo. Es gente de clase media que odia la clase media. ¿Qué hay de malo en eso? Quizás un problema sutil, de baja vibración: el modo en que se representa lo que se cree representar, comer con la mano a propósito. Cualquiera que viene de la militancia tiene una fina antena con la que captar las afectaciones. Incluidas las propias. Hay algo del orden de lo tardío, la lectura tardía de Jauretche dice Natanson, algo de ese orden, que impregna con la velocidad y la pasión casi del converso un momento sumamente peculiar que necesita sí o sí de nuevas palabras con las que decir y con las que dar sentido -a una escala cada vez mayor- a todas las transformaciones que se avecinan. El dato bueno y nuevo es que lo que se reclamaba "hacia la clase media" se invirtió y vino de ahí en forma de blogs, de facebook o de cartas abiertas. Pero quiero decir: el 678ismo no es nuevo, ya estaba ahí, ya estaba en el principio del 2003. Eran las cuentas de un Progresismo Posible. Hubo años luego de meseta, de cuando Kirchner "hizo las paces con la corporación", y el fracaso orgánico de la "transversalidad" dispersó electoralmente y culturalmente a ese sector medio que vio con impresión expresarse la lógica de la gobernabilidad. El anti-kirchnerismo hizo las cosas más fáciles para ese apoyo medio al kirchnerismo, el anti-kirchnerismo y su brutalidad ayudó a licuar resabios antiperonistas y a limar bordes ideológicos que estaban más astillados dentro del espectro al que le canta Barragán. Veamos: ¿cuántas horas se dedica un Carlos Raimundi o un Martín Sabatella a pensar el modo de superar "a los barones del Conurbano"? Apareció en el centro de la política el mundo de las contradicciones principales. Y en ese mundo, en ese caos, empiezan a asomar datos que deberían precipitar todo tipo de acciones y pensamientos, como el que oí de boca de uno de los citados: ¿qué nueva dialéctica comienza a haber entre CTA y CGT? El problema que podría estar camuflado en los dos textos del diario citados se arrastra entonces a algo que es ya tradición: el modo en que las clases medias se hacen peronistas. Un modo que parece sobreactuar el clasismo. Pero todo está en movimiento. No habría que enamorarse de ninguna imagen cristalizada. Hay sólo una línea que separa dos campos en la política nacional. Y el juego de espejos entre uno y otro es notable. Volvió la ideología, o sea, mas o menos esos momentos en que la política le pregunta a la gente cuánto quiere que se reparta la torta y a quiénes le gustaría ver presos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)