El moyanismo social
¿Los pobres son todos anti macristas?
Una nueva leyenda nació tras el triunfo de Cambiemos y tuvo su rápida identificación en la verba progresista: los pobres son todos anti macristas y el macrismo administra privilegios como una expresión pura de la clase alta. Ergo: sus votantes tienen la misma procedencia que sus funcionarios. Pero esta afirmación es incorrecta. Si así fuera no hubieran ganado con el 51% de los votos en el balotaje, ni siquiera hubieran obtenido el resultado de la primera vuelta. Las elecciones de 2015 vinieron a presentar un apoyo popular al macrismo.
En conversación con el sociólogo Ignacio Ramírez, buscamos algo más sobre este dato incómodo por izquierda: que efectivamente trabajadores y sectores humildes votaron por Cambiemos y hoy lo seguirían haciendo. Si bien es cierto que el apoyo a Cambiemos crece a medida que uno trepa en la pirámide socio-económica y encoge a medida que desciende, y esa sería a la inversa la correlación constitutiva del peronismo, no es tan absoluta. “A esa regularidad se le escapan excepciones que tienen que ver con un fenómeno no sólo argentino -dice Ignacio- que es la erosión de las lealtades partidarias.” “El marxista hablaría de ‘falsa conciencia’, se preguntaría qué hace un trabajador votando al macrismo”, remata.
En principio habrá que buscar algunos ingredientes de la coyuntura del propio 2015 para entender ese voto cruzado, pero ya tenemos una primera respuesta: el debilitamiento de la fidelidad partidaria, la vieja fidelidad del “nunca hice política, siempre fui peronista”, que se presenta como “natural” y mayoritaria parece desecha. El peronismo ya no es naturalmente la mitad + 1. No es nuevo (quizás comienza a nacer en 1983) pero 2015 patenta otro fin del “pueblo peronista” y la “democracia de los segmentos”. ¿Quién logra mayorías, por cuánto tiempo?
Los nietos del 45 votan sobre identidades más cortas, decisiones más personales y menos trascendentes. El fin de estas lealtades no es el fin de los partidos, pero se parecen. De hecho, en las innumerables marchas sindicales, sobre todo las de la CGT, donde el componente de trabajador formal movilizado es mayor que las de la CTA, es difícil encontrar jóvenes trabajadores que canten la Marcha Peronista. Muchos no la saben, no la conocen, no la cantan. Incluso en el gremio de Camioneros, de mística notable, el canto es concreto: se defiende al gremio, se apretujan al calor de la pertenencia. No hay una marchita, hay decenas de marchitas como decenas de ramas de la producción persistan. El canto ordenado y universal lo ofrecen más bien las organizaciones políticas, los partidos de izquierda, las juventudes militantes que nacieron en la década kirchnerista.
“Entender la propuesta y discurso de Cambiemos como algo que evidentemente incluye alguna contraseña popular que hace posible el lazo de este gobierno tan homogéneo en su staff y que sin embargo inspira el voto de sectores medio bajos y de trabajadores”, completa Ignacio Ramírez. No se trata de encontrar razones para dar la razón, ni escatimar en esta “excepción” de votos populares a un proyecto de corte liberal el daño social de sus políticas, sino de comprender de qué está hecho ese triunfo y de qué está hecha esta gobernabilidad.
Soy cordobés
En las razones coyunturales también podríamos anotar algunos aspectos de histórica “mala praxis” política del kirchnerismo. Ejemplo: tanto se habló de la abrumadora cantidad de votos cordobeses que complementaron de modo decisivo el triunfo de Macri. La cerrazón política y el aislamiento entre el gobierno de De la Sota y la presidencia de Cristina alcanzaron hasta el punto de cercenar la ayuda de la Gendarmería en las rebeliones policiales de 2013.
Tras la victoria de Cambiemos en noviembre de 2015, el periodista cordobés Dante Leguizamón escribió para revista Anfibia un ensayo (“Cordobesismo”) donde explicó este defecto político: “Los beneficiados por las políticas del gobierno nacional en los últimos 12 años fueron millones. Fuimos millones. Además de las iniciativas obvias y no por ello menos maravillosas (Ley de Medios, Matrimonio Igualitario, Procrear, etc.) lo cierto es que la idea de aislar a los gobernantes cordobeses (De la Sota-Schiaretti-De la Sota) produjo una batalla narrativa que supo utilizar con mucha más lucidez el conservadurismo cordobés que el kirchnerismo nacional. Doy ejemplos: la Asignación Universal por Hijo se aplicó en Córdoba como en todo el país, pero los beneficiarios todavía hoy creen que es un beneficio del gobierno provincial. Mi hijo tiene la notebook de Conectar/Igualdad, pero ningún docente le dijo que era un beneficio de la Anses. Justamente, la Anses fue tomada como un enemigo ideal por el gobernador De la Sota que, según su relato anti-k, se quedaba con la plata de los cordobeses y era el responsable de que él se viera ‘obligado’ a cobrar una tasa vial -a todas luces inconstitucional- que aumentaba el precio de la nafta en la provincia. El diálogo interrumpido entre la Casa Rosada y el gobierno cordobés también limitó el alcance de las políticas nacionales.”
Ese gobierno nacional con estilo centralista excluyó de su horizonte narrativo a miles de cordobeses que fueron objetivamente beneficiarios de políticas públicas pero que se sintieron amparados en su gobierno provincial contra el “unitarismo kirchnerista”. El gobierno cordobés se apropió de las políticas del kirchnerismo. Tal como plantea Leguizamón en su artículo, el gobierno provincial supo invisibilizar políticas del gobierno nacional y pasarlas como propias, y eso pudo ser posible porque -como argumenta la antropóloga Julieta Quirós en su trabajo “Una hidra de siete cabezas” sobre política territorial- el kirchnerismo en Córdoba y en los interiores peronistas tuvo dificultades para armar “territorio” más allá o más acá de las grandes ciudades y sus agrupaciones políticas; más bien tejió una “base” con alfileres, colgada de las sedes provinciales de los ministerios nacionales y de las agrupaciones con sede central en Buenos Aires. En definitiva “fue demasiado e incorregiblemente porteño en sus representantes y emisarios, en su lenguaje y sus ceremonias, en sus modos y modales de hablar”, señala Quirós.
El kirchnerismo, en resumen, rompió diálogos sobre los que compuso el macrismo su “mayoría”: 1) el del interior más productivo (el ejemplo cordobés, pero también Santa Fe, el interior bonaerense, la derrota en Mendoza); 2) el del trabajador meritocrático. Un discurso productivista, laborioso, anti estado. Veamos.
Soy lo que soy
Hace años que circula una autopercepción argentina bajo la forma de una bella leyenda estadística: el 80% nos autopercibimos de clase media. El antropólogo Pablo Semán habla a su vez de la existencia de un moyanismo social, algo así como una forma de caracterizar al gen aspiracional argentino. En palabras de Semán: “el moyanismo social es un sector de las clases trabajadoras, que no son las de más bajos ingresos, y que tienen la adhesión a un proyecto social que es la mejora de su propia vida a través del trabajo, y que en el panorama político argentino fueron beneficiados por políticas del kirchnerismo a la vez que ignorados y simbólicamente agredidos en temas como seguridad, migración y jerarquías. Piensan que ellos se rompen más el lomo que otra gente que es más pobre que ellos y que recibe beneficios del gobierno que ellos no.” Están fuera, digamos, de la pedagogía progresista que arrastra explicaciones complejas. Dice Pablo: “no son los ‘agremiados’ de Moyano, sino los que representa el discurso de Moyano en su ruptura con el kirchnerismo en el segundo mandato de Cristina, que se condensaba en el famoso impuesto a las ganancias.”
La política bonaerense a partir de 2013 desprendió un bloque de la representación del FPV, cuya cima alcanzó en 2011: la clase media baja, el “aspiracional” de Semán. Se le fue yendo al FPV. Eso que quizás iba a expresar mejor Scioli o algunos de los intendentes más populares, como Martín Insaurralde. ¿Con qué se quedó el FPV en la figura prístina de Cristina? Con el progresismo y el tercer cordón. Becarios de conicet y AUH, para graficarlo. Progres y pobres. Pero ese segmento vecinal medio bajo, no progresista, que se movilizó hacia arriba pero que no adjudicó esa movilidad a algo que no sea el “mérito propio” (movilidad individual ascendente), amante del “no le debo nada a nadie”, punitivista, que sufre la inseguridad, que es vecino o cercano a las villas, a los que “cobran planes”, que asocia progreso a “privatizar su vida” (pasar de la prestación pública a la obra social, de la obra social a la prepaga), porque asocia progreso con sacarse el Estado de encima, que “sufre” los paros docentes, que paga MNI y no ve la hora de dejar de hacerlo, de esa capa media grasosa nació Sergio Tomás Massa (como expresión del fracaso peronista) y brilló vestido de afrikáner, haciendo política subido a los techos de los barrios del Gran Buenos Aires, como si fuera el presidente de la Asociación del Rifle que le dice a cada ciudadano argentino: cuidate y yo te cuido. Esa Argentina con mucha escolaridad incompleta, de capacitación forzada, cuentapropista, que anhela una “normalidad” (que quizás nunca existió).
Veamos como ejemplo dos resultados electorales del GBA de 2015: San Fernando y San Miguel. Ahí, en la primera vuelta presidencial, ganó Massa. Esos votos fueron en abrumadora mayoría a parar a Macri en el balotaje.
“¡Andá a laburar!”
En el reciente estudio “El clientelismo político”, de Gabriel Vommaro y Hélène Combes, se repasa y problematiza el clientelismo, poniendo el foco en las miradas externas a las prácticas políticas que se engloban bajo ese nombre. Así, lo que los autores trabajan en este libro, es el modo en que las clases medias, los medios de comunicación y algunas elites fijan desde afuera la condensación de muchos males contemporáneos, con tal de no ver, dirían, la expresión de la voluntad popular. En la Argentina la traducción de esto es la pregunta: ¿cómo puede ser que la mayoría de los pobres aún voten al peronismo? Y no sólo eso: la concepción entonces de que el clientelismo produce pobreza para controlarla. La retroalimenta. El clientelismo como razón histórica de la pobreza, los “usos del Estado”, y no el capitalismo, la economía de mercado, la división internacional del trabajo.
Sin embargo aún resta conocer más en detalle el modo en que esas mismas prácticas conviven con las miradas producidas desde el mismo barrio pobre, las miradas de los vecinos de los “beneficiarios”, los que no entran en los círculos de confianza y distribución, los que dicen “la familia X lo que pasa es que tiene un primo en el municipio, un tío en la política”, y así. Tenemos “la voz del cliente”, pero se nos pierde más la voz del vecino del cliente, un runrún de media voz que masculla su exclusión doble. Digamos: el clientelismo aparece en los medios de comunicación, en la boca de contados y desprestigiados académicos que no apretaron F5 y no actualizaron doctrina social, y en la conversación política de una parte de la clase media, pero también aparece en la conversación con vecinos de esos “clientes” de los “sectores populares”. Esa irrupción es más esporádica. No es que nadie de cuenta de ella: muchos medios y cronistas en sus informes lo hacen, incluso en este mismo libro de Vommaro y Combes se registra esa voz en un estudio en el municipio de Morón, las “quejas”. El discurso anti político, anti estatal es también un discurso popular.
El gobierno con su control de piquetes y orden público, con su discurso anti sindical y la elección de Baradel como villano, con la nominación de “planes” a la política social (cuando la AUH, principal política social del país, no es un “plan”), el corrimiento de la palabra derechos hacia la palabra beneficiarios, el chiste sobre choripanes y micros, etc., rima con esa vieja voz popular y desconfiada de la anti política. Como la cita de Durán Barba: el gobierno se niega a ser el pedagogo de la “gente común”, pero, en tal caso, entonces, se deja pedagogizar por ella. Si la sociedad dice planes, dice planes; si la sociedad dice choris, dice choris; y así. Esa cesión de la pedagogía social en el “común” es una clave para entender también la base de popularidad resistente a sus propias políticas dañinas de las condiciones de vida.
Educame
Pero estos sectores, ¿votaron a CFK? Muchos, seguro estos formaron parte del 54% de 2011. ¿Qué pasó después? Comenzó a haber cosas que obstruían, impedían o estorbaban, más que ese deseo, esa posibilidad de estar mejor. Soy esto, quiero estar mejor, se puede pero hay cosas que no tienen que estar más. Ganancias, por ejemplo. ¿Se volvieron antikirchneristas? No del modo cultural del lector de La Nación, a pesar de que Lanata moduló el modo popular de esa anti política en el espectáculo de las denuncias de corrupción y produjo una erosión subestimada por el kirchnerismo (con la figura de Boudou como el “nouveau riche” populista). Quizás el problema fue que de una manera inversamente proporcional, a medida que el gobierno cristinista se desenganchó de sus demandas, recalentó su intensidad. Una agenda dominada por temas como la reforma judicial o el acuerdo con Irán contribuyeron a un gobierno percibido en la “autonomía de la política” frente a un escenario recalentado por los medios, las dificultades económicas reales y las difusiones sistemáticas de denuncias constantes.
La idea de “círculo rojo” de Durán Barba es una suerte de credo en el hombre común, “el elector gris”. El Jaimito de la política argentina escribió en su libro “El arte de ganar” esta declaración de principios: “La gente común tiene sus propias ambiciones y su propio concepto de felicidad. El candidato no es dueño de la verdad y no está para educar a los electores, ni para juzgarlos. Necesitan dialogar con ellos para comprender sus puntos de vista y sobre todo, obtener sus votos.”
Una tarde de otoño desde su cuenta de twitter el humorista oficial Alfredo Casero difunde el breve video donde un trabajador rural recoge cebollas mientras le habla al presidente y despotrica contra los vagos que cobran planes del Estado. Trabajar, trabajar: pisa la tierra húmeda, camina, se hunde en ella y habla entrecortado por el esfuerzo de la tarea, pero parece gozar de ese esfuerzo, ufanarse del sacrificio. Golpea en un momento la bolsa con orgullo, esto soy yo, parece decir, lo que junto con mis propias manos. La Argentina laboriosa. Como el sembrador de Van Gogh, el sol agrario atrás. Sobre ese revanchismo cultural contra el Estado y sus políticas, que no reconoce fronteras de clase, que une a patrones y empleados, se monta la pedagogía del gobierno y es una de las claves de su relativa popularidad.
(Publicado en Le Monde Diplomatique en Junio de 2017)