martes, mayo 19, 2015

Estreno: "Damiana Kryygi" de Alejandro Fernández Mouján

Océanos Filma S.A y Gema Films presentan:  DAMIANA KRYYGI 




Una película de Alejandro Fernández Mouján

Estreno comercial 21 de mayo de 2015
Cine Gaumont - Rivadavia 1635

Trailer

Sinopsis:

Corre el año 1896. En la densa selva paraguaya una niña Aché de tres años sobrevive a la masacre de su familia perpetrada por colonos blancos. Es bautizada con el nombre de Damiana por sus captores. Antropólogos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata en Argentina la convierten en objeto de interés científico para sus estudios raciales.

En 1907, a la edad de catorce años es internada en una institución psiquiátrica la fotografían desnuda dos meses antes de que muera de tuberculosis. Aún muerta los estudios sobre su cuerpo continúan en La Plata y en Berlín. Cien años más tarde, un joven antropólogo identifica parte de sus restos en un depósito del Museo. Su cabeza es encontrada poco después en el Hospital Charité de Berlín.

A partir de las fotografías existentes y los registros antropológicos en Argentina y Alemania la película busca restituir su historia a Damiana y acompaña a los Aché desde que toman la decisión de reclamar la repatriación de sus restos, hasta que por fin les dan sepultura en la tierra de sus ancestros.

lunes, mayo 18, 2015

Lo que nos ocupa es esa abuela, la conciencia que regula el mundo

"Mi deseo es que este país aproveche el talento de toda la población, no sólo de la mitad", dijo una vez.

Tarde sobre Tinelli

Tinelli los confunde a quienes más asimilan electorado con consumidor. FPV, FR, PRO, entran en esa. Los progresistas o republicanos más pulcros no. Pero hablamos de la “influencia” y… mmm. Mirar un programa supone una distancia, incluso algo que twitter patentó, el llamado “consumo irónico”. Salvo que apliquemos sobre los pobres que ven a Tinelli una suerte de “chori simbólico”: cuando llenás una plaza te dicen que van por los choris, pero cuando la gente ve Tinelli decís que votan mirando culos. Todo el mundo mira Tinelli, ¿qué vas a hacer? Nadie es boludo en este país. A esa hora, en Encuentro, te topabas con la imagen de Borges en blanco y negro. Tele de nicho. El tema es la relación espectáculo – política. ¿Quién está ajeno a eso? Cristina misma supone que la cadena oficial puede ser el armado de un espectáculo, de un baile, con las diferencias del caso, obviamente. Pero Tinelli como Intratables no politiza el espectáculo sino que espectaculariza la política. Los políticos tienen que mostrar su lado humano, su debilidad y convivir con la des-jerarquización, ahí donde cualquiera, un Brancatelli o una Fernández Barrio, en nombre de la democratización de la palabra, te humillan y te sacan del eje: de que el político tiene más responsabilidad y más especificidad sobre lo público. Tinelli los tienta con un rating envidiable, una audiencia policlasista absoluta, y les fija reglas inquebrantables. Como dice Alejandro Sehtman: la emisión misma de Tinelli es policlasista. Él tiene una política propia, y usa de un modo vandorista sus preciados segundos de aire: porque él también negocia cosas del “afuera real”. Me acuerdo de un movimiento intermedio de resistencia frente a eso: cuando Kirchner salió por teléfono, eludiendo a medias la gastada del Gran Cuñado del 2009, pero exponiendo que justamente lo que Tinelli no acepta es que le fijen otras reglas de juego que no sean las de él. Después, sí, es generoso, como lo fue con cada uno de los candidatos el otro día, y a cada uno le dejó hacer su speech. ¿Si yo fuese asesor de un candidato presidencial le diría que vaya? Negociaría hasta último minuto todo, pero Tinelli es una azafata que te puede abrir la puerta del avión en pleno vuelo y el político, ahí, está sin cinturón de seguridad. Es el único que no lo tiene. Qué crueldad.

miércoles, mayo 13, 2015

Radicales libres

Me pasó en el 2004: año de esplendor de las tasas chinas, y año que, con Blumberg en la cabecera, vivimos el fin de la luna de miel entre Kirchner y la Society Argentina (y, en tal caso, empezaba el matrimonio). Un año que no vivimos tan en peligro. Una tarde de otoño hice lo que hacía todos los días: tomar el 150 en Congreso. Me senté junto a un joven más joven que yo (26 contra 20), que estaba vestido con ropa deportiva: pantalón celeste tres tiras, zapatillas topper azules, chomba blanca y un bolso a los pies que rozaba mis pies. Me sobresalté cuando vi lo que tenía en sus manos: unos folletos de la Unión Cívica Radical. Tres años antes el último presidente radical volaba en helicóptero con el país hecho un desconche, ¿qué hacía este nativo con esos folletos a la luz? Los vi porque de reojo distinguí la cara del viejo santo de los laicos: Don Arturo Illia. Empecé a mirar el folleto, que él abrió e intentó leer, lo miré, y antes que piense algo raro, le pregunté qué era eso que leía. Levantó la vista, y con una predisposición inusual me contó que desde hacía un tiempo militaba en el radicalismo, y que estaba participando de un seminario de formación política. Me asombré, sonreí, mostré la complicidad pavota de los politizados que se encuentran vestidos de civil y lo primero que le pregunté fue si era radical por tradición familiar (ah, todo ese rollo de las filiaciones y la sangre azul de la política). Me dijo que no, que él era de Villa Lugano (a él se le ocurrió rápidamente decirme su barrio), y que su familia era más peronista. Pero sin que se lo pida, y adelantando jugadas, me expuso su juicio: me dijo que se afilió a la UCR porque pensó que “si el radicalismo es el partido que peor está, entonces, si me meto ahora, tengo más posibilidades de subir y ascender para cuando el partido vuelva a estar arriba, o sea, cuando vuelven al poder voy a estar bien a lo alto…”. Tal cual como lo cuento. Me dijo eso y se me quedó mirando, no como diciendo “ah, no te esperabas esto”, sino como diciendo: “ponele”. No era un idealista, está claro, y su argumento era el de un pragmático rústico aferrado a una ilusión bipartidista intacta: para él el péndulo de la política seguía teniendo nombre y apellido. “Entro al radicalismo ahora que no entra nadie.” Eso era todo lo que tenía para decir. Consideraba tan circunstancial la debacle radical de esos años que, cuando se restableciera ese equilibrio, él estaría ahí, inmutable, orgulloso de haber bancado la parada cuando nadie. Había en su razonamiento un argumento infantil tan obvio, tan básico, que me dejó mudo. ¿Podía pasar eso? No era uno de esos cien rosqueros que pululaban por los presupuestos públicos, me parecía uno de esos flaquitos, menudos, que miran desde afuera un partido de fútbol 5 y que entra porque les faltó uno, y que como no paga juega de pescador. Era un “permiso, ¿dónde me salvo?” en medio de ese país del 2004 en el que las empresas, las fábricas, los galpones, todo parecía reabrir, ¡salgan al sol!, vivíamos como en el final feliz de Luna de Avellaneda, y en ese espíritu este guacho habrá pensado “y cómo no va a reabrir, a la larga, la fábrica UCR”. Esa fábrica recuperada bajo control de los abogados. Su cálculo y su cinismo básico, casi tonto, se mezclaba a la inocencia con que iría a esas clases de formación en las que, presumo, le contarían más o menos una historia del país donde Illia, por ejemplo, ah, bajaba a leer el diario a un banco de la plaza de Mayo, porque era como un presidente-jubilado y bueno, la suma idiota de todas las debilidades que forman una “estatura moral”, tal como el radicalismo explicaba su debilidad (como fortaleza republicana, República = política débil), y yo pensaba también que en el fondo los radicales (viejos zorros que no eran ni ahí eso que decían ser) no se perderían lo mejor de este sátrapa inescrupuloso, joven argentino, con ropa deportiva, que me mostraba sus cartas a mí, un desconocido, a las 6 de la tarde arriba de un 150 atiborrado de gente cruzando la ciudad de norte a sur. Hubiera querido no bajarme en mi parada para terminar de completar el círculo sociológico de este protón que me dice: yo estoy acá, acá abajo, ¿ves?, y voy a llegar a allá, allá arriba, alto, ¿ves? Y ojalá ya se haya salvado de pasar la vida en Lugano. Ojalá haya llegado lejos en el palacio de víboras radichetas. Y ojalá odie a ese Illia que le vendieron en una maqueta, y que hoy repita este mejor piripipí: detrás de un político débil hay una voluntad colectiva quebrada.

(publicado en Revista Panamá)