martes, octubre 27, 2015

De regreso a Octubre

¿Es esta la primera elección gris de la joven democracia argentina? ¿La primera elección con candidatos que disputaron el centro? Vivimos una obvia paradoja: después de tres gobiernos consecutivos que buscaron restituir el lugar de las ideologías políticas (recordemos el simpático “sorry Fukuyama” de CFK) llegamos a tres candidatos ideológicamente casi indistinguibles y capaces de una retórica inusual: autores de frases con las que sólo se puede estar de acuerdo. Massa sobrevivió al napalm de los medios y el gobierno y Scioli y Macri alcanzaron el balotaje en una elección que sorprendió a todos, traicionando una vez más las encuestas y coronando a María Eugenia Vidal en el distrito más importante del país, venciendo al peronismo (dividido), en una elección inédita desde 1983. Si Macri obtiene la presidencia, sería la primera vez que, por el voto popular, una fuerza política ocupa la Nación, la CABA y la PBA (Alfonsín lo hizo con Saguier y Menem con Grosso, pero a dedo). Y lo del PRO resultaría una imagen curiosa: un aluvión inverso, del centro a las periferias, de la capital a la provincia, de la metrópolis a la Nación. Un triunfo colosal de la macrocefalia argentina, diría Ezequiel Martínez Estrada. Por lo pronto, de estos tres candidatos, solo uno tiene comprometido a fuego su futuro. Massa, como diría Stolbizer, ya ganó (preservó contra viento y marea sus votos decisivos) y se impuso como un líder panperonista a nivel nacional. Macri puede perder y se queda con CABA y PBA, nacionalizando y asegurando el futuro de su partido. Scioli es una empresa unilineal: un hombre solo de la política, peronista de pactos, cuyo objetivo es esta consagración o nada.

viernes, octubre 16, 2015



¿Vuelve el peronismo? ¿Vuelve la ortodoxia? ¿Se ponen de moda las 20 verdades? ¿Se acaba el cénit cultural de la izquierda peronista y radical de esta década (una melodía desencadenada entre la Gloriosa Jotapé y el alfonsinismo oficialista)? Muchos vinculan la figura de Scioli a la vuelta cultural de un peronismo clásico. Aunque esa percepción convive con el balance de muchos kirchneristas que le achacan a DOS que aún no trajo “sus” votos prometidos (como si las listas “puras” de PBA y CABA ayudaran en el esfuerzo electoral). La revista Anfibia largó en estos días una encuesta para medir un “peronómetro”. Era un “chiste cultural” que -linealmente- medía las proporciones de “grasa en sangre” para coronar el nivel de peronismo, haciendo síntoma de época, de cambio de época. El aliento a esa versión culturalista del peronismo sabemos que no conduce a nada, salvo a una suerte de democratización pop que ya fue llevada a cabo en la década kirchnerista (el peronismo de clases medias). Y tiene el eco de una lógica que el politólogo Pablo Touzon describió de un modo sintético: es el ‘peronismo gorila’, que hace del peronismo la identidad positiva de lo que el anti peronismo siempre afirmó negativamente de él. ¿Qué es el peronismo, entonces, en esta estética que cristaliza lo “plebeyo”? Fácil: lo que el anti peronismo dice que es. Si los “gorilas” putean el “chori”, el peronismo estético reivindica el “chori”. En fin. No se me ocurre mejor remate que un tuit del escritor Carlos Busqued: “hoy sacás zapatillas con la firma de Ruckauf y las vendés a 1500 mangos en Palermo”.

martes, septiembre 08, 2015

¿Por qué vale la pena periodizar al peronismo de los años de la democracia? 1) Para mostrar que es relativamente falso eso de "desde 1989 gobiernan los mismos", salvo que reduzcamos la historia a una danza de nombres con ideas intercambiables. 2) Porque en un grado el peronismo funciona como subsistema del sistema político. 3) Para exponer que su caja de resonancia también es ideológica. Cualquier idea de que el peronismo es una máquina infalible de poder territorial, sin ideologías y guiado por la astucia maquiavélica es... puro idealismo. Hay todo eso. Y siempre hay "algo más". ¿Qué es esto, Lenin? Vaya este párrafo como prólogo para presentar esto que se presenta como un debate, y que es un pie de página de la vieja bloguería en estas elecciones lentas, grises, tan negociadas y negociables, aún sin mayorías que despunten. Amén.

miércoles, agosto 19, 2015

Marcelo Hugo

lunes, agosto 17, 2015

Brindo por el futuro con la noche de testigo

Los procesos son largos.

Sin lugar para los puros

El camino electoral de este 2015 es lento y ripioso. Es una larga negociación entre viejos conocidos y nuevos por conocer. Entre kirchneristas puros y peronistas, entre macristas y peronistas, entre massistas y macristas, entre macristas y radicales. Por eso no hay sobresaltos y las PASO confirmaron más o menos las previsiones razonables: el FPV roza su meritorio 40 % de la mano del peronista menos kirchnerista y la oposición no es más ese archipiélago de fragmentos aunque el mapa de victorias locales siga siendo monolítico. El peronismo se hizo sentir en NEA y NOA, en el Gran Buenos Aires, y en el sur petrolero. Cambiemos sigue fuerte en la CABA, Córdoba, en la pampa húmeda. Y el FR (al que el lobby de Clarín, y la fuerza de la Nación, la provincia y la capital quisieron sacar del mapa) se mantiene fuerte gracias a ese voto de clase media baja metropolitano. Nadie tiene la vaca de la “mayoría” atada. Hay una circulación de nombres y discursos intercambiables, y un electorado que sin euforia vota lo que se ofrece. En la economía se sabe que algo tendrá que cambiar, y nadie quiere tocar nada del Estado social que asegura una cierta paz. Así parece definirse esta elección: en el día a día, en la negociación territorial larga y pesada, en el cruce de operaciones y gestos detrás del voto.

jueves, agosto 06, 2015

Juana Bignozzi


Juana Bignozzi murió ayer en el mismo hospital donde murió su marido hace dos años. El Hospital de Clínicas. Su decisión de atenderse siempre en el sistema de salud pública era parte de sus obstinaciones ideológicas. Hija de lo que llamaba con placer, la “aristocracia obrera”, llevaba como estandarte la filiación de un padre panadero y anarquista, luego comunista, que le dio un hogar donde se oía ópera, se leían los diarios de la burguesía, la prensa del partido, los libros de la Ideología, se cocinaba y se conversaba de política a toda hora. Le encantaba vivir en el centro de la ciudad porque, decía, yo soy la Clase Obrera, no tengo que ir a vivir al sur o a la periferia para hacerme de la Clase. Anti peronista inteligente: respetaba cualquier forma corporativa de poder (sindical, empresarial, clerical, armada) porque su punto de partida para la atención política se basaba en la “consistencia” material de ese poder. Terminó sus días reconociendo a Perón y al sindicalismo peronista (decía de Hugo Moyano: “Moyano es la clase, Moyano puede parar el país”). Estalina de la línea “Pepe electrificó Rusia”, al decir eso te representaba la imagen de un campesino encendiendo una lamparita por primera vez, perplejo frente al milagro moderno. Eso es la Revolución. Le encantaba decir en los reportajes que se fue en el 74 al exilio creyendo que a este país lo iban a terminar gobernando los Montoneros, y era una provocación que se pasaba por alto puntualmente. Volvió en 2004 a un país gobernado por los Kirchner. Cultivó un perfil implacable, fue querida por las nuevas generaciones de poetas que veían en ella lo que el poeta Martín Gambarotta llamó “juventud eterna”. Sus viejas amistades (Juan Carlos Portantiero, Juan Gelman, Carlos Gorriarena, Andrés Rivera, Beatriz Sarlo, María Moreno, etc.) no se tallaban en el amiguismo ni en la complicidad corporativa. Eran parte de su estructura de diálogos ásperos, irónicos, fuertes y también afectivos, muchos quedaron en el camino. Una noche de alcohol y conversación con Juana podía ser la última cena de una amistad. Siempre le interesó la novedad, pero no practicaba el desesperado oficio del descubrimiento de “talentos”. Esperaba que le lleguen y ella llegar a ellos. Como escribió “no hay nada más patético/ que la canción del verano la canción del momento/ pasado ese verano pasado ese momento”. Podía oír la eternidad. Fortísima lectora, la poesía, decía, era una “escuela del carácter”, donde los ideales estéticos son ideales políticos. Nos hicimos especialmente amigos en los últimos años, y era una amistad, ella decía, “como las del 60”. Sin límite de tiempo, de temas, de horarios. Ya estaba cansada de esta ciudad y del país. Extrañaba horrores a Hugo. Su último poema es la carta que nos dejó a los amigos para cumplir el protocolo de su muerte: cómo ser enterrada. De la que sólo diremos: si van a ver su tumba lleven flores amarillas. Hasta siempre, Juanita.

jueves, junio 11, 2015

A la que te criaste

El violín hermoso y nostálgico de los partidos políticos durante los 80 era el de la orquesta del Titanic. Los partidos funcionaban bárbaro, iban a elecciones internas, hacían congresos, tenían líneas competitivas, en los politológicos 80, pero el país se iba al tacho. Y se fue nomás. En los 90, la corteza partidaria se mantuvo lo más sólida que pudo, pero sin gente. La gente se empezó a ir. Billetera del 1 a 1 mató galán militante. Menem y Alfonsín sellaron la última Moncloa, el pacto de Olivos, para darse dos cosas: una constitución más moderna y liberal, y una reelección presidencial. El cielo y la tierra. Un pacto celebrado a espaldas del alivio social que aún mantenía la convertibilidad en los bolsillos dañados por la híper.

Algo de este viento ha vuelto, aunque sea como tendencia, en la estructuración electoral de este año: peronismo versus republicanos, en resumen. La solución de la crisis de representación (que era hija de la crisis económica) que en 2001 explotó, se dio pero con políticos, no con un “sólido sistema de partidos”, y con políticos que gobiernan. Políticos y Estado. Ganan los locales. Ganan los que gobiernan. “Gritaron que se vayan todos y se fueron los partidos”, dijo Ricardo Sidicaro. Hoy los radicales, los más adeptos al rito partidario, comen en su manzana la arena amarilla del Pro. Escenificaron en su Convención su propio vacío. Sin embargo, el problema está diagnosticado por ley: las PASO jugaron a favor de construir una tendencia de unidad y estabilidad partidaria, y uno de los hijos más preciados de esa ley es, paradójicamente, el FIT, el Frente de izquierda trotskista que hace ya varios años comienza a concentrar la existencia de una izquierda electoral clasista. Pero la disputa de dos candidaturas moderadas (Scioli y Macri), quienes descolocaron al no tan moderado Massa, en representación de bases sociales distintas, organiza este escenario de un modo inédito: porque Scioli y Macri aparecen como las versiones moderados de sus espacios. La “ancha avenida” existía, existe, y ahora la caminan Scioli y Macri. Caminan en puntas de pie mientras Cristina manda. Y Cristina se va sin “fin de ciclo”, más bien en un desenlace, porque: 1) el lugar común de los analistas liberales: porque “se va”; 2) porque enfrió la política, y se va sin rizos trágicos; 3) porque contuvo lo más que pudo la recesión económica generada en su tercer gobierno, para que los problemas los solucionen los que siguen (con fórmulas de ajuste o endeudamiento lejanas a su teología ¿que quiso y no pudo aplicar o que pudo y no quiso aplicar?); 4) conduciendo el peronismo y dejando las PASO entre dos moderados. Su mano sobre la lapicera hasta el último minuto. Y es notable: ahora se habla de FPV como nunca antes, el posicionamiento de Scioli y la aceptación paulatina de quienes lo rechazaban (¿recuerdan los zócalos 678istas sobre sus pactos con Magnetto?) ha logrado un efecto en la lengua: todos efepevianos, todos frentistas. Scioli es el nombre de lo maldito para el kirchnerismo: es lo que necesitó, lo que no pudo sacarse de encima. El poder tira más que una yunta de bueyes. Dijimos en este blog en 2010 esto.

En definitiva: ni FR, ni Faunen, ni Unidos y Organizados. Vuelta a los partidos. Peronismo y Pro. ¡Ataque ochentoso! Se acabaron las “terceras posiciones”, parece. El laboratorio político nacido tras el 54% tocó fondo: ni los ideológicos sin carrera política, ni los intendentes dolidos, ni los socialdemócratas. ¿Qué somos? Tiburones. Tiburones peronistas. Tiburones republicanos. Y afuera hay sangre.

martes, mayo 19, 2015

Estreno: "Damiana Kryygi" de Alejandro Fernández Mouján

Océanos Filma S.A y Gema Films presentan:  DAMIANA KRYYGI 




Una película de Alejandro Fernández Mouján

Estreno comercial 21 de mayo de 2015
Cine Gaumont - Rivadavia 1635

Trailer

Sinopsis:

Corre el año 1896. En la densa selva paraguaya una niña Aché de tres años sobrevive a la masacre de su familia perpetrada por colonos blancos. Es bautizada con el nombre de Damiana por sus captores. Antropólogos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata en Argentina la convierten en objeto de interés científico para sus estudios raciales.

En 1907, a la edad de catorce años es internada en una institución psiquiátrica la fotografían desnuda dos meses antes de que muera de tuberculosis. Aún muerta los estudios sobre su cuerpo continúan en La Plata y en Berlín. Cien años más tarde, un joven antropólogo identifica parte de sus restos en un depósito del Museo. Su cabeza es encontrada poco después en el Hospital Charité de Berlín.

A partir de las fotografías existentes y los registros antropológicos en Argentina y Alemania la película busca restituir su historia a Damiana y acompaña a los Aché desde que toman la decisión de reclamar la repatriación de sus restos, hasta que por fin les dan sepultura en la tierra de sus ancestros.

lunes, mayo 18, 2015

Lo que nos ocupa es esa abuela, la conciencia que regula el mundo

"Mi deseo es que este país aproveche el talento de toda la población, no sólo de la mitad", dijo una vez.

Tarde sobre Tinelli

Tinelli los confunde a quienes más asimilan electorado con consumidor. FPV, FR, PRO, entran en esa. Los progresistas o republicanos más pulcros no. Pero hablamos de la “influencia” y… mmm. Mirar un programa supone una distancia, incluso algo que twitter patentó, el llamado “consumo irónico”. Salvo que apliquemos sobre los pobres que ven a Tinelli una suerte de “chori simbólico”: cuando llenás una plaza te dicen que van por los choris, pero cuando la gente ve Tinelli decís que votan mirando culos. Todo el mundo mira Tinelli, ¿qué vas a hacer? Nadie es boludo en este país. A esa hora, en Encuentro, te topabas con la imagen de Borges en blanco y negro. Tele de nicho. El tema es la relación espectáculo – política. ¿Quién está ajeno a eso? Cristina misma supone que la cadena oficial puede ser el armado de un espectáculo, de un baile, con las diferencias del caso, obviamente. Pero Tinelli como Intratables no politiza el espectáculo sino que espectaculariza la política. Los políticos tienen que mostrar su lado humano, su debilidad y convivir con la des-jerarquización, ahí donde cualquiera, un Brancatelli o una Fernández Barrio, en nombre de la democratización de la palabra, te humillan y te sacan del eje: de que el político tiene más responsabilidad y más especificidad sobre lo público. Tinelli los tienta con un rating envidiable, una audiencia policlasista absoluta, y les fija reglas inquebrantables. Como dice Alejandro Sehtman: la emisión misma de Tinelli es policlasista. Él tiene una política propia, y usa de un modo vandorista sus preciados segundos de aire: porque él también negocia cosas del “afuera real”. Me acuerdo de un movimiento intermedio de resistencia frente a eso: cuando Kirchner salió por teléfono, eludiendo a medias la gastada del Gran Cuñado del 2009, pero exponiendo que justamente lo que Tinelli no acepta es que le fijen otras reglas de juego que no sean las de él. Después, sí, es generoso, como lo fue con cada uno de los candidatos el otro día, y a cada uno le dejó hacer su speech. ¿Si yo fuese asesor de un candidato presidencial le diría que vaya? Negociaría hasta último minuto todo, pero Tinelli es una azafata que te puede abrir la puerta del avión en pleno vuelo y el político, ahí, está sin cinturón de seguridad. Es el único que no lo tiene. Qué crueldad.

miércoles, mayo 13, 2015

Radicales libres

Me pasó en el 2004: año de esplendor de las tasas chinas, y año que, con Blumberg en la cabecera, vivimos el fin de la luna de miel entre Kirchner y la Society Argentina (y, en tal caso, empezaba el matrimonio). Un año que no vivimos tan en peligro. Una tarde de otoño hice lo que hacía todos los días: tomar el 150 en Congreso. Me senté junto a un joven más joven que yo (26 contra 20), que estaba vestido con ropa deportiva: pantalón celeste tres tiras, zapatillas topper azules, chomba blanca y un bolso a los pies que rozaba mis pies. Me sobresalté cuando vi lo que tenía en sus manos: unos folletos de la Unión Cívica Radical. Tres años antes el último presidente radical volaba en helicóptero con el país hecho un desconche, ¿qué hacía este nativo con esos folletos a la luz? Los vi porque de reojo distinguí la cara del viejo santo de los laicos: Don Arturo Illia. Empecé a mirar el folleto, que él abrió e intentó leer, lo miré, y antes que piense algo raro, le pregunté qué era eso que leía. Levantó la vista, y con una predisposición inusual me contó que desde hacía un tiempo militaba en el radicalismo, y que estaba participando de un seminario de formación política. Me asombré, sonreí, mostré la complicidad pavota de los politizados que se encuentran vestidos de civil y lo primero que le pregunté fue si era radical por tradición familiar (ah, todo ese rollo de las filiaciones y la sangre azul de la política). Me dijo que no, que él era de Villa Lugano (a él se le ocurrió rápidamente decirme su barrio), y que su familia era más peronista. Pero sin que se lo pida, y adelantando jugadas, me expuso su juicio: me dijo que se afilió a la UCR porque pensó que “si el radicalismo es el partido que peor está, entonces, si me meto ahora, tengo más posibilidades de subir y ascender para cuando el partido vuelva a estar arriba, o sea, cuando vuelven al poder voy a estar bien a lo alto…”. Tal cual como lo cuento. Me dijo eso y se me quedó mirando, no como diciendo “ah, no te esperabas esto”, sino como diciendo: “ponele”. No era un idealista, está claro, y su argumento era el de un pragmático rústico aferrado a una ilusión bipartidista intacta: para él el péndulo de la política seguía teniendo nombre y apellido. “Entro al radicalismo ahora que no entra nadie.” Eso era todo lo que tenía para decir. Consideraba tan circunstancial la debacle radical de esos años que, cuando se restableciera ese equilibrio, él estaría ahí, inmutable, orgulloso de haber bancado la parada cuando nadie. Había en su razonamiento un argumento infantil tan obvio, tan básico, que me dejó mudo. ¿Podía pasar eso? No era uno de esos cien rosqueros que pululaban por los presupuestos públicos, me parecía uno de esos flaquitos, menudos, que miran desde afuera un partido de fútbol 5 y que entra porque les faltó uno, y que como no paga juega de pescador. Era un “permiso, ¿dónde me salvo?” en medio de ese país del 2004 en el que las empresas, las fábricas, los galpones, todo parecía reabrir, ¡salgan al sol!, vivíamos como en el final feliz de Luna de Avellaneda, y en ese espíritu este guacho habrá pensado “y cómo no va a reabrir, a la larga, la fábrica UCR”. Esa fábrica recuperada bajo control de los abogados. Su cálculo y su cinismo básico, casi tonto, se mezclaba a la inocencia con que iría a esas clases de formación en las que, presumo, le contarían más o menos una historia del país donde Illia, por ejemplo, ah, bajaba a leer el diario a un banco de la plaza de Mayo, porque era como un presidente-jubilado y bueno, la suma idiota de todas las debilidades que forman una “estatura moral”, tal como el radicalismo explicaba su debilidad (como fortaleza republicana, República = política débil), y yo pensaba también que en el fondo los radicales (viejos zorros que no eran ni ahí eso que decían ser) no se perderían lo mejor de este sátrapa inescrupuloso, joven argentino, con ropa deportiva, que me mostraba sus cartas a mí, un desconocido, a las 6 de la tarde arriba de un 150 atiborrado de gente cruzando la ciudad de norte a sur. Hubiera querido no bajarme en mi parada para terminar de completar el círculo sociológico de este protón que me dice: yo estoy acá, acá abajo, ¿ves?, y voy a llegar a allá, allá arriba, alto, ¿ves? Y ojalá ya se haya salvado de pasar la vida en Lugano. Ojalá haya llegado lejos en el palacio de víboras radichetas. Y ojalá odie a ese Illia que le vendieron en una maqueta, y que hoy repita este mejor piripipí: detrás de un político débil hay una voluntad colectiva quebrada.

(publicado en Revista Panamá)

martes, abril 21, 2015

“A la gente que ha perdido a seres queridos sin una causa: Perdónennos por no haber detenido la tragedia. Rezamos porque las heridas cierren. A los soldados de todos los países en todos los siglos, que quedaron lisiados para toda la vida o que perdieron la vida: Perdónennos por nuestros malos juicios y lo que ocurrió a causa de ellos. A la gente que ha sido abusada y torturada: Perdónennos por haber permitido que eso sucediera. Como la viuda de alguien que fue asesinado en un acto de violencia, no sé si estoy lista para perdonar al que jaló el gatillo. Pero sanar es lo que urgentemente se necesita hoy en el mundo. Sanemos las heridas juntos.”(Yoko Ono, The New York Times, en vísperas de un nuevo aniversario del asesinato de John Lennon, el 8 de diciembre.)

jueves, abril 02, 2015

Las islas que inventamos

Soy de la quinta que vio Malvinas a colores, que conoció Malvinas por la guerra. No hay Malvinas sin guerra. Nos enseñaron Malvinas, como nombre de guerra. Malvinas es el nombre de guerra de Argentina. Malvinas es la imagen de los soldados de la frontera temblando de frío o miedo o rabia, y el residuo de un mundo intelectual que dio su “batalla” de ideas porque Malvinas convoca a un gran debate, y en parte es la cita oficial a una fosa de cuerpos para decidir por qué murieron. Por la democracia o por la patria. El zombie de Malvinas busca esa identidad entre nosotros, en los pasillos del tren: ¿morí por lo que no fui a pelear? Volvió sin tierra pero con la democracia arriba del barco. Malvinas es un círculo donde se superponen demasiadas cosas. Son muchos temas a la vez. Malvinas como un último “Marchemos”, y el dedo índice apuntando a un lugar porque, quizás, de fondo, había que huir hacia adelante. O una vuelta a la infancia nacional, a un estado donde todos, muchos, casi todos, regresan. ¿El deseo de migrar? ¿Un lugar donde pasar el invierno? No. A) si la memoria no sirve para aliviar no sirve para nada; B) las Malvinas no existen. Las Malvinas no existen y las fuimos a inventar. Fue el viaje del hombre argentino a su luna tucumana: al satélite blanco que nos enseñaron a mirar. Y nos educaron para ir alguna vez a su conquista. Y si los imperios llevaron a un perro al espacio, nosotros llevamos a los colimbas. ¿Cómo pensar Malvinas? El silencio frente al desfile de cuerpos, el silencio frente a un tren vacío, el silencio frente a un campo de batalla donde se encuentran borceguíes abiertos. Ese silencio es territorio de una mentalidad argentina, islas de la metafísica nacional. Un lugar que, si real, no sabríamos qué hacer (¿quién va?). Formas rústicas del nacionalismo sentimental de cada pueblo, del “interior profundo” con su soldadito de plomo, con su madre que lo esperó en la estación de tren. Somos todo: razón y sentimientos. La democracia argentina es una madre desesperada buscando hijos, huesos, sangre en las piedras. Asociación Madres del Dolor: la democracia nos hace un poco madres a todos. No sabíamos lo que perdimos hasta que lo fuimos a perder.

¿Qué recuerdo tengo de Malvinas? Nada. Nací en 1978. De chico mi hermano contó la historia de un compañero de escuela que le decía que el novio de su hermana mayor había ido a la guerra. Y decía que lo habían decapitado. Que había quedado sin cabeza. Y que a pesar de eso había caminado unos pasos. El soldado sin cabeza dio dos pasos. El soldado sin cabeza dio tres pasos. El soldado sin cabeza dio cuatro pasos. Todos en dirección a la habitación donde dormíamos con mi hermano. El zombie camina. Pero no pasa nada. Malvinas fue un gran teatro argentino de la despedida de un mundo, de una guerra, de guerrillas, de la guerra fría. ¡Qué malentendido militar el de la metáfora de la guerra fría! La fueron hacer ahí, al medio del frío. Y una guerra nunca es fría. Es una calentura bárbara. Una guerra argentina es un concierto de “la concha de tu madre”. El país de la guerra sucia llevado a una guerra limpia.

Una vez la Argentina fue a la guerra. Y fue con todo lo que tenía adentro. Con Astiz, con ATC, con la CGT, con la Jotapé, con Hernán Figueroa Reyes, con nuestro chamamecito maceta, con la flora y fauna del litoral. En un avión negro fuimos con Monzón Napalm. Fuimos con las monjas del Ministerio de Bienestar Social. Todos juntos. Torturador y torturado, y los millones de indiferentes. Fuimos con las tías de Perlongher y con los peines de las tías de Perlongher y con Perlongher y fuimos para que Fogwill se quede escribiendo Los Pichiciegos. Fuimos con todo lo que teníamos. Fuimos con el grupo de tareas 3.3 y con la donación de sangre de los presos políticos no aceptada por el jefe del servicio penitenciario, ¡pero no aceptada con lágrimas en los ojos!, y fuimos con el Fondo Patriótico, la recaudación donde volvían a tocar los artistas del exilio y con las operaciones truncas de esa relación cableada del montomasserismo en sus yates del Mediterráneo, cuando trocaron Paraná Guazú por Sena. Fuimos con todo, con el correntino en balsa que era el tataranieto del gaucho Rivero según el revisionismo de Avenida Figueroa Alcorta. El comandante Tramontina. Fuimos con todo lo que teníamos adentro. Con el Capitán de la Armada, Pedro Edgardo Giachino, muerto el día 1 porque la leyenda dice que entró como se entraba al departamentito clandestino en Caballito de un militante del PST, del PRT: pateando la puerta, pero también fuimos con el militante que quiso ir a una guerra de verdad porque nadie se quiere perder una guerra de verdad en un país de mentira, peeeeero, compañeros, nos dicen que el camarada Giacchino entró como se entra a algo que queda en la calle Pedro Goyena y del otro lado de la cortina de hierro que corrió había un ejército de verdad y una bala dorada de la OTAN. ¿Quién se quiere perder una guerra de verdad en el país de la guerra sucia, de la guerra popular y prolongada o de la guerra psicológica? Marchemos a la guerra. Todos. ¿Malvinas era el amor de todo el síndrome de Estocolmo que había en esos años desplegado en trincheras? ¿Trincheras de amor? Los chocolates Jack. ¿No llegan? Que lleguen. El tubby 3 y tubby 4. La trova rosarina. Que llegue. Todos los clichés: el chocolate, los chicos, la radio, el extraño mundo de jack. Cuántas cosas que nunca pisamos sentimos nuestras. La educación malvinera es un abrazo a la ausencia y sobre eso se construye nacionalidad: entonces, pregunta de diván, ¿qué vamos a tener cuando las recuperemos? ¿Seremos más libres? ¿Esa vez sí? ¿Cuántas Malvinas ya tenemos fronteras adentro: hermosas islas vírgenes que esperan la pisada de la civilización argentina? Generaciones y generaciones educadas mirando al sur. ¿Censo 1982: 28 millones de tipos escuchando Wagner? ¿Censo 1983: 28 millones de tipos escuchando Víctor Heredia? ¿Somos polacos o invadimos Polonia? Valientes, vuelo al ras del mar, voluntarios de sociedad de fomento y la minoría de siempre de los que ya la veían... fuimos con todo adentro, con todo pegado al Gran Talón Argentino. ¿Oís? ¿No es como si se levantaran todos los soldados en esa nube de tierra para decir exactamente y al unísono la gran consigna nacional: la concha de tu madre? Fuimos a representar nuestro papel en el mundo, nuestro amateurismo y saña, nuestra risa con el agua en los pies, y un coraje “a lo correntino” que no alcanza, que nunca alcanza, o que alcanza sólo para ser un poco más libres por momentos, para huir hacia adelante a veces también. ¿Y si ganábamos? No importa la dictadura, la que se iba a caer como todo consenso y orden cae. Pero... ¿y si ganábamos? ¿Quién se iba a mudar allá? ¡Quién se entregaba a un desarraigo nuevo si hasta dio fiaca mudarse a Viedma, ciudadanos! ¿Pero, y si ganábamos, si una vez ganábamos una guerra, una guerra regular, una guerra con todas las letras, una guerra con firma de rendición y todo? ¿Qué venía después? ¿Quién nos paraba si ganábamos? Diván visceral: Argentina y su guerra mental mientras extendemos el campo de la paz, del orden, la administración. Guerra de la mente: se libra “más allá del tiempo”, en nuestras imaginaciones, allá, corriéndonos a ojotazos por el campo viejo y lleno de ceniza de la única guerra real que libramos y perdimos y ¡menos mal que perdimos, compañeros! Malvinas: inventamos un lugar donde vamos a hacer todo de nuevo, a empezar de nuevo. Malvinas como una isla virgen. Pero Malvinas es la guerra en la que podíamos haber tenido el final, toda la locura en marcha cantando canciones del ERP, las canciones salesianas, canciones de armónica y colimba, barro, tal vez, “los chicos de la guerra” pero también “los chicos de la guerrilla”, porque hasta hace treinta años para todo el mundo la adolescencia terminaba antes. Para la colimba montonera o guevarista tampoco había edad. Peregrinación Juvenil a Pie a Luján en Malvinas: cada uno convertido en madre en socorro de esos “chicos de 18”. Ay, se hacen hombres en nuestros brazos mientras “derraman sangre”. I don't want to be a soldier. La sangre derramada nace para ser negociada. ¡Vandorismo del ADN! ¿Y si Malvinas era la última oportunidad de la reconciliación nacional? Loco volvamos. Llevemos en andas a medio mundo. Al desfile de ancianos que vegetan por los estrados de Comodoro Py. A los que contaron seiscientas veces lo que les pasó. Vamos con todo adentro. A una guerra se va con todo lo que tenés adentro. Marchemos. Esa no la vio Galtieri: había que mandar a todos. ¿Querés ir? Andá. Aunque sea servís sopa en las trincheras. Calentás el mate. ¿Robledo Puch quería ir? Mandalo! ¿Para qué lo queremos 45 años secando yerba al sol? Porque una guerra es un lugar excelente para volverse útil, una arandela de una máquina que tiene que funcionar, darwinismo de raje: “¿para qué servís?, ok, andá”. ¿Los montoneros querían ir? Hubieran ido. Los mandás. Chau. Reconciliación. ¿Qué iban a hacer? Cruzado por las balas, ¿qué te pasó Pepe?, le preguntan. Nada, dice. Como un boludo crucé la línea con la pava gritando 'sargento, sargento, ya está el agua'. Y está acostado contra la pared de una cocina de campaña, con un tiro en medio de la frente del que cada diez o veinte segundos sale un chorrito de sangre guasa. Soy de la quinta que vio Malvinas a colores, que conoció Malvinas por la guerra. No hay Malvinas sin guerra. Nos enseñaron Malvinas, como nombre de guerra. Malvinas es el nombre de guerra de Argentina.

(De O & P)

martes, marzo 24, 2015

Fragmento de "Almirante Cero" de Claudio Uriarte

"El primer gobierno del Proceso llegaba, pues, a su fin con un desenlace paradójico respecto de sus objetivos originales: si en 1976 los militares se habían propuesto recuperar para el Estado el monopolio de la violencia legítima, en 1978 habían descompuesto por completo al Estado y a sus Fuerzas Armadas en una multiplicidad de zonas de influencia y de grupos de tareas. Una explicación para esto era el número de bajas requerido por la “guerra sucia”, que se había propuesto el exterminio absoluto de los jefes sindicales y profesionales más izquierdistas y la destrucción física completa de unas organizaciones guerrilleras bastante poderosas. Sin embargo, esto era sólo el “en sí” del Proceso, no su “para qué”. Simpatizaran o no con Martínez de Hoz, las distintas fuerzas militares lo único que hacían era convertir al país en territorio seguro para el “martinezdehocismo”, un programa económico que disfrutó de condiciones de estabilidad política como no habían existido en la Argentina desde la década del 30. Martínez de Hoz revalorizó el campo como principal exportador, liquidó las industrias pequeñas mediante una salvaje competencia importadora y creó dispositivos de especulación para la atracción de capitales. Las consecuencias de su plan en la estructura social fueron el decrecimiento del número de obreros industriales, el aumento de los trabajadores por cuenta propia, la proletarización de una parte de la clase media y el rápido ascenso social de otra.

El gobierno, que hacía desaparecer obreros concretos de noche, hacía desaparecer obreros estadísticos de día, y esa operación sólo podía realizarse en esas condiciones de máxima autoridad pública y mínima autoridad de comando."