Soy de la quinta que vio Malvinas a colores, que conoció Malvinas por la guerra. No hay Malvinas sin guerra. Nos enseñaron Malvinas, como nombre de guerra. Malvinas es el nombre de guerra de Argentina. Malvinas es la imagen de los soldados de la frontera temblando de frío o miedo o rabia, y el residuo de un mundo intelectual que dio su “batalla” de ideas porque Malvinas convoca a un gran debate, y en parte es la cita oficial a una fosa de cuerpos para decidir por qué murieron. Por la democracia o por la patria. El zombie de Malvinas busca esa identidad entre nosotros, en los pasillos del tren: ¿morí por lo que no fui a pelear? Volvió sin tierra pero con la democracia arriba del barco. Malvinas es un círculo donde se superponen demasiadas cosas. Son muchos temas a la vez. Malvinas como un último “Marchemos”, y el dedo índice apuntando a un lugar porque, quizás, de fondo, había que huir hacia adelante. O una vuelta a la infancia nacional, a un estado donde todos, muchos, casi todos, regresan. ¿El deseo de migrar? ¿Un lugar donde pasar el invierno? No. A) si la memoria no sirve para aliviar no sirve para nada; B) las Malvinas no existen. Las Malvinas no existen y las fuimos a inventar. Fue el viaje del hombre argentino a su luna tucumana: al satélite blanco que nos enseñaron a mirar. Y nos educaron para ir alguna vez a su conquista. Y si los imperios llevaron a un perro al espacio, nosotros llevamos a los colimbas. ¿Cómo pensar Malvinas? El silencio frente al desfile de cuerpos, el silencio frente a un tren vacío, el silencio frente a un campo de batalla donde se encuentran borceguíes abiertos. Ese silencio es territorio de una mentalidad argentina, islas de la metafísica nacional. Un lugar que, si real, no sabríamos qué hacer (¿quién va?). Formas rústicas del nacionalismo sentimental de cada pueblo, del “interior profundo” con su soldadito de plomo, con su madre que lo esperó en la estación de tren. Somos todo: razón y sentimientos. La democracia argentina es una madre desesperada buscando hijos, huesos, sangre en las piedras. Asociación Madres del Dolor: la democracia nos hace un poco madres a todos. No sabíamos lo que perdimos hasta que lo fuimos a perder.
¿Qué recuerdo tengo de Malvinas? Nada. Nací en 1978. De chico mi hermano contó la historia de un compañero de escuela que le decía que el novio de su hermana mayor había ido a la guerra. Y decía que lo habían decapitado. Que había quedado sin cabeza. Y que a pesar de eso había caminado unos pasos. El soldado sin cabeza dio dos pasos. El soldado sin cabeza dio tres pasos. El soldado sin cabeza dio cuatro pasos. Todos en dirección a la habitación donde dormíamos con mi hermano. El zombie camina. Pero no pasa nada. Malvinas fue un gran teatro argentino de la despedida de un mundo, de una guerra, de guerrillas, de la guerra fría. ¡Qué malentendido militar el de la metáfora de la guerra fría! La fueron hacer ahí, al medio del frío. Y una guerra nunca es fría. Es una calentura bárbara. Una guerra argentina es un concierto de “la concha de tu madre”. El país de la guerra sucia llevado a una guerra limpia.
Una vez la Argentina fue a la guerra. Y fue con todo lo que tenía adentro. Con Astiz, con ATC, con la CGT, con la Jotapé, con Hernán Figueroa Reyes, con nuestro chamamecito maceta, con la flora y fauna del litoral. En un avión negro fuimos con Monzón Napalm. Fuimos con las monjas del Ministerio de Bienestar Social. Todos juntos. Torturador y torturado, y los millones de indiferentes. Fuimos con las tías de Perlongher y con los peines de las tías de Perlongher y con Perlongher y fuimos para que Fogwill se quede escribiendo Los Pichiciegos. Fuimos con todo lo que teníamos. Fuimos con el grupo de tareas 3.3 y con la donación de sangre de los presos políticos no aceptada por el jefe del servicio penitenciario, ¡pero no aceptada con lágrimas en los ojos!, y fuimos con el Fondo Patriótico, la recaudación donde volvían a tocar los artistas del exilio y con las operaciones truncas de esa relación cableada del montomasserismo en sus yates del Mediterráneo, cuando trocaron Paraná Guazú por Sena. Fuimos con todo, con el correntino en balsa que era el tataranieto del gaucho Rivero según el revisionismo de Avenida Figueroa Alcorta. El comandante Tramontina. Fuimos con todo lo que teníamos adentro. Con el Capitán de la Armada, Pedro Edgardo Giachino, muerto el día 1 porque la leyenda dice que entró como se entraba al departamentito clandestino en Caballito de un militante del PST, del PRT: pateando la puerta, pero también fuimos con el militante que quiso ir a una guerra de verdad porque nadie se quiere perder una guerra de verdad en un país de mentira, peeeeero, compañeros, nos dicen que el camarada Giacchino entró como se entra a algo que queda en la calle Pedro Goyena y del otro lado de la cortina de hierro que corrió había un ejército de verdad y una bala dorada de la OTAN. ¿Quién se quiere perder una guerra de verdad en el país de la guerra sucia, de la guerra popular y prolongada o de la guerra psicológica? Marchemos a la guerra. Todos. ¿Malvinas era el amor de todo el síndrome de Estocolmo que había en esos años desplegado en trincheras? ¿Trincheras de amor? Los chocolates Jack. ¿No llegan? Que lleguen. El tubby 3 y tubby 4. La trova rosarina. Que llegue. Todos los clichés: el chocolate, los chicos, la radio, el extraño mundo de jack. Cuántas cosas que nunca pisamos sentimos nuestras. La educación malvinera es un abrazo a la ausencia y sobre eso se construye nacionalidad: entonces, pregunta de diván, ¿qué vamos a tener cuando las recuperemos? ¿Seremos más libres? ¿Esa vez sí? ¿Cuántas Malvinas ya tenemos fronteras adentro: hermosas islas vírgenes que esperan la pisada de la civilización argentina? Generaciones y generaciones educadas mirando al sur. ¿Censo 1982: 28 millones de tipos escuchando Wagner? ¿Censo 1983: 28 millones de tipos escuchando Víctor Heredia? ¿Somos polacos o invadimos Polonia? Valientes, vuelo al ras del mar, voluntarios de sociedad de fomento y la minoría de siempre de los que ya la veían... fuimos con todo adentro, con todo pegado al Gran Talón Argentino. ¿Oís? ¿No es como si se levantaran todos los soldados en esa nube de tierra para decir exactamente y al unísono la gran consigna nacional: la concha de tu madre? Fuimos a representar nuestro papel en el mundo, nuestro amateurismo y saña, nuestra risa con el agua en los pies, y un coraje “a lo correntino” que no alcanza, que nunca alcanza, o que alcanza sólo para ser un poco más libres por momentos, para huir hacia adelante a veces también. ¿Y si ganábamos? No importa la dictadura, la que se iba a caer como todo consenso y orden cae. Pero... ¿y si ganábamos? ¿Quién se iba a mudar allá? ¡Quién se entregaba a un desarraigo nuevo si hasta dio fiaca mudarse a Viedma, ciudadanos! ¿Pero, y si ganábamos, si una vez ganábamos una guerra, una guerra regular, una guerra con todas las letras, una guerra con firma de rendición y todo? ¿Qué venía después? ¿Quién nos paraba si ganábamos? Diván visceral: Argentina y su guerra mental mientras extendemos el campo de la paz, del orden, la administración. Guerra de la mente: se libra “más allá del tiempo”, en nuestras imaginaciones, allá, corriéndonos a ojotazos por el campo viejo y lleno de ceniza de la única guerra real que libramos y perdimos y ¡menos mal que perdimos, compañeros! Malvinas: inventamos un lugar donde vamos a hacer todo de nuevo, a empezar de nuevo. Malvinas como una isla virgen. Pero Malvinas es la guerra en la que podíamos haber tenido el final, toda la locura en marcha cantando canciones del ERP, las canciones salesianas, canciones de armónica y colimba, barro, tal vez, “los chicos de la guerra” pero también “los chicos de la guerrilla”, porque hasta hace treinta años para todo el mundo la adolescencia terminaba antes. Para la colimba montonera o guevarista tampoco había edad. Peregrinación Juvenil a Pie a Luján en Malvinas: cada uno convertido en madre en socorro de esos “chicos de 18”. Ay, se hacen hombres en nuestros brazos mientras “derraman sangre”. I don't want to be a soldier. La sangre derramada nace para ser negociada. ¡Vandorismo del ADN! ¿Y si Malvinas era la última oportunidad de la reconciliación nacional? Loco volvamos. Llevemos en andas a medio mundo. Al desfile de ancianos que vegetan por los estrados de Comodoro Py. A los que contaron seiscientas veces lo que les pasó. Vamos con todo adentro. A una guerra se va con todo lo que tenés adentro. Marchemos. Esa no la vio Galtieri: había que mandar a todos. ¿Querés ir? Andá. Aunque sea servís sopa en las trincheras. Calentás el mate. ¿Robledo Puch quería ir? Mandalo! ¿Para qué lo queremos 45 años secando yerba al sol? Porque una guerra es un lugar excelente para volverse útil, una arandela de una máquina que tiene que funcionar, darwinismo de raje: “¿para qué servís?, ok, andá”. ¿Los montoneros querían ir? Hubieran ido. Los mandás. Chau. Reconciliación. ¿Qué iban a hacer? Cruzado por las balas, ¿qué te pasó Pepe?, le preguntan. Nada, dice. Como un boludo crucé la línea con la pava gritando 'sargento, sargento, ya está el agua'. Y está acostado contra la pared de una cocina de campaña, con un tiro en medio de la frente del que cada diez o veinte segundos sale un chorrito de sangre guasa. Soy de la quinta que vio Malvinas a colores, que conoció Malvinas por la guerra. No hay Malvinas sin guerra. Nos enseñaron Malvinas, como nombre de guerra. Malvinas es el nombre de guerra de Argentina.
(De O & P)
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