viernes, diciembre 28, 2012

2012

Continuidades: Centralidad de Cristina y la fórmula de la Coca Cola: disciplina interna y agenda transversal (es su fórmula de fractura al campo opositor: temas que quebró las orgánicas radicales, socialistas o de izquierda y forzó al peronismo a acompañar aún en disidencia). Aunque en un año con iniciativas de mediano y largo aliento (YPF, Procrear) que recogieron poco en lo inmediato. La preponderancia del conflicto Clarín / gobierno. Inflación. Bajo desempeño de la oposición política (que igual tuvo algunas victorias parciales: como el rechazo de Reposo o la instalación del clima anti re-re). “Flotación” de Macri en la gestión y la presencia política. Principal figura de la oposición con su fórmula secreta: el Pro es su estación de verano en la espera de la vacante de un nuevo liderazgo peronista.

Rupturas: Se produjo el “archipiélago” sindical, con la definitiva salida de Hugo Moyano de la órbita oficial, midiendo su considerable poder de fuego. Dice el Capital que lamenta estas divisiones. Dudas. Amague de ruptura con Scioli, dislocamiento natural ya que “la generación intermedia” biológicamente (y algo más) es la que está en pista del 2015 (Scioli, Macri, Massa, Urtubey, etc.). Mayor invisibilidad del peronismo pragmático resumido en: mucha batalla cultural y pocos gobernadores. (Tics de la revolución: clases de metaperiodismo multiplicadas, los hablados de la academia que hablan de los hablados de los medios. Efecto batalla cultural: una máquina de matar mensajeros. Una máquina de boludos a cuerda al son de “el medio es el mensaje”. Mi vieja manda por mail una denuncia de La Alameda sobre un pibe muerto en una empresa agrícola y un “compañero” le responde parrafadas sobre La Alameda.)

Revelaciones: La oposición social, reaparecieron los cacerolazos con protagonismo de las redes sociales anti k. Y la figura de Lanata quien interpuso una forma de hacer anti kirchnerismo más efectiva. Le dio relato y articulación a todas las boyas intensas de la oposición: inflación, inseguridad, republicanismo, etc. El conflicto con Clarín parió otra zona de crisis: la justicia medieval argentina. Sigue latente la discusión sobre una reforma constitucional. Algunas figuras del oficialismo ascienden modestamente: Bossio, Kicillof y Sabatella. Calendario diaguita: 8N, 7D. Dos fechas tras las que NO PASÓ NADA. Inversión del modo de construir lo histórico fracasada. La historia ocurre primero, los símbolos vienen después. Fracaso maya también en su apuesta a largo plazo: el fin del mundo está en marcha pero en clave agonía lenta. Los “saqueos”. Todos los saqueos fueron, son y serán organizados. Se crea alrededor de 1989 y 2001 un aura africana de gente que asaltaba y se llevaba arroz, fósforo y polenta. Los que lo recordamos sabemos que no fue tan así, siempre se roban los deseos del último modelo, a la vez que la comparación de esas dos épocas con la actual se cae de trucha (estábamos mucho peor). Nota: Si bien no irrumpió ninguna figura opositora de calibre este año se sintió una rearticulación fuerte del relato anti kirchnerista, lo cual impacta SOBRE TODO hacia adentro del peronismo, para que de ahí surja un intérprete de un nuevo tiempo si es que viene un nuevo tiempo. “Sciolismo o barbarie”.

Caídas: Boudou en manos de “esbirros”. Transporte: el accidente de Once, los muertos y los festi-subsidios. Jaime y Schiavi una sombra ya pronto serán.

El 2012 le vendió el pescado al 2013. Casi, casi, hablaremos de lo mismo. A lo que se agregará nuevas cosas. Siguen años de agite. Somos el oeste.

miércoles, diciembre 19, 2012

Todos tenían razón

A Esteban Degori 

Corría la mitad de 2002. El gobierno de Duhalde aún no había sido responsable del crimen de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Por lo tanto, no tenía temporalidad, y estaba en plena negociación con el FMI. Duhalde, frente al cronista de 26 TV, con las patitas colgando que seguramente no llegarían al piso, acorralado incluso por la amabilidad negociada del cronista, dijo una de las frases del año, dijo: una crisis es un momento donde todos tienen razón. Esa era la fuerza de la razón argentina de aquellos días: una constelación había querido que muchas cosas estallen a la vez. En diciembre de 2001 se había precipitado la olla a presión de las ciudades y cordones en un contexto donde “todos tenían razón” y cuyo análisis no podía proceder separando la paja del trigo, diciendo: hasta aquí el golpe institucional del PJ, acá el hambre, más allá el corralito y más acá el vuelo en círculo de los buitres. Todo era diverso pero sonó al unísono. Un joven de anteojos llevaba una Constitución Nacional en la mano durante un cacerolazo del verano, y la mostraba como al carné de un viejo club con todas las cuotas pagas, su firma estampada en el contrato social, y con el fastidio de quien interrumpe su vida privada para cruzar el umbral y salir con lo puesto. Y “lo puesto” era la pequeña Constitución de tapa blanda comprada durante su secundario y desempolvada porque ahí había verdades y promesas que los argentinos se juraron.

Más allá, como niebla del riachuelo, la bruma de los saqueos no se terminaba de traducir si como amenaza o como alianza para quienes desafiaron el “estado de sitio”. ¿Quiénes digitaban los saqueos?, ¿“el PJ y los intendentes”? ¿Hubo cacerolazos por temor a los saqueos? ¿En cuántas direcciones a la vez se pedía orden? ¿Dónde, en qué cuadra de qué barrio terminaban los saqueos y empezaban los cacerolazos? Y así, el fondo de cocina del levantamiento urbano era el conurbano. Y nadie quería intimar demasiado con lo que pasó ahí, y fue más fácil pensar los saqueos como la suma permanentemente de punteros + necesidad que en su politicidad. Las asambleas fundaban la polis, los saqueos, el nuevo orden. Y de esa “profundidad” también asciende Duhalde. Hombre de orden, a la vez que hombre de la periferia. Antes y después, aparecían los piqueteros, una trama organizativa más previsible en su acción. ¿Pero cuál era la razón y el hilo entre los saqueos y los cacerolazos? Ese misterio quizás explique algo de la naturaleza duhaldista de la solución argentina a nuestra “crisis”, y una pregunta melancólica y reparatoria: ¿por qué gobernó Duhalde? ¿Cómo se compatibiliza ese estallido con ese hombre? ¿Por qué los 17 meses posteriores a la crisis fueron garantizados por un político que podía ser y parecer “el peor de todos”? ¿Fue su modesto triunfo en las elecciones de octubre de 2001, en el “voto bronca”, lo que le dejó un paso adelante? ¿La “pura rosca”? No cómo sino por qué Duhalde construye la salida de la crisis, es la pregunta.

Tres

El revisionismo sobre la crisis de diciembre de 2001 puede tener tres grandes líneas: una de izquierda, una que versa sobre la frustrada renovación política y una kirchnerista (épica).

La primera surgió inmediatamente, y es la que alumbra allí un proceso de radicalización política que proponía con las asambleas un salto institucional. Las asambleas fueron regadas de militancia que, al decir de los sanjuaninos, “se almorzaron la cena”. La mesa estaba servida y se la fagocitaron los que nunca hallaron su lugar en la representación clásica y pretendían un asalto calculado en fórmulas difíciles como la Asamblea Constituyente. La izquierda argentina.

La segunda línea fue anterior al punto de ebullición y lo fue alimentando y modulando con dos tópicos centrífugos: “gobiernan los mismos de siempre” y “la política es un gasto”. Había tenido su faena con el “voto bronca”. La voz energúmena del “Negro” Oro pidiendo la anulación de algunas de las cámaras parlamentarias (daba lo mismo cuál) proponía en un reclamo de fácil masificación la entrega del sistema político a un nuevo orden gerencial, que iba a acomodar las cuentas cueste lo que cueste. Su programa también tenía un secreto a voces: la dolarización de la economía.

La tercera, podría ser un relato en gestación que entroniza la figura de Néstor Kirchner y que coloca en la crisis la génesis del orden kirchnerista, su intérprete progresista, lo que le da sentido histórico a la crisis. 

Estos tres vértices tampoco son estáticos, ni simultáneos, ni tan visibles siempre. Son tres tendencias interpretativas de un momento de crisis profunda que puso en temblor la economía doméstica y donde salieron a luz diversas formas de ingenio individual para atemperar los efectos. La crisis tuvo su impacto capilar en los ahorros, los cajeros, los bonos; y eso permitió una multiplicación de verdades. El movimiento de su relato puede ir de lo micro a lo macro, porque la crisis parece estar atravesada por la lengua de “lo que le pasó a cada uno”. De allí provenga quizás el éxito de una consigna tan insondable y genérica como el “que se vayan todos”. Fue un momento en donde lo privado que se hizo público fue lo más privado posible, y en un corte de clase transversal: desocupados, estafados de los bancos y empresarios quebrados.

Kirchnerismo y crisis

El kirchnerismo usa la crisis con todo derecho, porque dice: “miren de dónde venimos”. Y ahí aparece, sobre todo, como le gusta remarcar con ironía a Cristina, la vida “fugitiva” de la clase política ahora restablecida, re-legitimada. Pero hubo un hecho que dislocó la lectura: el conflicto de la 125. Conflicto que tuvo su rostro cacerolero (clasemediero) y que fue desdeñosamente así descripto –tiempo después- por el progresismo K: “las cacerolas de teflón” (o sea: clase media versus clase media). Este reverdecer simbólico de las cacerolas desdibujó el fantasma de aquella crisis, con su momento de espontánea e ilusa articulación de clases, donde -por un instante- el piquete y la cacerola se amaron (“¡la lucha es una sola!”). La máquina cultural kirchnerista tras los cacerolazos de 2008 pareció enterrar el símbolo de las cacerolas (que siempre era un poco dudoso) y volvió a recolocar la crisis en un sistema de clases que parecía más borroneado, salpicando de “verdades” el mito 2001. Ahora las cacerolas “siempre pertenecieron” a Santa Fe y Callao.

Si el kirchnerismo nació con la voluntad de leer una herencia progresista del 2001, tras el 2008 desdibuja levemente la efeméride 19/20, y participa de un diagnóstico que distingue también en esa crisis una suerte de caos original del “ánimo destituyente”, como si las cacerolas del campo hubiesen resultado la conciencia para sí de una clase cacerolera nacida en 2001. Entre 2001 y kirchnerismo hay una piedra: 2008. Y este impacto de la lectura termina de concentrar los sentidos de la dichosa “vuelta de la política” de un modo más conservador según el espíritu decembrista: volvió la política, volvió la representación. De este modo, entonces, el 2001 es un fantasma que condensa en la imagen del cacerolero un guapo de la destitución, tras el conflictivo 2008.

Representaciones

¿Hasta dónde el 19 y 20 no significan una restauración democrática y el asambleísmo no es parte del encadenamiento que derivó en el gobierno de Duhalde? ¿Hasta dónde el 19 y 20 no significan una ruptura originaria entre la gente y la política que permitió construir la actual escena? ¿Es posible ver que se reclamaba mejor representación y que la gente se “sacaba la política de encima”? ¿Por qué creer que tantos estaban dispuestos a tanto, que en cada cacerolero había un asambleísta asumiendo la institución de la participación?

Se puede ver en esos días un reclamo por la representación, y que el “estallido” asumió protagonismos a favor de una restauración de prioridades de una sociedad ya sólo democrática, que rompía su lazo de continuidad con el Proceso. Esa “horrible” clase media cacerolera no se sacaba de encima a un gobierno peronista, sino a un gobierno cuyas figuras habían sido sus estrellas, es decir: ponía la política afuera, condición para que en parte ocurra una “profesionalización” política tan liberalmente exigida. Y Duhalde fue aceptado. Fue un gobierno de consenso con el sabor final de una red que no tenía nada más abajo. ¿Abajo de Duhalde? El pozo ciego. Si Duhalde es un político esponja de todas las estigmatizaciones posibles (narcotraficante, facho, conspirador perpetuo, etc.), ¿por qué fue capaz de mantenerse? Justamente por ser un hombre sin futuro (tal como sus últimas incursiones electorales y catastróficas lo confirman). Su estilo y retórica de fin de ciclo, sus apelaciones costumbristas a un “modelo productivo” que ponían el futuro en “blanco y negro”, su imagen de “último de una generación” que había hecho todo mal, lo colocaban en inmejorables condiciones para gestionar una transición que fue exitosa. Porque aún el kirchnerista más optimista no puede explicar el kirchnerismo sin la secuencia concreta que encadena la llegada al poder de Kirchner con Duhalde; su elección como candidato del peronismo no menemista.

Sombra duhaldista...

El peronismo volvía a gobernar el país empujado por la clase media. El orden confuso podría ser este: sin saqueos no hay estado de sitio, sin estado de sitio no hay cacerolazos, sin corralito no hay caceroleros, y así, circular. Esa escena desprolija: la clase media “lleva” a Duhalde a gobernar, esa normalidad mínima alcanzada por la distancia de dos entes que no se correspondían (podríamos decir que ni Menem era tan impopular en la clase media como Duhalde). ¿Y por qué? Porque Menem era una versión argentinísima del proceso liberal argentino, provenía de una provincia de la periferia, casi una excentricidad. Y Duhalde era el conurbano, el municipio costoso, la dimensión atroz de los efectos del menemismo. Sin glamour, “menemismo con manzaneras”, la vuelta a una ortodoxia en las condiciones tóxicas en que estaba el peronismo. Duhalde, a la vez, como buen bonaerense cultivó en aquellos años un perfil conservador popular, dotado de alguna sensibilidad social y alguna intuición política (su conducta durante el intento de golpe de estado a Chávez en abril de 2002 y su relación estrecha con Lula lo indican). Era el equilibrio perfecto: si la gente rugía su hitazo de que se vayan todos contra la política, el equilibrio lo dotaba “el peor de todos”, un líder por default, incapaz de exhibir futuro. Como en la escuela, en el casillero del boletín donde iba la firma del padre, también proponía en caso de ausencia: tutor o encargado. Duhalde fue tutor o encargado. Y gobernó.

En esa aparente asimetría, en esa distancia entre una “clase media” y un presidente peronista fruto absoluto de la “institución” de la clase política, se cocinó una continuidad y, a la vez, una distancia decisiva e infranqueable de la política. La crisis tuvo una salida institucional y democrática. Hubo una meticulosa vuelta a la normalidad formal, pero una formalidad que, vía kirchnerismo, fue capaz de meter mucho más adentro. De meterle más vida a la institucionalidad. Un glosario de las leyes de los últimos años alcanza para ejemplificar la incorporación y normalización de tensiones sociales. No obstante el kirchnerismo, también separó lo social de lo político. La relegitimación de los gobernadores e intendentes devuelve sentido al sistema de representación y es inversamente proporcional a un desgaste en las expresiones de representación sectorial, social, gremial o patronal. Volvió la política, volvió el Estado.

Pero sigamos sobre el duhaldismo: nada más burocrático que ese gobierno y nada más institucional. Incluso sus pesificaciones, sus “salvatajes”, todo se explica para el que tiene paciencia. La legitimidad de origen la componía esa entidad cascoteada de la asamblea constitucional, hecha de políticos que huían en autos polarizados de los escraches. Las asambleas, vistas ahora, y sin exagerar la sorna previsible, actúan también sobre los hechos de lo que se movía por abajo de aquella situación: la gente quería poner a la política en su lugar. (Quizás todo proyecto político anide en el fantasma de volver a juntar lo que 2001 separó: la política y la gente.)

La clase media es el hecho maldito del país burgués, pareció sellarse aquellos días. Y con esa certeza gobernó Duhalde, quien conoce un cuarto relato del 2001, “de las sombras”, y que su conocimiento permitiría poner a la luz mucha verdad arriba de los ríos de tinta que corrieron para explicar la prueba que superó la democracia. Después de Duhalde, Kirchner, un político que selecciona una agenda de 2001, la ejecuta y construye un escenario decididamente distinto de “gestión de la crisis”, abriendo un nuevo ciclo político y económico.

Final

Escribimos en el diario Miradas al Sur hace dos años con Federico Scigliano una crónica que empezaba así, y con la que me gustaría cerrar este repaso: 19 de diciembre de 2001. Cinco de la tarde. Calor. El aire está denso. Un militante del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA se acerca a la mesa de su agrupación en busca de alguna información. No encuentra nada. Silencio entre compañeros, nada en mente. Una compañera tira una frase: ‘dicen que empezaron a saquear Once’. ¿Quiénes dicen? ¿Cuántos? ¿Bajaban del tren los saqueadores? La frase ponía en palabras todo el silencio: la historia nunca ocurre con claridad. Y esos que estaban saqueando formaban parte de esa oscuridad que mueve hilos. La mano invisible de la historia. ¿Aquello que ocurría en el conurbano prometía caer sobre la ciudad? La ‘compañera’, usaba un lenguaje ascético, policial e inconciente: ‘dicen’ (¿quiénes dicen?), ‘empezaron a saquear’ (¿quiénes empezaron a saquear qué?). Todos los mundos privados estaban rompiéndose. Y la ‘compañera’ se sacaba de encima el virus del lenguaje sociológico con que hacía política para decir su verdad. Su miedo. La facultad ya no era el teatro de las representaciones, sino un refugio. Y la compañera era sólo ella misma. Todos éramos nosotros mismos. No estaba la política afuera, sino una extraña conjunción de lo privado y lo público que daba vértigo.

(Publicado en Le Monde Diplomatique, hace un año, diciembre, 2011)

domingo, diciembre 16, 2012

Hijo de la Recesión

"Grabado en Estudio Hangar, Buenos Aires, el 15 de septiembre de 2012, bajo la influencia del cepo cambiario." Acá.

martes, diciembre 11, 2012

Tercer tiempo

“Si no te aburre una sesión del congreso sos un anormal.” 
 (Mauricio Macri) 

La política argentina acumula cuatro generaciones que de algún modo reflejan la superposición de culturas políticas diferentes. Las cuatro tienen la responsabilidad indudable de ser constructoras del actual orden democrático. Un mérito relativo al tiempo y donde cada una habrá aportado lo suyo. Punteemos:

1) La generación Cafiero (Alfonsín, Menem, Duhalde, etc.). Es una generación en retirada, cuyo entierro simbólico ya se produjo en las ceremonias de la muerte de Raúl Alfonsín. Y cuyos rasgos la distinguen como dialoguista, folclórica y herbívora. Franela del Tabac o del viejo Molino. Con el sello de agua del abrazo Perón-Babín en el centro de su bandera blanca de la paz social. Se pusieron a upa desde 1983 a la democracia argentina pero representaron demasiado los vaivenes y deseos (el kirchnerismo exitosamente representa desde una distancia “más ideal”, con una agenda más propia y caprichosa). Se trata, en suma, de un Vaticano político de intensa relación con los símbolos partidarios. Costumbristas, perplejos frente al setentismo, baqueanos de municipio.

2) La generación de los 70. La que está en el poder. Cristina, Néstor, Hermes Binner y Hugo Moyano, como figuras sobresalientes. En todas sus versiones, la impronta ideológica desborda la pertenencia estrictamente partidaria. Sobreimprimen a una dinámica política clásica (peronismo y antiperonismo, radicalismo y golpismo) la carga ideológica.

3) La generación intermedia. Con figuras como De Narváez, Massa, Macri, Scioli, Urtubey, Capitanich, etc. Y si uno pusiera la película del vicepresidente Boudou en mute podría ser perfectamente incorporado a esta liga. Son una voz del “afuera” de la política, una interpelación de sentido común capitalista en medio del palacio y de la conversación pública.

4) La generación de La Cámpora y otras identidades y experiencias políticas de esta época. Incluso anti kirchneristas. Hijos del setentismo, vínculo intenso con el pasado y uso hábil de las redes. Tradición y futuro.

Estereotipo 

¿Le tocará a la generación intermedia la etapa poskirchnerista? Por lo menos tiene en pista a la mayoría de los candidatos competitivos para la elección presidencial y la elección en la provincia de Buenos Aires.

Una primera mirada ubica a esa generación intermedia como hijos de la generación Cafiero. Y, en tal caso, hijos aplicados, deportistas, rugbiers, con cultura de “tercer tiempo”, que se anotaron en universidades a estudiar carreras que les permitieran una vida más o menos delfín del promedio de negocios que circundan la política de esos padres. Cero ideología en términos previsibles (no te tienen un Mocca a mano ni a ganchos), pero un dato: todos, hasta Macri, son peronistas. No hay Sciolis socialistas o radicales. Son naturalmente peronistas, y de un modo mucho más contundente por esa “naturaleza” que el resto de las generaciones, para las cuales el peronismo siempre fue un problema, un interrogante histórico o una convocatoria traumática. Las otras generaciones “sufren” la identidad peronista porque resulta una indagación existencial. Es un revival de la invención de Favio/Soriano pero desde el poder: nunca hicimos política siempre fuimos peronistas. La generación intermedia se encuentra formateada en y para la experiencia de poder y comprende el peronismo de un modo pragmático: peronismo como naturaleza, orden y Estado. Un radical o un socialista de esa edad resulta mucho más ideológico, como Adolfo Prat Gay o Fernando Iglesias. El peronismo, así, es un desentendimiento histórico, una identidad cuya virtud es paradójica: no exige la responsabilidad de ser “explicada”. Y el aprendizaje de todos sus arpegios vizcacheros se hace en el camino, en las horas de vuelo rapaz por las calles de un municipio, en los pasillos de la tele.

¿Por qué Macri es peronista? La pregunta podría ser formulada al revés: ¿por qué no? Macri produjo una experiencia de consistencia gaseosa como el PRO, a la vez que usó las herramientas territoriales disponibles de un fragmento del peronismo residual capitalino, de la mano de Cristian Ritondo y varios más. Esa combinación le permite manejar su tiempo en una línea de espera, siempre bajo la ilusión de que un día se acabe el liderazgo kirchnerista y quede el peronismo en disponibilidad para otro nuevo liderazgo, esta vez, “menos exigente”. Scioli o Massa intentaron morigerar y expresar por dentro un kirchnerismo de baja intensidad. Una apuesta al silencio de la gestión.

Justamente el talismán de los intermedios es la palabra “gestión”, una palabra que no tiene dicción de izquierda y que vincula su pasión pública a la idea de hacer. Poner “los hechos” por encima de “las palabras”. En la vida y la política el valor es el tiempo. La gestión es tiempo. Ni siquiera espacio. De allí su primer reflejo liberal: un Estado más chico podría ser un estado más veloz. No tienen cuadros académicos o intelectuales en los términos universales heredados por una cultura de izquierda que aún impregna el imaginario político. Los intermedios son figuras con gran desempeño en los medios de comunicación, sobre todo en las entrevistas intimistas de programas de C5N o TN. Son capaces de abrir las puertas de sus casas para que se conozca la historia de vida que ellos eligieron contar. Macri o Scioli mezclan y aprovechan vida privada y vida pública. O sea: sus mujeres no son simples acompañantes (como la mujer de Alfonsín o Zulema Yoma hasta la muerte de su hijo), tampoco mujeres-militantes (como Cristina o la ex mujer de Chacho Álvarez). Son mujeres-adorno que contribuyen a fortalecer debilidades de sus imágenes. Como dice el periodista Pablo Chacón: “conocen que la política está subordinada a un operador conceptual: el espectáculo”. (Veremos si Karina rompe ese hechizo, tal como se comenta en los pasillos de la villa -?-)

El modelo

Intérpretes menos rígidos capaces de leer el viento del tiempo. Ese es el capital de la generación intermedia. Aunque sea en la clave: buenos políticos con ideas horribles. O como decía Carrió de López Murphy: buena persona con ideas horribles. Los intermedios están en su mayoría adentro del gobierno, pero incómodos. Pueden ser el modelo después del modelo: son pacientes, y supieron contenerse en silencio y pragmatismo, virtud que mejora sus perfiles frente a la sociedad, frente a la que tienen una ilusión: se le parecen más. Y ahora esperan ser los herederos en condiciones reales del país que deja el kirchnerismo. Son políticos de primera línea que no se autodeclaran de derecha y que cumplen mandatos no escritos: se puede ser de derecha pero no se puede parecerlo, se puede ser de derecha y no saberlo y/o se puede ser de derecha por tener un pensamiento “natural y popular”. No se les podría discutir su condición de populistas y peronistas, son políticos con intenso despliegue en las clases más bajas. Su dicción es previa al relato de estos años de catecismo progresista en que se puso en el centro el debate distributivo. Sus experiencias de gobiernos municipales les permitieron márgenes y zigzagueos, siempre con las garantías sociales de un gobierno nacional situado a su izquierda. Gobernar por derecha una ciudad o provincia en un país con Asignación Universal disminuye los efectos sociales de cualquier política de exclusión. ¿Son de derecha? ¿Sabrán reconocer las condiciones de gobernabilidad del kirchnerismo? ¿Se animarán a correrse hacia ese centro?

(Publicado originalmente en Le Monde Diplomatique, mayo 2012)

lunes, diciembre 10, 2012

miércoles, diciembre 05, 2012

De casa al mercado y del mercado a casa

1. Todos los gobiernos desde 1983 tuvieron su capítulo Clarín. No lo inventó el kirchnerismo. El alfonsinismo, en su “hoja de ruta para la democratización nacional”, escribió un breve pasaje del que resultan frases como estas: “Clarín ataca como partido político y se defiende con la libertad de prensa” (Chacho Jaroslavsky) y “… titular el diario como si realmente quisiera hacer caer la fe y la esperanza al pueblo argentino…” (Raúl Alfonsín, 1987). Lo de Menem veámoslo en boca del señor Alberto Kohan en una nota que le hicimos para la revista Crisis: “Menem se llevaba mal con Clarín, no así los menemistas.” Nuestro enano marxista nos sopla los restos de cenizas de verdad que quedan en sus puños: Clarín, como la democracia y el capitalismo de mercado, nacen en 1976. No hubo delitos de lesa humanidad o apropiación de menores (detalle judicial nada menor) pero el diario, como muchísimos, estuvo en la “escena del crimen” y armó su “acumulación originaria” para los días que venían con el control de Papel Prensa. Pero estos largos años, los que contaban la historia negra de Clarín eran una cofradía desde diversos márgenes éticos y profesionales: políticos suicidas, Asís, algunos docentes solitarios como Mariana Moyano o periodistas-empresarios como Julio Ramos, agitando desde sus distintas tarimas la condena de sus propios futuros. (Muchos 100% lucha de hoy tienen en su CV el paso por alguna de las ramas del “grupo”, un paso sin pena ni gloria -o sí-, y no hay nada malo en ello, excepto cuando se ejerce tanto el poder de policía ideológica.) 2. Clarín es historia argentina contada en capítulos, como insinuó Horacio González diciendo que su redacción es la historia de los progresismos fracasados. Diario difícil de reducir a “intereses” sin comprender el movimiento de sus líneas, péndulo de contradicciones. Osvaldo Bayer, ex PC’s, viejos alfoninistas o trotskistas componen la lista de “marines” editoriales de ese diario que no fue “voz de”, sino, inteligentemente, un enorme articulador de escenas políticas de ruptura y continuidad. 3. En una charla con un líder universitario trotskista en 2001 me dice: “¿qué leés?” Y él se respondió solo: yo leo Infobae, directamente al enemigo. A mí me salió decir: “yo leo Clarín”, como quien dice algo simple y revelador a la vez. Leemos al articulador de la escena. La mano invisible del todo antes que la voz de los buitres de ocasión, rateros del neoliberalismo como Hadad. Clarín se opuso a Menem pero contribuyó a su clima de época. 4. Si Magnetto significó el fin del “desarrollismo” clásico en el gran Diario, también fue una figura del nuevo orden que cumplió el rol histórico de la secularización de un medio que quería multiplicarse siguiendo la ruta de cada ciudadano: fue (es) parte del universo de transformaciones culturales del consumo. El diario del gobierno de la economía sobre la política. 5. La guerra empezó, se podría decir, el día que Néstor Kirchner citó en público justamente la figura de Héctor Magnetto, un nombre desconocido para la mayoría silenciosa. El primer gobierno kirchnerista tuvo la sombra amable de Clarín en la misma sintonía con la que hoy soporta la amabilidad de la UIA. En los días cariñosos del “primer gobierno” nadie avizoraba la intensidad del enfrentamiento que se vendría. Pero un día Kirchner en medio de un discurso calmo en el Salón Blanco lo sacó de la sombra, lo nombró advirtiendo que citaba “a un hombre de la democracia”, para comentar “un diálogo privado” que, según la vocación tensa de Kirchner, había sido naturalmente áspero. El hombre del diario que funcionó virtualmente como Partido Justicialista de la clase media estaba en la mesa de poder y debía ser iluminado su lugar. 6. Clarín ofreció las garantías a la sociedad de un periodismo independiente del Estado, aunque haciendo metástasis en la política, nutriéndose de ella, produciéndola por abajo, y a la vez constituyendo su “mercado autónomo”, su prescindencia, su enorme aparato para-estatal bajo la ecuación: sólo un medio tan poderoso se asegura independencia (y no es mendigo de las pautas oficiales). Pero Clarín está hasta las manos de Estado, se gestó sobre un movimiento de influencias y recursos, pero se recubrió de una autoridad libre de humo. Y ahora, así, descubierto su juego político también descubre su límite: proyecta sobre la política pero no es la política. Es un medio, llega hasta un punto y… ya no alcanza. 7. Algunas plazas pueden tener la agenda de Clarín pero no a Clarín en su agenda. Y eso que Clarín NO ES, en este momento, es un límite inconmovible. 8. Que termine de una vez esta conversación monotemática, este microclima, este gasto de tiempo social para un pueblo argentino que espera tantas otras cosas, y que llegue el tiempo de saber por qué todo esto valió tanto la pena.

(Refrito de la vieja nota publicada en la revista Crisis.)