a Horacio Fiebelkorn
Entrás a la sede del sindicato traspasando dos puertas blindadas, pero luego de la primera, en el descanso en el que esperás que te abran la segunda, el mundo se parece a un camión de Prosegur. Sí, un camión que te lleva a otro tiempo. Y ahí no entran las balas, es un edificio que permite mantener en conserva a los seres humanos del sindicato que contribuyen a la única máxima del libro de arena que dejó el General: sólo la Organización vence al Tiempo. Tarde de julio. Año pasado. El “politburó” decidió el perfil de la nota que debíamos hacer. Me llegó la orden por mensaje de texto. “Sindicatos y empresas recuperadas.” Los días después del 28J confirmaban una pequeña ganancia moral para aquellos que habían estado (habíamos estado) haciendo el papel de escépticos. Lo que no sabíamos era lo rápido que debíamos abandonarlo. El joven secretario general del Sindicato xxx me recibió después de las dos puertas, después del grandote que me preguntó a quién buscaba y después que el grandote le avisó a la recepcionista que interrumpió su conversación y fue hasta donde yo estaba: “sí, ¿por qué tema es?”. Vuelve al teléfono, habla en voz baja, en la voz extrañada de esa chica el nombre del diario parecía el título de un libro de Galeano. Me grita: “ahí te atiende”. Entrevista con el secretario general de un sindicato industrial con sede en Caballito. Un mal imitador de Sandro sale de ahí. Un recontra culata sale de ahí. Pero del túnel sale un joven que camina como el dueño de un complejo de canchitas de papi fútbol, o sea, un ex jugador, alguien que pasó por las inferiores de Ferro o San Lorenzo, que no llegó, que lo jodió un ligamento, pero que el fútbol es lo suyo y le queda la chuequera para adentro, algo que ningún zapato ortopédico puede corregir jamás. En su camino hasta mí, atravesando el pasillo interno del edificio modesto, se cruza con las dos de la cocina (“¿cómo andan chicas?”), se cruza a Toto (“¡qué hacé Totitoooooo!”), así que primero llega su voz, después su cuerpo: menos enorme, menos importante, que su voz. Ese Toto está en una oficinita dejando pasar el tiempo, con un reloj de arena en la mano y cuando pasamos me dice, señalando: “Toto, un bronce, 50 años en el gremio”. Pero Toto no está adentro de un cristal, Toto está adentro de su vida. “Mirá –le digo- la idea es repasar la historia de las empresas recuperadas pero desde el punto de vista del rol que los sindicatos tuvieron en ese proceso. Tanto ustedes como la UOM seccional Quilmes…” “Ahhh –dice- nada que ver entonces con el cooperativismo extremista…” El centro halló su palabra: la palabra extremista. Las dos puertas blindadas que separan el adentro del afuera. Trafiquemos palabras, amigo. Trafiquemos signos, compañero. No digamos más de acá a cien años la palabra extremista. Estamos grabando en el salón de reuniones. En frente está la cocina. “¡Martita! Vení un cachito, mami. ¿Vos qué tomás?” “¿Tomamos mate?” “Tomá mate vos, a mi, Martita, traeme un té…” Cuando se lo dice, le toca las manos, le sonríe y la empuja como se empuja con el empeine una pelota en la arena: “andá, andá”. El té y el mate calentitos permiten ahumar la escena en que su despliegue se vuelve axiomático: estudió todos los tics posibles de un cuadro sindical, de alguien que habla de igual a igual con un comisario, pero que ahora incluye en su ilación pasar por el peaje simbólico del 24 de marzo de 1976 para ordenar su país, su organización, su tiempo: “la mayoría de los desaparecidos, eso no se dice, eran trabajadores”. Decir más es oscurecer: se aprende a hablar aprendiendo primero cuándo callar. No todo es lo que parece, yo no había levantado la cabeza. Eran días de capilla mental y todo lo hacía mirando el piso, levantando la cabeza lo justo y educadamente necesario. Pero de pronto, sobre nosotros, unidos por un arco iris que le sigue a una lluvia que se quiso llevar puesto al barrio de Belgrano, brillaron dos soles: dos fotos en blanco y negro perfectamente enmarcadas y puestas como por un curador. En cada uno de los costados de la pared amplia del salón de reuniones dos rayos de sol volvieron a su madriguera y mostraron el brillo hasta ahora escondido del salón. Dos cuadros. Dos figuras. Dos almas. De frente a mí, a la izquierda del salón, la foto previsible –y previsiblemente emocionante- de Juan Domingo Perón. Caballo blanco. A la derecha... ella. Una reina que permite entender -por efecto de extrañamiento- por qué ese lugar, ese gremio, ese secretario general, esa Martita y ese Toto, siguen perteneciendo al futuro. A la derecha estaba un cuadro de la bella Marilyn.
14 comentarios:
Que temazo. Ahora leo el post.
Ya leí. Postazo al ángulo, como siempre.
Gracias Mendi. Hay que cantarla.
Che, me encantó. justo ando escuchando estelares y el texto la rompe, como siempre.
"peaje simbólico", me quedo con esa. La usaré y citaré fuente ("lo leí en un blog").
En el sindicalismo ortodoxo (perdón por el pleonasmo) se deben conservar aún las palabras que el diccionario de la buena conciencia actual ha resuelto eliminar. Apuesto a que ni "La Nueva Provincia" habla de "extremistas" hoy.
me acuerdo de ese día, hacía un frío impresionante. lo que no me acordaba era que era tan cerca de 28J. Tan cerca, tan lejos. Me acuerdo de tu relato de ese encuentro con ese genio bestial de la ortodoxia juvenil con Perón y Marilyn de fondo. Gran texto amigo. Lo felicito.
¿Qué onda Estelares?
¿En qué sentido?
Son kirchneristas.
En LNP (lanueva) se escucha el "extremistas" frecuentemente.
Sobre todo en las editoriales.
en el sentido de que hay algo que me gusta mucho de la banda y algo que no me termina de cerrar.
y no logro identificar bién qué.
eso es el pop. me parece.
el corazón sobre todo, siempre
el corazon sobre todo; desde abajo y por la izkierda
el corazón sobre todo; desde abajo y por la izkierda. Sí.
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