por Martín Armada
Cuando terminaba de apilar los platos mi vieja me dijo que Clint Eastwood se había muerto. Por desgracia o suerte, para la falta de paciencia, memoria y deseo existe Internet y ahí es donde uno va a desandar los comentarios que se tiran en la mesa porque se escucharon en algún lado.
Clint Eastwood seguía ahí, había cumplido ochenta años. Una foto en la que parece estar comulgando, derecho, como si tuviera puesta una careta de viejo, mirando toda la juventud que le queda por vivir. Parece que el tiempo para él no es lo mismo que para el resto de nosotros. Quizás porque el tiempo es distinto para el que vuelve sobre sí mismo y, en lugar de sentirse en la escena de un crimen o tironeado por las ganas de volver a ser lampiño, piensa que ya está, que hay que deshacerlo todo, es decir, que si la función del pasado es iluminar algo, hay que prenderlo fuego y así quemar la fecha de nacimiento.
Sobre esta premisa el Viejo Clint se alimentó del Joven Clint, nunca en una reedición idiota, sino en un esfuerzo sostenido y prolijo por eliminarlo. Si Clint es el mejor pistolero de la historia del cine (y la tele) es porque tiró sobre sí mismo cuando podría haberse cargado a todo el mundo. Así a Joe "El rubio" le escribió un epitafio personal y, de paso, a todo un género, a la vieja saga donde los asesinos no tienen historia más allá del prontuario, ni mayor preocupación que entrar a un banco con la cara tapada. Es obvio, a esta altura se dijo mucho y bien sobre Los imperdonables. Pero ese es apenas el comienzo de su inmortalidad. Todo, hasta lo mejor, gira sobre el mismo eje: los viejos tiempos releídos como la única piedra donde se puede basar un orden futuro. En medio de la tormenta, no quiso que en nombre de la supremacía blanca se condenara al país negro, Clint Eastwood mostró que en la tierra del algodón hay gays y no son culpables, Clint no quiso irse a la luna y decir "el futuro está en las colonias donde van a sacarle agua a las piedras y no en un planeta único y devastado".
Viene contando el mundo de acá de la manera más compleja posible, con contradicciones no históricas, sino con las que debe tener él mismo mientras se lava lo dientes y después toma un jugo de naranja antes de bajar a una playa donde caminará solo con su perro, recortados en el perfecto amanecer de América. Todo lo que hace está levantado sobre las cenizas de un universo complejo, del que quedan las siluetas de alguna que otra convicción. Río Místico es una película extraordinaria, no sólo porque Sean Penn es un actor extraordinario y por la inmejorable cara de ternero de Tim Robbins, sino porque matar ahí tiene otro sentido. Una familia, cuando el piso debajo de ella se resquebraja, tiene que sostenerse y si es necesario tiene que matar, porque, pareciera, lo único que hubo siempre fue la manada y el único lugar real es su perímetro. Por error o no, el padre mata siguiendo un principio de justicia incuestionable. Es precisamente esa seguridad la que pone la piel de gallina.
Clint Eastwood confunde a veces, como con Million Dollar Baby, que parece un melodrama copiado de todos los melodramas boxísticos, pero que vuelve sobre ese núcleo duro que son las convicciones que hacen que un hombre diga: esto no puede ser así, acá hay que plantarse. Entonces, terminar sentado en un barcito es volver a la fuente, aferrarse a ese credo, no es simplemente la tragedia del hombre bueno que se quedó solo.
A la luz de la misma lógica, para no correr el riesgo que bajo sí mismo se hunda el piso y la historia se lo trague, hizo otra gran película. Como hubo un adiós a Joe El Rubio, también había que fundir la otra gran medalla del Joven Clint y pasar a valores a Harry El Sucio. De ahí esa versión fierrera y suburbana del ocaso de los héroes que es Gran Torino.
Gran Torino, la despedida del gran Harry Callahan y no sólo de su mística, sino de su manera de arreglar lo roto: es el héroe el que tiene que ponerle el cuerpo a los tiros. Para que las cosas puedan de alguna manera encarrilarse, si desenfunda, que sea un dedo y, si es necesario, tiene que hacer de carnada para que los que ya no respetan ni la propia sangre se delaten. El mundo es ese desierto, lo que sostiene a un tipo, y a todo el universo humano, son viejos pilares de fe, incluso con sus prejuicios y sus crímenes.
Seguro que Clint Eastwood está lejos de ser un liberal, pero es, sin ninguna duda, el último conservador querible. Y no último porque ya no queden almas republicanas, sino porque, como si se tratara del que cuida de una llama para que no se apague o de una copa sagrada para que no sea robada, está al final de una cadena donde los odios se lavan y queda la convicción firme de que algo de todo esto tiene que permanecer.
3 comentarios:
"Es precisamente esa seguridad la que pone la piel de gallina". Esa seguridad no opone como su contrario a la inseguridad sino a la confianza de que a veces el hombre es el lobo del hombre. Armada: excelente crítico de cine.
muy muy bueno.
l.
Qué barbaro!! No sólo estoy muy de acuerdo, sino la inteligencia con que está pensado este texto me hace ver motivos que no se me habían ocurrido por los que valoro tanto a ese tipazo y sus películas. Gracias.
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