lunes, enero 11, 2010

Hay que mejorar el kirchnerismo. Y esa es una tarea del bicentenario. Es una tarea patriótica revisar los protocolos de una adhesión que pisa su octavo año y que sigue encandilando la mirada. Aún los que más odian el matrimonio del poder no tienen una explicación que dure más de diez minutos acerca de lo que hay que hacer y cómo con un país heredado, cuál es su teoría del nuevo orden. Yo partiría de algún tipo de decálogo. Veamos. Hay cosas con las que no se juega. Y una de ellas es la renuncia a la subjetividad. Quiero decir: amigos, compañeros y periodistas a los que leemos se enamoraron de una idea que “salva de la derrota”, se enamoraron de la idea de que NO es tan así que al kirchnerismo 7 de cada 10 no lo votaron, porque la continuidad lógica indicaría que 8 de cada 10 no votaron al CC, al Pro, o a lo que sea. Esa es una explicación matemática, es una reducción objetiva, que engaña sobre la sensación térmica, sobre la subjetividad. Esa es una explicación que también le daba derechos a Menem en 2003, al ganador de esa elección. Sí, estas elecciones 7 de cada 10 dijeron no, e hicieron un voto a la carta (votaron radical, peronista anti K, liberal, voto testimonial, voto "hacer las paces con la conciencia"). Votaron sin programa, o con un programa anárquico, con un gesto, con una reacción destemplada que retomaba los calorcitos de un “voto bronca”... dijeron no con las cacerolas bajo el poncho. Cuando Kirchner ningunea ese resultado no sólo ningunea el voto, la expresión política de un voto, ese derecho a producir un hecho que tiene la gente de a pie, sino que vuelve irreversible en ello el retorno de los que alguna vez se sintieron representados y que pusieron en penitencia a un proyecto que supo contenerlos. Negar o relativizar un resultado político, afincarse en la potencia de una primera minoría (en medio de un gobierno con vocación popular), mina los puentes de aquellos que quisieron sancionar en una elección legislativa (a la que el propio gobierno convirtió en ballotage) a un gobierno que hizo cosas mal. Porque esas cosas que se hicieron mal tienen un precio democrático: el precio del voto. Indec, la lentitud de asumir políticas sociales universales, un fastidio acerca del modo en que el gobierno maneja sus crisis, la simultánea sensación de que produce sus crisis, una política de alianzas electorales muy contradictoria con sus prédicas renovadoras, y el enfrentamiento con un sector productivo que HACE a una cultura, aunque sea una cultura reaccionaria y conservadora, tiene costos. Cuando el presidente de la Cámara de la Construcción sale a bancar al gobierno, y elogia la conducción sindical de UOCRA, y uno imagina que esas bases de obreros calificados de la construcción y empresarios enriquecidos votan este proyecto, y que los changarines esperanzados también, pero todo eso no hace a una cultura ("la cultura de la construcción"), eso es una constelación de realidades, es una alianza social mas invisible, no es como esa máquina cultural de la agro-industria que compacta al remisero, la maestra y el comisario del pueblo, los sube a un tractor que fija su rumbo al sol de un atardecer bucólico. El kirchnerismo no hizo cultura. No tiene himnos. Un himno que empieza con el canto de una persiana que se abre, un himno que empieza con las primeras luces de un galpón, un himno que lo silba uno en bicicleta con la caja de herramientas atrás. Porque eso está adentro de una cadena de valor: la CGT. Eso ya tiene una cierta fijeza ahí, y de ahí, mas allá de todo, es de donde promete venir una verdadera resistencia en las postrimerías. La resistencia paritaria. Eso tiene nombre, eso se llama Hugo Moyano. En principio asumiría una realidad: es necesario que el kirchnerismo desobedezca. Es decir: que no se gaste la energía de un chico de 18, 20 años en decirle a la señora Mirtha Legrand quién es, no, ese pibe tiene que ser una máquina del derecho que falta. Que tenga insomnio porque repasa mentalmente los nombres, apellidos y DNI’s de las mamás y papás de su barrio a los que les cabe el derecho universal. Ese pibe tiene que correr por izquierda a medio mundo. Ese pibe tiene que tener una remera con el nombre Carballo, ese pibe no puede dudar ni diez segundos en salir a romper todo porque la policía mató. Ese pibe tiene que saber los nombres y apellidos de los que mataron a Carballo. Ese pibe no puede tener el gesto de un canalla, no puede convertirse en un fanático de los sapos que le enseñaron a tragarse. Ese pibe antes que aprender a decir "dispositivo mediático", o simultáneamente, tiene que aprender los nombres de los que pusieron su alambrado. Ese pibe tiene que amar a D’Elía porque es mas kirchnerista que Kirchner, y porque le dice eso en la cara, pero tiene que construir su propio camino, sus palabras, su relato, tiene que saldar sus cosas ahí. Y sí, ese pibe tiene que entrar por Diagonal Norte, y respetar a la columna sur y proletaria, sí, sí, saludar la ronda de los jueves, pero tiene que salir a pedir lo que es suyo. Ese pibe tiene que contar las bajas, las bajas de lo que el Remediar no cumple, de los que la policía mata, ese pibe tiene que hablar del paco, tiene que pedir créditos a la primera vivienda, ley de primer empleo, tiene que hacer su causa los embarazos adolescentes… Ese pibe, ¿existe? Si no existe hay que inventarlo. O dejar un poco más en paz las cosas. ¿Existe? El margen "pinosolanista" muestra que es posible pensar más allá, que la política se oxigena de afuera hacia adentro, y el éxito del ingreso universal es un camino: es una victoria al interior del kirchnerismo, algo que cuajó sobre ese sentido común del "mano en mano" de las políticas sociales. Un año y medio de desobediencia kirchnerista, falta. Un año y medio para patear el tablero. Y que ese mensaje se multiplique y se amplifique hacia adentro y hacia afuera. Discutir la colimba, discutir la autonomía universitaria, discutir, hinchar las pelotas, pibes que pidan imposibles. Sueño con Pibes a los que les chupe un huevo sobreactuar la adhesión, abrirse un blog de obediencia, de "crispación", comprarse una vida virtual para no decir mas nada mirándose a los ojos, que no se copen con el ringtone de qué te pasa Clarín, ese pibe que no tiene referentes, ese pibe que están bombardeando, que tiene su casilla de correo llena, que no sabe quién carajo es Marsans, ni qué culpa tiene el tomate. Hay que construir kirchneristas. 1, 2, 3 vietnams. Pero ya es tarde, ya da fiaca todo, ya no hay ánimo instituyente. Y el energúmeno que riegan del otro lado del alambre ya camina. Cuando termine el kirchnerismo, recién ahí, harán el censo. Taluego, taluego, talué...

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