1. A un amigo periodista le inquieta salir de la discusión de medios y recolocar la política en otro lugar. Hizo vida pública denunciando que éramos hablados por los administradores del sentido común y ahora siente el mismo chirrido en su lengua: somos hablados por el anticuerpo que construimos. ¿Cómo nos lo sacamos de encima? Uso una frase chucera: los medios sobre medios son la antipolítica de la política. Por lo menos en sus “excesos” policiales. Respuesta simple: hay que dejar de hablar de “eso”. Así que voy a hablar un poquito más de “eso”.
2. Uno de los puntos en los que descansa la comodidad del debate Clarín y gobierno es en la disputa en torno a las valorizaciones de “lo político”. Pongamos así, tal como sintetizan en Palacio su bienestar binario: si TN valora lo espontáneo, el gobierno valora lo organizado. Lugar común: lo espontáneo es “la gente”, lo organizado es la política… ergo, el pueblo. Ellos dicen la gente, nosotros decimos el pueblo. Esa línea de tiza acentúa el tono épico y un deseo: el corte de clase. Porque su subtexto dice: la clase media es individualista y sale a protestar sola y por su bolsillo (espontánea por naturaleza); en cambio los humildes van en banda y piden el paraíso en la tierra.
3. ¿Por qué aceptar que esto sea real? ¿Por qué aceptar ese juego de valores? ¿Y la solidaridad tras las inundaciones no hizo “cuello de botella”? ¿Dónde está escrito que la política no es también un llamado a la espontaneidad? Ya sé: leí, vi, curtí la moda tropa de estos años. Y no me rebaja la creencia de que ningún acontecimiento histórico se produce con todos los resortes ajustados. Cualquier política que busca una proeza no puede negar que su llamado también es a otro, a un otro “no organizado”, a aquel que es capaz de ampliar mi previsión. Es un rizo filosófico, pero también entraña una mentira a sí mismo que se hace desde el “más acá”. Hay una entrega, una cesión que subraya la tranquilidad de una realidad partida al medio conceptualmente pero que barre nociones básicas de la política, sobre todo de una política con expectativas de convocatoria y acontecimiento. Esta idea sobrevalorada de que todo lo ponemos bajo el paraguas de lo organizado es falsa, es la mueca de la fetichización de la mercancía populista: el legendario 54% es una prueba de que esa disociación no existe, no es tal. Recuerdo a Sandra Russo en la primera convocatoria del Facebook de 678, en el viejo 2010, entrevistada en el momento emotivo de una plaza de mayo llena de gente, que de pronto dice la palabra maldita, dice: espontáneos. Dice y se desdice. Dice y “ve” la palabra, se extraña, “¿la dije?”, y la toma de las alas como a una mariposa que se le escapó de la boca, y se desdice laguneando un poco, reponiendo el contraste tranquilizador: no, nosotros organizamos. ¿Por qué negar que ese valor también subyace debajo de la valorización de “lo político” aún para quienes se dicen progresistas o populistas? La religión de lo intermediario, de las cadenas, del “tejido social”, tejido a crochet en las tardes vecinales de la mente. (¿Qué pasó cuando murió Kirchner? ¿Qué fue lo que sorprendió a propios y extraños? ¿Qué no se calculó ni organizó?)
4. Si para el kirchnerismo –en su lógica, entonces- la política es esa suma de bloques organizados no se explica el tráfico de salidas e ingresos de los últimos tiempos. Queremos lo organizado y encumbramos a Sabatella. Despreciamos lo espontáneo y echamos a los sindicalistas. Es menos Sabatella y más sindicatos o intendencias la quinta esencia de ese deseo si es que se lo toma al pie de la letra. Literal. Sabatella y Abal Medina parecerían concentrar, en cambio, los recursos políticos más aptos para hablar con “lo espontáneo”, para cafetear en los barrios del disgusto, que para ser los gendarmes de lo “organizado”. El kirchnerismo en una lógica subterránea no abandonó nunca su transversalidad: lo hizo en su persistente aspiración ideológica progresista. Y en la aplicación de su sistema de: agenda transversal y disciplina partidaria. O sea, una agenda que “conmueve” los interiores radicales, socialistas y de izquierda, y un “billetera mata galán” para cualquier rebelión conservadora/peronista en la tropa propia.
5. La sobreestimación de lo organizado subestima las condiciones de una economía que lo hacen posible. En la lucha anti corporativa kirchnerista se imaginan una política gigante, una gran representación social con estructura rígida. Un dispositivo durísimo capaz de ejercer -como lo escribieron- “el control de calidad ideológica” del peronismo. ¿Y quién lo escribió? Un periodista. Bien. La Argentina de la UOM era la Argentina de la industrialización, un orden urbano férreo, un estado de bienestar, cifras de empleo formal envidiables. La política sobredimensionada en el país actual de la economía frágil, “en construcción”, con un gran núcleo duro de empleo en negro, eleva la plataforma de los relatos muy por encima de la experiencia vital de la gente. Quiero decir: hay más política que economía. Mucho bosque y poco árbol. El ministro incapaz de decir el precio del tomate, que se quiere ir a la segunda pregunta sobre inflación, es otro de los efectos del exceso de relato.
6. Los gendarmes del cartel de neón que dice 54% son los republicanos de ayer. O muchos de ellos. Sabatella, Diana Conti, Raimundi, fueron políticos con vocación de minoría intensa que crecieron al amparo de regular justamente la existencia de reglas de juego claras contra el monstruo menemista, un campeón de elecciones. El diario Página 12 se tatuaba ese resguardo: la república perdida y la memoria eran su agenda inamovible. Entiendo la embriaguez de mayorías, pero es pecado para quienes conocen tanto el desierto y el péndulo argentino. Vivimos militando hashtag (Década ganada) que se las tienen que ver con las inundaciones de lo real. ¿Alguien tiene la vaca atada de las mayorías? No. Menem tuvo un gobierno popular. Pero en aquel momento primó la desconfianza sobre la “naturaleza” de esa popularidad. La democracia televisada, se decía. Hoy prima la idea de que el triunfo electoral es pueblo-tallando-en-piedra. Síntesis: todo izquierdista sabe que construye un poco a espaldas de la sociedad, tiene un tatuaje de agua con el mapa uruguayo y resume su democratismo en un miedo (“no plebiscites tus ideas”). Escribe el periodistas de derecha más leído por las izquierdas: “Como dijo Gómez Dávila, "no hay nada peor que dar soluciones permanentes a problemas transitorios"”. Vendrán otros y no tendrán tus ojos.
7. Cambiaron los protocolos de la ocupación del espacio público desde 2001. ¿Por qué? Porque lo privado que se hace público desde 2001 es más privado. Y los cacerolazos, piquetes, algunos “escraches”, son formas domésticas que rompieron los protocolos clásicos de la política partidaria, sindical o de izquierda de esa ocupación, y que contiene formas menos previsibles. La protesta o movilización conviven con las posibilidades de su contagio, con organizaciones menores, con las mediatizaciones, y así. Heredamos de 2001 formas que tienen más desdibujados los resortes y las articulaciones organizativas. Y ya nos quedó claro el modo en que desde los medios se ajustan las espontaneidades. Cuando un medio convoca y valora lo espontáneo celebra su organización. Punto.
8. El país no está dividido. Las divisiones sociales intensas y su lucha de clases medias no cumplen el sueño de fractura fifty-fifty (60 a 40, en verdad) de la teología populista.
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1 comentario:
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