“¿Saben los muertos qué hora es?”. La cita pertenece a Kenneth Patchen, autor norteamericano que Horacio conoce como pocos. Pero bien, nuestro autor desarrolla no una respuesta a esa pregunta de Patchen, pero sí la etiología de esa interrogación, es decir, entiende las causas por las que, en el origen de esa pregunta tan incómoda, está el movimiento de una escritura: ¿Saben los muertos qué hora es? Se trata de una pregunta formulada por una persona en vida que no sale de su asombro. Desde ya, los muertos no conocen la hora porque no importa conocerla, hasta donde nosotros sabemos. Lo que se involucra en las “Elegías” es el conocimiento que tengan los ausentes del valor temporal de una vida que dejaron y que la pregunta de Patchen parece prolongar. Lo único que puede hacer la poesía para zanjar ese cruce de intereses es apelar a la imagen, a través de la palabra del escritor, y decidir quién habla. Gadamer, al referirse al mecanismo de elocución en la obra de Paul Celan, aseguraba que el Dios de ese poeta, reflejado en sus textos, decide ser hablado.
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