Trabajé en la pizzería Kunst, haciendo delivery, por mas de tres años. Me enteré hace poco que desde hace varios ya no existe más. Quedaba sobre la calle República Árabe Siria, a dos cuadras de Las Heras, atendida por Wálter, el hijo del histórico (y finado) dueño. Wálter, tenía cierta predilección por mí, se copaba con charlas sobre política que podían durar hasta las 2 de la mañana. Yo hacía una especie de proletarización inorgánica, porque qué hacía: ensayaba defensas gremiales, defendía un par de compañeros (peruanos la mayoría) que venían el domingo mamados y sin dormir, en fin, hasta negociaba pequeñas condiciones, como la posibilidad de que a mas de diez cuadras nos manden en taxi, ja, porque no querían servicio con moto. Era como el trosco del grupo de compañeros con un guiño patronal dado por una suerte de respeto intelectual (supongo que ese es como el trauma de clase de todo trosco). Trabajé desde el año ’97 hasta el 2000. Me fui cuando entré al kiosco, de eso ya hablé.
Tenía una lista de famosos a los que crucé, o a los que directamente les llevé pizzas a su casa. Fito Páez, Cecilia Dopazo, Pinky, una hija de Amalita Fortabat…
De eso quiero hablar ahora. De una vez mas, como miles, en las que me tocó llevar una pizza grande de muzzarela y jamón que salía 9 pesos (¡que vuelva Carlos!) a una dirección en la avenida Libertador. Por lo menos tenía tres o cuatro pedidos llevados por noche a departamentos sobre Libertador. Llegué al edificio y, lo percibí ya a mitad de cuadra, era EL edificio de la zona. Era, donde vivía Zulema Yoma, el gordo Gostanián y alguien mas… Piso doce decía la dirección. El de seguridad, que no tenía mas de 28 años ni a palos, morocho, me hace pasar por atrás, donde también había un portero eléctrico cuya puerta daba al ascensor de servicio. Cuando lo saludo le pregunto, ¿me tocó algún famoso?, qué piso, me dice, el doce, le digo, ah, el almirante. Toqué timbre. Apareció su voz. Abrió. Subí. Juro que fue una de las veces que recé en mi vida. Y me dije: es imposible que él me abra, que él reciba al delivery. Tiene que hacerlo una empleada. Fueron doce pisos interminables. Llegué. El ruido seco del ascensor, se abrió la puerta automática. Prendí la luz, y toqué el timbre. Abrió él. Yo me agaché a sacar la pizza de la caja térmica donde la llevaba para que no se enfríe. Era él, parecía mas bajo, mas encogido de lo que imaginaba, le quedaban los anteojos grandes, y la voz, la voz, áspera, sí, ronca. Cuánto es, pibe. Nueve pesos. Seguía agachado. Demoré mas de lo que demoraba, miré fijo un punto, y esto: no supe qué pensar. Me paré y se la di en la mano. Se le apareció por detrás una nietita, rubia. Se le puso entre las piernas. Y me espiaba desde ahí. Yo estaba muy nervioso. Me dio la plata justa. La agarré. Y me dijo, esperá, tomá. Y me dio un peso veinte en monedas. Las agarré. No dije gracias. Proporcionalmente, era la cantidad de propina legítima. Bajé. No dolor, no dolor, no. Otra cosa que no había sentido, como una pérdida de eso que se funde en la adolescencia y que va durando, algo con la propia dignidad, una idea de sí mismo a la que tiene derecho todo el mundo, "la película de la mente", pero un momento, ése, en el que no estás a la altura de lo que "esperabas hacer si algunas vez te tocaba algo así". Años como un siome yendo a escraches. El mundo, es el mundo de los padres, ¿no? Y en una mayor o menor intemperie, eso protegía. El juego proletario, o lumpen, del trabajo, ya era serio. Cuando salí, el de seguridad me dijo: ¿y?. No lo puedo creer hermano, le dije. Y me dijo: ¿Y yo, que lo cuido…? El empleado de la empresa de seguridad ahí, en la mitad del año 1999, me palmeó la espalda, y tuvo conciencia, mas y mejor, del tiempo histórico. Cuando me fui juré no contarle a nadie. Pero lo hice, empezando por Wálter, que era el único que sabía de quién hablaba. Lo hice y siempre odié a los que me reprochaban “no haber hecho algo”. En las rampas para discapacitados que la gestión municipal delarruista dejó, había un sello pegado por un grupo de skins de la zona: libertad a Massera.
14 comentarios:
¿Y qué se supone que tendrías que haber hecho, pegarle un tiro, escupirlo? No hace falta justicieros, lo que hace falta es justicia. Quizás, sí, no hubiera estado mal acosarlo un poco más, pero es algo completamente colateral y adyacente.
Excelente relato. Piel de gallina.
Lindo, lindo, fríamente lindo.
después te resarciste con videla y el turco julián. esos poemas deberían ir para la quinta república
dos pesos un limón y ni siquiera pasan el partido por televisión de aire. no sé que dirá el post. muy largo siempre patética retórica. vayan a votar a cristina hijos de puta.
Uf. Sólo eso, uf. La valentía es contarlo y asumir nuestra humanidad. Abrazo
Mee gustan estas "experiencias proletarias... Son muy llenas...
Salud grande!
Massera comiendose una grande de muzza. La banalidad del mal no?
yo hubiera hecho lo mismo.
buen cuento.
una linda historia martín, si fue verdad fue muy literaria, contentate con eso, lo otro no lo hubieramos creido.
un abrazo
¿Qué no hubieran creído?
otro final..
Yo le voy a quitar toda la poesía al relato para ir a algo que me toca personalmente: durante gran parte de mi vida, los domingos a la noche fuimos con mi familia a cenar pizza en Kunst. Quedaba a 2 cuadras de casa. Y se mudó muchas veces. Puedo pensar en unas 3 por lo menos. Aunque siempre en el mismo radio de cuadra. Hasta ahora, que se fue a Las Cañitas según dicen y sólo laburan de hacer Delivery.
Quizás, hasta alguna noche, me trajiste una pizza a mi casa. Eso sí, ni idea de cuánto te abré dejado de propina... el recorrido era muy corto.
escuché esa anédocta a las 4 de la mñn en un living del bajo. ese mismo día entendí que tenía que aprender a escuchar y dejarme de joder con el discurso humanista pura cepa. un abrazo, martu.
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