lunes, mayo 28, 2012

No todo es relato

a Luciano Chiconi

Escribo en Goodbye Lenin mientras la gente mide el dólar blue. Flota el dólar blue en un cielo con diamantes angoleños. La otra noche de entrevistas de Fantino en América Mariotto confirmó -contra su voluntad- la sensación final de que siempre es más peronista el que menos nombra al “peronismo”. Como los camellos del Corán. Es sciolismo o barbarie lo que asoma en el horizonte si vamos a confrontar así, diciendo “patriota”, “compañero”, cada diez minutos por si aún no quedara claro de qué estamos hablando. ¿Y de qué estamos hablando? El peronómetro es el instrumento de los que no pueden exorcizar qué. El peronismo es gobernabilidad. Son cosas que embolan: la reafirmación constante de la identidad. Como los de clase media que odian a la clase media. Aceptemos la naturaleza.

Qué lío. Concluyamos en alguna síntesis la línea que traza el enorme Luciano Chiconi en su “Obras públicas”: lo que se puede valorar de los años de Menem es que se hizo gobernable el estado, y un poco a costa de hacer menos gobernable la sociedad. Gobernar el estado o gobernar la sociedad. El pato de la boda siempre es la economía. Y eso se quiso equilibrar en estos años. Bien, mal. Pero es indudable que una visión histórica así, la de un país que arrastraba capitanes de la industria, carapintadas e hiperinflaciones tenía que derrumbar su muro: y el muro era el estado con todo su musgo parasitario. Sociedad y estado pusieron como materia obligatoria los radicales. Y el gobierno peronista posterior construyó mejor la distancia entre una y otro. El muro que se derribó en 1989 acá era el estado. El viejo estado. Luz y fuerza. Menem fue y puso al pie de los escombros del muro de Berlín una cabina naranja de ENTEL.

Pero ahora, en mitad de esta década doble (si los 90 terminaron en el incendio del 2001, los 2 mil o “la generación Bicentenario” empezó en 2003 y aún tiene puntos suspensivos), digo, ahora podemos pensar en el equilibrio que la crisis mundial permite: tramar la doble gobernabilidad. Gobernar el estado y gobernar la sociedad. Las dos cosas a la vez. Ajustar las cuentas fiscales sin ajustar cuentas sociales, o sin hacerlo tanto. ¿Se puede? El kirchnerismo lo hace.

Empecemos por algo: no todo es relato. No todo lo que hace el estado, el gobierno o la gestión es parte del relato. Seamos selectivos a la hora de incluir. Angola no es exactamente relato. No es la continuidad africana de la batalla cultural. No es un camino tras los pasos perdidos del Che. Y no por mala onda: porque simplemente una política exterior no es una ONG donde se amontonan buenas intenciones, ni la guía UNICEF o Amnesty. Admitamos que cada país se construye a sí mismo y tiene como mercaderes a sus Spadone, a sus aventureros y piratas, a sus Saladas. Y la visita a Angola con todo lo “Armada Brancaleone” que la quisieron hacer parecer no es ridícula por la presencia de Moreno y un repartidor de medias. Todo capitalismo es ordinario, chapucero, medio pelo a full, si se pone el foco a 15 centímetros de la olla. Se cruzan océanos para conquistar mercados, no para salvar vidas. Pero es así. La mesa de negocios retratada en la TV entre un empresario argentino de un laboratorio y otro empresario angoleño, los dos sentados, vendiéndose, no sé, aspirinas o ibuprofenos, es desalentadora para los que creen que la economía es una gran ceremonia de la sangre azul del mundo. Nah, toma y daca. Espejitos de colores. Banco mucho, mucho, el viaje a Angola. Lanata mismo cuando se cruza con Spadone, allá, se saludan como chanchos, están haciendo su negocio los dos, se conocen, “vení, Jorge, probá”, le dice descorchando. Lanata se va sonriendo. Un momento amable. La última dictadura fue una cruzada anticomunista -entre muchas otras cosas- pero se sostuvo también en el comercio con la URSS.

No toda economía hace relato. Pero el relato sin economía no existe. Dólar blue. Y una forma de combatir la absolutización de la política sobre las vidas del microclima es una admisión de certezas así. No todo puede ser empujado al túnel de la lengua.

Papá salió en viaje de negocios. La mejor película de Emir Kusturica hasta que se creyó un “cruzado de los pueblos oprimidos”.

martes, mayo 15, 2012

No fueron tantos los que pegaron hace una década el viejo sticker que decía “Sobran políticos” ni tantos los que caminaron 501 kilómetros a pie o arriba de algún Costera Criolla hasta la línea que los separaba de la ciudadanía política ni tantos los que dejaron de votar ni tantos los que pusieron su feta de fiambre adentro del sobre. Había que huir de una época, cruzar el río con la ropa en la mano. Pero lo hicieron re pocos. El pueblo argentino vota y elige la representación. Nos queda un saldo generacional: la política no era sólo el duelo por la masa, la base o los cuadros que faltaban. Porque eso se "recupera", está, no está. Faltan políticos. Y un político del arte de la representación no se hace todos los días. Y hay que hacer cuerpo un deseo si se asume el déficit: ningún político puede ser la excepción contractual de la “igualdad ante la ley” ni para un lado ni para el otro. Pero nadie más que un político es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y para eso hay que asumir tareas. Tareas de producción televisiva. Hay que quebrar la lógica de la edición que empieza con Massera, salta a Magnetto y se sube a la deriva de una línea de continuidad que va de los bigotes de Videla a los bigotes de Macri. La diferencia entre Videla y Macri hay que militarla. Hay que militar la obvio. Hay que reconstruir el límite como una línea de fuego. No hay guerra. Toda la energía y la mística juvenil que reconstruye las instituciones, que devuelve el conflicto, que las fortalece porque las hace capaz de administrarlo, etc., también cada vez que llega al límite, cada vez que se llega a una “noche de la 125”, a una aspiración interrumpida, entrega una vez más, aunque sea simbólicamente, y siempre simbólicamente, las armas, porque la democracia es un interminable operativo de desarme. Vamos a desarmar a la sociedad dijo la democracia cuando dijo marchemos, arriba del cabildo. Dijo “vamos para allá” y ese arranque al futuro era morderse la cola, señalar con el dedo el horizonte y meterse para adentro a acorralar al enano fascista, montonero, estalinista. Nadie va a morir en esto. Hay que proteger el estado y la lucha de clases. ¿Y cómo se hace todo a la vez? Recomponiendo cada tanto las reglas de juego. Nueve años es demasiado tiempo. A la vez: nueve años no es nada. Y democracia es construir una herencia que -esto tiene que desear cada político- “ojalá no pueda ser modificada”. Cada político tiene derecho a su abismo, a su mesianismo, a ser un pequeño Napoleón caminando en círculo por un set, como miles de veces nos pareció Elisa Carrió, escuchando el Wagner que tocan las ideas adentro de uno, el violín de la trascendencia y las ganas tremendas de cambiar todo. ¿Algo? No, no: todo. Eso también forma parte del sistema: cada gobierno es finito pero tiene derecho a gobernar para siempre. Porque le tocó “este” tiempo y este tiempo es todo lo que tiene.  Los vivos que tiene que salvar. Los botes que tiene que tirar al mar para que muchos más se salven. No tiene el derecho a quedarse para siempre, sí a hacer cosas que queden para siempre. Ningún político endosa fechas de vencimiento a sus productos. Un político es un mesías trucho, un hombre o mujer que encontró un cartílago en el desierto y pasa la noche tallando su tótem. ¡Y lo va a vender! ¡Que traiga sus buenas nuevas, sus novedades a la feria, a tuiter! Su rollo corporativo. Su oscuridad. No es menos malo que nadie. Y sin embargo, ese para siempre fracasa. El Punto final o la Convertibilidad eran para siempre, fueron votados con el fervor de lo que ahorra sangre y un día caducaron. Un día hicieron chuz, luz blanca, y ya no sirvieron más para gobernar, para hacer vivible este país. Lo que salva a la sociedad de ir a Campo de Mayo a golpear sus puertas o a tomarlo, o lo que salva el valor del salario real. Ese punto es el vínculo con la historia. Es el lugar donde las instituciones crujen. ¿Se puede hacer entonces historia en democracia? La relación entre historia y gestión. Tecnócratas y estadistas. Rosca y mesianismo. Locura. Hay que reconstruir algo que no se sabe del todo qué es pero que ya suena demasiado con su tornillo flojo, su rotura ósea. Ah, la dicción de la opo, la corpo, la Kaja. ¿Está claro que no va a pasar nada? ¿Está claro que nadie muere en esto? Porque si no está claro hay que aclararlo. Está claro, clarito. Clarísimo. Nadie muere en las batallas simbólicas. Contemos La Voluntad de dentro de veinte años. Historia: un compañero milita en el barrio más popular y radical de Buenos Aires. Caballito. El centro geográfico porteño, hormigueo del consumo. El compañero llama al barrio de Caballito “La Matanza porteña”. “Si se gana en Caballito se gana en la ciudad.” Bueno, como “multiplicar es la tarea”, en Caballito se armó una “Multisectorial” que integran todos los que adhieren y acompañan, “critican pero bancan” al kirchnerismo. Así, en una de esas primeras reuniones un militante ya veterano (que seguro fue de la JP o del PI o del Frepaso) que se ceba seguido, sentado en la mesa larga en la previa, es examinado por nuestro compañero: “¿dónde militás?”. Y claro, es lógico, todos quieren saber quién se sienta en la mesa, de dónde viene, qué hizo los últimos años. El compañero baja la vista y la voz, y responde ya calculando el efecto de decepción de la respuesta, dice: “en el Facebook de 678”. Ahhhh. Y el compañero que mira críticamente el programa porque forma parte del colectivo que vendría a ser “el kirchnerismo crítico del kirchnerismo fanático” quiere saber cómo es la relación con el programa estrella. Cómo se lleva el país real con el país virtual, según unos términos que ya no separan nada. “¿Y cómo es la relación con el programa?”, dice nuestro compañero. Rompimos. What? “Rompimos”, responde el compañero del Facebook de 678, bajando un poco más la voz, como si no quisiera hablar más del tema y de los efectos de un programa de tele que no está a la altura de la ansiedad militante, o sea, de los miles que buscan su lugar en la ciudad. El Facebook de 678 y 678 rompen. Rompieron. Seguirán rompiendo. Que florezcan mil flores. Fin de la historia. Cuando decimos “político” hablamos de De Narváez, Macri, Carrió, Urtubey, Scioli, Patricia Bullrich, Tumini, el gran "Chino" Navarro o Néstor. Nombres de viejo régimen, todos tan distintos, nombres que suenan transpirados ya, como si estuviésemos hace demasiado tiempo en el vestuario, nos bañamos y seguimos transpirando esos nombres. Y los nombres que vienen, los que vienen y se irán ablandando porque la democracia es tiempo, tiempo, tiempo. Pero tiene que haber algo: un político no es solamente alguien que hace “las cosas a propósito”. Es muchas veces lo contrario. Alguien que no vive encimado por los fantasmas de los efectos de los botones que aprieta. La democracia es una democratización de las culpas, un hormiguero pateado. Es lo menos cristiano que hay. Las dictaduras o las guerrillas son cristianas. Pero si tienen que pagar que paguen. Si uno se hizo el vivo que pague. Pero no nos hace más libres exactamente eso. No somos más libres salvo que sepamos darles algo para que administren. Algo pesado. Como las políticas de la memoria. Que tendrían que servir sólo para hacer algunas vidas más livianas. El antikirchnerismo y el kirchnerismo en disputa parecen por momentos unidos en su enorme vocación antipolítica. Quiero ir hacia el punto de las reglas de juego. Y nada nada contribuye a que un cambio de reglas no sea al menos suspender la tirada de mierda nacional, porque la politización de todo no es la bendición, es también el hundimiento hacia donde la política está hundida, hundida como todo está hundido en su propio peso, como está hundido todo en los pisos tan flojos de este país. Ok, el periodismo salió de donde estaba, de su mito de neutralidades e independencias, mejor, joya, pero eso no hace a una conversación mejor. Porque cada vez que desbancamos algo, cada vez, hay que ponerle a eso un nuevo ideal altísimo. Hay que decir Magnetto no, pero ir y después rajar del templo también a los Spolsky. No podemos irnos en brazos de uno pequeño y peor y menos, nunca, bajo la explicación: no tan malo por pequeño. ¿Se entiende? Sobre Boudou ya lo dijo todo, y en su momento, el señor Lucas Carrasco. Bueno, eso es todo.

lunes, mayo 14, 2012

Al parecer de este servidor las claves son dos. La primera es de tipo conceptual. Urge trascender la noción fordista de la vivienda. Las biografías de hoy, incluso las de quienes trabajan en la industria manufacturera, no son ni lineales ni homogéneas. El agotamiento del modelo industrial del siglo pasado implica necesariamente el agotamiento de la periferización urbana como estrategia hegemónica de producción de hábitat. En tanto, los cambios en el modelo de familia, la diversidad de los recorridos formativos y laborales, significan que la garantía del acceso al hábitat debe ser flexible para responder a hogares unipersonales, núcleos familiares divididos en dos o más hogares, etc. Hoy la fase de conformación del núcleo familiar se ha “estirado” y su duración es promedialmente mucho más baja que hace treinta años. No se puede esperar a que la arquitectura se dé cuenta de una vez de que hay que dejar de construir “casas para familias” para empezar a hacer políticas que den cuenta de los adultos solteros, los padres divorciados, la ancianidad prolongada y muchas veces alejada de los hijos y nietos, etc. La vivienda deseada ya no es la que está ubicada sobre lote propio cerca de alguna estación de tren sino la que puede ser centro logístico de actividades y relaciones laborales y personales múltiples. Un claro ejemplo es el de la cada vez más frecuente cohabitación de jóvenes de clase media sin hijos en una misma vivienda ubicada favorablemente respecto a sus lugares de trabajo y/o estudio.