jueves, diciembre 11, 2014

Marxista-leninista

El rock o el pop no dieron otra personalidad tan mesiánica como la de John Lennon. Rey de los Beatles, autor de una revolución que ganó, de una de las revoluciones triunfantes del siglo 20, comprobó el límite del arte, el límite de la política, el límite del comunismo y el límite de las micropolíticas en el lapso que va de 1968 a 1973. Aquí, un pedazo de ese llamado a la paz, para mí más desconcertante que ingenuo o tonto. El mejor músico del siglo 20.

jueves, noviembre 27, 2014

La Justicia

“Si se sabe dónde está el desequilibrio de la sociedad, hay que hacer todo lo que se pueda para agregar peso en el platillo más liviano. Aunque ese peso sea un mal, manejándolo con esa intención puede ser que no manche. Pero es necesario haber concebido el equilibrio y estar siempre dispuesto a cambiar de lado como la justicia, ‘esa fugitiva del campo de los vencedores’.”  (Simone Weil)

lunes, agosto 04, 2014

Balance de gestión

A Fogwill le encantaban estos versos andá a saber de quién: en el desierto del amor / el espejismo del poder. Sé lo que hiciste el default pasado, político argentino. Aplaudiste. Aplaudiste de pie, y el presidente de esa semana trágica, el capitán de fragata Adolfo Rodríguez Saa, dijo lo que dijo a sala llena, sonrió al decirlo, y paró de decir y, gustoso, dejó que el aplauso haga su ritmo como en una playa del Atlántico. Había un niño perdido. Un niño pobre, un famélico, un hurón en la noche de la mishiadura. Era la hora de la deuda interna, chau convertibilidad y sueño del derrame. La clase política (nuestros Miserables) vivía el primer día de la libertad después de, como dice Alejandro Sehtman, “representar demasiado”. Representar demasiado en las dos primeras décadas de democracia (y encima se la llevaron en pala). Representar demasiado los sueños de la libertad y el deseo de tener cosas. La libertad civil, la libertad política, la libertad económica. Una gran república a la que le sobraba el Estado (ENTEL, la picana eléctrica, Fabricaciones Militares, los sindicatos peronistas) nos hizo concha. La convertibilidad fue la verdadera primavera democrática, aunque rara: se le vino el invierno encima. Una primavera de economía gobernada por el orden democrático. La solidez de ese 1 a 1, de ese empate curioso, doctrina literal del consenso de Washington, digamos, incubó una bomba pero también solidificó un poder, un poder político, un poder civil, un poder civil a como dé lugar, y, el saldo victorioso es una suerte de consuelo de vencedores/vencidos: quién nos saca a los civiles del Estado… Nadie. No es que haya que releer la década del 90 por la disputa de la estética de la política, hay que releer la década del 90 también para entender mejor las lentas construcciones del orden justo ahora que, digámoslo, se abre un paréntesis y en algún lado se trama el futuro y sus (nuevos) consensos. A la década griega del alfonsinismo le siguió la década romana del peronismo liberal. ¿Y ahora? En política, en la vida, cada default es un mundo. 

¿Cómo termina esto? ¿Qué es exactamente esto que parece temblar y que no se termina de traducir en ninguna señal clara? Son los movimientos de una transición política en la Argentina que –parece ley- sólo se sabe hacer mal. Cada diez años se debe producir un estallido sobre las placas sociales, según las reglas del orden. Hoy nadie grita “a los botes”, el apocalipsis no será televisado, pero qué lento es el río de la historia. Y qué oscuro a veces. El sueño de la virtud republicana es la transición estable. El sueño de los republicanos argentinos (todos: los republicanos puros, los republicanos sucios, los republicanos peronistas, los republicanos de izquierda) es llegar al poder pisando tierra arrasada, refundando todo. Fundar más que continuar. La “moderación” de algunos de los candidatos que están en el candelero (más allá de la raíz ideológica de esa moderación) podría ser una señal social a favor de esa transición regulada: nadie quiere que todo cambie. El pueblo es un viejo zorro gatopardista. Macri (el enemigo favorito de muchos ká) propone la mayor dosis de refundación en su posible presidencia. Es, por el supuesto valor de su ideología explícita (“dice lo que piensa”), el que promete poner negro donde había blanco y blanco donde negro, según el cálculo de muchos kirchneristas que consideran una deshonra cualquier apreciación selectiva de “lo bueno” y “lo malo” en el saldo de su década. Como si en esa explicitación (“no todo fue malo”) hubiera un simple aprovechamiento ideológico que esconde la verdad ideológica invertida: para ellos lo bueno es malo, lo malo es bueno. Porque, de mínima, es un bueno/malo que nunca aclara qué es qué, y cuando lo aclare (cuando esos sean gobierno) será demasiado tarde. Ay, los “vidriosos”.

¿Hay default o no hay default? ¿Hay arreglo entre privados? Las preguntas de este miércoles de ceniza, simultáneo al entierro de Don Julio Grondona, es una de las encrucijadas medulares de la “transición ordenada”. Todo pasa es todo puede pasar, en el sentido más intenso de lo que eso significa.

(Publicado en Ni a Palos, 2 de agosto 2014)

jueves, julio 24, 2014

Teorema naranja

Leemos a Pablo Touzon:

Scioli parece haber resuelto (y ocho años al frente de la Provincia de Buenos Aires así parecerían atestiguarlo) con maestría el problema de gobernabilidad bonaerense. Y los índices de popularidad refrendan que le sea posible superar la maldición del Gobernador que no llega a Presidente. Scioli sale por arriba del laberinto, su solución al problema de la Provincia es bien simple y bien difícil a la vez: No gobernarla.
Una vez, una mañana, básicamente: el día después al cierre del canje del 2005, yo trabajaba en un programa del gobierno de la ciudad y tenía que ir dos veces por semana a la sede de avenida de Mayo, frente al Cabildo. Y esa mañana en la puerta del Cabildo me crucé a Guilermo Nielsen (del equipo de Lavagna), me paré, él iba con alguien más, le dije: "Señor, gracias, usted es un patriota", y le di la mano. Casi llorando. El tipo me miró como si lo hubiera saludado un nativo. En fin. Tengo este problema con Lavagna: no puedo odiarlo.

jueves, mayo 29, 2014

Poema inédito de Juana Bignozzi


yo hubiera querido casarme con alguien que ostentara el poder
un jerarca nazi con el que hablar de wagner
y en un sueño que supe imposible con un general soviético del
pacto de varsovia
para usar gorros de visón
y sobretodos de cuero hasta los pies
como los vi en el este
un peronista para no poder ir a comer a mi casa
pero nunca con los supuestos derrotados
que no supieron distinguir obreros de privilegios gusto de rebelión
nunca con una clase media ramplona
en la que el gusto es la cursilería
todas tenemos hombres perdidos los míos son esos
los otros los leales siempre estuvieron
siempre siguen ahí

miércoles, abril 02, 2014

El Estado es el otro

Hay Moncloa. Todos piden más Estado: los que piden seguridad, los que piden trabajo en blanco, los que piden más impuestos, los que piden menos impuestos, los que piden dólares, los que piden 82 % móvil, y así. Dicen Estado pero dicen muchas cosas a la vez. O como el círculo de fuego del viejo 8N: piden que venga el Estado para sacarles el Estado de encima. Porque nadie, a su modo, pide “menos Estado”. 

Hablemos de los linchamientos. Hay dos discursos: 1) ese momento ideal para el buen samaritano: mira a una parte de la sociedad como un conjunto de pequeños Ku Klux Klanes. Gente blanca sobre un “negro”. Todo simplificado hasta el punto de sólo estar cómodo con el culo en los prejuicios (mientras los hechos de estos días dan cuenta de algo más enmarañado); 2) ese discurso culposo de no cargarle nunca la cuenta a nadie, así como habló Massa: hay linchamiento porque hay Estado ausente. O sea: pedir siempre más Estado, nunca pedir “más Sociedad”.

Cristina respondió, pero subrayó esa línea, al decir, junto al cura del SEDRONAR: acá estamos, incluiremos. En ambos discursos el Estado siempre es el otro, eso otro que en su ausencia es capaz de exculparnos de cualquier acto, porque, en definitiva, así parece, todo es acción sobre “el terreno vacío del Estado”, y el acto social sólo contiene la ausencia estatal. Para Massa el Estado podría ser a través de las cámaras un gran ojo que nos ve. Para Cristina a través de las políticas públicas un abrazo franciscano que no nos deja solos. Y esos dos ideales nos subrayan otro ideal imposible: que un individuo pueda “ser” el Estado democrático cuando ocurre un delito. ¿O no es eso una sociedad civil, en parte? Pedir Estado parece declarar la inocencia social. O sea, ¿la sociedad tiene valores que sólo el Estado garantiza? ¿Pero en cada ausencia del Estado no hay una ausencia de la sociedad? Los vecinos/testigos de un robo también pueden actuar como la “civilización que falta” frente al hurto, y no como la barbarie que late bajo el piso civil. Decir eso no es progresismo, entendido para la chacota. Decir eso es tratar de poner un grado cero, un punto de partida.

El Estado es una campera: de un lado corderito, del otro lado piel de lobo. El debate político parece ser entre darla vuelta para uno u otro lado. Mientras, esa sobredimensión del Estado hace a una ciudadanía débil: no esperar nada de nadie, total, el brazo que no doy, lo tiene que dar el Estado. Es una sobredimensión que nace de las mismas fuerzas políticas que sobre-ofertan las capacidades estatales. Por cada “más Estado” un “más Sociedad” también. Y yo haría una remera como las de la ecología (save the wales) pero al revés: No salvemos a la sociedad. Nueva ecología para un mundo mejor.

Massa acentúa su reclamo de “mano dura”, como si dijera: es mano dura estatal o es mano dura social. Ustedes elijan. Pretendiendo subrayar en el linchamiento la prolongación del “hombre común”, como el protagonista de Un día de furia, que aguanta y aguanta hasta que no, y ese día tiene su bate de beisbol en la mano. El hombre es el lobo del Estado. Cualquier discurso de mano dura desprende la convicción de que “la gente es violenta”. Dijo estos días el sociólogo Gabriel Kessler: “no es normal pegarle entre muchos a uno”. Y decir esto no es negar el derecho a defenderse. En las redes sociales hay un tic anti progresista: oponer “la calle”, cierto realismo sucio, a la oración bien pensante. Pero: no son “normales” los que entre muchos le pegan a uno.

Mientras escribo, leo que ya surgió un colectivo de abogados garantistas anti-linchamiento. Velocidad de cualquier business simbólico. Los progresistas lo sabemos: juntarnos es al pedo. Infiltrados, mejor. La transformación progresista esconde una cartilla de cambios a espaldas de la sociedad. Porque el buen izquierdista nunca plebiscita todas sus ideas. Los argentinos somos 40 millones de de todo un poco. Y con miles de hijos de puta también. Un viejo amigo me lo grabó en el bocho: la clase política está a la izquierda de la sociedad. Lo creo (con las excepciones que vengan al caso), y prefiero mil veces a la clase política que al periodismo.

Empecemos de nuevo. Vida de David Moreyra: joven argentino en el “país de la inclusión”, roba, huye, lo pescan; la turba lo mata; la familia dona sus órganos.

(este domingo, esta columna en Ni a Palos)