jueves, junio 11, 2015

A la que te criaste

El violín hermoso y nostálgico de los partidos políticos durante los 80 era el de la orquesta del Titanic. Los partidos funcionaban bárbaro, iban a elecciones internas, hacían congresos, tenían líneas competitivas, en los politológicos 80, pero el país se iba al tacho. Y se fue nomás. En los 90, la corteza partidaria se mantuvo lo más sólida que pudo, pero sin gente. La gente se empezó a ir. Billetera del 1 a 1 mató galán militante. Menem y Alfonsín sellaron la última Moncloa, el pacto de Olivos, para darse dos cosas: una constitución más moderna y liberal, y una reelección presidencial. El cielo y la tierra. Un pacto celebrado a espaldas del alivio social que aún mantenía la convertibilidad en los bolsillos dañados por la híper.

Algo de este viento ha vuelto, aunque sea como tendencia, en la estructuración electoral de este año: peronismo versus republicanos, en resumen. La solución de la crisis de representación (que era hija de la crisis económica) que en 2001 explotó, se dio pero con políticos, no con un “sólido sistema de partidos”, y con políticos que gobiernan. Políticos y Estado. Ganan los locales. Ganan los que gobiernan. “Gritaron que se vayan todos y se fueron los partidos”, dijo Ricardo Sidicaro. Hoy los radicales, los más adeptos al rito partidario, comen en su manzana la arena amarilla del Pro. Escenificaron en su Convención su propio vacío. Sin embargo, el problema está diagnosticado por ley: las PASO jugaron a favor de construir una tendencia de unidad y estabilidad partidaria, y uno de los hijos más preciados de esa ley es, paradójicamente, el FIT, el Frente de izquierda trotskista que hace ya varios años comienza a concentrar la existencia de una izquierda electoral clasista. Pero la disputa de dos candidaturas moderadas (Scioli y Macri), quienes descolocaron al no tan moderado Massa, en representación de bases sociales distintas, organiza este escenario de un modo inédito: porque Scioli y Macri aparecen como las versiones moderados de sus espacios. La “ancha avenida” existía, existe, y ahora la caminan Scioli y Macri. Caminan en puntas de pie mientras Cristina manda. Y Cristina se va sin “fin de ciclo”, más bien en un desenlace, porque: 1) el lugar común de los analistas liberales: porque “se va”; 2) porque enfrió la política, y se va sin rizos trágicos; 3) porque contuvo lo más que pudo la recesión económica generada en su tercer gobierno, para que los problemas los solucionen los que siguen (con fórmulas de ajuste o endeudamiento lejanas a su teología ¿que quiso y no pudo aplicar o que pudo y no quiso aplicar?); 4) conduciendo el peronismo y dejando las PASO entre dos moderados. Su mano sobre la lapicera hasta el último minuto. Y es notable: ahora se habla de FPV como nunca antes, el posicionamiento de Scioli y la aceptación paulatina de quienes lo rechazaban (¿recuerdan los zócalos 678istas sobre sus pactos con Magnetto?) ha logrado un efecto en la lengua: todos efepevianos, todos frentistas. Scioli es el nombre de lo maldito para el kirchnerismo: es lo que necesitó, lo que no pudo sacarse de encima. El poder tira más que una yunta de bueyes. Dijimos en este blog en 2010 esto.

En definitiva: ni FR, ni Faunen, ni Unidos y Organizados. Vuelta a los partidos. Peronismo y Pro. ¡Ataque ochentoso! Se acabaron las “terceras posiciones”, parece. El laboratorio político nacido tras el 54% tocó fondo: ni los ideológicos sin carrera política, ni los intendentes dolidos, ni los socialdemócratas. ¿Qué somos? Tiburones. Tiburones peronistas. Tiburones republicanos. Y afuera hay sangre.