miércoles, enero 27, 2016

El libro de la guerra



Hay un matiz entre Fogwill y Uriarte: si para Fogwill la violencia del Estado había sido muy precisa, calculada sobre un sector social y luego amplificada en los diversos relatos del Estado, para Uriarte no. Uriarte no duda de la envergadura de la represión. Sin embargo, el hilo se vuelve a unir: para ambos el triunfo de Alfonsín volvía a separar el orden civil que habitaba dentro del orden militar, otorgándole una oportunidad de reconstrucción y continuidad a esa clase dominante que había impulsado la dictadura y que se negaba a reconocerse en el espejo de la faena represiva. Massera en el choque de placas tectónicas entre esos dos tiempos, caía en la fosa del tiempo viejo, pero la clase empresarial de ese orden no. Esa faena, ese Matadero, “el show del horror”, dimensionaban la dictadura como un capítulo de crueldad de la “naturaleza militar argentina” y proponía un futuro de política secularizada, de república y ciudadanía, con los límites aprendidos bajo efectos del terror que ahora se perpetuaba en su relato morboso: los detalles de las torturas formulaban la continuidad de los efectos de esas torturas para la continuidad del orden procesista bajo formas constitucionales. El cuento de terror para aceptar los límites del nuevo orden. Eso colocó -en la visión de ambos- a los derechos humanos del lado de una claudicación funcional a los vencedores: la aceptación de un nuevo territorio político “despolitizado”, de cuerpos, picanas y chupaderos. Así, el Alfonsín de Fogwill y Uriarte es el heredero perfecto del Proceso. ¿En qué lugar queda esa figura tan angelada de Alfonsín, el presidente disputado por todos (kirchneristas, alfonsinistas, republicanos) según estas hipótesis? Paradoja de un político que trajo una modernidad deseada a caballo de denunciar los restos del partido militar y la sociedad autoritaria. Ocurre una lectura simultánea: Alfonsín tiene dimensión histórica contradictoria. Un Alfonsín sólo “heredero” del Proceso pasa por alto las revueltas de su propio gobierno, sus primeros impulsos industrialistas, su liberalismo político, aspectos que hicieron de ese gobierno, por ejemplo, el espejo histórico que eligió Cristina para mirarse. El cristinismo “allendizó” a Alfonsín. La cháchara de un Leopoldo Moreau colocó la figura de Alfonsín con casco y metralleta en una Casa de la Moneda argentina que resistía el bombardeo de los capitanes de la industria, la CGT, la SRA y Clarín.

lunes, enero 25, 2016

La vuelta a la naturaleza o el buen salvaje neoliberal



Por Daniel Santoro

El actual gobierno se plantea, no tanto como un nuevo comienzo fundacional, sino más bien como una vuelta a la amable y eterna naturaleza de las cosas. Esto no podría lograrlo sin antes emprender la tarea de un desmontaje de los lugares de mayor densidad simbólica e ideológica, lugares en torno a los cuales el peronismo, y luego el kirchnerismo, produjeron y replantearon la novedosa articulación entre pueblo y nación, expresada sobre todo a lo largo de los 3 últimos gobiernos. Esta herencia simbólica se mostró en salones, monumentos, abigarrados fondos iconizados que enmarcaban las cadenas nacionales (maquetas, billetes, Eva Perón, Belgrano, Moreno, los héroes latinoamericanos, etc.), incluso afuera, por detrás de los ventanales no se dio descanso a los requerimientos escópicos, una Juana Azurduy, con su sable erecto, interpelaba a los gobernantes que se sentaban en el sillón de Rivadavia, un sillón de pronto ocupado ahora por un simpático perrito callejero, que por supuesto no tiene en su naturaleza hacer el mal. El nuevo régimen escópico cambió estas memorabilias nacionales por amistosas fotos de familia sacadas en parques y jardines, fondos de pura naturaleza, sin requerimientos, sin claves visuales a desentrañar; solo una muda y primitiva parodia danzante en el balcón de nuestros más caros discursos fundacionales bastó para que entendiéramos el nuevo paradigma, y ésta vuelta de lo natural incluye por supuesto el papel moneda, por tierra mar y aire se muestra la incontenible fuerza de la naturaleza, se exhibe un territorio a explorar, libre de cualquier prejuicio ideológico, purgado de las molestas pretensiones del que viene con opiniones propias. Ingrávidos, sin el peso de las herencias simbólicas, podremos ingresar al fin, con la naturalidad del buen salvaje, al paraíso “naturalizado” del poder global financiero.

Mientras tanto aquí, en nuestra tierra, los compañeros continúan tramitando el duelo de la derrota, se suceden las reuniones, las charlas informales, los intentos de alguna orgánica, se dice “algo tendríamos que hacer”, de alguna manera todo sirve para desangustiarnos, las más diversas opiniones circulan con total libertad, se duda de todo, ¿realmente hubo una voluntad de ganar? ¿Será Cristina la conducción? ¿Todo éste caos se ordenará con su vuelta al centro de la escena? ¿Será ella el factor de unidad, o precipitará las rupturas en espera?

Otros compañeros decidieron transitar esta etapa traumática reunidos en parques y plazas, dan pequeñas batallas asamblearias, se entregan a un desgaste inevitable y los hacen al ritmo y en el lugar que el adversario decide con su loco compas de verano, todo a contramano de los conocidos manuales de estrategia.

Es fácil advertir que la noticia más ansiada por nuestro enemigo será la de la ruptura del sistema kirchnero-peronista, la pinza metafísica ya está operando, por un lado el desmontaje simbólico naturalista y por el otro la inminente extracción del núcleo peronista que estructura al kirchenrismo, de modo tal que el kirchnerismo deshuesado pueda -cumpliendo una cruel paradoja- ser ese partido progresista que se insinúa en algunos parques metropolitanos (tan lejos de los conurbanos). Hay compañeros que sueñan el sueño del enemigo, el deseo que el kirchnerismo sea ese partido, un poco PI, un poco flácido y finamente purificado de la mugre peronista.

¿Y que de los sabrosos restos óseos del peronismo? con ellos seguramente se hará un puchero (un muleto liberal opositor), alimento nutritivo para las corporaciones.

Será la tarea de quienes se asuman como la conducción del conjunto de nuestro movimiento aplicar el delicado “arte de la conducción” (también entendiendo éste arte como la posibilidad de transformar la naturaleza). Sin éste complejo equilibrio que implicará renuncias, gestos de grandeza, extrema comprensión, empatía e incluso misericordia, la catástrofe que se anuncia en el horizonte será inevitable, y al menos los próximos 8 años serán, “naturalmente”, de Macri.