por Pablo E. Chacón
Bien: se terminó. Se terminó el juicio y empezaron las repercusiones. El 30 de diciembre de 2004, en Buenos Aires murieron ahogadas, quemadas, pisoteadas, asfixiadas y quebradas 194 personas y más de mil padecerán heridas de por vida. Fue en un galpón reciclado del barrio del Once bautizado Cromañón. Había más de tres mil personas donde sólo entraban mil. Cuando los Callejeros, el grupo top de la noche, salió a escena, la cosa, la música y la algarabía duró poco más de un minuto: un manojo de bengalas impactó en los cortinados y se desencadenó un incendio que como un ventarrón nubló luces, irritó ojos y ahogó la capacidad pulmonar de los saltarines, apretados contra una puerta clausurada con cadenas y cerrojos y una puertita abierta, una puertita por la que no pasaba un tipo de más de dos metros pero por donde entraban bengalas a granel.
La noche de la capital argentina ardía de calor pero la bola de humo elevó la temperatura más de lo que indicaba la fecha. Cromañón convocó diversas pasiones en estos cuatro años y medio: una radiografía de la Argentina contemporánea, donde las bandas (como se refieren a esas formaciones sus fans) no tenían dónde tocar; el lucro clasista que se aprovechó de esa falta -y que la sentencia, veinte años de prisión a Omar Emir Chabán, gerente del antro-, lo convierte en chivo expiatorio y testigo de culpa y cargo; la corrupción política, institucional, sanitaria y policial; y acaso lo más grave, el desprecio por un grupo social, la juventud del conurbano, que escapada de la catástrofe del 2001-2002 y del chantaje político-policial correspondiente, sin Brasil y sin Europa en el horizonte, sin posibilidades de estudio, sin salidas laborales y sin beneficios sociales, sometidos a la vileza clientelista del aparato peronista de la provincia más grande del país, comandado desde hace años por el ex senador Eduardo Duhalde (al que el entonces presidente Kirchner tenía contra las cuerdas), descargaba su furia, sus ganas de abrirse paso, sus exaltaciones y su resentimiento en lugares tan poco seguros como Cromañón, lugares que todavía abundan en una ciudad gobernada ahora por la derecha prolija del empresario Mauricio Macri, hijo político de Duhalde, pero que en esos días era coto de caza de los restos del progresismo local en la figura de Aníbal Ibarra, un ex fiscal que alarmado por las noticias que lo sacaron de su letargo de champán nocturno, improvisó un operativo rescate que llegó tarde al epicentro del desastre, porque los funcionarios a cargo del área disfrutaban de vacaciones por anticipado y porque los policías de la seccional más cercana no sólo estaban arreglados con el principal acusado sino con los inspectores que respondían al jefe de gobierno o a sus superiores, subordinados de Ibarra que descansaban en playas de países vecinos o en la helada Europa. Y seguro que por más.
Ibarra, cuenta alguien que lo conoce bien, no se animó a ir a Cromañón en el momento que había que ir, imitando el gesto del norteamericano Rudolph Giuliani después del atentado a las Torres Gemelas: el argumento era menos el supuesto demagógico que subyace a esos actos de gobierno, que suelen resultar ineludibles, sino el miedo a que lo lincharan junto a sus funcionarios, a los bomberos y a los enfermeros comunales, todos visitantes tardíos (como los policías, que sabían de las bengalas y de otras lindezas), dejando al desnudo una trama de complicidades que las sentencias no cierran sino que abren como se abre en la piel estragada por el fuego el poro hinchado de líquido ígneo, líquido negro como el sol del recuerdo.
Ahora se sabe que más del 40 por ciento de los muertos fueron pibes que estando afuera, frente a la desidia y la parsimonia de los ejércitos de salvación, decidieron volver a entrar a ese agujero para intentar rescatar a sus amigos, familiares y compañeros. Pero el aire se había vuelto más espeso, más venenoso, la desesperación más viscosa y el coraje un anzuelo de la muerte. Ibarra no renunció pero tuvo que ceder su puesto cuando se le sustanció juicio político. Humillado en sesiones públicas por algunos de sus aliados y el oportunismo contumaz y ramplón que el Pro, el partido de Macri, vio para alzarse con su cabeza. El gobierno quedó definitivamente en manos de Jorge Telerman cuando el alcalde fue destituido, casi un año después, cuando todos los actores, incluidos los músicos de Callejeros y la seguridad del local (que dependía de los muchachos), eran presionados por las marchas de padres y madres de las víctimas, que no cejaron en su puja, de menos a más, desde la línea de funcionarios completa hasta Chabán, o sin dudarlo, desde los rockers, inspectores, policías, Chabán y si apuraban los trámites, el secretario de seguridad y la subordinada, responsable directa de las habilitaciones de los locales abiertos al público: la mordida (o coima) alcanzaba los claros y los oscuros, los pensados y los impensados. Pero Ibarra no renunció: habilitó interpretaciones políticas dejando de lado el costo humano de la tragedia, tan político como el egoísmo pero más escurridizo y cínico. Y están las condenas para probar lo que se afirma: los Callejeros libres; su manager, dieciocho años de prisión; dieciocho también para un subcomisario; un año en suspenso y trabajos comunitarios para el asesor del gerente; dos de prisión domiciliaria para las funcionarias políticas directas. Y veinte para Chabán, ex performer y promotor del under porteño durante los ochentosos ochenta.
El impacto de los Callejeros en la calle produjo un efecto catártico entre sus fanáticos, que se enfrentaron en una batalla campal con los familiares nomás conocida la sentencia y que convertirán a la banda en una versión libertaria de los Sex Pistols: perseguidos y enchastrados por los medios y sus colegas, venderán lo que se propongan; seguirán, ahora más que nunca, imaginándose la voz de la opresión que padece el suburbio arrasado por el paco, la política y la policía; y acaso o seguro hagan la vista gorda cuando empiece el otro negocio, quizá el más siniestro y del que menos se habla: los juicios por los muertos, que padres y abogados de padres reclamarán cuanto antes al estado porteño en dinero contante y sonante. Haya o no haya santuario en el Once.
15 comentarios:
macri hijo político de duhalde, sí? así de fácil?
los funcionarios a cargo estaban de vacaciones? si es así de fácil, por qué andrili estuvo cargando cuerpos todo ese dia ahí, y después en el cementerio? ibarra no fue por miedo nada más? y por qué se juntó al toque con la cámara de empresarios de los boliches? por qué si la policía cobró coimas el juicio político no llegó hasta el ministerio del interior?
no, no es tan fácil
Che, lo de ayer de TN era Todo Nafta. Sol: tampoco es tan difícil. Concuerdo, a mi tampoco Cromañón me parece una cosa tan lineal. Se ha hecho "sistema" sobre una tragedia complejísima. Se ataron todos los cabos sueltos. Creo que Pablo le agrega cosas a eso. Pero la "relatividad" de Ibarra no lo excusa de uno de los momentos decisivos para los que un político con tantas aspiraciones y ambiciones como él debía estar preparado. Le faltaron reflejos, sensibilidad y astucia: esas tres cosas quedaron expuestas. Mas allá de cuánto uno quiso que Ibarra se vaya o no. Para mi fue una situación contradictoria.
Insisto: la sensación es que a Ibarra no le importó la tragedia, no pudo ni siquiera sobreactuar algún gesto, digamos, afectivo. A los funcionarios que pusieron el pecho, sumo a Gabriela Alegre, pero igual no pudo nunca sacarse de encima la sombra de esa falta de reflejos sensibles con padres que buscaban a sus hijos en un agujero negro. Claro, después la campaña de M. Peña con las zapatillitas de signo... En fin. Mostró demasiadas miserias.
Che, cuando digo "no le importó la tragedia" me refiero a algo así como que no mostró "duelo", no abrazó padres, y lo digo literalmente. No fue el jefe de gobierno de una ciudad que vivió una tragedia, sino que enseguida estaba como mas concentrado en devolver los palos del incipiente "golpismo": buscó ese terreno en donde siempre Ibarra se movió. En esto inaugura la retórica de "lo destituyente", acumulando apoyos simbólicos (Estela Carloto, la defensa del ex fiscal Strassera) junto al apoyo de las bases de la coordinadora de villas en la calle y algunos movimientos sociales. Pero no tuvo diputados propios: de Cromañón para Ibarra también se salía politizando a partir de lo que "la derecha" hacía, y terminó perdiendo también en ese terreno. Mostró que era un jefe de gobierno sin acumulación. Y que a los pocos días estuviera en una conferencia con los empresarios de boliches... Eso también se leyó como el orto. Agrego algo mas: el silencio del gobierno nacional. Quedó demasiado expuesto eso de: "midamos a ver quién se lleva los muertos".
Comentaba en otro blog que si uno mirá las tres grandes tragedias de los últimos 20 años probablemente acordaríamos que fueron el ataque a la Embajada de Israel, AMIA y Cromagnon. Los tres casos además tuvieron un fuerte tinte político.
Lo que nadie dice es que los familiares de Cromagnon hoy pueden recurrir una sentencia porque la tuvieron. La justicia falló (que notable el uso de los verbos en el lenguaje jurídico), al menos llegó a una sentencia. Hubo una investigación y hubo una decisión desde las instituciones que la sociedad consagra para producir verdad acerca de hechos sociales.
Hoy la justicia funciona, no como hace 17 años.
Igual esos padres son despreciables.
no, no son despreciables
tampoco son santos
hacen lo que pueden frente a un dolor inmenso
al margen de que haya habido juicio y castigo, son personas que tienen que bancarse que callejeros siga tocando, que ibarra se presente a diputado etc
l.
Chaceon es un duhaldista subnormal.
bueh, "tienen que bancarse que ibarra se presente a diputado diputado"... ellos construyeron "ibarra responsable", la justicia para el caso ya habló, ellos construyeron una realidad y bueno, sí, que se banquen la verdad que construyeron. Eso con Ibarra, lo de Callejeros es de terror.
vamos Callejeros, que la banda siga tocando. En vez de ponerle manto de piedad a los funcionarios, mejor empecemos a juzgarlos, o van a decir que cuando un delincuente mata a balazos a una persona de bien es él quien tiene la culpa?, NO, preferimos decir que es una víctima de nosotros, los victimarios, los organizados socialmente, los trabajadores, del gobierno. que contradictorios son la mayoría de ustedes, si se trata de pendejos asesinos por dolo es ahí donde los defienden con uñas y garras, pero como se trata de gente que paga los impuestos y no delinque, mejor los culpamos a ellos (Callejeros).
nadie defendió a los funcionarios...y qué impuestos pagaba callejeros además de la coima policial?
por ahí pagaban los impuestos, no lo sé, pero también pagaban coimas a la policía, "anónimo"
Callejeros debe ser repudiado por la sociedad por provocadores y mierdas que son, porque cuando paso lo de la trajedia, ellos decian que no volverian a tocar pero poco despues ahi estaban en un escenario, sobre la tumba de 194 personas.
A callejeros se los debe escrachar constantemente por hijos de puta!!!!, ellos promovian las bengalas o nadie ve eso!!
Marcelo
sí, "anónimo", tranquilo, tranquilo...
las bengalas son parte del rock desde hace alrededor de una década, "La Renga" tocó y en el periódico aquella reseña "manto rojo de bengalas, el postre de la velada, cuántas bengalas se prendieron...", tenemos varios escalafones bien discriminados en lo que respecta a un gerente y una banda y no vengamos a decir que "Callejeros" propiamente dicho coimeaban a la policía, en todo caso sería Chabán o menos probable aún, el manager. hoy mismo el "Indio Solari" recuerda con melancolía aquellas hermosas bengalas que se prendían en un pasado.
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