Martín

Emilio confiesa: "Sí, cometí la imprudencia de dejar asomar de refilón mi sinuoso estatismo laboral. Hay varios, como Gullo, que nos dejamos seducir por esa tradición de hacer servicio. Formas, formas, formas de hacerlo es el arte de la política. Y hoy, como Bonasso, posamos de... en fin. Siempre se perteneció a un aparato de inteligencia, ¿no? Cubano, soviético, sandinista o peronista. Algunos lo fueron de todos, y a la vez. ¿Y qué aprendimos? Que el peronismo es un significante vacío. Y no por leer a Laclau: por leer los diarios y guardarlos y releerlos y... adoptamos al pelotudo Feinmann como el ángel guardián de nuestras ideas canallas próximas a una representación clásica, aquello que mutila la. Compramos el paquete 76-01 como a la lectura obligatoria de los colimbas montoneros, y encima forrada con una foto del Operativo Dorrego, mas como ironía o paradoja que reivindicación. El paraíso que duró 49 días fue una excitación de traiciones que jamás vamos a decodificar mas que como la forma de asegurarnos la muerte, la renta potencial de muerte.

(...)

¿Cómo pasamos de ser Museo Movimiento Evita a...? ¿Cómo desmuseificar (¿existe esa palabra?) la política ésta, del reparto del mercado de la pobreza, del incienso de la tradición miliciana?

Podemos convertirnos, compañeros, en el Movimiento Isabelita.

Estoy hablando del ejercicio negro del poder, de la crispación, del otoño frito, del algodón abandonado junto a la sangre, del final infeliz de Montecristo."