miércoles, octubre 06, 2010
En lo real, como en tu propia casa.
El problema no es tanto el corazón clasemediero del kirchnerismo sino, en todo caso, que el kirchnerismo tenga problemas con eso.
(Alejandro Sehtman)
(La cita pertenece a un diálogo privado con Alejandro. Así funcionarán otras, dispersas en el post y en bastardilla, como puentes de un razonamiento constante entre amigos y partidarios para responder a las preguntas que nos formula el malestar y la inquietud de los nuevos tiempos, circunscriptos a la temporalidad cerrada de todo microclima político. Las representaciones esconden un terreno minado. Con la melancolía de algunos puentes incendiados en los ojos, miramos el presente con la angustia debida, sin renegar del clima binario y de tensiones casi inevitables, en parte deseadas.)
Conflicto y Administración, broder.
En 2007 Carrió argumentó la paradoja del triunfo de Cristina y dejó picando un escenario profético, que esa vez no estuvo tan lejos de la realidad: Cristina había perdido en “las clases medias urbanas”. Ese dato no era un intento despiadado de reinstalar un voto calificado, o una especie de resultado moral que sobrevolara sobre los restos del voto universal, era precisamente el modo de nombrar una metamorfosis al interior de esa experiencia que, según Carrió, en el corte de clase de la elección marcaba una ruptura. La líder de la Coalición Cívica quería decir que el kirchnerismo ya no era progresista (valor exclusivamente urbano) y quedaba a merced de los pactos que en el conurbano y en los interiores profundos el peronismo le aseguraba. Carrió celebraba el fin del kirchnerismo en su triunfo, porque era un triunfo final, que cifraba una derrota e incluso, bajo la acusación de fraude, ya que simbólicamente para ella eso había ocurrido en ese intercambio: si pierde en los centros urbanos, que es desde donde el kirchnerismo hizo su base y proyección, gobierna de prestado preso de un “aparato”. En ese razonamiento, el gobierno carece de votos propios.
Era la primera vez que esa idea aparecía tan fuerte en el discurso político post crisis bajo una forma que la bruma de la explosión callejera de 2001 había -en el mejor de los casos- ocultado. Las clases medias urbanas, en una versión límpida y despejada, aparecían (y aparecen) como portadoras constantes de demandas de orden y transparencia, de calidad institucional, y el kirchnerismo, que había sido un intérprete delicado de esas exigencias, ahora se mostraba del color de las alianzas reales para gobernar. Dream is over. Meses después, los caceroleros urbanos de 2008 confirmaron la existencia callejera de ese malestar.
Una hipótesis básica basada en su “relato” sería que el kirchnerismo nació con la virtud de leer la herencia progresista del 2001, y hoy, después de haber engendrado su dinámica propia de conflicto, de haber absorbido e inventado una forma de crisis ajustada y proporcionada, dibuja en la efeméride 19/20 una suerte de caos original del “ánimo destituyente”, como si las cacerolas del campo fuesen la conciencia para sí de la clase cacerolera nacida en 2001. El kirchnerismo, entonces, como una cultura política que primero tramó el orden para después gestar una crisis a la altura de su tiempo y sus posibilidades. Primero tomó la crisis, la licuó y la devolvió a la sociedad a gusto de sus símbolos y realidades. Una crisis propia que enfrenta los parámetros de la crisis anterior, abierta, de aquella intemperie que abría una fosa por la que tiraban el cuerpo de la clase dirigente. Ese es el mérito kirchnerista: devolver el conflicto y reservar los instrumentos invisibles del desempate, devolver la integridad física de la clase política. Gestión de una crisis recreada y actuando de un modo en que se puede ser parte y Estado. Como un fundido encadenado que no termina de mostrar ninguna de las dos cosas. Como en la actual televisión pública en estado de resistencia, donde desarrolla una dialéctica complicadísima de Estado anti oficial. Una desubicación que no fija nunca del todo dónde está el poder, quién se transporta velozmente dentro de los polarizados. Si Kirchner o Magnetto. Ese es el juego kirchnerista, volver vacilante la respuesta de dónde está el poder. Mostrarlo y ejercerlo con su contundencia estatal y democrática, ponerlo en otros para vitalizar la sociedad y tratar de conducir sus luchas. Una superposición de ficciones y relatos que hizo entrar a medio mundo. El resultado es clásico, peronista: el kirchnerismo actúa como si su obra de gobierno naturalmente precipitara una dialéctica de lealtad, y su agenda tuviese adentro todo lo que la sociedad necesita para ser más justa...
A la vez, el nuevo orden de los Kirchner es el desorden para los demócratas, porque el nuevo orden fija los parámetros más clásicos: los intereses de clase. Es decir, pretende meter el imaginario y los restos del país pre 1976 bajo las reglas y las instituciones del orden democrático. Cumplir el alfonsinismo.
Aunque la campaña presidencial de 2007 había sido anodina y cargada de prosa institucional, en el resultado segmentado del voto estaba “el huevo de la serpiente”.
Veamos de qué modo.
Del modo en que se fue confirmando una lectura lineal que hoy produce el aparato kirchnerista, donde existe en la sociedad como nunca antes una clase media que actúa como fuerza que acompaña una recuperación hasta que le alcanza, y ahí es donde y cuando frena “históricamente” el límite progresivo de esa recuperación. Matemático. Un relojito: el péndulo del humor social está ahí. Como antes o después también están los valores universales, la base radical y laica que se precia del cuidado de la educación pública, de los santuarios de la República. La ubicación de la clase media que se hace tras el conflicto de la 125 permite pensar que se trata de un conjunto de fuerzas materiales que actúan desempatando los productos del orden democrático y la economía de mercado, y cuya tendencia al equilibrio irrumpe sobre proyectos religiosamente peronistas a los que despierta de sus sueños de derecha o izquierda. Pasó con Menem, pasa con Kirchner. Es una clase fuera de la política. Un partido militar.
Dicho de otro modo, esa clase media parece una forma de nombrar exorcismos regulares en la política argentina. Termómetro de cariños y desencantos, fiebres, caídas y recuperaciones de la normalidad. Y esta centralidad conflictiva aparece en el discurso oficial y en el opositor, porque -se supone- es la clase naturalmente más sensible a las crispaciones: los pobres las merecen (para bien o para mal), los ricos igual.
No importa terminar de hilar de qué clase hablamos, qué variable tomamos para recortarla, ni toda la actualización doctrinaria que borra esas fronteras de clase dibujando el mapa vaporoso del poscapitalismo. El horizonte de conflictos que se ofrece (por ejemplo el de la lucha contra Clarín) es el de una fuerte transformación cultural con la que se quiere minar eso que se llama clase media, que ubica ahí una referencia decisiva: Clarín. (Clarín explica -no se puede negar que se lo puso en ese lugar- una versión de la historia, una versión de las metamorfosis y procesos que protegió el equilibrio delicado entre desarrollismo y liberalismo, entre democracia y mercado, entre fifty-fifty y flexibilización. Clarín pareció un parto menos doloroso y sensato hacia la sociedad injusta.)
Y aunque se sobredimensione la capacidad transformadora de los medios de comunicación, la ley de Medios es fruto de esa fantasía: el asalto al lugar público que gobierna a ese mar de opiniones y deseos de clase media. Porque para cerrar el círculo de un orden clásico se carece de ese instrumento: si la CGT, la UIA o las representaciones del campo ayudan y contribuyen a ordenar la armonía de tensiones que suenan como violín en el oído kirchnerista (su cadencia de corporaciones en conflicto), la idea de clase media es como una mancha de aceite que expande su pringosa consistencia. ¿Quiénes son, dónde se ordenan, en cuántas reuniones de consorcio? ¿Son progresistas, son racistas, son blancos, son asalariados, cuántos? El límite duro de lo impreciso. Kirchner: un controlador de precios, de pisos y techos salariales, de estadísticas, ¡cómo no va a odiar lo que el Estado no regula! ¡Es el fin del poder municipal! Así actúa el imaginario político oficial. Cristina y Néstor les hablan a los empresarios, los banqueros, los trabajadores sindicalizados, los sindicalistas, los ruralistas, los militantes de organizaciones sociales, los estudiantes, pero ese núcleo extenso de universitario incompleto, de PYME irregular, de profesionales de empresas tercerizadas, de humor ambientalista, ese estado gaseoso de lo social que no se sabe cómo nombrar, bajo cuántas formas, los vuelve locos. El rompecabezas de lo que la clase media es se podría estudiar en la meditada y fracasada unión de piezas que significó el diario oficial Tiempo Argentino, como una reflexión práctica de todo lo que hay que reunir para construir el “sentido común”… Una contratapa espiritual, humor gráfico clásico y setentismo de historieta, los clasificados. Ese diario es un arbolito artificial, no respira.
***
Si hiciéramos un rastreo por todas las variantes electorales se podría decir que el Peronismo Federal, el radicalismo, el socialismo y Pro mantienen un discurso “normalizador”, aquietador de aguas, que tiene por objeto la seducción electoral a base de un recetario que le dice lo mismo a la sociedad que a los inversores: volverán las certezas, se diluirán los conflictos, habrá grandes pactos. Quédense tranquilos, hemos llevado la política lo suficientemente lejos. Ese conglomerado opositor mira con melancolía la franela política previa a 2003. Y con miedo también: ellos no saben cómo ser Kirchner. Se extraña el modo corporativista y pactista previo a 2003 y se pretende asociarlo al modo de gestionar este presente, como si los logros del presente no significaran una ruptura con el pasado, como si las condiciones del mundo hubiesen pasado por alto las condiciones políticas argentinas desde 2003 y todo lo bueno, toda la recuperación, se hubiera logrado a pesar de un gobierno. Caso asombroso en el mundo donde se cumpliría la “condena al éxito” vaticinada por Duhalde.
Lo que queda claro, echando un vistazo por los dispositivos oficiales y por los discursos directos de los Kirchner, es que la única corriente política que tiene estabilizado y constante su discurso contra la clase media es el kirchnerismo. Podríamos decir que se trata entonces de una porción minoritaria, poderosa y exclusiva de clase media que abomina a la clase media. Dice Sehtman: La clase media no es una clase, es todo lo contrario a una clase, no la podés definir por su lugar en el proceso productivo, no la podés definir por sus ingresos, no la podés definir por su identidad. Pero esa imprecisión (en la que confiamos) funciona como sutil paradoja: es justamente en esa imprecisión donde se encuentra el problema. Es la madre del problema. Es eso que no es, esa especie de zona social a la que no le llegó la justicia poética de la identidad.
El gesto contrariado de mucha gente solidaria con el campo marcó el fin del estilo del primer gobierno kirchnerista: el del 70 u 80% de aprobación. Y dio lugar a un segundo gobierno que rompía esa usina de ideas de las que había salido como si hubiera renegado de sí mismo, de una base sustancial de apoyos a quienes se había aproximado vendiendo formas transversales. Todos sus patrimonios simbólicos originarios -desde los Derechos Humanos y la renovación de la Corte hasta sus módicas políticas estatizadoras- tienen su centro en un corazón progresista, cuya ubicación geográfica elemental dice: clase media. De este modo hoy es posible ver que la pelea cultural contra la clase media tiene un trasfondo menor, una batalla específica, un centro de gravedad oculto que aporta precisión sobre la dialéctica kirchnerista: es una pelea entre progresistas. Nadie conoce mejor a un progresista que otro progresista. Para un progresista no hay nada peor que otro progresista. Las peleas por desechar o endilgar peyorativamente en otro el sobrenombre “progre”, prácticamente confirman la identidad progresista de quien injuria. Porque ese gesto renegado confirma el malestar de una pertenencia. Lo que genera inversiones descontroladas, como cuando Sandra Russo se pelea con “los progresistas”, con Tenembaum y Lanata. Se trata de gente que se conoce mucho. Y Sandra Russo lo hace bien porque pone una palabra que está “afuera” del lenguaje: el deseo. El gobierno kirchnerista conquista cosas que ella, y que su colectivo, desean. Así lo explica. Así define y posiciona su privilegio gozoso mientras otros viven aún atrapados en sus dilemas morales, republicanos y blancos, y demás adjetivos familiares con los que se desprecia un núcleo ideológico tan cercano. La asociación es total: cómo no voy a apoyar lo que deseo. En la mejor versión: sería algo así como la pelea entre progresistas dados de alta y progresistas que vivirán siempre pagando ABL en Villa Freud porque no tienen lo que desean.
Dice Sehtman: Si Clarín es el PJ de la clase media, la clase media es el pueblo de Clarín. Si la clase media es uno de los nombres del pueblo, si en ese pueblo entran Rucci, Graiver y los Resistentes, en la clase media entran Yasky y Carrió… No obstante, dentro del kirchnerismo lo que está en el centro (y esa terminó de ser su novedad) es el modo en que se articula de nuevo la relación de clase media y peronismo (con la versión del populismo de Laclau a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes). Y eso significa, paradojalmente, una suerte de pertenencia vergonzante. Ahora nadie se siente de clase media, nadie se ilusionó con la Alianza, nadie es sólo progresista. No hay fotos de los pasos por asambleas barriales.
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El kirchnerismo está dirigido por un político serial, por una máquina temeraria. Por un liderazgo cero franela, cero oído absoluto, que aprendió a manejar el aparato en una provincia helada. Un soviético del PJ. Un burócrata de la historia que percibe que gobierna la clase media, que es una dictadura de proletariado blanco, que había que tomar su Bastilla (Clarín), y que se puede intentar una apelación ahí, un cambio de frente, una provocación que ponga a los “morochos” como objeto de una disputa que al final pide “un pasaje hasta ahí”, la voluntad que pidió siempre la Iglesia o el PC, darle la mano al indio. Como si el pacto social que el Estado garantiza no alcanzara, como si las relaciones sociales que ya existen y están normalizadas democráticamente comprobaran siempre la sentencia de Foucault: ser la sangre prometida de las clases dominantes. No se puede dejar a la clase media en paz, no se puede soportar la inercia cómplice y consumista, su cultura de triunfadores, reza el kirchnerismo. Y lo que se hace detrás de las conquistas sociales, detrás de las paritarias, detrás de la obra pública, y de todas las inversiones para aumentar un poco la inclusión, todo eso que se hace y que no alcanza, son símbolos que se tramitan al pie de una dirección política dominada por la disputa de imágenes y sentidos que con éxito lleva adelante Gvirtz. Y sin éxito Spolsky. Y el éxito no se mide en la articulación de nuevos consensos sino en la capacidad de darle formato televisivo a la fractura. La clase media y su teatro. Una lógica donde perder es ganar. El corazón anti democrático (anti electoral) de una batalla cultural.
Porque eso se siente: que cada acto en el conurbano se hace mirando el centro. Que el discurso democratizador de las obras, las cloacas y las casas, las escuelas y los hospitales, asume una dimensión resentida y de frontera, como un gesto que por la fuerza terminará de arrebatar el corazón díscolo de quienes siguen viviendo en la ciudad del espejismo de un poder que en el pasado los engañó. El conurbano kirchnerista es la invención de una cultura estilizada, de una comunidad solidaria que le enseña en su contraste un ideal a la ciudad. En eso, Lilita y Kirchner hablan el mismo idioma: nunca dejaron de insistir sobre ese pasaje donde la civilización debía admitir o liberar al bárbaro. Son discursos en el medio de la polis. Kirchner no salió nunca de la ciudad.
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Kirchner aprendió todas las artes de la política dentro del partido de poder, en una provincia desangelada, instrumento que puso al servicio de la restauración democrática, es decir, un ejercicio artificial que crea y suscita emociones permanentes, vivir en estado de refundación permanente, un 83 peronista. Su propia táctica y estrategia hicieron que termine gran parte del peronismo real en esa columna a base de la racionalidad simple de votos y obras. En ese contexto brindó un baño de legitimidad en una fuente con la que ni soñaban intendentes o sindicalistas peronistas acostumbrados al manoseo y el escarnio de la prensa progresista: ahora aparecen como figuras fuertes que garantizan el nuevo equilibrio de gobernabilidad, o, en el peor de los casos, son silenciados. Sólo Lanata y alguno más persiste con su grito en el desierto contra los sobreprecios de alguna intendencia. Pero el realismo de esas alianzas primero se tramó alrededor de un sacrificio: eran figuras vistas y explicadas como “los sapos que había que tragar” (los Ishiis y los Moyanos que se necesitaban) para convertir después ese sacrificio alimentario en una simple mueca a la que se renuncia, y en una conversión ideológica mucho más audaz que hizo que, “muerto el perro Duhalde” (por poner el nombre más a mano), su rabia adquiriera un estilo y una épica singular, el rostro territorial y positivo de “lo que la clase media odia”. Los jóvenes militantes kirchneristas que surgen de la clase media, de los colegios nacionales, de la Escuela del Sol, que vienen de la experiencia embrionaria de la izquierda social, ahora arman la leyenda negra peronista. La nueva militancia kirchnerista, más hija del segundo gobierno que del primero, muestra el rostro típico y familiar del peronista de clase media: fetichista, ringtone con la Marchita, saludo cotidiano con los dedos en V, pin del Bicentenario en el traje negro de pequeño funcionario. Es una imagen que nos devuelve el espejo. Kirchner arrebató el duhaldismo, el poder municipal, el run run del territorio y lo jugó en el almanaque de las representaciones en disputa. Y sus valores originarios del 2003 que tenían el acento en la calidad institucional (fin de la impunidad, podía ser su lema genérico), sumados a la pretensión de cortar al medio con la palabra transversalidad (juntar a todos los buenos de todos los lados), todos esos valores se volvieron -por un confuso tráfico- puras formalidades, un reclamo que de fondo siempre aparece como gatopardista, vacío, que exige instituciones mejores “para que nada cambie”. Y fue así como en el segundo gobierno, el kirchnerismo rompió su versión de República, destiñó los bordes de su -permanente- agenda liberal, como diciendo: cuanto peor son las instituciones, cuanto más frágiles sus mediaciones, cuanto menos énfasis se ponga en la “superficialidad de su calidad”, más rápidos y efectivos son los cambios porque no están atados a la inercia y a los límites institucionales. Un caudillismo decolorado por valores universales y progresistas que adquiere su particularidad, su forma, asumiendo a los “antiguos enemigos”. Hombres de las viejas estructuras. Y donde, frente a la imposibilidad de modificarlas, surge un inesperado alivio: la relectura de esas estructuras, la relectura de la política, de las tradiciones, del peronismo. Porque mientras Kirchner ensayaba formas de fuga de ese centro apostólico y romano llamado PJ, casi en ese instante, sus adherentes por izquierda se incorporaban a él. Se hacían más peronistas al calor de un liderazgo que renegaba del peronismo. Al menos de su semblanza ortodoxa. ¿Había una desobediencia ahí? ¿La única?
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Siempre le estamos dando vuelta al nombre de Dios. La clase media cubre casi la misma superficie que los “sectores populares”, es un problema de articulación política porque las personas son las mismas. Por eso no da la matemática, no es una cuestión “de clase”, donde se suman los porotos.
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Cristina en el discurso predicador del Luna Park hizo una nueva demanda contra la clase media (“no saben que cuando se alejan de los morochos les va mal”). Habló ahí, en parte, la joven militante universitaria que fue, la que puso su cartera de yica en la mesa del comedor Los Pibes, pero esta vez pretendiendo fundar en esa “opción por los morochos” no sólo un gesto altruista, sino una lógica y una astucia de clase. La fundición definitiva de la militancia burguesa con los intereses burgueses de los que dice renegar, encarnado en un sentido común: los morochos no representan sólo a los sectores populares que deben ser emancipados, sino que significan la expansión del mercado interno y del capitalismo que prolonga la buena estación de la clase media. Una garantía de inmortalidad. Si defendemos los intereses populares defendemos nuestro lugar. Un pacto social que es un paso más adelante que el progresismo franciscano de los años 70, al que definía el Indio Solari cuando daba su versión de la bohemia: abandonábamos casas llenas de electrodomésticos. Ahora parece una lógica de proporciones: si el morocho tiene algo, me va a ir mejor y por más tiempo. Ese pacto social pretende reconstruir un relato que encadena al peronismo con su verdadero hijo: la clase media. Es la fantasía del fin del desencuentro social que reconcilia a un padre y a un hijo biológicos que no conocían sus ADN. El padre morocho de un hijo blanco. Éste es el teatro de operaciones de la continuidad de la guerra. Aparece la idea de una clase media que les desea la muerte a los pobres. En definitiva, a sus padres. Porque si los pobres son naturalmente peronistas, son naturalmente los padres de la reproducción constante de clase media. Se podría decir de un modo más marxista, pero esta es la Argentina y su dialéctica filial, hermano.
Y sobre eso opera inversamente la sutileza que explica la popularidad bastante constante de políticos conservadores de derecha como Menem, De Narváez o Macri, que no se llevan mal con su “naturaleza social”, y que hablan sin pedir ninguna renuncia simbólica al deseo capitalista: ni al que tiene poco, ni al que tiene algo, ni al que tiene mucho. Y donde (hoy) las mediaciones solidarias entre personas, grupos o clases ya tienen la garantía exclusiva y suficiente de la existencia del Estado. ¿Qué se le pide a la gente? ¿Cuánta comprensión y acciones fuera de una razonable disciplina fiscal?
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La sensación que queda es que si mañana los intendentes, gobernadores y la estructura sindical peronista deciden romper con el kirchnerismo, en una hipótesis tristísima no sólo por el eventual “arrastre” de votos que llevarían a una derrota, queda lo que dijo Mariano, El Buen Salvaje: queda el Frepaso. El resultado limpio de la acumulación kirchnerista es la recomposición del Frepaso. El peronismo, incluso con Kirchner, sigue siendo un enorme instrumento de control social cuya vitalidad asegura que la pobreza no sea un problema de Estado, sino de políticas públicas, de instrumentos y pactos. De algo que se resuelve allá, lejos, detrás de una nube intensa de incienso que envuelve un puesto de frontera. De este modo, no es kirchnerista el que recibió una casa de la obra pública, el que goza del derecho de la AUH o el que entró a una planta de autos como operario: ese agradece con su voto y sigue la marcha. Es kirchnerista el que lo relata, el que lo habla, el que avanza sobre el sentido histórico de esas otras vidas populares que -a contrapelo de su imaginario- votan de acuerdo al consumo y a las razones capitalistas para hacerlo. El kirchnerismo exige en su adhesión una interpretación histórica, a la que los votos le quedan chicos. Y en esto el kirchnerismo emula a los ’70: perder será ganar. Construye la senda de su fracaso, porque actúa con la emoción a ciegas, como si su mandato histórico fuese contra la historia, como si la reivindicación central de los Derechos Humanos incluyera legítimas razones morales capaces de borrar el fondo estructural e histórico de la derrota del campo popular (ah, ese campo de significaciones…). La justicia contra los delitos de lesa humanidad sigue estando dentro de los parámetros de una administración más justa (mucho más justa) de la derrota histórica. Porque, en el fondo, sólo se trata de una batalla cultural, y (¿ya se sabe?) las mejores de esas batallas son las que se pierden. Aseguran la hegemonía por veinte años más. El kirchnerismo, en su segundo gobierno, ha optado por solidificar un pensamiento intenso de primera minoría, una lucha imaginaria contra el fantasma de una mayoría silenciosa que es hablada por esa metáfora de horrible dicción: dispositivo mediático. De allí el valle interior al que cae cada uno cuando el politburó opta por un Scioli o un Massa, explosivos electorales de cepa táctica que hablan el idioma de las cosas. Es que esa es la paradoja de la imagen kirchnerista: miles de derrotados y desolados que rodeamos a un tipo que no quiere perder a nada. Y que está dispuesto a todo. ¿Cómo se resolverá esto?
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20 comentarios:
El texto -laaaargo para la pantalla de compu, pero vale la pena- tiene un montón de ideas interesantes, de lenguaje poético para pensar al kirchnerismo.
Sin embargo, tomo la invitación para discutirlo desde un lugar que no es exactamente el del texto. Y ese es mi problema con él, justamente.
O sea, ¿cuál es falla del kirchnerismo dónde después caben todas las críticas lúcidas? La no construcción política. Eso, que el texto dice de varias formas y que tiene para mi una enunciación mas sencilla, más política, más "moderna": no construyó políticamente la defensa del modelo. Desde hace años que venimos rompiendo las bolas con esto. Néstor es un gran, gran, administrador y un mal, mal líder político. Todo lo que tiene de transgresor gestionando (esa metáfora de wainfeld de que kirchner recibía dos carpetas para una misma política y siempre elegía la medida más progresista)lo tiene de conservador para pensar las formas de lo político (la levantada de tranquera en el 2005, la forrma de pensar los transversal donde se terminó en "Cobos y vos", etc).
¿Por qué esto es central? ¿Por qué resume todas las críticas posibles de "este lado"? Porque la política, la contención política y simbólica es la única barrera eficaz ante la obvia, inevitable frustación de la gestión gubernamental. Y además, una valvula de escape, una forma más de mpulsar ese "abajo" que cada tanto pide y pide. Telenoche se acaba de hacer una panzada espectacular sobre todas las obras ferroviarias anunciadas y nunca llevadas a cabo. Y si, es verdad, no toda la verdad, pero es verdad. ¿Cómo se salda eso? ¿Cómo se supera eso? Acaso Chávez, Lula o Evo no tienen sus propios anuncios fracasados? De a miles, todos y cada uno. La diferencia está en que esa tribuna (presidencial, 678, la que sea) no tiene acá un correlato existente en el terreno. Se llame movimientos sociales de pueblos originarios o burócrata del PT. Hay política construida por debajo. El kirchnerismo, hasta ahora no supo, o no quiso.
Por eso, muy parcialmente, me pareció importante lo del Luna Park, tal vez tarde, demasiado tarde y ya con muchos gestos a cuestas de de una "gestión sin partido". Pero un intento al fin y al cabo. Veremos.
Porque no se trata de Pj o tercer movimiento histórico. Poner el acento ahí me parece un error. Nadie (o casi) pide una cosa o la otra. Suponete que sos kirchnerista, qué timbre tocás? te terminás abriendo un blog, je. Y si sos pobre? bueno, ponele que tenés algún conducto, alguna vía de llegada "orgnánica". Pero no es estrictamente política, en el sentido de sus formas. Y hay algo bastante jodido en suponer que "la política de los pobres" es sólo resolver su bolsa de mercadería. O, que eso se encuentra irremediablemente desunido de una participación más amplia, dónde la identidad, los sueños, las demandas tengan también un rol. No creo que eso sea imposible o propio de una modernidad perimida. Creo, más simplemente, que el kirchnerismo no le econtró la vuelta.
Fede, yo a esta altura del partido lo único que pido es que dejen de mover la copa política. Que permitan que a los muchos que podrían elegir racionalmente estos años de orden y progreso el kirchnerismo se los deje votar en paz. ¿Se entiende? Que dejen de esperar fanatismo y se empiece a esperar apoyos a la altura de la democracia y de la gestión concreta. Basta de kirchnerismo, en algún punto. Abrazo
Muy buen texto. De gran nivel. Lo mejor que he leído sobre el kichnerismo. Van a armar un libro con estos debates? Habría que indagar en la metáforas de Paniagua más detenidamente. Si el punto es más gestión eficaz y progresista, con menos twitter de por medio, estoy de acuerdo.
Bueno, pero aceptemos que los dos "pedidos" son ajenos a la práctica política del gobiernos durante estos ocho años. Pedir a esta altura también que el kirchnerismo deje su relato hiperpolitizado, o se vuelva su versión más c5n (eso que creo que vos bautizaste "kirchnerismo de mercado" jeje) es pedirle, en algún punto, peras al olmo.¿No?
Abrazo
Considerándome en el buen sentido, al fin y al cabo soy politóloga ergo soy hobbesiana, profeta del orden, creo que es un error político tan grave como el de la supuesta falta de armado, pretender que desaparezca la retórica del conflicto. El propio discurso del orden y progreso roquista, basado ideológicamente en la generación de 1837, estaba estructurado, metáforas integrativas mediante, en un conflicto, en un antagonismo. Sin hacer culto excesivo al conflicto como algo que sólo entendemos los buenos progres (sin pegar en exceso a los hermanos mayores de Carta A, porque teóricamente coincido en muchas cosas con carta abierta)y donde cualquier cosa merezca ser objeto de una batalla final (el famoso subirle el precio) un mundo de la pura gestión autorregulada es por definición antipolítico, y por ende, invivible y muy peligroso. Menos saturación twittera, tal vez, menos exageración, pero no vendamos ni compremos un consensualismo larvado. Incluso la definición más formalista de democracia acepta que se trata de consenso en el disenso, es decir conflicto. El problema es tomarse las peleas demasiado en serio.
El Estado pacifica y neutraliza el caos pero si obstruye el conflicto sin canalizarlo, no hay cambio posible y tampoco a discurso político.
La paz, como tregua al caos permanente, es necesaria pero paz por la paz misma está sólo en los cementerios. Y donde no hay vida, tampoco hace falta gestionarla, ni siquiera en un sentido biopolítico (la gestión de la vida termina en el certificado de defunción).
Felicitaciones por el post y el comentario, y se viene el libro. Va haber mucha gestión, mucha política y mucho discurso, que bien combinados, son una antinomia convergente, diría Don Weber.
¿Qué libro, Paniagua?
Pero el discurso se puede mejorar, sin aminorar su impronta politizadora. La idea sería concentrarse más en la defensa y difusión de una gestión con medidas distribuicionistas reales (AUH, estatización de AFJP) y no solo morales (matrimonio gay), que igual bienvenidas sean. Ese cambio de enfasis supone a mi entender una politización del discurso aún a un nivel mayor que el twitteo cotidiano de Cristina, que parece una pelea solitaria contra los molinos de viento. Profundizar las medidas distribucionistas genera mejor discurso, mejor imagen, y más convicción política e, incluso, nuevas simbologías, porque crea nuevos actores sociales. No es un imposible. Ya hay un camino marcado. Retomo un comentario de Artemio: Lula nunca le prestó mucha atención a la pelea mediática y ahora tan mal no le está yendo.
la gestión de la vida termina con el certificado de defunción? se ve que anónimo no conoce la industria de la terapia intensiva
Retomo ese concepto, bien planteado por Paniagua, según el cual la clase media es una clase sin identidad. Me vino a la memoria ahí un comentario estadístico que decía que la gran mayoría de los pobres del país se sienten "de clase media", aún a pesar de estar económicamente excluidos. O sea: ambos grupos socio-económicos comparten valores similares. El punto entonces es darles una identidad más allá de Tinelli. Me parece que cuando el Estado empieza a distribuir en serio, ese séctor de identificaciones difusas comienza a encontrar otros puntos de referencia más allá del "dispositivo mediático", sin tener que quemarse la cabeza a ver si hoy Clarín y/o el Indec les mienten o les dicen la verdad. No se puede hacer política desde abajo, real, sin contar con ese proceso. Es también la única manera de superar el testimonialismo de base.
Todo muy rosa no?
Pienso que lo de la identidad (que es una cita de Alejandro) es una cosa que el mismo autor dice en frenesí conciente, pero que todos tomamos con pinzas, porque lo dice implicando una visión más clásica tipo "el lugar en el proceso productivo". Pero pienso que hay algunas identidades posibles dando vueltas por ahí.
Y sería preciso en una cosa, y es que pienso que el fanatismo kirchnerista parece un sector de clase media urbana que está rodeado de vecinos frente a los que coloca sensores para anticipar el temblor de sus cacerolas, y que comparte el mismo kiosco de diarios donde cada mañana presencia la venta de clarines en detrimento de los cuatro o cinco vecinos piolas (como él) que compran el diario Tiempo. Hay algo de consorcio, de bronca "entre los que nos conocemos mucho", que es como la epidermis de la discusión política, en un nivel demográficamente escaso, pero que impacta y se hace evidente en blogs, twitters, canales de cable, etc., por lo tanto, asume una cierta centralidad. Y eso es lo que contamina mucho.
Constato que, como en todo texto rico, cada uno lee lo que quiere. Incluso paniagua lee lo que quiere, que es distinto a lo que leo yo. Yo leo la formulación clara de una paradoja que, justamente por ser paradoja, es fértil, o por lo menos tiene posibilidades de continuar. El Frepaso no las tenía, tenía su fin en su principio. Por eso, estoy en desacuerdo con dos respuestas dadas a la nota. Una es del propio Martín. Reza "déjennos votar por la licuadora como en el 95". es, digam,os, una idea economicista del voto que enfatiza el momento del consumo. Odia la politización, entendida como discusión permanente (no otra cosa es la politización por otra parte). Esta opción es suicida. Porque el peronismo, si es de izquierda, tiene que dividfir continuamente a la clase media. Es la única forma de que no se conforme un bloque social que apoye una Libertadora armada o electoral. Cada kirchnerista debe estar dispuesto a hacerle la vida imposible a su vecina antikirchnerista. Debe ser un comisario político, un jefe de manzana, siempre en proyecto, por supuesto. De otyro modo, por más logros económicos y sociales que haya, al faltar la pata política, que es la pata de la división al infinito mientras "nosotros" nos cohesionamos cada vez más y en esa cohesión dominamos, pasara, mutantis mutantia, lo que pasó en el 55: los mejores índices económicos y sociales no alcanzaron a sostener un gobierno. Esta opinión se engancha, en cierta manera, en una versión más cínica, con la de Federico. Se desprende de esto que también estoy en desacuerdo con la segunda lectura, la que lee un llamado a concentarse en los "logros de la gestión". No hace faslta propagandizar más la AUH, porque los antikirchnerista tienen su respuesta preparada (se la robaron al ARI)y los beenficiarios no necesitan propaganda, ya la disfrutan. En todo caso, hay que afinar la gestión de la AUH para que no pasen papelones como los que difundió Clarín recientemente. La palabra "universal" debe ser tomada rigurosamente. Para las AFJP también hay respuesta : "incautaron los ahorros de todos". tambiñen es fácil corrernos por izquierda como con el 82% móvil y los frutos se verán dentro de años. También aquí, no suma ni resta en el corto plazo.
Pero veo algo más en la nota de >Paniagua. Veo el casnsancio de siete años de militancia fuerte, el que llega cuando ya hemos dicho demasiadas veces de un compañero "qué hijo de puta". es que la política no es lo que cree o dice creer el votante de Ricardito o Hermes, no es un tipo "como nosotros", pero más poderoso, que mantiene en fines y medios nuestra concepción pequeñoburguesa, argentinoide, de la vida. Para mí. Kirchner ha completado la tarea de Menem, ha vuelto más nietzcheana,o más "americana", una vida social que oscilaba entre Olmedo y los Campanelli.Nadie podrá restarle ese mérito.
Constato que, como en todo texto rico, cada uno lee lo que quiere. Incluso paniagua lee lo que quiere, que es distinto a lo que leo yo. Yo leo la formulación clara de una paradoja que, justamente por ser paradoja, es fértil, o por lo menos tiene posibilidades de continuar. El Frepaso no las tenía, tenía su fin en su principio. Por eso, estoy en desacuerdo con dos respuestas dadas a la nota. Una es del propio Martín. Reza "déjennos votar por la licuadora como en el 95". es, digam,os, una idea economicista del voto que enfatiza el momento del consumo. Odia la politización, entendida como discusión permanente (no otra cosa es la politización por otra parte). Esta opción es suicida. Porque el peronismo, si es de izquierda, tiene que dividfir continuamente a la clase media. Es la única forma de que no se conforme un bloque social que apoye una Libertadora armada o electoral. Cada kirchnerista debe estar dispuesto a hacerle la vida imposible a su vecina antikirchnerista. Debe ser un comisario político, un jefe de manzana, siempre en proyecto, por supuesto. De otyro modo, por más logros económicos y sociales que haya, al faltar la pata política, que es la pata de la división al infinito mientras "nosotros" nos cohesionamos cada vez más y en esa cohesión dominamos, pasara, mutantis mutantia, lo que pasó en el 55: los mejores índices económicos y sociales no alcanzaron a sostener un gobierno. Esta opinión se engancha, en cierta manera, en una versión más cínica, con la de Federico. Se desprende de esto que también estoy en desacuerdo con la segunda lectura, la que lee un llamado a concentarse en los "logros de la gestión". No hace faslta propagandizar más la AUH, porque los antikirchnerista tienen su respuesta preparada (se la robaron al ARI)y los beenficiarios no necesitan propaganda, ya la disfrutan. En todo caso, hay que afinar la gestión de la AUH para que no pasen papelones como los que difundió Clarín recientemente. La palabra "universal" debe ser tomada rigurosamente. Para las AFJP también hay respuesta : "incautaron los ahorros de todos". tambiñen es fácil corrernos por izquierda como con el 82% móvil y los frutos se verán dentro de años. También aquí, no suma ni resta en el corto plazo.
Pero veo algo más en la nota de >Paniagua. Veo el casnsancio de siete años de militancia fuerte, el que llega cuando ya hemos dicho demasiadas veces de un compañero "qué hijo de puta". es que la política no es lo que cree o dice creer el votante de Ricardito o Hermes, no es un tipo "como nosotros", pero más poderoso, que mantiene en fines y medios nuestra concepción pequeñoburguesa, argentinoide, de la vida. Para mí. Kirchner ha completado la tarea de Menem, ha vuelto más nietzcheana,o más "americana", una vida social que oscilaba entre Olmedo y los Campanelli.Nadie podrá restarle ese mérito.
Hola; me llamo Diego. Leo mucho este blog pero, nunca escribí.
El texto me pareció muy interesante porque es, justamente, un texto de frontera.
Por un lado, propone revisión de algunas cuestiones que han sostenido al kirchnerismo desde 2003 –tanto ideológicas, como políticas. Sin embargo, por otro lado, la revisión parece enclaustrada, usando las mismas categorías que las que usa el kirchenrismo para sostener sus discurso. Aun cuando el ánimo es crítico, las ideas que el texto tiene acerca de los progres, la clase media, el desdén de estos por la primera y la característica progresividad de ésta, son, precisamente, ideas del paradigma kirchernista.
En la base, creo que para comprender cabalmente eso que se siente como tensiones del proceso –así como sus posibilidades y límites- hay que estar un poco por fuera de él.
Me produce una profunda admiración. Alguna vez escribí algo sobre el kirchnerismo y el discurso infantil. También sobre el kirchnerismo y la fantasía. Si, se trata definitivamente de discursos condenados a la derrota, que son las más dulces victorias. Inmensamente admirable tu post, inmensamente, Y escalofriante.
Un abrazo.
Martin: el texto está buenísimo, y si alguna vez alguien se pusiera a definir lo que se escribe en los blogs como género, este texto lo desbordaría.
Más rústico, digo: escucho todos los días ese pedido de la clase media de que los dejen votar en paz. Hasta a lo mejor lo harían por Kirchner. Pero que les dejen de romper las bolas con actitudes troskas: el kirchnerismo te pide que te definas kirchnerista primero, y recién ahí "podés" votarlo.
Saludos
Reproduzco el comentario que dejé en Ramble.
Nando, con mi esposa estuvimos desculándolo anoche. Detrás de todo el barroquismo metafórico (más que un post parece un capítulo de un libro en preparación) hay varias ideas interesantes.
1) Que el kirchnerismo (como ideología política) es y se dirige a la clase media (interlocutor difuso, inorgánico y caprichoso) desde el progresismo transversal.
2) Por lo tanto es "el hijo blanco de un padre negro", o sea: el peronismo, con sus feos caudillos y sindicalistas. Sin ellos no se gana elecciones, pero el costo es la repugnancia de la clase media anti.
3) En tanto progres, los militantes k se viven como minoría en lucha con el Poder real (Clarín). Piden comprensión a su clase, en lugar de asumirse como Estado y bancarse las consecuencias.
4) Pero como su líder sí es un político peronista que se juega por el Poder, los militantes tienen que tragarse un sapo (Scioli, Massa) cada tanto y se desconciertan y deprimen.
Ahora mi opinión: el problema de ser aliado del peronismo es que no reconoce otra identidad legítima pero diferente con la que formar un verdadero frente o alianza. Habría buenas razones gramscianas o troskistas para la existencia de ese partido aliado (como intentó serlo el coloradito Ramos) pero no funca. Es parte de las particularidades sociológicas argentinas (como el Socialismo gorila o el Comunismo desarrollista) que necesitan una explicación histórica.
Como dice Martín, son contradicciónes jodidas. Por algo somos la última trinchera del psicoanálisis ¿no?
Mariano: ése es el punto. Ese plus, esas ganas de que haya algo más que el voto. Eso es lo que destruye el ánimo democráticoburgués, por decirlo de algún modo. Un abrazo y gracias. Me alegra la sintonía.
Militarías para que gane Scioli? escribirías cinco páginas de blog sobre el "sciolismo postkirchnerista"? Saludos
tanto el analisis como el texto, son excelentes. te felicito.
Valeria
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