jueves, marzo 18, 2010

Habitar en la tragedia

Por Pablo Paredes M.

No nos ha caído un meteorito gigantesco que nadie esperaba. Se han movido, como cada tanto lo hacen, las placas sobre las que, hace mucho, levantamos este oscilante país. La catástrofe que hemos sufrido ha sido tristísima, nos duelen los muertos y las casas, pero no podríamos decir que nos ha sorprendido. Acá, después de un sismo fuerte, la gente que vive en la costa corre hacia los cerros casi por instinto. Acá, los terremotos son parte del paisaje social y geográfico. La convivencia con ellos es de tal vigor que, por momentos, se tiene la sensación de vivir entre los dioses o, mejor dicho, entre “unos” dioses que son más bien raros, pues, entre otras cosas, no muestran ningún respeto por templos católicos o protestantes. En efecto, hemos puesto un país ahí, sobre el territorio más fértil para lo primitivamente religioso y el sentido épico, para el desgarro de la alegría. Así, para (auto)comprendernos, debe necesariamente saberse que Chile no vive una Tragedia, sino que Chile vive en la Tragedia. Dato que todo gobernante de este suelo, haya sido inca, español o chileno, ha sabido. Nuestra historia se ha construido siempre sobre una matriz de frecuencia: construcción/destrucción, lo que sin duda ha formado un carácter nacional, pero ha complicado la formación de estaciones (nacionales) de llegada.

En el último tiempo, y en concreto tras 20 años de gobierno de La Concertación, el país configuró tal mezcla de “éxito” y exitismo que, primero, se obsesionó (o mejor diríamos: los medios construyeron esta obsesión en parte importante de la población) con el desprendimiento simbólico de lo que, en el mundo, se entiende por “Latinoamérica” y, ahora, previo al 27 de febrero, comenzaba a embarcarse en la “entrada al Mundo Desarrollado”. Pero claro, la lucha subterránea de los dioses tectónicos dijo otra cosa y nuestros gobernantes debieron, otra vez, entrar a negociar las obsesiones humanas con las divinas.

Sebastián Piñera negocia y eso es algo que sabe hacer bastante bien. Como sabe también que este terremoto/maremoto recién pasado quedará ligado a la reinserción de la Derecha en el Poder Ejecutivo, cuestión que les costó no menos de 50 años, si es que descontamos la entrada brutal y no democrática de Pinochet y los Chicago boys. Esta ligazón tendrá efectos en el corto, mediano y largo plazo (que aquí se mide en función de la espera del próximo gran sismo) y estos efectos se instalarán en el espacio que otorga la segunda parte de una de las frases más mediáticas del nuevo presidente “no sólo debemos reconstruir el país, sino construirlo mejor”. Entonces, cabe preguntarse qué es lo que debe ser entendido como mejor. Esto no podemos adivinarlo, pero sí intuirlo a partir de dos elementos fundamentales: primero, la sistemática crítica de la Derecha a una supuesta inoperancia del aparato estatal para enfrentar la tragedia, aunque, por entonces administrado por el gobierno de Michelle Bachelet, permitió hablar de cientos y no miles de muertos; segundo, a la promesa electoral de Piñera de que el país volviese a crecer a un ritmo de 6 a 7%. Esto, entregaría las pautas para, por un lado, justificar el “empequeñecimiento del Estado para otorgarle más eficiencia” y, por otro, para que la evaluación de gestión vuelva a estar ubicada en el espacio macroeconómico por sobre el aumento de los estándares de calidad de vida de los chilenos. Todo esto, me atrevo a pronosticar, no tendrá mayores resistencias, pues la nueva oposición parece ser incapaz de pasar de la crítica del neoliberalismo feroz, de cuya instalación también es responsable, a una propuesta de modelo alternativo de desarrollo; y los medios de comunicación masiva –esos mismos que erotizan al pobre para que compre el televisor de plasma, pero que luego lo lapidan por robarlo en un saqueo- pertenecen, en prácticamente su totalidad, a conglomerados que, por lo menos, simpatizan con el Gobierno de la autodenominada Centro-Derecha y que ya comienzan a mostrar su condescendencia absoluta hacia el dueño de LAN y Chilevisión. De existir además alguna forma de resistencia a este segundo aire privatizador del país, este deberá enfrentar el gran activo comunicacional del gobierno de La Alianza: ellos son, desde ahora, “El Gobierno de la Reconstrucción Nacional”.

Considerando estos puntos, quizás puedan compartir conmigo que de cierta forma Chile nunca se derrumba sino que, cada cierto tiempo, vuelve a su estado larval; vivimos en permanente aplazamiento de la mariposa, pero a veces llegamos a estar muy cerca. Hay algo trágicamente parecido entre la vía chilena al Socialismo y el sueño exitista de ser el primer país desarrollado de Latinoamérica. Hay algo trágicamente parecido entre un terremoto y un golpe militar.

Santiago de Chile, 17 de Marzo de 2010

3 comentarios:

Néstor Dulce dijo...

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