domingo, marzo 21, 2010

Quemá esas fotos...


a Patucho

Todos tenemos una foto, una foto sin revelar que está en algún lugar desconocido. Nosotros, los anónimos, tenemos una foto perdida, por ahí. Una foto por si nos extraviamos. Una foto por si cruzamos la autopista hacia la nada: una foto en el peaje, una foto en el cajero, una foto en la estación de servicio, una foto saliendo desnudos de un hospital. Una foto pasando a toda velocidad por una esquina oscura. Una foto en un shopping. Una foto que atenta contra el derecho a la invisibilidad, incluso a la hora de nuestra muerte. Una foto en la caja de una estación de servicio. Hay algo, algo, algo en la fugacidad de estas fotos, en su precisión: pueden ser y no pueden ser esas que están ahí las personas buscadas, pero son fotos con toda la imprecisión deseada y necesaria, con todo lo que se precisa insinuar y no saber, la zanahoria de una ansiedad que empuja siempre un poco más allá el carro. Y un carro que ya lleva atrás al cuerpo real, pero que busca en esa foto lo que el cuerpo real no dice, porque el cuerpo real aún habla de su inocencia, y la foto es la posibilidad de perder toda inocencia. Pomar bajo el árbol, Lucas en la morgue, esperan que acabe el proceso que sigue en esas fotos. Hay belleza en esas fotos: son fotos que no flotaron en el laboratorio del arte y el afecto. Hay algo borroso que las hace aguantar el drama. Hay algo fugitivo en las fotos porque la velocidad está presente. Fuera de foco, están ahí, en un último gesto antes y durante la violación serial con que su memoria será arrasada. A Pomar la foto "lo agarró huyendo", a Lucas lo agarró desnudo. La mano levantada de Pomar saluda a todos los que (no) lo conocen, el cuerpo desnudo de Lucas no quiere cruzar una calle, el policía lo mira, el policía está del otro lado de la calle y del otro lado de un orden: alguien desnudo frente a alguien de uniforme. ¡Es perfecto! ¿Fueron sacadas por celulares? ¿Fueron sacadas por cámaras de seguridad? Se necesitan fotos borrosas, muchas fotos fuera de foco de todo el mundo, fotos en todos los lugares posibles. Diapositivas extraídas de la cinta continua que filma los peajes, las entradas y salidas entre lo público y lo privado: el campo de gravedad que queda en el medio, partículas de cuerpos que ocupan esa “tierra de nadie”. Se necesitan puntas del iceberg para que alguien, si cruzamos un umbral, pueda decir de cada uno lo que cada uno no sabe de sí mismo, que alguien pueda decir públicamente lo que uno no es. Pomar "no sabía" que era un violento, un mitómano, y que se dirigía al sur a quemar su historia: él creía ser otra cosa, pero la foto lo llevaba lejos, mientras su cuerpo real y su familia se descomponían bajo un árbol, a metros de la ruta ordinaria que lo llevaba a la casa de su padre, y de la casa de su padre a su casa de vuelta. Pomar no quiso nunca salirse de la ruta común, su cuerpo quedó a un costado de ella, pero la foto arrojó su pellejo lejos. Esas fotos son los cuerpos a partir de ahora. Esas fotos son la autopsia pública. Esas fotos son la escena del crimen, el cautiverio público: en esa foto confiesan el crimen que no cometieron. Yo no fui, diría cada uno si pudiera volver a decir algo en el pequeño teatro de su foto. Esto es la democracia argentina al rojo vivo: nadie puede desaparecer y nadie es inocente. Estamos enfermos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Tremendo.

Amilcar dijo...

increíble relato, maravilloso

Anónimo dijo...

una vez que te entiendo bien, pero cómo de bien te entiendo!
laura.

Arcadia dijo...

UH Martín! fuerte lo que decís! siento un triste pudor de ver esas fotos! de mis ojos aquí y ahora!