Duhalde tiene un problema: su interpretación de la política uruguaya es horrible. La política uruguaya es uruguaya. O sea, es la política de otro país, con otra historia, con otros dos partidos tradicionales a los que no les creció un Frepaso, sino un Frente Amplio de socialistas, comunistas y ex guerrilleros. Ese país tiene un nuevo presidente que hace de su sinceridad un arma blanca: cuenta chistes de derecha. Ese país es irrepetible. ¡Pero cómo le gusta a Duhalde imitar los guiños de Mujica! Se mira en el espejo y ensaya el gesto sacramental del perdón.
Duhalde hace síntoma en su último hit: “gobernar para los que quieren a Videla y para los que no lo quieren”. Esa es su traducción del “hay que ser un presidente de todos”, con que pretende oponer los modos kirchneristas, parciales y “revanchistas”.
Pero hay un problema: la frase está incompleta. Y sería así: los que quieren a Videla… preso, y los que quieren a Videla… libre. O sea, Videla no es sólo un problema de pasiones desencontradas, sino que atañe una decisión concreta: hay que estar de un lado o del otro de la frase. ¿Cómo se hace, no para ser el presidente de todos (que es una situación de hecho), sino alguien que representa a ese Todos, figurado en entre esas dos posiciones irreconciliables? Él quiso decir que hay que ser el presidente de TODOS, pero para parecer campechano y que te entiendan los criollos –como decía Jauretche- dijo algo que está mal, y no sólo “moralmente mal”, por las razones ya expuestas.
Pero hagamos un poco de historia: hagamos una genealogía del “Todos” duhaldista.
Más acertada, pero menos concreta, fue su (mejor) frase presidencial: “una crisis es un momento donde TODOS tienen razón”. Desolado, frente a un micrófono del canal 26, mientras el duro invierno del 2002 transcurría y se negociaba tristemente con el FMI, hundido en la silla con las patitas colgando, el hombre tomó aire y se inspiró: dijo que Todos tienen razón. Duhalde había llegado puesto a dedo por una asamblea, que a su vez era el árbol deshojado de una clase política a la que le soplaban al oído “que se vayan… TODOS”. ¡Ahí ya estaba el “Todos”! Pero él tenía que devolverlo, ponerlo del otro lado del campo de juego. E hizo bien. No se tenía que ir nadie. Y todos tenían razón. Esa era más o menos la cuenta.
Sólo el clima del 2002 explica la ambigüedad de esa frase que dejaba vacante la solución real de la crisis: porque no Todos tienen las mismas razones, y la evolución de una crisis se trama alrededor de dirimir QUIÉNES tienen más razón. O sea, el capítulo kirchnerista de la restauración.
Toda la clase política cascoteada (¡incluyendo a Carrió!) en 2002 puso a Duhalde ahí. Su figura aún podía arrastrar las virtudes y la forma de un peronista de los años 90 que, a la vez, en nombre de una tradición más ortodoxa, había significado un límite para Menem. Incluso un límite más ideológico que el de la Alianza. Pero Duhalde había dejado en pie algunos NO: se me ocurre al azar el “no a la dolarización” (que en las paredes pintaba la Juventud Radical de Moreau, uno de los “brazos duhaldistas”) y el no reconocer el fallido golpe de estado a Chávez en abril de ese año, durante la noche eterna que duró. Dos gestos diversos que se suman a la virtud de haber impulsado el parche del Plan Jefes y Jefas de Hogar. El asesinato cruel de dos militantes como Darío y Maxi signó la evaluación inmediata de su año y pico de gobierno, y el quiebre con el Todos. Efectivamente, la sociedad o el pueblo o la gente, eran una constelación de diversas razones.
La conclusión podría ser que Duhalde nunca supo quién es Duhalde y, por las dudas, mitigó esa pesadilla identitaria de un modo casi banal: dibujando para sí una especie de capacidad de representación desproporcionada, un político de la pre-política, alguien trabajado para “normalizar”, en nombre de todos, lo que se ha descarrilado quién sabe por culpa de quién, “si los argentinos estamos condenados al éxito”. Duhalde así, se traza como un Alfonsín sin drama y sin enemigos, que agita los fantasmas justamente de aquello con lo que el caudillo radical no asociaba su ideal republicano.
Pero hay algo cierto: el 2002 podría haber sido peor sin Duhalde. Y todo lo gris y desolador de ese año sintetiza de la mejor manera lo que hizo posible al duhaldismo: los recursos políticos agotados daban la última oportunidad a un político del que no se esperaba nada, al que las mayorías no le habían dado en 1999 el mandato popular, pero que había jugado un papel de garantía para nada despreciable. Pragmático, socialcristiano, de las entrañas del conurbano, del Partido del Orden. Oscuras virtudes de un tiempo de Rosas.
Como decía el boletín de la escuela: no había padre, había “tutor o encargado”, y se llamaba Duhalde. O un acompañante terapéutico de una sociedad enferma, que puso dos o tres cosas que direccionaron las vías para que pase el tren de la historia, y que hicieron posible de manera irreversible las políticas económicas del futuro argentino. Duhalde, de algún modo, nos acompañó a la parada. Cuando tuvo que decir algo de Kirchner, en uno de sus últimos actos, casi su despedida de la historia, en un Atlanta de cabotaje en los primeros meses K, sólo dijo algo que hoy quizás lo salpica: como peronistas, “nos une un corredor de sangre”. Cada río tiene dos orillas.
Duhalde no duerme en paz. Y cada tanto ensaya un intento clarificador sobre su identidad borrosa. Ahora, midiendo los espacios vacantes, se conforma con una caverna de derecha desde la cual imagina descender a caballo de una "Moncloa". Una Moncloa sin franquismo. O una Moncloa en la que él aporta un franquismo trasnochado, de Pando & Cía., como quien construye la amenaza de la que nos viene a salvar, como quien incendia un bosque vestido de bombero. Duhalde pretende alterar la institucionalidad que los argentinos eligieron para saldar cuentas del pasado: el juicio y el castigo a los responsables del genocidio.
Su eterna misión de jinete de tormentas ahora lo encuentra soplando agua de un balde, agitando las manos y alertando como el pastorcito del cuento sobre un lobo que es él mismo.
10 comentarios:
Bueno, si tanto les gusta Uruguay, ¿por qué no cambian la Constitución para que Argentina sea un país laico y no tenga que mantener a los parásitos de los curas?
En la Banda Oriental el estado está separado de toda religión. ¿Qué opinarán Duhalde, Chiche y sus amigos milicos chupacirios?
Muy buen análisis
Es que el Kirchnerismo ha avanzado mucho mas en su política de derechos humanos, por lo que en materia económica (Lavagna en ambos casos y discípulos de Lavagna en el segundo) no hay tantas diferencias, o hay menos de las que se sobreactúan.
Si a Duhalde le y otros les gusta tomar ejemplos de Europa que se fije en el nazi de 88 años que recientemente condenaron en Holanda
Muy buen texto, Martin. Abrazos.
hace mucho martín, me acuerdo que vos me dijiste: "no creo que duhalde sea un tipo que se levante y diga hoy a quién voy a cagar". eso puede ser cierto, habría ciertos límites ideológicos en él? sin embargo, lo que hizo con lo de los juicios y ayer, diciendo pelotudeces con morales solá, digo, dudo unpoco de aquella afirmación. vos lo dijiste bien, levantar un moncloa sin franquismo...
un abrazo
gabriel
La cara de Duhalde es tan elocuente de sus oscuridades, de su progresivo e irremediable derrumbe, de algo que en ese rostro me recuerda lo peor de la política argentina de los últimos años, creo que es hora de no escucharlo más, digo, más allá de lo que diga, es dónde y para quiénes, entonces, eso nada más, atentos.
Todo lo que dice Martín es para suscribir, como siempre. Yo le agregaría algo mucho más primitivo, casi un sentimiento más que un análisis: La grandilocuencia de sus declaraciones son inversamente proporcionales a sus efecto políticos reales. Eso lo saca, y lo lleva a subir más la apuesta en la próxima declaración.
si, totalmente. coincido a pleno con fede v. si te sacás tanto, por izquierda o por derecha, es porque no tenés ningún apoyo que mantener. debe estar re solito.
¿La AUH sería el Plan Jefes & Jefas del kirchnerismo? Una vez lo escuché a Fernández decir que Duhalde había tenido un lugar protagónico en la Argentina pero que su tiempo había pasado. La maniobra de Duhalde aparece clarísima: hacer del Que se Vayan Todos un Que se Queden Todos, tomar una demanda popular para cumplirla en sentido contrario; volver a poner la política en el lugar que corresponde, el articulo 22 de la Constitución Nacional. Pero no todos se pueden quedar, ni todos tienen razón, y ahí el kirchnerismo aparece como la forma política para esta coyuntura. Duhalde no entiende que la razón de su identidad borrosa es la falta de adecuación entre su forma política cristalizada y el presente dinámico.
No comparto con Fede.V creo que el planteo de la derecha con los juicios no es mas la anulacion sino la igualacion en los juicios con respecto a los crimenes de la guerrilla. Lo de Duhalde es una advertencia y negociacion, como siempre..
"V"
Excelente análisis Martín. Ver de nuevo seguido a Duhalde es laconcepción del mal en nuestro cotidiano. Basta.
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