jueves, julio 31, 2008

Indio dejá el mezcal


A veces pienso que el conurbano tiene su metafísica. Es un lastre de ese dilema “moderno” llamado “frontera bonaerense” que atravesó el núcleo duro del siglo 19 argentino. Y sigue funcionando con la metáfora de la frontera, aunque separe una ciudad capital con el interior agrario de la provincia más rica de la Argentina. Aunque separe, digamos, dos órdenes perfectos, o que ahora parecen perfectos (¡sonaron al unísono como campanas!). Una ciudad ordenada es la mejor amiga de un campo sembrado. Pero el conurbano, ese espacio intermedio, cuyo crecimiento descomunal, aparentemente, se basó en las expectativas industriales del país, permanece así, gigante, y de cara a la ciudad y al puerto, contaminando las aguas y la piel del jangadero que nada entre las riquezas que se van, y se van. Acabo de leer un libro genial: Indios y cristianos, de la historiadora Silvia Ratto. Ésa parece ser la obsesión histórica de la autora: las relaciones, los acuerdos, las políticas de negociación constantes en la frontera bonaerense, con los Cafulcurá, Catriel, y demás caciques (cómo decirlo) de grupos del sincretismo indígena, muy diferentes a la imagen comunista y primitiva que Bayer o Galeano (para nombrar dos tipos que dañaron el pensamiento de generaciones) fijaron. Ni el indigenismo, ni una mirada “del progreso”: continuidades. Para el caso, la política de atención personalizada, directa, efectiva, que institucionaliza Rosas (el Negocio Pacífico de Indios), es, cómo no, un embrión de políticas sociales que aún funcionan. Sí, aunque parezca un exceso: las políticas sociales son políticas de fronteras. Y aunque hoy lo hagan bajo el manto de un lenguaje técnico, siguen siendo páramos de negociación personalizada llenos de mesas, asados, acuerdos, madrugadas, inciensos y pipas de la paz, regalos, palabras de honor, golpes y micro-traiciones. Cuando uno piensa en fronteras, no piensa en grandes extensiones. Son espacios pensados como límites. Y sin embargo, esas fronteras, parecen serlo todo hoy, a la hora de pensar la problemática social. Por densidad poblacional, por sus carencias estructurales, el conurbano es el dilema nacional. Y no se trata de la frontera que nos separa de algo desconocido, extraño o extranjero, de la frontera que nos separa del desierto. No. Se trata de la frontera bonaerense que, a un lado y otro, separando paisajes urbanos y agrarios, es sólo una frontera consigo misma. La frontera como estancia, con sus cordones industriales que envuelven a esta ciudad. (Siempre me gustaron mas Los Fronterizos que Los Chalchaleros.) Conozco por dentro el jardín de margaritas de Alicia, lleno de trabajadoras sociales empeñadas en la música de su peña mental: chamamecito maceta. Y claro, bueno, también de fronteras civilizatorias estamos hablando, pero esas prácticas que vienen del rosismo profundo conforman la preexistencia de una modernidad, muchas veces subestimada, de un estado. Quiero aclarar que me tocó trabajar con comunidades indígenas, “Pueblos Originarios”. Hace poco, la hija de un cacique huarpe (sic), en San Juan, me habló del hallazgo de una familia de la zona que habla la lengua, que la “hablan entre ellos”. El huarpe, claro. La lengua, mas allá de su función de integración social, es lo que permite a los ojos de una institución “milenaria” como el INAI poder demarcar el límite en el que se fija o no la existencia de una comunidad originaria, como si dijera: son indios sólo los que viven en tolderías. Y esa conciencia crítica conservadora funciona con el mismo peso y dramatismo de la de los curas tercermundistas: la relatividad cultural de la pobreza. No son pobres, son cristianos en contacto mas directo con la divinidad, sin el bisturí del aborto y el progreso. Muy bien, el estado es una máquina de hits: todo lo que es indio es lo que quedó afuera, todo lo que quedó afuera es indio. Como la chacarera de Peteco, la de “los indios de ahora”. En fin. De manera que la pregunta o la certeza que tiene medio mundo en San Juan, y mas precisamente, en el departamento de General Sarmiento, en Media Agua, es que los huarpes no existen mas. No importa, es una digresión sobre gente que amo, pero resulta que en un lugar remoto, cerca de lo que fueron las viejas lagunas de Guanacache, hay familias que siguen hablando en huarpe. Como un pelotón de japoneses en islas del Pacífico que continúan la guerra, como las tribus amazónicas que le apuntan con el arco al helicóptero y que desconocen la existencia del blanco, así, de pronto, se presenta una realidad, que es otra realidad. De allí a un pensamiento final: las reservas. Respetar su hábitat, negando la inevitable pregunta sobre la “integración”, digamos, permite pensar en un espacio sagrado, cuya función social es la de que en esa naturaleza se expresen las representaciones religiosas. Algo así como “la plaza de la protesta” con que Raúl Portal imaginaba pacificar el país en el año 2000. Si para un huarpe la presencia de un zorro en el monte avisa si hay buena cosecha, el Estado debería permitir que en determinado espacio crezca el monte, camine el zorro, se exprese la espiritualidad. Esto puede parecer risueño. Y no lo es. Claro que dicho en un blog, y expresado en una imagen así, da para cualquier cosa. Pero ahora que se acabó el conflicto, derrapó el ala dura, y todas son sonrisas, podemos volver a una duda: ¿qué tipo de debate de la modernidad nos promete el clima cultural del bicentenario? Yo digo: discutir la frontera, el conurbano, y la familia solitaria que habla huarpe en el cráter de las lagunas evaporadas de Guanacache.

La espada y la cruz crucificaron a ese zorro, y después le sacaron la piel (¡Kloosterboer!) y la usaron para el tapadito de la vieja mogólica que reza el rosario en la marcha del niño por nacer

(Un final para la tribuna.)

Continuará…

12 comentarios:

Ulschmidt dijo...

Siga, siga, que viene muy bien

Anónimo dijo...

estabas refumado.

ahora agrego que pensando el territorio y siendo del interior bonaerense tengo la suerte de encontrarme con sujetos del gran bs as, cuando se produjo el conflicto la población de mi distrito se dividió en proporciones de 90 a 10 (sobre 100) y un día comiendo con amigos que pensábamos igual e imbuidos en un clima casi persecutorio a los no adherentes, me dije, que suerte que las elecciones no las definimos aca.

lo cual no se si es del todo cierto, pero al menos es tranquilizador.

Anónimo dijo...

"Bayer o Galeano (para nombrar dos tipos que dañaron el pensamiento de generaciones)",

Hola, no lei a ninguno de los dos, pero me gustaria si te podes explayar mas sobre porque esos autores han sido dañinos para el pensamiento de varias generaciones...

Saludos.

manolo dijo...

Espectacular.
La Ciudad sitiada es una constante de nuestra historia.
Las Puertas de la Tierra siempre fue una frontera en si misma, del agua llegaban los Ingleses o la Libertadora.
Del Desierto los indios, Federales, o el aluvión zoológico.
Ya que paso por acá el amigo U; los morloks brotan en Once, Retiro o Constitución; para asombro de los eloi de Caballito o Palermo.
Como Liniers, parecen esos Mercados de Frontera, donde los mercachifles de variados colores y culturas aplastan con su alboroto los sonidos dominantes.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Martín, genial, genial. Y la metáfora del viaje a la frontera, el gesto fundador de la literatura nacional, que se repite y se repite: Mansilla va a los indios, Sarlo viaja en tren a Morón, Auyero pisa la villa de Avellaneda...
Una vez fui a escuchar leer poesía Gelman y Galeano. El desafío era escuchar a Gelman (que leía poesía) y hacer meditación zen para no escuchar a Galeano (que leía sus articulitos ramplones.)

Sebastián dijo...

Debería ser sobre qué y cómo fundar en el nuevo desierto (hay algo de decimonónico ahí, también). Usted encuentra indios hablando huarpe. Otros entran a la plaza (con uno, claro) “dando la vida por Juan Perón”. Este desierto, como todos, mi amigo, está lleno de fantasmas. Muy Buenas sus líneas.

Anónimo dijo...

¿y si en ese "servicio social obligatorio" ,que posteabas hace un tiempo en otro blog, ponemos profesores como los de la pelicula neozelandesa "once were warriors"(creo que algo asi como "alguna vez fueron guerreros") traducida aca como "el amor y la furia"?
profesores del "servicio social..." en el conurbano que hagan una division mas o menos de acuerdo a la provincia de origen de los familiares que llegaron, y que enseñen la lengua de esos lugares y ceremonias (que seguro tendrian puntos en comun con muchos ritos del conurbano profundo). Asi como en la pelicula un profesor maori del instituto de menores donde caia un joven maori habitante del conurbano neozelandes, les enseñaba a los pibes (creo que todos maori, el equivalente a "cabecitas" en clave de peronismo-antiperonismo) la espiritualidad del haka; y los "rescataba". Si hicieramos algo asi, ¿estariamos fundando la generacion del bicentenario?
yo si estoy fumado, el autor me consta que no.

Anónimo dijo...

Bueno, "La quimera de los héroes"

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=NMuVWr8a_ZY

Ezequiel dijo...

Martín, la verdad que a veces la rompés. Excelente, amigo. Brillante.

Néstor Sbariggi dijo...

Brillante Martín!

Un abrazo

Anónimo dijo...

hay facones culturales casi un jaque mate que funciona perfectamente - amenaza constante
pero los peones resisten desde las primeras lineas
concéntricas

www.charruasjaguares.org