miércoles, agosto 30, 2006

El tambo

La bestia Pop

Por Teodoro Boot

El ex maestro, ex demócrata cristiano, ex sindicalista, ex piquetero, ex diputado y actual funcionario Luis D'Elía es, para gran parte del periodismo, una suerte de monstruosa gata peluda, una bestia negra. Que Luis D'Elía se comporta bestialmente en la mayoría de los reportajes que se le hacen, hay pocas o casi ninguna duda: resulta más conspicuo que una tarántula en una fuente de crema chantilly.

De que el señor D'Elía debiera sosegarse un poco durante esas entrevistas, tampoco hay dudas. Ni la hay de que le convendría entender que muchas de ellas se realizan para perjudicarlo. Como de que no es sensato que ignore que muchos periodistas, en una exhibición explícita de pésimo oficio y a tono con la moda, utilizan las entrevistas para opinar con tanta frivolidad como impunidad, siendo que una entrevista es para preguntar.

Que no le conviene superponer sus palabras con la de quienes ocasionalmente lo entrevistan, de manera que quien escucha acaba por no entender nada de lo que se dice, muy especialmente cuando él tiene la razón.

Y en la última polémica en que se vio envuelto con el establishment periodístico, al señor D'Elía le asistió toda la razón.

La misma se originó en la provincia de Corrientes, donde D'Elía, pinza en mano, procedió a cortar un candado de una tranquera que cerraba el paso a lo que se pretende un campo propiedad de un tal Douglas Tompkins, acaudalado norteamericano, condición que no constituye delito alguno.

Sí lo constituye en todas partes cerrar una ruta provincial mediante una tranquera asegurada con un candado.

Erróneamente, D'Elía argumentó que esa tranquera impide el paso de maestros y médicos, lo que que no viene al caso.

Esa tranquera impide el paso público por un espacio público, razón más que suficiente para prenderle fuego.

Lo que entre paréntesis, el vehemente señor D'Elía no hizo, limitándose a cortar un cerrojo, colocado por un señor que tendrá derecho a adquirir una propiedad, pero cuya condición de gran propietario no lo autoriza a apropiarse de los espacios públicos.

Por si alguien lo ignora, todo camino vecinal es un espacio público. Y con mayor razón lo es una ruta, por más provincial - ¿o corresponde decir feudal? - que sea.

Por romper ese candado el señor Luis D'Elía fue criticado, increpado y también insultado por varios periodistas de variada postura ideológica.

Ninguno de ellos quiso preguntarle por los motivos que lo impulsaron, aprovechando el poco donaire de que hace gala D'Elía cuando se defiende, para difamarlo.

¿De qué debió defenderse el señor D'Elía si lo que hizo es impedir que un delito se siguiera cometiendo?

Es curioso que ninguno de los periodistas que lo difaman jamás se haya hecho eco de los reclamos de los vecinos de esa localidad correntina que llevan largos meses denunciando en todos los lugares en los que les es posible -incluídos los policiales - la usurpación que el señor Douglas Tompkins perpetra sobre espacios que son de uso y propiedad común. Por ejemplo las rutas.

Claro, suele ocurrir que policías, jueces y funcionarios crean que la propiedad pública es propiedad de ellos mismos sobre la que les está permitido disponer a su arbitrio y distribuir dispendiosamente entre amigos como Cristo repartía panes...

Pero vayamos al grano: entre quienes se ensañaron con el atolondrado funcionario, es muy posible que el más decente -a su manera- acabe siendo Joaquín Morales Solá, vocero habitual de La Embajada, quien apeló a una especulación acerca de las implicancias sobre la seguridad planetaria que tendrían los actos del señor D'Elía (que el Mossad y la CIA dejarían de colaborar con las autoridades argentinas cuando ambos organismos se han distinguido en el ocultamiento de quienes y por qué atentaron contra la embajada de Israel y la AMIA).

Muy, muy lejos de la más elemental decencia se pusieron Mónica Gutiérrez y Alfredo Leuco, quienes con argumentos con pretensiones de razonables y democráticos, fingen ignorar -o llanamente ignoran, lo que es más grave- que los habitantes perjudicados por la arbitraria apropiación del espacio público perpetrada por el señor Tompkins, realizaron oportunamente las denuncias pertinentes en los ámbitos pertinentes y que con ello lo único que obtuvieron fue ser ignorados por los jueces y acosados por la policía, lo que no debería extrañar: la provincia de Corrientes ha sido intervenida varias veces desde 1983 a esta parte debido a la obscena venalidad de sus funcionarios políticos, judiciales y policiales.

Y, sobre todo, estos periodistas no deberían ignorar que quien cometió delito fue aquél que se apropió indebidamente de lo que no le pertenece y no quien volvió las cosas a su sitio.

Sin embargo, el establishment periodístico invirtió los hechos y los razonamientos, pervirtiendo la esencia misma de la lógica al convertir en acto legítimo lo que es delito, y presentar como delito lo que es cumplimiento de la ley: la ley no dice que una ruta debe ser reabierta por un juez, un policía o un funcionario provincial: la ley dice que una ruta debe estar abierta al paso de todas las personas que pretendan ir por ella, que para eso es ruta y no caminito de lajas que conduce al chalet de tal o cual propietario.

Cuáles son las razones que llevan a cada quién a defender el delito, a violar la lógica, a difamar, las conocerá cada quién.

A veces es venalidad, pero otras es arrogancia o vanidad, que tampoco son faltas menores.

Forma y sustancia deben corresponderse y no existen debidamente una sin la otra, pero cuando entran en contradicción, cuando se excluyen, cuando el derecho no es la forma de la justicia, estos curiosos demócratas optan por la forma en desmedro de la sustancia, por la apariencia de la legalidad por encima de la aplicación de la ley.

El señor Luis D'Elía fue autor de un acto que carece de mayores ulterioridades jurídicas y es de carácter básicamente simbólico: colocar detrás de los legítimos reclamos vecinales el peso del gobierno nacional. No para violar la ley, sino para posibilitar su cumplimiento, obturado por un poder económico sin contrapesos, capaz de apropiarse tanto de caminos como de voluntades, tal como da fe a diario la morosidad judicial, la reticencia policial, la desidia de funcionarios y la parla engreída y pomposa de tanto periodista.


(gracias Daniel Freidemberg)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

para los que se ponen de la nuca pensando que van a requisarles el televisor de 24 y para no quedarse en la desprolijidad de D`Elía: art. 17 de la constitución, un regalito de la época en la que los liberales no juntaban solamente vacas, por lo menos las primeras cinco líneas, después se dieron cuenta de lo que estaban diciendo y volvieron a dejar en claro que la propiedad privada es un ente divino. una feliz derrapada de épocas progresistas que todavía corre.

DF dijo...
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DF dijo...

De nada, pero ¿por qué? Al margen, Martín: comparto lo que decís sobre D'Elía. No sé si con buena o mala intención (no tengo acceso a su cabeza) se la pasa metiendo la pata, pero, si no es él quien sale, no sale nadie a hacer ciertas cosas que hay que hacer, bien o mal. Y no serían gran cosa sus metidas de pata si no las resignificara la ficción a veces grotesca y las más de las veces hiperparanoica que los que ya sabemos construyen en torno de lo su imagen de groncho mal vestido y de lo que él hace, sobre todo ahora que Castells pasó a revistar en el bando de la gente linda, estimo que en la categoría de mascota, como esos animales de la selva que la gente distinguida se enorgullece de tener en su living, quizá enseñando de vez en cuando los dientes para poner un poco de emoción en la velada, entre trago y trago.

Martín dijo...

porque la nota me la mandaste vos.