domingo, agosto 31, 2008
Licio Gelli ya había dejado de pertenecer a la masonería porque lo habían rajado. Arma la P2, después, sí, con la metodología masónica (¿una masonería nacida del laboratorio del Vaticano?, ¿pasta base del clero?). Si leés la nota, donde pretenden demostrar la pertenencia del General Cangallo a la logia p2, y das crédito a algunas cosas, te das cuenta de que el verdadero "ideal masón" está alejado de lo de Gelli, pero no se encargan de separar los tantos. Pero es interesante el efecto periodístico "automático" que una nota sobre la masonería produce. La imantación que la referencia a la masonería produce también para una historia "conspirativista". Aquella que en su extremo imagina que la historia, todos nosotros, giramos alrededor de un centro de rituales satánicos, pactos de silencio, susurros en orejas, gestos inefables. Aunque la clave de la masonería, mas que en el secreto, se halla en la discreción, y cuando son públicos y notorios los presidentes masones del mundo y el país. Salvador Allende, para el caso, es su emblema dorado, el que "vivió y murió como un masón". ¿Una adscripción reservada a los mejores principios de la modernidad? ¿Una tradición que fija su domicilio "contemporáneo" en haber sido perseguida por Hitler, Franco y Stalin? Digámoslo en los términos de la nueva moda adjetivadora: Perón no fue de la masonería blanca.
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17 comentarios:
Buenos Aires, abril-junio de 1972
Trácense las líneas generales como una narración de Borges.
El dictador es derrocado y más de la mitad del pueblo se alegra d,e ello. El dictador había llenado las cárceles y vaciado la tesorería. Al igual que muchos dictadores, no había empezado mal. Quería engrandecer su país. Pero él no era un gran hombre; y quizás no era posible engrandecer el país. Transcurren diecisiete años. El país sigue sin grandes hombres; la tesorería sigue vacía; y el pueblo se encuentra al borde de la desesperación. Empieza a recordar que el dictador tenía una visión de la grandeza del país y que era un hombre fuerte; empieza a recordar que había dado mucho a los pobres. El dictador está en el exilio. Comienza la agitación popular para que vuelva. Ahora el dictador es muy viejo. Pero el pueblo recuerda también a la esposa del dictador. Ella amaba a los pobres y odiaba a los ricos, y era joven y hermosa. Y ha seguido siéndolo, porque murió joven, en plena dictadura. Y, milagrosamente, su cuerpo no se ha descompuesto. ~
“Esa",. dijo Borges, «es una historia que yo nunca podría escribir».
POr favor difundir el blog de unos compañeros que necesitan ayuda.
uninstanteenlapatria.blogspot.com
PIRULO DE TAPA
SENTENCIA
Ernesto Cardenal acaba de ser condenado por calumnias e injurias en una causa que el poeta y sacerdote nicaragüense califica de represalia por sus críticas al actual gobierno de Daniel Ortega, su ex compañero de ruta en la revolución sandinista. Como el veterano dirigente dijo que no acatará la sentencia, el juez lo declaró “reo valetudinario” (decrépito y enfermizo) y anunció que hoy podría dictar medidas restrictivas de su libertad. El escándalo ya superó las fronteras del país: el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos denunciará mañana el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
continua....
Mas a los setenta y seis años, y después de diecisiete de proscripción y exilio, Juan Perón, desde' el barrio residencial de Madrid conocido por Puerta de Hierro, dicta las condiciones de paz al régimen militar de la Argentina. En 1943, cuando era un coronel del ejército que predicaba un nacionalismo feroz, Perón se convirtió en un poder en la Argentina; y de 1946 a 1955, gracias a dos victorias electorales, gobernó como dictador. Su esposa, Eva, no ocupaba ningún cargo oficial, pero gobernó con Perón hasta 1952. En aquel año murió. Fue embalsamada costosamente y ahora su cadáver está con Perón en Puerta de Hierro.
En 1956, sólo un año después de ser depuesto por el ejército, Perón escribía desde Panamá: ,«Me preocupaba que algún hombre inteligente se hiciera con el poder.» Ahora, después de ocho presidentes, seis de ellos militares, la Argentina se halla en un estado de crisis que ningún argentino acaba de explicarse. El poderoso país, tan extenso como la India y con una población de veintitrés millones, rico en ganado y grano, petróleo patagónico y toda la riqueza mineral de los Andes, navega inexplicablemente a la deriva. Todo el mundo se siente descontento. Y de pronto casi todo el mundo es peronista. No sólo los trabajadores, con los que Perón fue generoso en los primeros tiempos, sino también los marxistas e incluso los jóvenes de la clase media, cuyos padres recuerdan a Perón como tirano, torturador y ladrón.
El peso se ha ido al infierno: de 5 pesos por dólar en 1947 ha pasado a 16 en 1949, 250 en 1966, 400 en 1970,420 en junio del año pasado, 960 en abril del año en curso, 1.100 en mayo. La inflación, que se ha mantenido en un 25 por ciento invariable desde los tiempos de Perón, ha saltado ahora a un 60 por ciento. Los bancos ofrecen un interés del 24. por ciento. La inflación, cuando alcanza esta fase
de despegue, sólo es buena para el negocio de los seguros contra incendios. Suben las primas y baja el valor de los siniestros. Cuando los precios se alejan galopando semana tras semana, no es frecuente, por alguna razón, que se produzcan incendios.
Para todos los demás es una pesadilla. Resulta casi imposible reunir capital; . e incluso si se reúne y uno piensa comprarse un piso, una semana de demora puede costarle doscientos o trescientos dólares americanos (muchos hombres de negocios prefieren comerciar en dólares). Salarios, precios, el tipo de cambio: todo el mundo habla de dinero, todos los que pueden permitírselo compran dólares en el mercado negro. Y pronto hasta el visitante se ve afectado por la histeria. En dos meses una habitación de hotel sube de 7.000 pesos a 9.000, una lata de tabaco de 630 a 820. El dinero hay que cambiarlo en pequeñas cantidades; es necesario vigilar el mercado. Un día el peso cae hasta 1.250 por dólar. ¿ Es esto un fenómeno anormal o el comienzo de una nueva baja? Titubear aquel día significaba perder: el peso rebotó y quedó en 1.100. «Empiezas a tener la sensación», dice Norman Thomas di Giovanni, el traductor de Borges, que ha llegado al final de su estancia de tres años en Buenos Aires, «que estás pasando los mejores años de tu vida en casa del cambista. Voy allí algunas tardes igual que otras personas van de compras. Sólo para ver qué se ofrece» ..
Los aumentos generales de salarios que el gobierno decreta de vez en cuando -el 15 por ciento en mayo y otro 15 por ciento prometido para dentro de poco- no consiguen seguir el ritmo de los precios. «Hemos llegado hasta el punto», dice la esposa del embajador, «de que podemos calcular el tiempo que transcurrirá entre el aumento de los jornales y el aumento de los precios». La gente busca un segundo empleo y a veces hasta un tercero. A todo el mundo le obsesiona la necesidad de ganar más dinero y, al mismo tiempo, de gastado rápidamente. La gente juega. Incluso en la conservadora ciudad andinade Mendoza el casino está lleno; .los clientes son principalmente gente trabajadora cuyo sueldo mensual medio es el equivalente de cincuenta dólares. Las colas que se forman por todo Buenos Aires los jueves son de personas que esperan el momento de entregar los cupones de las quinielas. El anuncio de los resultados de las quiniela s es un acontecimiento nacional cada semana .
El . caso espectacular de un peón paraguayo que ganó unos 330 millones de pesos disipó una crisis política a mediados de abril. Se habían registrado disturbios en Mendoza y el ejército había sido puesto en fuga. Luego, la semana siguiente, un grupo guerrillero de Buenos Aires mató al gerente de la Fiat diez días después de habede secuestrado. El mismo día, en la cercana ciudad industrial de Rosario, los guerrilleros tendieron una emboscada y mataron al general Sánchez, comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, que tenía cierta reputación de torturador. La sangre llamó a la sangre: hubo elementos en las fuerzas armadas que, en vista de lo sucedido, quisieron interrumpir las negociaciones con Perón y anular las elecciones prometidas para el próximo año. Pero la fortuna del paraguayo alargó todas las conversaciones, reavivó el optimismo y calmó los nervios. La pequeña crisis pasó.
Los guerrilleros todavía atacan, roban y dinamitan; todavía secuestran de vez en cuando y matan también de vez en cuando. Los guerrilleros son jóvenes y de clase media. Algunos son peronistas, otros son comunistas. Después de tantos atracos a bancos las diversas organizaciones son ricas. El año pasado en Córdoba, según mi información, un estudiante que se alistó en los montoneros, que son peronistas, cobraba el equivalente de 70 dólares mensuales; a los abogados se les ajustaba por 350 dólares. «A los jóvenes montonero s podías distinguidos por sus automóviles, su agresividad, su ostentación. Tipos a lo James Dean. Muy atractivos.» Otro testigo independiente dice lo que sigue sobre los guerrilleros que ha conocido en Buenos Aires: «Son antiamericanos. Pero uno de ellos ocupaba un cargo importante en una compañía americana. Son gente de personalidad escindida; algunos de ellos realmente no saben quiénes son. Se ven a sí mismos como una especie de héroe de revista de "comics". De día, Clark Kent en la oficina; de noche, Superman con una pistola. » Una vez has tomado una decisión [dice la mujer de treinta años] te sientes mejor. Muchas de mis amistades están por la revolución y se sienten mucho mejor. Pero a \~eces son como críos obsesionados por el futuro. El otro día fui al cine con mi amigo. Tiene unos treinta y tres años. Fuimos a ver Sacco and Vanzetti. Al terminar la película, dijo: «Me da vergiienza no ser un guerrillero.* Tengo la sensación de ser cómplice de este gobierno, de esta forma de vida.» Yo le dije: «Pero a ti te falta la violencia. Un guerrillero tiene que ser despejado ... no debe tener demasiada imaginación ni sensibilidad. Tienes que hacer lo que te ordenan. De lo contrario, nada sale bien. Es como una religión, un dogma.» Y de nuevo dijo él: «¿No sientes vergtienza?»
El cineasta dice: Creo que después de Marx la gente es muy consciente de la historia. La decadencia del colonialismo, la aparición del Tercer Mundo ... la gente se ve a sí misma interpretando un papel En este proceso. Esto. resulta tan peligroso como ,no tener ninguna visión de la historia. Envanece mucho a las personas. Viven en una especie de capullo de seda intelectual. Quítales la palabrería y la idea de la revolución y la mayoría se quedarían sin nada.
Los guerrilleros miran hacia el norte en busca de inspiración. Del París de 1968 les llega el sueño de estudiantes y obreros uniéndose para derrotar a los enemigos «del pueblo». Los guerrilleros han simplificado los problemas de la Argentina. Al igual que los revolucionarios de salón y de «campus» que hay en el norte, han identificado al enemigo: la policía. y de esta manera las diversiones socio-intelectuales del norte se transforman en una horrible realidad en el sur, intelectualmente menos estable. Docenas de policías han muerto de forma violenta. Y la policía responde al terror con el terror. También la policía secuestra y mata; tortura, concentrándose en los genitales. Un prisionero de la policía se tira por una ventana: La Prensa le dedica unas líneas. Se detiene a varias personas y luego, oficialmente, se las «pone en libertad»; a veces reaparecen; otras veces, no. Una mañana se descubre una furgoneta quemada en una calle. Dentro hay dos cadáveres carbonizados: hombres a los que habían arrancado de sus hogares dos días antes. «¿En qué clase de país vivimos?», pregunta una de las viudas. Pero al día siguiente está más calmada; retira la acusación contra la policía. Alguien la ha «visitado».
«Amigos de amigos míos me traen estas historias de atrocidades», dice Norman di Giovanni, «Y te asquean. Sin embargo, aquí nadie parece asombrarse ante lo que está pasando». «El primo de mi esposa era guerrillero», dice durante el almuerzo el hombre de negocios provinciano. «Mató a un policía en Rosario. Luego, hace ocho meses, desapareció. Está muerto.» No tiene nada más que decir al respecto; y nos ponemos a hablar de otras cosas ..
No tiene nada más que decir al respecto; y nos ponemos a hablar de otras cosas ..
Algunas tardes los soldados con botas y chaquetas de cuero negro patrullan con sus perros lobos por la calle Florida, donde hay muchos comercios y el tráfico rodado está prohibido: los perros caminan con el rabo pegado a las patas, encorvado el lomo, alzadas las orejas. Los Chevrolets de la policía recorren lenta, incesantemente, las calles iluminadas por el neón. Por todas partes hay policías armados con ametralladoras. Y también hay policías montados con sus uniformes color gris pizarra; y la brigada antiguerrilla, con sus cascos azules y sus motocicletas; yesos jóvenes de traje bien cortado, los de la secreta, que aparecen súbitamente saltando de coches sin matrícula. Añádanse los tanques AMX y los helicópteros Alouette del ejército. Es un aparato impresionante, y funciona ..
Es como si ahora el Estado empleara su energía en mantener unidas sus propias fuerzas. La ley y el orden se han convertido en un objetivo en sí mismos: forman parte de la esterilidad y el derroche argentinos. La gente es valiente; tortura y es torturada; muere. Mas éstos son acontecimientos priva~ dos, dispersos, silenciados por una prensa que es libre pero inadecuada, que parece incapaz de detectar una pauta en los sucesos de los que informa. y quizás la prensa tiene razón. Quizás muy poco de lo que ocurre en la Argentina es verdaderamente noticia, porque no hay ningún movimiento de avan7 ce; no se está resolviendo nada. la nación parece jugar consigo misma; y la vida política argentina es igual que la vida de una comunidad de hormigas o de una tribu de la selva africana: llena de acontecimientos, llena de crisis y de muertes, pero la vidano es más que un cielo y el año siempre termina como empieza. Ni siquiera el general Sánchez provocó una crisis con su muerte. Torturó en vano, murió en vano. Sencillamente vivió cincuenta y tres años y, pese a su elevado cargo, no ha dejado rastro. Los acontecimientos son más grandes que los hombres. Sólo un hombre parece capaz de imponerse, de alterar la historia ahora como la alteró en el pasa· do. y este hombre espera en Puerta de Hierro. La pasión cegó a nuestros enemigos [escribía Perón en 1956] y los destruyó ... La revolución [que me derrocó] no tiene causa, porque es solamente una reacción ... Los militares gobiernan, pero nadie obedece realmente. El caos político se acerca. La economía, dejada a la administración de los oficinistas, empeora día a día y .:. la anarquía amenaza el orden sociaL .. Estos dictadores que no saben demasiado y que ni siquiera saben adónde van, que se mueven de crisis en crisis, acabarán perdiéndose en un camino que no conduce a ninguna parte. Se anticipa el regreso de Perón, o el triunfo del peronismo.Se calcula que los argentinos ya han sacado del país entre seis mil y ocho mil millones de dólares. «La gente no se compromete», dice la esposa del embajador. «y debe recordar usted que quien tenga dinero no es argentino. Sólo la gente que no tiene dinero es argentina.»
Pero incluso· cuando se tienen riqueza y seguridad, incluso cuando se han trazado planes para la fuga, incluso, por ejemplo, en esta elegante cena en el Barrio Norte, irrumpe la pasión. «Me muero», dice de pronto la señora, apretando los puños. «Me muero ... me muero ... me muero. Esto ya no es vida. Todo el mundo se aferra a lo que puede. Este lugar está muerto. A veces me acuesto después de almorzar y me quedo en cama.» El anciano mayordomo lleva guantes blancos; todo el artesonado de la habitación' se importó de Francia a principios de siglo; (Qué fácil y rápida esta aristocracia argentina, qué breve su vida tranquila.) «Las calles están ]evantadas, las luces están bajas, los teléfonos no contestan.» Circula ]a marihuana (cuarenta y cinco dólares por e] último medio kilo); el ambiente no se altera. «~sta solía ser una gran ciudad y un gran puerto. Hace veinte años. Ahora está jodida, muchacho. »
También entre los intelectuales y artistas, los mejores, que no le tienen miedo a] mundo exterior, cunde este gran temor de verse atrapados en la Argentina y de no poder salir, de que sus años creativos se malogren por cu] pa de una revolución por la que uno no puede _sentir ningún interés o por culpa de una dictadura con malas pulgas, o simplemente por culpa del caos. La inflación y la caída del peso ya han atrapado a muchos .. Menchi Sábat, e] dibujante de «comics» más brilla.nte del país, dice: «Nos resulta más fácil estar en la luna gracias a la televisión. Pero no conocemos Boliviá o Chile, ni siquiera el Uruguay. ¿La razón? El dinero. Lo que estamos viendo ahora es una especie de frenesí colectivo. Porque antes aquí siempre era fácil conseguir dinero. Ahora estamos aislados. No es fácil que la gente de afuera comprenda ]0 que significa esto.»
La temporada de invierno aún empieza en mayo con la ópera en el Teatro Colón; y las butacas de platea, a veintiún dólares, se agotan rápidamente. Pero el país ha sido despojado de su mito más precioso, el mito de la riqueza, una riqueza que en otros tiempos era tan grande, te dicen los argentinos, que matabas una vaca y te comías sólo la lengua, y el viajero que cruzaba la pampa era libre de matar y comerse cualquier vaca, con ]a única condición de que dejase el pellejo para el terrateniente. ¿ Son dos metros y medio de capa superior del suelo los que tiene la pampa húmeda? ¿O son tres o cuatro? Tan rica, la Argentina; tanta suerte, con la tierra.
En 1850 había menos de un millón de argentinos; y el territorio indio empezaba unos ciento sesenta kilómetros al suroeste de Buenos Aires. Luego, hace menos de cien años, en una carnicería que duró seis años, los indios fueron perseguidos y exterminados; y la pampa empezó a ceder su tesoro. Vastas estancias en la tierra robada, ensangrentada: una súbita y celosa aristocracia colonial. Añádanse los inmigrantes, una fuerza laboral: en 1914 había ocho millones de argentinos. Los inmigrantes, principalmente del norte de España y del sur de Italia, llegaron no para ser pegujaleros o pioneros, sino para servir en las estancias y en el puerto, Buenos Aires, que servía a las estancias. Una vasta y floreciente economía colonial, basada en la ganadería y el trigo, y vinculada al imperio británico; un proletariado urbano tan repentino como la aristocracia estanciera; toda una sociedad súbita y artificial impuesta a la tierra llana, desolada.
Borges, en su poema- de 1929 titulado Fundación mítica de Bu~nos Aires, recuerda la expansión proletaria de la ciudad:
Una cigarrería sahumó como una rosa
el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres, los hombres compartieron un pasado ilusorio. Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua yel aire.
La ciudad a medio hacer se halla dentro del recuerdo de Borges. Ahora, ya, hay decadencia. El imperio británico se ha retirado ordenadamente; y la economía agrícola colonial, tratando de industrializarse de cualquier modo, de equilibrarse y ser autónoma, está en ruinas. La artificialidad de la sociedad muestra: esa ausencia·· de vínculos entre hombres y hombres, entre inmigrante e inmigrante, aristócrata y artesano, habitante de la ciudad y cabecita negra, es decir, el habitante del interior; esa ausencia de un vínculo entre los hombres y la tierra llana, sin sentido. Y los pobres, que son argentinos, los hijos y nietos de aquellos inmigrantes recientes, ahora tendrán que quedarse ...
Siempre han tenido sus curanderos y sus brujas; saben cómo protegerse contra los fantasmas y los espíritus chocantes con que han poblado la tierra extraña. Pero ahora se necesita una fe más grande, algún conocimiento de una divinidad protectora. Sin fe, estos españoles e italianos abandonados enloquecerán ..
A finales de mayo una iglesia de Buenos Aires anunció una misa especial contra el mal de ojo. «Si habéis sido perjudicados, o si creéis que os están perjudicando, no dejéis de acudir.» Cinco mil ciudadanos se presentaron en el templo, muchos de ellos en automóvil. Había media docena de tende-' retes donde vendían objetos sagrados o benéficos; había cubículos para las consultas médico-religiosas, de treinta centavos a un dólar la sesión. Aquello se parecía un poco al mercado de una mañana de sábado. El sacerdote oficiante dijo: «Cada individuo es una fuente individual de poder y está sujeto a olas mentales imperceptibles que pueden ocasionar mala salud o aflicción. Ésta es la señal visible del espíritu maligno.»
«Me cuesta creer que estamos en 1972», dice el editor-librero. «Me da la impresión de que todavía estamos en el año cero.» No lo dice en son de queja; él mismo comercia con el ocultismo y lo místico, y su negocio va viento en popa. Quizás sea la imitación que la clase media argentina hace' de Europa y de los Estados Unidos. Pero, a un nivel más bajo, invade· el país el nuevo y entusiasta culto del espiritismo, un asunto puramente nativo de médium s y trances en masa y curas milagrosas que pretende contar con el patronazgo de Jesucristo y del Mahatma Gandhi. Los espiritistas no hablan de olas mentales; sus médiums curan transmitiendo «fluidos» benéficos intangibles. Los espiritistas dicen haber abandonado la política y veneran a Gandhi por su no violencia. Creen en la reencarnación y en la perfectibilidad del, espíritu. Dicen' que el purgatorio y el infierno existen ahora, en la tierra, y que la únic,a esperanza del hombre reside en nacer en un planeta más evolucionado. Su meta es esa vida, en un mundo incorpórep «definitivQ», donde solamente se congregan espíritus superiores .
. Desesperación: un rechazo de la tierra, un sueño de nulidad. Pero alguien ofrece esperanza; alguien pretende resantificar el país, Con Perón en Puerta de Hierro se encuentra José López Rega, que ha sido su compañero y secretario privado durante todos los años del exilio. De Rega se sabe que tiene inclinaciones místicas y se interesa por la astrología y el espiritismo; y se dice que ahora es un hombre de gran poder. Una entrevista con él llena diez páginas de un número reciente de Las Bases, la nueva publicación peronista que aparece cada quince días. Los argentinos son de muchas razas, dice Rega; pero todos tienen antepasados nativos. La mezcla racial argentina ha sido «enriquecida por sangre india» y la «Madre Tierra lo ha purificado todo ... Yo lucho por la libertad», prosigue Rega, «porque así es como estoy hecho y porque siento que dentro de mí se mueve la sangre del indio, al cuál pertenece esta tierra». Ahora bien, a pesar de' su vaguedad y de su ironía inconsciente, ésta es una afirmación asom-
brosa, toda vez que, hasta la crisis actual, el argentino se sentía orgulloso porque su país no estaba «lleno de negros» como el Brasil ni era mestizo como Bolivia, sino que era europeo; y' le angustiaba de manera especial la posibilidad de que los extranjeros pensasen que los argentinos eran indios. Ahora se invoca el fantasma del indio y se hace una reivindicación mística, purificadora, de la tierra arruinada.
...Otros ofrecen programas políticos y económicos, como siempre los han ofrecido. Perón y el peronismo ofrecen fe.
y tienen una santa: Eva Perón. «Recuerdo muy bien que estuve muchos días triste», escribió . en 1952, en La razón de mi vida, «cuando me enteré que en el mundo había pobres y había ricos; ylo extraño es que no me doliese tanto la existencia de los pobres como el saber que al mismo tiempo había ricos». Fue la base de su acción política. Predicaba un odio y un amor sencillos. Odio a los ricos: «¿Debemos incendiar el Barrio 'Norte?», les decía a las multitudes. «¿Tengo que darles fuego?» Y amor al pueblo: utilizaba esta palabra una y otra vez, y la convirtió en parte integrante del vocabulario peronista. Exigía tributo a todos para la Fundación Eva 'Perón; y permanecía hasta las tres, las cuatro o las cinco de la madrugada en el Ministerio de Trabajo, regalando dinero de la fundación a los suplicantes, dispensando una justicia personal. E.sta era su«labor»: una visión infantil del poder, la justicia y la venganza.
Murió en 1952, a los treinta y tres años. Y ahora en la Argentina, después de los años de proscripción, del intento de extirpar su nombre, vuelve a ser una presencia. Sus retratos aparecen por doquier, retocados, raramente nítidos, y con frecuencia son deliberadamente chillones, como estampas religiosas destinadas a los pobres: una mujer joven y muy bella, de pelo rubio, piel muy blanca y los labios rojos, muy rojos, de los años cuarenta.
Era del pueblo y de la tierra. Nació en 1919 en Los Toldos, la más aburrida de las poblaciones de la pampa, edificada donde antes había un campamento indio, a 240 kilómetros al oeste de Buenos Aires. El pueblo da la impresión de monotonía, de hallarse totalmente expuesto bajo el alto cielo. Las polvorientas casas de ladrillos, rojos o blancos, son bajas, de fachada y tejado llanos, con alguna que otra balaustrada; los árboles, paraísos, tienen el tronco enjabelgado y aparecen severamente desmochados; las calles anchas, lejos del centro, siguen siendo de tierra.
Era hija ilegítima; era pobre; y durante los primeros diez años de su vida vivió en una casa de una sola habitación que todavía existe. A los quince años se fue a Buenos Aires con la intención de ser actriz. Su dicción era mala; su gusto en el vestir era propio de una chica de provincias; sus senos eran muy pequeños, sus pantorrillas eran macizas Y sus tobillos tiraban a gruesos. Pero antes de que hubieran transcurrido tres meses consiguió su primer empleo. y a partir de aquel momento se abrió paso a fuerza de encanto. Cuando tenía veinticinco años conoció a Perón; al año siguiente se casaron.
Su aspecto de chica corriente, su belleza, su éxito: todo ello contribuyó a su santidad. Y su atractivo sexual. «Todos me acosan sexualmente», dijo una vez con irritación, en sus días de actriz. «Todo el mundo se tira un lance conmigo.» Erá el ideal machista de mujer-víctima ... ¿acaso aquellos labios rojos no siguen hablándole al macho argentino de su supuesta habilidad para la {elación? Pero no tardó en estar más allá del sexo y ser pura otra vez. A los veintinueve años se moría de cáncer del útero y sufría hemorragias vaginales; y su cuerpo llenito empezó a consumirse. Hacia el final de sus días pesaba treinta y seis kilos. Un día miró unas viejas fotografías oficiales suyas y rompió a llorar. Otro día se vio en un espejo largo y dijo: «i Cuando pienso en lo que sufrí para mantener las piernas esbeltas! Ahora que me veo estas piernitas me asusto. Ahora me da miedo mirar estas cerillas.»
Pero políticamente nunca se debilitó. La revolución peronista iba mal. La riqueza que la Argentina había acumulado durante la guerra se estaba agotando; la economía colonial, no regenerada, saqueada, mal administrada, empezaba a irse a pique; el peso caía; los obreros, a los que tanto se había dado, no siempre eran leales. Pero ella seguía acariciando su dolor especial ante el hecho de que «había ricos». Ya cerca de la muerte, dijo en una reunión de gobernadores provinciales: «No debemos prestarle atención a la gente que nos habla de prudencia. Tenemos que ser fanáticos.» El ejército daba muestras de una agitación creciente. Ella estaba dispuesta a desafiarlo. Quería armar a los sindicatos; y, efectivamente, por mediación del príncipe Bernardo de Holanda, compró 5.000 pistolas automáticas y 1.500 ametralladoras. Cuando llegaron las armas, Perón, más prudente, se las dio a la policía.
Y en todo momento su tragedia privada se convertía en el drama público de la Pasión de la dictadura. Desde hacía tiempo se había decretado la santidad para ella, que había convertido el peronismo en una religión; y se dice que durante los quince días que precedieron a su muerte estuvo con ella el hombre que debía embalsamarla, para tener la certeza de que no le hicieran nada que estropease su cuerpo. En cuanto murió se firmó el contrato de embalsamamiento. ¿Fue por 100.000 o por 300.000 dólares? Las informaciones son confusas. El doctor Ara, que así se llamaba el embalsamador español -«maestro», le llamó Perón-, primero tuvo que preparar el cadáver para que permaneciera expuesto en capilla ardiente durante quince días. El embalsamamiento propiamente dicho tardò seis meses en quedar finalizado. El proceso que se utilizó sigue siendo secreto. Según un periódico de Buenos Aires, el doctor Ara ha dedicado dos capítulos de sus memorias (que no se publicarán hasta después de su muerte) al embalsamamiento de Eva Perón; también se nos prometen fotografías en color del cadáver. Corren rumores de que primero se sustituyó la sangre por alcohol y luego por glicerina calentada (Perón dice «parafina y otras materias especiales»), la cual se inyectó a través de un talón y una oreja.
«Tres veces fui a mirar a Evita», escribía Perón en 1956, después de su derrocamiento y cuando el cuerpo embalsamado había desaparecido. «Las puertas ... eran como las puertas de la eternidad.» Tuvo la impresión de que sólo dormía. La primera vez que fue a verla quiso tocarla, pero temió que al contacto de su mano cálida el cuerpo se transformase en polvo. Ará dijo: «No se preocupe. Está tan intacta ahora como en vida.»
Y ahora, veinte años después, su cuerpo embalsamado y consumido, perdido una vez y vuelto a encontrar, y no mayor, dicen, que el de una niña de doce años, sólo el rubio pelo tan abundante como antes de enfermar, espera con Perón en Puerta de Hierro.
Fue una sorpresa encontrar esta villa miseria o barrio de chabolas a poca distancia del río de aguas pardas que pasa por el distrito de Palermo, no lejos del gran parque, equivalente porteño del Bois de Boulogne, donde la gente practica la equitación. Un barrio de chabolas con las calles sin asfaltar y negros riachuelos de porquería, pero los edificios eran de ladrillo, a veces con un piso superior: un lugar asentado, construido hacía más de quince años, con tiendas y letreros. Vivían allí setenta mil personas, casi todas indias, de aspecto inexpresivo y ligeramente imbécil, procedentes del norte y de Bolivia y el Paraguay; por lo que de pronto te venía a la memoria q"\.le no estabas en París o en Europa, sino en la América del Sur. El cura era uno de los «Sacerdotes para el Tercer Mundo». Llevaba una chaqueta de cuero negro y en las paredes de su pequeña iglesia de cemento, demasiado sencilla, casi un cobertizo, retumbaban los sones amplificados de alguna canción argentina. Me habían susurrado que el cura era de muy buena familia; y quizás el cambio de compañía le había hecho vanidoso. Era peronista, por supuesto, y decía que todos sus indios lo eran también. «Sólo un argentino puede entender el peronismo. Puedo pasarme cinco años hablándole a usted del peronismo, pero usted· nunca entenderá nada.»
Pero, ¿no podíamos intentarlo? Dijo que el peronismo no se ocupaba del crecimiento económico; los peronistas rechazaban la sociedad de consumo. Pero, ¿acaso no acababa de quejarse del paro existente en el interior, fruto de la locura del gobierno, que enviaba dos indios a su barrio de .chabolas por cada uno que lo abandonaba? Dijo que no iba a perder el tiempo hablando con un norteamericano; a algunas personas sólo les preocupaba el producto nacional bruto. Y, dejándonos, se dirigió, todo sonrisas, hacia unos indios que se acercaban. El viento que venía del río era húmedo, el cobertizo de cemento no tenía calefacción y yo quería ime. Pero el hombre que me acompañaba parecía inquieto. Dijo que cuando menos debíamos esperar y decirle al padre que yo no era norteamericano. Así lo hicimos. Y el padre, avergonzado, explicó que el peronismo en realidad se interesaba· por el desarrollo del espíritu humano. Semejante desarrollo había tenido lugar en Cuba y en China; en esos países le habían vuelto la espalda a la sociedad industrial. *
Me habían dicho que aquellos abogados pertenecían a un grupo que trabajaba por los «derechos civiles». Eran jóvenes, vestían elegantemente y se reunían aquella mañana para preparar el borrador de una petición contra la tortura. El piso, situado en lo alto de un edificio, estaba sucio y sin muebles; las visitas eran examinadas a través de la mirilla; todo el mundo hablaba en susurros; y había mucho humo de cigarrillos. Intriga, peligro. Pero uno de los abogados aceptó mi invitación a almorzar y durante la comida --comía con gusto, platos caros dejó bien claro que la tortura contra la que protestaban no debía confundirse con la tortura en tiempos de Perón.
Dijo: «Cuando la justicia es la justicia del pueblo, a veces los hombres cometen excesos. Pero,en última instancia, lo que importa es que la justicia se haga en nombre del pueblo.» ¿Quiénes eran los enemigos del pueblo? Su respuesta fue· concisa y rápida. «El imperialismo norteamericano. y sus aliados nativos. La oligarquía, la burguesía dependiente, el sionismo y la izquierda "cipaya". Al hablar de "cipayos" nos referimos al Partido Comunista y al socialismo en general.» Parecía una lista exhaustiva. ¿ Quiénes eran los peronistas? «El peronismo es un movimiento nacional revolucionario. Hay una gran diferencia entre un movimiento y un partido. No somos estalinistas y un peronista es cualquiera que se llame a sí mismo peronista y actúe como un peronista.»
· El sacerdote fue asesinado dos años después, en 1974, por pistoleros no identificados, y durante unos días gozó de popularidad como mártir peronista. (N.
El abogado, a pesar de sus sentimientos antijudíos, era judío; y procedía de una familia antiperonista de la clase media. En 1970, al conocer a Perón en Madrid, había quedado deslumbrado; la voz le temblaba al citar las palabras del general. Le había dicho a Perón: «General, ¿por qué no le declara la guerra al régimen y luego se pone usted a la cabeza de todos los peronistas auténticos?» Perón le había contestado: «Soy el conductor de un movimiento nacional. He de conducir al movimiento entero en su totalidad.»
' «No hay enemigos internos», dijo con una sonrisa el líder sindical. Mas al mismo tiempo opinaba que la tortura continuaría en la Argentina. «Un mundo sin tortura es un mundo ideal.» Y había tortura y tortura. «Dépende de quién sea torturado. Si es un malhechor, está bien. Pero si es un hombre que trata de salvar el país ... eso es otra cosa. La tortura no es únicamente la picana eléctrica, ¿ sabe usted? La pobreza es tortura, la frustración es tortura.» Era un hombre cortés; el más intelectual, me habían dicho, de los líderes sindicales peronistas. Había llegado puntualmente a la cita; su oficina estaba limpia y ordenada; sobre su escritorio, debajo del cristal, había una fotografía grande de Perón en sus años mozos.
La primera revolución peronista se basó en el mito de la riqueza, de una tierra que esperaba que la saquearan. Ahora la riqueza ha desaparecido. Y el peronismo es como una parte de la pobreza. Es protesta, desesperación, fe, machismo, magia, espiritismo, venganza. Lo es todo y no es nada. Quitad a Perón y la histeria sera incontrolable. Quitad a las fuerzas armadas, guardianes estériles de la ley y el
orden, y el peronismo, triunfante, se desintegrará en un centenar de peleas dispersas, cada hombre identificando a su propio enemigo.
«La violencia, en manos del pueblo, no es violencia: es justicia.» Estas palabras de Perón aparecieron en la primera página de un número reciente de Fe, un periódico peronista. Así, en siniestra imitación, el sur retuerce la jerga revolucionaria del norte. Allí donde la jerga convierte los asuntos vivos en abstracciones (<< La tortura sólo desaparecerá de la Argentina», dijo el trotskista, «con un gobierno de obreros y con la caída de la burguesía»), y allí donde la jerga termina compitiendo con la jerga, la gente no tiene ninguna causa. Sólo tiene enemigos; únicamente los enemigos son reales. Ha sido la pesadilla de la América del Sur desde el desmembramiento del imperio español.
Eva Perón, ¿era rubia o morena? ¿Nació en 1919 o en 1922? ¿Nació en la pequeña población de Los Toldos o en Junín, a cuarenta kilómetros de allí? Bien era una morena que se teñía el pelo de rubio' 'nació en 1919 pero decía que en 1922 (e hizo desttruir su partida de nacimiento en 1945); los primeros diez años de su vida los pasó en Los Toldos, pero luego dijo siempre que no era ésta su villa natal. Nadie sabrá jamás por qué. No acudan a su autobiografía, La razón de mi vida, que solía. ser lectura obligada en las escuelas argentinas. El libro no contiene un solo dato o una sola fecha; y lo escribió un español que más tarde se quejó de los muchos cambios que las autoridades peronistas habían hecho a su libro.
Así que la verdad empieza a desaparecer;. no tiene relación alguna con la leyenda. Se dicen misas en recuerdo de Eva Perón y ahora los estudiantes asisten a ellas en gran número; mas su vida no es tema de investigación. Sin ninguna placa conmemorativa, raras veces visitada (aunque una mujer recuerda que una vez vinieron los de la televisión), la casa de ladrillo marrón, con su habitación única,; va desmoronándose en Los Toldos. El anciano propietario del garaje de al lado (dos vehículos en su garaje, uno de ellos un Modelo T sin motor), al que ahora pertenece también la casa, la· utiliza como almacén. Brota la hierba en el tejado plano y la chapa ondulada se desploma sobre el patio posterior.
Sólo se ha intentado una biografía de Eva Perón en la Argentina. Iba a constar de dos volúmenes, pero el editor quebró y el segundo volumen no ha aparecido. De no haber muerto, en la actualidad Eva Perón sólo contaría cincuenta y tres años. Viven aún centenares de personas que la conocieron. Pero en dos meses me costó trabajo ir más allá de lo que ya era bien sabido. Los recuerdos han sido alterados; la gente hace su panegírico o expresa su odio, y la gente que odia se niega a hablar de ella. Se ha logrado suprimir la angustia de aquellos primeros años en Los Toldos. La historia de Eva Perón se ha perdido; ahora sólo queda la leyenda .
. Una tarde, después de sus clases en la Universidad Católica, mientras las sirenas de la policía aullaban en el exterior, Borges me dijo: «Teníamos la impresión de que todo el asunto debería haberse olvidado. Si los periódicos hubiesen guardado silencio, hoy no habría peronismo ... los peronistas, al principio, se avergonzaban de sí mismos. Si estuviera hablando en público, nunca utilizaría su nombre. Diría el prófugo, el dictador. Del mismo modo que en poesía uno evita ciertas palabras ... si utilizase su nombre en un poema, éste caería hecho
pedazos.» .
Es la actitud argentina: suprimir, ignorar. Muchos documentos de la era peronista han sido destruidos. Si hoy en día los jóvenes de la clase media son peronistas, y los estudiantes cantan la vieja canción de la dictadura ....
¡Perón, Perón, qué grande 50S! ¡Mi general, cuánto valés!
... si la dictadura, incluso en sus excesos, vuelve a ser respetable, no es porque se haya investigado el pasado y modificado los anales. Es sólo porque muchas· personas han revisado sus actitudes ante. la leyenda establecida. Han cambiado de parecer.
No hay historia en la Argentina. No hay archivos; sólo hay pintadas en las paredes y polémicas y lecciones en la escuela. A los escolares, enfundados en sus guardapolvos blancos, les llevan regularmente a visitar el edificio del Cabildo en la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, para que vean las reliquias de la Guerra de la Independencia. El acontecimiento es glorioso; permanece aislado, no está relacionado, en los libros de texto o en la mente popular, con lo que vino inmediatamente después: la pérdida de la ley, el acoso de los enemigos, interminables guerras civiles, el gobierno de los gángsters.
Borgesme dijo otra tarde: «La historia de la Argentina es la historia de su distinción de España.» ¿ Cómo encajó Perón en eso? «Perón representaba las heces de la sociedad.» Pero, seguramente, también representaría algo que era argentino, ¿no? «Por desgracia, tengo que admitir que es argentino ... un argentino de hoy.» Borges es un criollo, alguien cuyos antepasados llegaron a la Argentina antes de la gran oleada de inmigrantes, antes de que el país se convirtiera en lo que es; y Borges sustituye la contemplación de la historia de su país por el culto a los antepasados. Al igual que muchos compatriotas suyos, tiene su propia idea de la Argentina; cualquier cosa que no encaje en ella debe rechazarse. y Borges es el hombre más grande de la Argentina.
Una actitud ante la historia, una actitud ante la tierra. La magia es importante en la Argentina; el país está lleno de brujas y magos y taumaturgos y médiums. Pero el visitante no debe hacer caso de esta cara de la vida argentina porque, según le dicen, no es real. El país está lleno de estancias; pero el visitante no debe ir a esa estancia concreta porque no es típica. Mas existe, funciona. Sí, pero no es real. Ni es real aquello, ni lo otro, ni lo de más allá. De esta forma, hablando, se elimina todo el país; y se encamina al visitante hacia el equivalente de una tienda de antigtiedades gauchas. No es la Argentina en la que habita cualquiera, mucho menos la de tus guías; pero esa es real, eso es la Argentina. «Básicamente, todos amamos al país», decía un angloargentino. «Pero nos gustaría que fuese a nuestra propia imagen. Y ahora muchos de nosotros sufrimos a causa de nuestras fantasías.» Una negativa colectiva a ver, a adaptarse al país: una sociedad colonial fragmentada, artificial, a la que sus mitos han hecho deficiente y falsa.
Ser argentino no era ser sudamericano. Era ser europeo; y muchos argentinos se hicieron europeos, de Europa. La tierra que constituía la fuente de su riqueza pasó a ser su base y nada más. Para estos argentinos-europeos, Buenos Aires y Mar del Plata se convirtieron en ciudades turísticas, con una vida estacional. Durante el período de entreguerras había en París una comunidad argentina estable de 100.000 personas; en aquel entonces, el peso era el peso.
«Mucha gente cree», dijo Borges, «que lo mejor que hubiese podido ocurrir aquí habría sido una victoria inglesa [en 1806-1807, cuando los británicos atacaron Buenos Aires en dos ocasiones]. Al mismo tiempo, me pregunto si ser una colonia hace algún bien ... tan provinciana y aburrida».
Mas ser europeo en la Argentina era ser colonial del modo más nocivo. Era ser parasitario. Era reivindicar como propios -como los reivindicaban las comunidades blancas de las colonias del Caribe- los logros y la autoridad de Europa. Era pedir menos de uno mismo (en Trinidad, cuando yo era niño, se creía que los blancos y ricos no necesitaban ninguna educación). Era aceptar, partiendo de una seguridad falsa, una segunda categoría para tu propia sociedad.
y estaba la riqueza de la Argentina: los ferrocarriles británicos transportando el trigo y la carne desde todos los rincones de la pampa hasta el puerto de Buenos Aires, para su envío a Inglaterra. No había ningún mito pionero o nacionalista de trabajo esforzado y recompensa. La tierra estaba vacía y era muy llana y muy rica; era inagotable; y con una infinita capacidad de perdón. Dios arregla de noche la macana que los argentinos hacen de día.
Ser argentino era habitar en un mundo mágico, debilitador. La riqueza y la europeidad ocultaban las realidades coloniales de una sociedad agrícola que había necesitado y producido poco talento, que no había necesitado grandes hombres y no había producido ninguno. «Aquí no ha pasado nada», dijo un día Norman di Giovanni, lleno de irritación. Y todo el mundo, de Borges para abajo, dice: «Buenos Aires es una ciudad pequeña.» Ocho millones de personas: una monstruosa extensión plebeya, mezquina, repetitiva y sin sentido: pero sólo una ciudad pequeña, comida por las dudas y la malevolencia coloniales. Cuando se tiene la impresión de que el mundo real está afuera, en casa toda la gente es inadecuada y fraudulenta. Un camarero de Mendoza dijo: «Los argentinos nq trabajamos. No podemos hacer nada grande. Todo lo que hacemos es pequeño e insignificante.» Un artista dijo: «Aquí hay muy pocos profesionales. Me refiero a gente que sepa. qué hacer consigo misma. Nadie sabe por qué está haciendo tal o cual trabajo. Por esa razón, si tú haces lo que hago yo, entonces eres mi enemigo»:
Camelero, chanta: estas son palabras argentinas de uso cotidiano. Un camelero es un camelista, un hombre que en realidad no tiene nada que vender. El hombre que me prometió llevarme a una estancia, y en su avión particular, no hacía más que un camelo. El chanta es el hombre que lo venderá todo, el hombre sin principios, falso. Casi todo el mundo, del presidente para abajo, es descartado por alguien que le considera un chanta.
La otra palabra que se repite con frecuencia es mediocre. Los argentinos detestan lo mediocre y temen que les consideren mediocres. Era una de las palabras insultantes que empleaba Eva Perón. Para ella la aristocracia argentina siempre fue mediocre. y estaba en lo cierto. En unos pocos años Eva Perón hizo añicos el mito de la Argentina como tierra colonial aristocrática. Y no se ha encontrado ningún otro mito, ninguna otra idea de la tierra, que reemplace al viejo.
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