viernes, agosto 08, 2008

Hablar de política

Es algo serio. Hay ahora en la micro-escena el perfume del desodorante de ambiente con olor a un-fin-de-los-tiempos, la política es un museo participativo de la memoria o la subversión, hay un desdén sobre la pirotecnia y el ludo de los que creen… La política como una distorsión en la expresión de los verdaderos intereses materiales. “La Carta”, que no puede decodificarn este presente, ahora, aparece como un museo de la lengua. (Yo a la Carta, especialmente, la enviaría a repensar los años 90. A repensar lo que pensaron en esos años sobre democracia, mayorías, instituciones.) Siempre el progresismo entrañó sus dosis de “racismo” (ya sé, ya sé, es un "exceso" de la lengua, pero digo racismo como síntesis bruta de la creencia en una primacía, ¿no?), y ahora su catecismo con los Derechos Humanos (la Argentina hace lo que ningún país del mundo), ¿es la actualización del viejo catecismo montonero? Y sí, mami, es la continuidad de la guerra por estos medios. Montoneros: generación ilustrada del entrismo. La política, de eso quiero hablar, es un lugar de excesos, es un lugar para quedar mal. Es un lugar de exceso ¿de la fe? Digamos que hay un esoterismo metido adentro de toda política, incluso, en aquella que se luce por modernizarse, esa que en su mambo iguala modernidad y futuro como antípoda del pasado, esa a la que el hijo Alejandro ama, en sus cursos interesantísimos de country. Acá hablan de futuro, es ridículo y nadie lo dice, futuro como negación del pasado. ¿Qué es el Pro? Un proyecto peronista, hermano. Y todas las usinas que están craneando las formas futuras de representación, lo son. ¿Se entiende? Pero lo risueño, la risita flota sobre la fiesta de la lengua y el disparate retórico al que –dicen- asistimos en estos días. Es el sueño del museo de ciencias naturales: los dinosaurios revivieron. Porque en el fondo, toda política oficial debería ser un “festín” para la cultura. De alguna manera, ¿no?, como en los años 90. Ése es un reclamo sobre un derecho vulnerado, también. Veamos. Pero todos se equivocan. Releo los días recientes. El trato con “ternura” que tiene Capusotto sobre los significantes políticos “viejos” es lo que le hace escribir a González su plegaria a ese divino candor, “candorosos fantoches que llaman a la indulgencia y a la conmiseración reflexiva”, y lo contrapone a De Ángeli, a quien en notas anteriores le toma tan en serio su “humor”, su veta payasesca, que lo iguala con Capusotto para denigrarlo. ¿No se entiende que Don Alfredo cumple: no tiene conciencia histórica de la lengua, simplemente es real, defiende intereses? Ésa, y no otra, también es operación de vaciamiento histórico, De Ángeli = Capusotto. De Ángeli hace política y Capusotto no. ¿Ves? Todo es circular. Cada quien escupe para arriba. Vivir en la posteridad de la historia, ¿no? A veces se me vuelve insoportable pensar que, por ejemplo, Isabel Perón está viva. ¿En qué mundo vive Chabela? Sí, en el mismo que nosotros. On line. O la imagen estropieti de Bussi. El museo de la historia es una sala de juicio oral. ¿Iba a ser la Coordinadora la orga de eso? No, tuvo que ser la Orga. En eso está, ¿estaba?, la influencia del peronismo kirchnerista. Pero los efectos sociales de la lectura jurídica de los años duros son una negación tremenda de su continuidad. Alguna vez dijimos: la automática articulación entre la justicia como reparación a las víctimas, cuando se reconoce a un ser humano violado en lo humano, en lo universal que tiene, con la reivindicación de su causa política, particular, concreta e histórica, está... mal. Esa linealidad es lo que no sutura. Es el flujo que produce a Pando, en alguna medida. Alfonsín no importa si inventó, le dio soporte, o ingenió la “teoría de los dos demonios”. Importa que esa “teoría”, ese relato, no sólo sintonizaba mejor con la estructura del momento, sino que perfilaba de manera sólida desde dónde el Estado hacía pie, tomaba las riendas, distribuía la justicia. Y quizás aún es así. Hay un elemento hasta pragmático en esa teoría. Y además los radicales lo podían decir porque ellos estaban, están, “afuera de la historia”. Los peronistas no hablan de demonios, hablan de los que mataron a Rucci, de los que echó Perón de la plaza, en tal caso. Pero, ¿ves?, todos tenemos el monstruo adentro. El sacerdocio de la poesía, el de muchos, fue velar por el significado. No era el juego del significante, era el juego del significado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad, no se entiende un carajo.
Saludos,
Joe

Anónimo dijo...

Es cierto que el progresismo encierra su dosis de racismo y/o clasismo. El progresismo hablaba del poder inmaterial en los 90 mientras se privatizava YPF.
Tantos pecados que tal vez su peor pecado es presentarse como puro y superior.

Pero la cuestion de hoy en adelante al "hablar de política" debería el trazado de proyectos amplio de país incluyente, con olor a mayorías, que una voluntades y evite la victorias de los impresentables o males mayores.

Americo

Ezequiel dijo...

"El sacerdocio de la poesía, el de muchos, fue velar por el significado. No era el juego del significante, era el juego del significado. Y como todo juego tenía reglas. Y había una regla que estaba buena", es una pieza de colección, viejo.

Anónimo dijo...

ojo, ezequiel meler puede ser tu mark chapman, o tu smithers...