Que los primeros días hayan cantado estas dos sirenas obliga a recordar cómo fueron los primeros días de Néstor. Néstor, como dijo Wainfeld, terminó con un gobierno un poco peor que el de su primer año. Pero estaba escrito que así fuera. Alguna vez Monolingua afirmó que su simpatía con los gobiernos empezaba cuando se rompía la burbuja optimista, digamos que en el momento en que su imagen abandonaba el papelito blanco de la República perdida para perderse -casi siempre- en el laberinto final de la ética de la responsabilidad, es decir, en el salto al realismo político, cuya distorsión llamamos pragmatismo. Todo gobernante es pragmático. Lo que pasa es que acá entendimos por pragmatismo, justamente, su anverso mas bobo: la obligada tarea de hacer lo que las fuerzas económicas reales quieren que la política haga. El pragmatismo es "todo lo que hace un gobernante para asegurarse la gobernabilidad". Y eso, Kirchner, y también Duhalde, y el primer Alfonsín, y por qué no decirlo, por derecha Menem, es lo que hicieron, es decir: leer a la sociedad, leer sus movimientos. Y cada gobierno tuvo su dosis de audaz y conservador (en ese sentido Menem fue audaz: halló el embrión de un consenso social alrededor del desgaste de lo que era el capital simbólico del peronismo, cuya operación sobre él, sin anestesia, llevaron a cabo los del '76).
Estoy en contra de pensar que todos esos gobiernos fueron idénticos, sólo un fruto podrido del Estado enajenado y el tejido roto que dejó el genocidio militar. El de la Alianza, irrepetiblemente sí fue esta versión lineal de lo que acá llamamos desdeñosamente pragmatismo, pero fue como la fruta madura del menemismo: la forma en que su "batalla cultural" se ganaba, de manera que la Alianza sacó todo lo negro que el menemismo sudaba y... error. Porque la alternativa al menemismo, al populismo neoliberal, terminó rezando en la campaña con los ojos fijos a la cámara que con ellos 1 peso = 1 dólar. Y esa tenaza asfixiante, con todo el peso simbólico incluido que significa pensar que la ruptura es continuidad (cuando la lógica democrática era exactamente la inversa, aunque las acciones no, es decir: con el mandato político de no pensar), terminó con un neoliberalismo blanco y legalista, comido luego por los despojos negros del menemismo, que eran, justamente, la capa de pasta base peronista... Me fui al carajo. Y además, de legalista tuvo todo el margen que el país lo podía ser: terminó siendo un mal coimero.
La sensación térmica en estos primeros días es la siguiente: en abstracto, que un gobierno mas socialdemócrata es como un gobierno que gira un poco mas a la derecha; en concreto, que las metas de formalización e institucionalización sólo serán posibles conservadoramente, es decir, volviendo sobre las estables estructuras burocráticas (políticas, partidarias, sindicales, etc.). El salto de calidad institucional es un salto hacia atrás. Donde sí percibo hoy una mayor predisposición a la innovación es sobre los actores económicos, aunque no sé qué, pero Cristina podría querer ocuparse en cristalizar ese combo de voluntades productivas-financieras-agrarias, éso que asegurará -jura ella- las Políticas de Estado. Amén de cumplir el sueño de que exista burguesía, y de que se rompa la malla conceptual que enfrentó a unos y otros, el doparti: campo vs. industria. Esa dicotomía todos, con mejor y peor leche, dicen que hay que quebrarla. En eso caen como cuando a López Murphy o Macri le hablan de derechas e izquierdas, y dicen "yo soy moderno, no me hablen de las viejas antinomias..." La idea boba que queda en la mente es: el campo no necesita del Estado y el Estado le saca, la industria sí. A Cristina le preocupa ese país. Detrás vendrá Moyano y la "interna sindical", y detrás, mucho mas, vendrá Luis con la saga de la organizaciones sociales, ay, ese canto doloroso.
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