Se perdió la fuerza de arriba hacia abajo. Que alguien imagine, recete, pase sus horas de jactancia reseñando los modos de una nueva Colimba. El Estado no es un museo. La ley 1420 no fue votada en asamblea, no es producto de una acumulación de las bases. Este país perdió la capacidad de introducir fuerza de arriba hacia abajo. La contundencia del viejo orden simbólico. No es compatible el imaginario del Estado de Bienestar + Derechos Humanos. No estoy pregonando una exclusión mutua, sí la incompatibilidad de un relato que subraya la ausencia militar simbólica de ese orden social. El orden siempre puede ser un orden logrado, un resultado... a defender. Y esa marca, esa marca de posguerra, también confirma la filiación del deudo. Uno pertenece a un lugar por lo que da, también por lo que da, también por lo que ofrece. (...)
Gente que busca gente. Una vez se produjeron unos segundos geniales en el antológico programa de ese nombre. ¿Recuerdan ese programa? El conductor presentaba casos en donde cierta gente exponía el suyo, o sea, sus ramas de parentela deshecha, de abandonos, de decisiones irremediables que cortaron lazos, gente que
rajó a una cosecha y dejó el niño con una tía, que a su vez un día partió a lo de un hermano, que dejó una casa… Mudanzas y crianzas de frontera. (Un tal Espósito cruzó la Gran Salina… ¡no se lo vio mas!) Bueno, en ese programa maternal, en ese
programa Casa Cuna, un joven expuso a quién estaba buscando: a su madre. Y supongo que toda la suerte dependía del trabajo de producción que se hacía, cuando el caso avanzaba y se empezaba a encontrar gente… Y entonces ahí ganaba protagonismo el caso y nuevamente se iba al piso a ampliar el relato, a construir el suspenso del reencuentro, y al reencuentro. Bueno, un joven que en ese momento tendría 25 años, se presenta diciendo que busca a su madre. Cuenta que vivía con ella y su padrino, y que una mañana la madre se fue a trabajar y no volvió mas. Trabajaba en una fábrica. Vivían en Moreno, supongamos. El conductor le pregunta qué edad él tenía en ese momento. Cinco años, responde. “¿Y en qué año naciste?- En el ’72.” “O sea que tu mamá desaparece en el ’77…” dice el conductor. Y se hace un silencio. La situación se vuelve un poco tensa. “¿Vos sabés lo que pasaba en esos años?”, profundiza. Él responde: “Sí, y es una de las cosas que me dijeron que puede haber pasado”. Silencio. Nunca más. Nunca más. Vi el programa los días sucesivos… y nada. Lo vi, lo vi, lo vi, y nunca mas pasó nada. Fue uno de los grandes momentos de la televisión, en la era menemista. ¿Y por qué fue un gran momento? Porque
mostró mucho mas y mejor. Mucho mas y mejor por dónde pasa el asunto mientras el cancionero del ND junta millones de dólares con su mercancía La Memoria. (...) Acabo de ver varias películas:
Crónica de una fuga, primero,
Garage Olimpo, después. Pero es en
Crónica… donde me desborda una irritación: los tipos que secuestraban parecen disfrazados de Los Babasónicos. Los bigotes, los anteojos, las chombas a rayas. Yo solo pido un poquito de prudencia estética. Prefiero la fragilidad de los años ’80, la deducción a tientas en escenarios reales de un relato binario, la
conquista de la inocencia, el signo
Aries que producía entretenimientos y cuentos de terror. Porque eso te transmite
La noche de los lápices. La vi hace dos años entera por youtube, y te da la impresión de que se filmó en escenarios reales, de que la película agradece en los títulos la cesión de la picana de la comisaría 5ta de La Plata para filmar las escenas de tortura. El actor morocho de bigotes que siempre hace de cana, ¿era cana? Había en el cine de los ’80 una continuidad de la guerra. (...) Me inquietan los programas donde los historiadores del mañana meterán las narices para mirar la vida “del bajo pueblo”. Esa
Gente que busca gente: un gran programa sobre el mapa familiar argentino. En cada historia se enredaba el desarraigo, las tradiciones, incestos, los silencios tremendos, los secretos, los abandonos que se pagan, que se pagan. (...) Escuchaba radio con mi abuela en la casa de Villa Tesei, sentados, oyendo uno de los mejores programas radiales en su mejor época: “Esto que pasa”, de Pepe Eliaschev, en Radio Nacional, durante el gobierno de De la Rúa. Mi abuela interrumpía con frases descolgadas, irritantes y duhaldistas que retomaban momentos anteriores de un diálogo casi infinito (“ay, esos del ERP, de doble apellido…”). Tengo en la memoria un editorial brillante del Pepe en defensa del censo 2001, cuando lo bombardeaba Ruckauf por el gasto público y los docentes por izquierda.
Bajas pulsaciones de un Estado que se negaba a morir porque se negaba a dejar de saber. La soledad de ese censo era como la soledad de la política. ¿Está mal querer saber cuántos argentinos viven en piso de tierra? O, como rezaba esa tarde silenciosa el locutor: “No sabremos si los argentinos censados tienen agua por cañería dentro de la vivienda o fuera de ella. O si tienen agua dentro del terreno o tienen que ir a buscarla fuera del terreno. Ignoraremos,
si el censo se aborta por la extorsión de los sindicatos docentes, de dónde proviene el agua que usa para beber y cocinar la persona censada ¿de la red pública de agua corriente, de la perforación con bomba a motor o tal vez con bomba manual? ¿De pozo con bomba o de pozo sin bomba, de agua de lluvia o de transporte por cisterna, de agua de río, de canal o de arroyo?” Eso, eso, ahora se sabe, ¿y de qué sirve saberlo? (...) ¿Por qué no decir que la fascinación con Perón incluye su razonamiento militar? El elemento militar en el pensamiento político. ¿Cómo se dice esto? ¿Cómo se piensa esto? Hay una fuerza, una fuerza en la que es posible elaborar virtudes coercitivas que aún reivindicamos, cuya ausencia acentúa el vago pensamiento militar del orden como orden perdido. (...) De repente alguien que fue criado por tíos y padrino, en el medio de un set televisivo, tiene cinco minutos para decir que busca a su madre. Que no encuentra a su madre. Que sigue sin encontrar a su madre. Su tiempo se va. Su tiempo
tirano se va como agua corriente. La televisión por unos segundos invadida por una gran sombra fugitiva cuyo peso sobre un platillo liviano hizo saltar a todos los otros platillos que estaban ahí. La térmica también saltó: se hizo la noche en el día, por un segundo. Ahí había una desaparición. Y su denuncia en el lugar justo: en el continuado, en el tiempo televisado de vidas que merecen reencontrarse, conocer sus últimas verdades y secretos. ¿Fui abandonado, fuiste desaparecida? Alguien supo ir a preguntarlo al lugar correcto, puso su calco inestable sobre el cristal de la cámara, y ese viento virtual lo sopló a su velocidad de siempre. ¿Flotará en el espacio? ¿Era posible poner a disposición de esa búsqueda al aparato televisivo? Como si se hubiera producido una intersección de la densidad de todos esos desencuentros, de esas familias migrantes, como si su conmovedora domesticidad adquiriera un estado superior de drama... Ese pibe conectó el mas allá y el mas acá en un segundo, o, mejor: ese pibe para un nabo como yo (que lo miraba tratando de que se sobresalte) supo decir por qué ese programa (con toda esa gente sin rendirse en su búsqueda obsesiva, atrapada en las redes pegajosas de la parentela, resistiendo en las raíces de sus vínculos) valía la pena.