sábado, mayo 31, 2008

Napalm


Toro contra la luna y viceversa

Toro que embiste la casa. A la hora del vino, que es la del lobo,
se enciende la hora roja, turbia.
La casa de lejos es una lamparita.
Así como la luna de lejos es tierra blanca.
Luna llena. Pisarla es pisar una cal trillada, desempolvar la luna
del cántaro pavote y arrimar su lento amanecer
de vapores, lento, lentísimo,
como un tren que nunca acaba de pasar
por un pueblo
y lleva ganado,
unir esa luna al latido de una casa, en la hora
del lobo, que es la hora del vino, de los puños,
para que de pronto, la luna rojísima
(una bola de vidrio salpicada de sangre)
estalle, interiormente estalle,
como esas bombas que hacen estallar sólo lo que respira.
Y se abra la hora del candor:
una sal fina en los cuerpos, o azúcar impalpable,
y el toro quede
pequeño, peludo, suave;
tan blando por fuera, que se diría
(¡todo de algodón!) que no lleva huesos.
Sólo los espejos de azabache de sus ojos…

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