No es la primera vez, obvio, que López Murphy confiesa la –a esta altura- obviedad de su linaje. Dice sentirse en la tradición liberal argentina de Sarmiento y Alberdi. Confieso que estoy mas atrapado y preocupado por el dilema de la centro-derecha opositora (Lavagna, Macri, Carrió y el amigo del que hablamos) que por los entretelones palaciegos, las zancadillas en la alfombra roja, la colimba montonera de Moreno, en fin. Ahora bien, ¿no sería, Ricardo, quizás mas prudente una lectura menos programática de Alberdi (Las bases) y correr el eje hacia, por empezar, Las Cartas Quillotanas, que reflejan
ese momento suspendido en que la guerra contra el rosismo acaba y se desnuda el hueso de la verdadera discusión política, de cuya resolución dependían a esa altura, ay, dos modelos de cultura política evidentes? De Sarmiento, leyéndolo vía Martínez Estrada, a esta altura, no ya su rescate literario (decisivo) sino casi la envoltura de su aura dramática, con la que López Murphy podría decir: me envuelve el idealismo sarmientista (creo en la educación y no en la instrucción, por ejemplo) pero me embarga (ya no “envuelve”) la pesada herencia del “pragmatismo” alberdiano para tejer una propuesta de integración al mundo, dando por sentado que en 1976 no se origina mas que el fin de una guerra social, de la que heredamos, sí, el valor del orden y de la disciplina social, pero que debemos revivificar con los pedazos pesados de las esquirlas peronistas… Y así, algo que les haga entender que el error de raíz de toda política blanca es la negación del país real: Ricardo, un gobierno tuyo, al primer planteo de universalización de los programas sociales, no resiste 15 minutos de protesta de todos los que se sienten la mano negra del mercado de la pobreza, o sea, las gloriosas organizaciones sociales. Suena trillado, al rancio aroma de prédica pastoril del campo popular, pero más allá de las sospechas, un ejercicio retórico hoy, a la altura de la defensa de Urquiza que hace Alberdi, resultaría beneficioso para el clima asfixiante de hoy, y obligarías a un esfuerzo de comprensión a
estos, los otros, los que se sientan a tu derecha, en el amplio sillón de tus bases, Ricardo. Decirles que la superación de ese horrible e insuperable neo-duhaldismo, de prácticas prebendarias y clientelares, nos obliga a pensar algo parecido a una fórmula mágica que limpie el Riachuelo.
Alberdi escribe en “Grandes y Pequeños Hombres del Plata” el programa básico (aunque ateo y material) de lo que después se llamó revisionismo, y que fue una especie de delta de intenciones literarias, historiográficas y –obviamente- políticas; y que junto al marxismo con incienso del tercermundismo católico, fueron las raíces para que, miles de jóvenes que vieron de prepo La Batalla de Argelia en el viejo cine de Ciudadela, se hicieran de una metra y un morral, y de un manual de procedimientos básico para entender que las habas políticas que se cocían en el jardín debían ser arrancadas de raíz. Todavía bebemos el vino de esa sangre en navidad.
Volviendo: Alberdi debate con Mitre la historia oficial, debate con Sarmiento –al menos- la mas pobre de las interpretaciones de su obra (civilización o barbarie, ¿no?). Y sale parado en todas esas discusiones. Leamos el “Estado de la cuestión entre Buenos Aires y la Confederación Argentina después del Convenio de II de noviembre de 1859” (¡que se firmó con la garantía de la hermana República del Paraguay!, ¡firmaba el Mariscal López!), ahí desmenuza la letra de ese convenio, claro, haciendo evidente que lo único que
Buenos Aires aceptaba era firmar y pensar si le convenía o no firmar. Alberdi oía en el rumor profundo del odio a Buenos Aires, razones menos oscuras, y mas claras e históricas, que el vozarrón negro de un federalismo plebeyo. Ya sé que López Murphy habla para el lector pretencioso de Perfil, pero él, con su decoro, podría decir, pertenezco a la tradición de discusiones liberales, que hundían sus pies en la realidad, y que estaban en la cima del pensamiento lúcido argentino.
Quizás Alberdi era un patriota. Quizás Ricardo no. No lo sé.