lunes, julio 19, 2010

¿Por qué se perdió?
¿Cuánta gente se juntó en Woodstock?
¿Cuánta en Ezeiza?
¿Cuánta el 1ero de mayo?
¿1 millón, 2 millones, 3, 4, 5?
¿Cuánto se juntó en total?
¿Cuánta gente hay que juntar la próxima vez?

Yo vi películas que no sé si las soñé. No sé si soñé que en 1982 Graciela Alfano se besaba con Rodolfo Bebán, porque Bebán hacía de un mercenario existencialista que le vendía armas al padre de la nena (Graciela), que era Pepe Soriano, que a la vez tenía otros dos hijos (Boy Olmi y Roberto Antier); y que los tres hermanitos, más el culata del Pepe, Ulises Dumont, el mercenario Bebán y el papá partían juntos cada mañana desde una bellísima mansión del bosque que podía ubicarse en los alrededores de Bariloche, a cazar ciervos en celo. La crueldad y la violencia, sin más, estaba tematizada en esa película cuyo centro era el negocio de venta de armas que los hijos de papá descubren y por el que presionan sobre la conciencia del mercenario Bebán para que aborte una operación que traerá más muertes en el país, mientras cada mañana los ciervos caen en puntual representación de otras muertes, al punto que casi al final Graciela Alfano, la niña de ese bosque, sueña la pesadilla de la carne de ciervo sufriente y pareciera que en el grito tapado de los ciervos se oyen otros gritos que el sueño no permite descifrar del todo pero se trata de gritos humanos… No lo soñé, es una película de 1982, sobre el armisticio, llamada “La invitación”, y que en la revista del cable figura como Thriller. La dirige Antín. China Zorrilla ya hace de antigua señora engolada que preserva la memoria familiar, es decir, todos los secretos y todo lo que no puede salir a la luz, y se pasa la tarde mirando el valle y el bosque adonde van a cazar los otros, los hombres con la nena rubia, la nena de papá, que fue delicia y sigue siendo delicia de los argentinos. La amante de Massera. En la película el único que tiene nombre y apellido es Bebán: Julián Sánchez.

Quiero hablar de algo. Del único canal capaz de volver a pasar esa película. De nuestro TCM. De un gran canal que puede desaparecer. Esta vez nuestro objetivo (después de nuestro exitosísimo (?) intento de respondernos por qué Clarín es Clarín) es una de las pepitas de oro del grupo: el canal Volver. Triste, solitario y nacido como papelera de reciclaje de productos de Artear, un canal para la memoria costumbrista de los nostálgicos, de los que se compran el pingüino para servir el vino en las pastas de los domingos… Sin embargo, para otros escasísimos espectadores, Volver es un canal quemagorra que se mira de madrugada, con la casa en silencio, la perra, la mujer y la germinación en su lugar, y tiene, para esas horas brumosas su frutilla: una reserva jugosísima de películas argentinas de los años setenta y ochenta sobre todo. Un archivo donde es posible descubrir, por ejemplo, la película “Gente en Buenos Aires”, una pieza que adelanta muchísimo el perfil melancólico que adornará la recuperación democrática, pero hecha en plenos años setenta y con Luis Brandoni como testigo barrial de las mutaciones de una ciudad oscura donde convive el costumbrismo de siempre con secuestros y clandestinidad que anticipan tooodo. ¿Qué ofrece Volver? Si nos concentramos en alguna de las últimas imágenes del naufragio (?) de Clarín, sí o sí debemos hacerlo sobre la imagen de esa mujer ojerosa que en el spot oficial (contra la ley de medios) aparecía como un fantasma que vagaba en el laberinto y archivo del canal ofreciendo el rostro mortificado de eso que llamamos Memoria bajo un modo tenue y lúgubre: La Memoria es una mujer sin edad que protege del polvo y de las ratas esas cintas. Ahí estaban, digamos, las joyas de la abuela que la nueva ley podía saquear: porque la ley obligaba a reducir el Monopolio. Y entonces, el Grupo, está obligado a vender el club social y deportivo, su Cinema Paradiso… Volver. Ni a palos.

Una primera idea puede ser: el canal Volver es lo contrario a la Memoria. Y si por Memoria se entiende una conquista civilizatoria de ese espacio que llamamos pasado, un catequismo progresista, una teología fundada en la figura de los desaparecidos. En ese contexto político de la memoria, el canal Volver es el retorno de lo reprimido: una máquina incesante de reediciones sin ningún cuidado por contextualizar la reposición, que se repiten sin ningún orden explícito. Volver, entonces, es el retorno de lo reprimido en esas conquistas: restaura el valor de las películas de sábado a la tarde, como esa en la que Palito daba forma humana al héroe policial de 1976, o películas de madrugada, fantasmas que se levantan de su tumba comercial y ponen en pantalla su antiguo contrato con el Estado. De ese modo, a la vez, para este tiempo en que se educó el pasado, Volver es el pasado en estado bárbaro: como si un editor de turno hubiese apretado la función shuffle sobre el repertorio vasto de películas de un “cine argentino” que es Memoria de la Memoria, o borradores de contratos sociales tirados a la basura alrededor de cómo ordenar el pasado oficial y el presente histórico de los argentinos. Un cine de primera instancia, atado con alambres.

En el canal Volver no existen presentadores, ni prólogos, ni epílogos de películas como “¿Somos?”, de Carlos Hugo Christensen (1982), o “Los días de junio”, de Alberto Fischerman (1985), o “Bajo otro sol”, de D’Intino (1989). No pasa que al final de la película se vuelva al estudio para que un historiador cierre “la cortina de hierro”. En Volver permanece el archivo vivo de esa gran negociación política llamada cine argentino. Volver es la oportunidad de toparte –usemos por última vez esta palabra- con un pliegue de la memoria estatal y ahí no hay con qué darle: no tenés a un presentador ni siquiera como los de Función Privada que se relamían presentando “En retirada” como un policial negro francés, y como si Ranni fuese Belmondo. (Y sí: era nuestro policial negro francés. Y Ranni nuestro Belmondo.)

En Volver se llama “tu película favorita” a cualquiera de esas películas: las que se hacían como soportes del orden de facto tanto como las que años después se hicieron como soportes del orden democrático que contaban lo que las otras callaban, financiadas todas -según la teoría de la continuidad- por la misma plata. Eso es libertad. Volver repite regularmente La Fiesta de Todos. ¡Libera los goles! Soportes de soportes, relatos de relatos, una telaraña de cintas. Volver se debería llamar: la Historia Oficial. Volver es el canal que te mete de prepo adentro del cine alfonsinista. Te clava, ponele, “La película del Rey”, que está en la línea que imaginaba y alucinaba la ocupación civil del espacio. (Viedma hecha con capitales soviéticos.) Volver preserva el cuento del horror, “La Noche de los Lápices”, “Los Colimbas se divierten”, una continuidad terrorista con la que cualquiera se puede encontrar durante un zapping frenético pero con la trampa del inconciente ahí: como si estuvieses hojeando revistas y de repente una foto familiar aparece impresa, ¡ese es el tío! Porque a Volver le importa el Panteón de las Instituciones Permanentes de la Nación, el agua en que se revelaron todos los filmes de la Industria Nacional hasta 1989, y le importa la gente, la memoria de los que festejaron mundiales y guerras y guerrillas. Cuando se vaya el capitalismo con derechos humanos Volver va a estar ahí, va a seguir ahí, igual que cuando se vaya la Memoria: el Inconciente también va a quedar ahí. Volver es Estado, Memoria es Gobierno. Volver también dice –a su modo, para el reducidísimo público de las madrugadas de cine somnoliento- qué fue, qué es y qué quiso ser Clarín en estos años. Volver preserva el museo del inconciente mientras un gobierno hace el museo de la memoria.

Yo soy de los que no quieren que Volver desaparezca.

4 comentarios:

Fer dijo...

Martín: genial, en total acuerdo.
Tiene pasta de ser otro exitosísimo post
Abrazo

pablo dijo...

La memoria podrá tener monumentos pero el inconsciente nunca. El "retorno de lo reprimido" no sólo puede ser la sorpresa que uno intenta olvidar de un recuerdo alegre, agradable, agrio, sino que es todo eso y además lo que se sabe que no se quiere saber. Por ejemplo: que el archivo del canal Volver jamás fue restaurado por Clarín, tampoco por los antiguos propietarios. Volver cobra por publicidad de la que no participa a los actores y directores y técnicos de esas películas, y pretende "amortizar" esa plusvalía con el abono que pagan -o pagaban- sus clientes. Volver también es el estado prebendario. Y el inconsciente es el que funda el estado, no al revés. La memoria es un instrumento del estado. La memoria monumentaliza, festeja, normaliza; y ordena al estado incluso cómo recordar eso que monumentaliza, festeja y normaliza. Cierto también que pese a determinados esfuerzos, no todo se puede normalizar. Se podrán ordenar los papeles perdidos de Rodolfo Walsh, pero esa causalidad no se corresponderá nunca con lo que a Walsh le pasaba por la cabeza mientras escribía. Calculaba, no en términos cuantitativos. Sus textos, o muchos de sus textos, están fechados, porque el enemigo de la memoria es el olvido: la cultura es un esfuerzo gigantesco contra el olvido. Volver también es un poco olvidar un estado por otro, para el que Clarín (y muchas otras empresas) nunca estuvieron en condiciones de inventar. Y los archivos desastrados de Volver son la prueba. La memoria misma desastrada. La memoria de un estado "amnésico". Si Volver desaparece, ¿no será consecuencia de esa "amnesia", de ese "retorno de lo reprimido"? Prefiero Volver a TN. Pero es una pelea despareja. Es un hermoso post, Martín.

César dijo...

Brillante Martín.

Chofer fantasma dijo...

Posiblemente esté de acuerdo. Volver es un cambalache.
Y ese espiritu de memoria deconstruida es una memoria mucho mas actual que, digamos, algunas historias en Encuentro, tan didacticas, tan comme il faut.

Por mi lado encuentro más grato muchas cosas de Encuentro que las cosas de Volver, pero ese canal está allí (afortunadamente)para decir: ¿Querés memoria? Tomáte este Marrone, chupate esta Aurelia Bisutti, bancate este Olmedo.