Océanos Filma S.A
y
Gema Films presentan: DAMIANA KRYYGI
Una película de Alejandro Fernández Mouján
Estreno comercial 21 de mayo de 2015
Cine Gaumont - Rivadavia 1635
Trailer
Sinopsis:
Corre el año 1896. En la densa selva paraguaya una niña Aché de tres años sobrevive a la masacre de su familia perpetrada por colonos blancos. Es bautizada con el nombre de Damiana por sus captores. Antropólogos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata en Argentina la convierten en objeto de interés científico para sus estudios raciales.
En 1907, a la edad de catorce años es internada en una institución psiquiátrica la fotografían desnuda dos meses antes de que muera de tuberculosis. Aún muerta los estudios sobre su cuerpo continúan en La Plata y en Berlín.
Cien años más tarde, un joven antropólogo identifica parte de sus restos en un depósito del Museo. Su cabeza es encontrada poco después en el Hospital Charité de Berlín.
A partir de las fotografías existentes y los registros antropológicos en Argentina y Alemania la película busca restituir su historia a Damiana y acompaña a los Aché desde que toman la decisión de reclamar la repatriación de sus restos, hasta que por fin les dan sepultura en la tierra de sus ancestros.
martes, mayo 19, 2015
lunes, mayo 18, 2015
Tarde sobre Tinelli
Tinelli los confunde a quienes más asimilan electorado con consumidor. FPV, FR, PRO, entran en esa. Los progresistas o republicanos más pulcros no. Pero hablamos de la “influencia” y… mmm. Mirar un programa supone una distancia, incluso algo que twitter patentó, el llamado “consumo irónico”. Salvo que apliquemos sobre los pobres que ven a Tinelli una suerte de “chori simbólico”: cuando llenás una plaza te dicen que van por los choris, pero cuando la gente ve Tinelli decís que votan mirando culos. Todo el mundo mira Tinelli, ¿qué vas a hacer? Nadie es boludo en este país. A esa hora, en Encuentro, te topabas con la imagen de Borges en blanco y negro. Tele de nicho. El tema es la relación espectáculo – política. ¿Quién está ajeno a eso? Cristina misma supone que la cadena oficial puede ser el armado de un espectáculo, de un baile, con las diferencias del caso, obviamente. Pero Tinelli como Intratables no politiza el espectáculo sino que espectaculariza la política. Los políticos tienen que mostrar su lado humano, su debilidad y convivir con la des-jerarquización, ahí donde cualquiera, un Brancatelli o una Fernández Barrio, en nombre de la democratización de la palabra, te humillan y te sacan del eje: de que el político tiene más responsabilidad y más especificidad sobre lo público. Tinelli los tienta con un rating envidiable, una audiencia policlasista absoluta, y les fija reglas inquebrantables. Como dice Alejandro Sehtman: la emisión misma de Tinelli es policlasista. Él tiene una política propia, y usa de un modo vandorista sus preciados segundos de aire: porque él también negocia cosas del “afuera real”. Me acuerdo de un movimiento intermedio de resistencia frente a eso: cuando Kirchner salió por teléfono, eludiendo a medias la gastada del Gran Cuñado del 2009, pero exponiendo que justamente lo que Tinelli no acepta es que le fijen otras reglas de juego que no sean las de él. Después, sí, es generoso, como lo fue con cada uno de los candidatos el otro día, y a cada uno le dejó hacer su speech. ¿Si yo fuese asesor de un candidato presidencial le diría que vaya? Negociaría hasta último minuto todo, pero Tinelli es una azafata que te puede abrir la puerta del avión en pleno vuelo y el político, ahí, está sin cinturón de seguridad. Es el único que no lo tiene. Qué crueldad.
viernes, mayo 15, 2015
miércoles, mayo 13, 2015
Radicales libres
Me pasó en el 2004: año de esplendor de las tasas chinas, y año que, con Blumberg en la cabecera, vivimos el fin de la luna de miel entre Kirchner y la Society Argentina (y, en tal caso, empezaba el matrimonio). Un año que no vivimos tan en peligro. Una tarde de otoño hice lo que hacía todos los días: tomar el 150 en Congreso. Me senté junto a un joven más joven que yo (26 contra 20), que estaba vestido con ropa deportiva: pantalón celeste tres tiras, zapatillas topper azules, chomba blanca y un bolso a los pies que rozaba mis pies. Me sobresalté cuando vi lo que tenía en sus manos: unos folletos de la Unión Cívica Radical. Tres años antes el último presidente radical volaba en helicóptero con el país hecho un desconche, ¿qué hacía este nativo con esos folletos a la luz? Los vi porque de reojo distinguí la cara del viejo santo de los laicos: Don Arturo Illia. Empecé a mirar el folleto, que él abrió e intentó leer, lo miré, y antes que piense algo raro, le pregunté qué era eso que leía. Levantó la vista, y con una predisposición inusual me contó que desde hacía un tiempo militaba en el radicalismo, y que estaba participando de un seminario de formación política. Me asombré, sonreí, mostré la complicidad pavota de los politizados que se encuentran vestidos de civil y lo primero que le pregunté fue si era radical por tradición familiar (ah, todo ese rollo de las filiaciones y la sangre azul de la política). Me dijo que no, que él era de Villa Lugano (a él se le ocurrió rápidamente decirme su barrio), y que su familia era más peronista. Pero sin que se lo pida, y adelantando jugadas, me expuso su juicio: me dijo que se afilió a la UCR porque pensó que “si el radicalismo es el partido que peor está, entonces, si me meto ahora, tengo más posibilidades de subir y ascender para cuando el partido vuelva a estar arriba, o sea, cuando vuelven al poder voy a estar bien a lo alto…”. Tal cual como lo cuento. Me dijo eso y se me quedó mirando, no como diciendo “ah, no te esperabas esto”, sino como diciendo: “ponele”. No era un idealista, está claro, y su argumento era el de un pragmático rústico aferrado a una ilusión bipartidista intacta: para él el péndulo de la política seguía teniendo nombre y apellido. “Entro al radicalismo ahora que no entra nadie.” Eso era todo lo que tenía para decir. Consideraba tan circunstancial la debacle radical de esos años que, cuando se restableciera ese equilibrio, él estaría ahí, inmutable, orgulloso de haber bancado la parada cuando nadie. Había en su razonamiento un argumento infantil tan obvio, tan básico, que me dejó mudo. ¿Podía pasar eso? No era uno de esos cien rosqueros que pululaban por los presupuestos públicos, me parecía uno de esos flaquitos, menudos, que miran desde afuera un partido de fútbol 5 y que entra porque les faltó uno, y que como no paga juega de pescador. Era un “permiso, ¿dónde me salvo?” en medio de ese país del 2004 en el que las empresas, las fábricas, los galpones, todo parecía reabrir, ¡salgan al sol!, vivíamos como en el final feliz de Luna de Avellaneda, y en ese espíritu este guacho habrá pensado “y cómo no va a reabrir, a la larga, la fábrica UCR”. Esa fábrica recuperada bajo control de los abogados. Su cálculo y su cinismo básico, casi tonto, se mezclaba a la inocencia con que iría a esas clases de formación en las que, presumo, le contarían más o menos una historia del país donde Illia, por ejemplo, ah, bajaba a leer el diario a un banco de la plaza de Mayo, porque era como un presidente-jubilado y bueno, la suma idiota de todas las debilidades que forman una “estatura moral”, tal como el radicalismo explicaba su debilidad (como fortaleza republicana, República = política débil), y yo pensaba también que en el fondo los radicales (viejos zorros que no eran ni ahí eso que decían ser) no se perderían lo mejor de este sátrapa inescrupuloso, joven argentino, con ropa deportiva, que me mostraba sus cartas a mí, un desconocido, a las 6 de la tarde arriba de un 150 atiborrado de gente cruzando la ciudad de norte a sur. Hubiera querido no bajarme en mi parada para terminar de completar el círculo sociológico de este protón que me dice: yo estoy acá, acá abajo, ¿ves?, y voy a llegar a allá, allá arriba, alto, ¿ves? Y ojalá ya se haya salvado de pasar la vida en Lugano. Ojalá haya llegado lejos en el palacio de víboras radichetas. Y ojalá odie a ese Illia que le vendieron en una maqueta, y que hoy repita este mejor piripipí: detrás de un político débil hay una voluntad colectiva quebrada.
(publicado en Revista Panamá)
(publicado en Revista Panamá)
lunes, mayo 11, 2015
jueves, abril 30, 2015
miércoles, abril 29, 2015
martes, abril 21, 2015
“A la gente que ha perdido a seres queridos sin una causa: Perdónennos por no haber detenido la tragedia. Rezamos porque las heridas cierren. A los soldados de todos los países en todos los siglos, que quedaron lisiados para toda la vida o que perdieron la vida: Perdónennos por nuestros malos juicios y lo que ocurrió a causa de ellos. A la gente que ha sido abusada y torturada: Perdónennos por haber permitido que eso sucediera. Como la viuda de alguien que fue asesinado en un acto de violencia, no sé si estoy lista para perdonar al que jaló el gatillo. Pero sanar es lo que urgentemente se necesita hoy en el mundo. Sanemos las heridas juntos.”(Yoko Ono, The New York Times, en vísperas de un nuevo aniversario del asesinato de John Lennon, el 8 de diciembre.)
jueves, abril 02, 2015
Las islas que inventamos
Soy de la quinta que vio Malvinas a colores, que conoció Malvinas por la guerra. No hay Malvinas sin guerra. Nos enseñaron Malvinas, como nombre de guerra. Malvinas es el nombre de guerra de Argentina. Malvinas es la imagen de los soldados de la frontera temblando de frío o miedo o rabia, y el residuo de un mundo intelectual que dio su “batalla” de ideas porque Malvinas convoca a un gran debate, y en parte es la cita oficial a una fosa de cuerpos para decidir por qué murieron. Por la democracia o por la patria. El zombie de Malvinas busca esa identidad entre nosotros, en los pasillos del tren: ¿morí por lo que no fui a pelear? Volvió sin tierra pero con la democracia arriba del barco. Malvinas es un círculo donde se superponen demasiadas cosas. Son muchos temas a la vez. Malvinas como un último “Marchemos”, y el dedo índice apuntando a un lugar porque, quizás, de fondo, había que huir hacia adelante. O una vuelta a la infancia nacional, a un estado donde todos, muchos, casi todos, regresan. ¿El deseo de migrar? ¿Un lugar donde pasar el invierno? No. A) si la memoria no sirve para aliviar no sirve para nada; B) las Malvinas no existen. Las Malvinas no existen y las fuimos a inventar. Fue el viaje del hombre argentino a su luna tucumana: al satélite blanco que nos enseñaron a mirar. Y nos educaron para ir alguna vez a su conquista. Y si los imperios llevaron a un perro al espacio, nosotros llevamos a los colimbas. ¿Cómo pensar Malvinas? El silencio frente al desfile de cuerpos, el silencio frente a un tren vacío, el silencio frente a un campo de batalla donde se encuentran borceguíes abiertos. Ese silencio es territorio de una mentalidad argentina, islas de la metafísica nacional. Un lugar que, si real, no sabríamos qué hacer (¿quién va?). Formas rústicas del nacionalismo sentimental de cada pueblo, del “interior profundo” con su soldadito de plomo, con su madre que lo esperó en la estación de tren. Somos todo: razón y sentimientos. La democracia argentina es una madre desesperada buscando hijos, huesos, sangre en las piedras. Asociación Madres del Dolor: la democracia nos hace un poco madres a todos. No sabíamos lo que perdimos hasta que lo fuimos a perder.
¿Qué recuerdo tengo de Malvinas? Nada. Nací en 1978. De chico mi hermano contó la historia de un compañero de escuela que le decía que el novio de su hermana mayor había ido a la guerra. Y decía que lo habían decapitado. Que había quedado sin cabeza. Y que a pesar de eso había caminado unos pasos. El soldado sin cabeza dio dos pasos. El soldado sin cabeza dio tres pasos. El soldado sin cabeza dio cuatro pasos. Todos en dirección a la habitación donde dormíamos con mi hermano. El zombie camina. Pero no pasa nada. Malvinas fue un gran teatro argentino de la despedida de un mundo, de una guerra, de guerrillas, de la guerra fría. ¡Qué malentendido militar el de la metáfora de la guerra fría! La fueron hacer ahí, al medio del frío. Y una guerra nunca es fría. Es una calentura bárbara. Una guerra argentina es un concierto de “la concha de tu madre”. El país de la guerra sucia llevado a una guerra limpia.
Una vez la Argentina fue a la guerra. Y fue con todo lo que tenía adentro. Con Astiz, con ATC, con la CGT, con la Jotapé, con Hernán Figueroa Reyes, con nuestro chamamecito maceta, con la flora y fauna del litoral. En un avión negro fuimos con Monzón Napalm. Fuimos con las monjas del Ministerio de Bienestar Social. Todos juntos. Torturador y torturado, y los millones de indiferentes. Fuimos con las tías de Perlongher y con los peines de las tías de Perlongher y con Perlongher y fuimos para que Fogwill se quede escribiendo Los Pichiciegos. Fuimos con todo lo que teníamos. Fuimos con el grupo de tareas 3.3 y con la donación de sangre de los presos políticos no aceptada por el jefe del servicio penitenciario, ¡pero no aceptada con lágrimas en los ojos!, y fuimos con el Fondo Patriótico, la recaudación donde volvían a tocar los artistas del exilio y con las operaciones truncas de esa relación cableada del montomasserismo en sus yates del Mediterráneo, cuando trocaron Paraná Guazú por Sena. Fuimos con todo, con el correntino en balsa que era el tataranieto del gaucho Rivero según el revisionismo de Avenida Figueroa Alcorta. El comandante Tramontina. Fuimos con todo lo que teníamos adentro. Con el Capitán de la Armada, Pedro Edgardo Giachino, muerto el día 1 porque la leyenda dice que entró como se entraba al departamentito clandestino en Caballito de un militante del PST, del PRT: pateando la puerta, pero también fuimos con el militante que quiso ir a una guerra de verdad porque nadie se quiere perder una guerra de verdad en un país de mentira, peeeeero, compañeros, nos dicen que el camarada Giacchino entró como se entra a algo que queda en la calle Pedro Goyena y del otro lado de la cortina de hierro que corrió había un ejército de verdad y una bala dorada de la OTAN. ¿Quién se quiere perder una guerra de verdad en el país de la guerra sucia, de la guerra popular y prolongada o de la guerra psicológica? Marchemos a la guerra. Todos. ¿Malvinas era el amor de todo el síndrome de Estocolmo que había en esos años desplegado en trincheras? ¿Trincheras de amor? Los chocolates Jack. ¿No llegan? Que lleguen. El tubby 3 y tubby 4. La trova rosarina. Que llegue. Todos los clichés: el chocolate, los chicos, la radio, el extraño mundo de jack. Cuántas cosas que nunca pisamos sentimos nuestras. La educación malvinera es un abrazo a la ausencia y sobre eso se construye nacionalidad: entonces, pregunta de diván, ¿qué vamos a tener cuando las recuperemos? ¿Seremos más libres? ¿Esa vez sí? ¿Cuántas Malvinas ya tenemos fronteras adentro: hermosas islas vírgenes que esperan la pisada de la civilización argentina? Generaciones y generaciones educadas mirando al sur. ¿Censo 1982: 28 millones de tipos escuchando Wagner? ¿Censo 1983: 28 millones de tipos escuchando Víctor Heredia? ¿Somos polacos o invadimos Polonia? Valientes, vuelo al ras del mar, voluntarios de sociedad de fomento y la minoría de siempre de los que ya la veían... fuimos con todo adentro, con todo pegado al Gran Talón Argentino. ¿Oís? ¿No es como si se levantaran todos los soldados en esa nube de tierra para decir exactamente y al unísono la gran consigna nacional: la concha de tu madre? Fuimos a representar nuestro papel en el mundo, nuestro amateurismo y saña, nuestra risa con el agua en los pies, y un coraje “a lo correntino” que no alcanza, que nunca alcanza, o que alcanza sólo para ser un poco más libres por momentos, para huir hacia adelante a veces también. ¿Y si ganábamos? No importa la dictadura, la que se iba a caer como todo consenso y orden cae. Pero... ¿y si ganábamos? ¿Quién se iba a mudar allá? ¡Quién se entregaba a un desarraigo nuevo si hasta dio fiaca mudarse a Viedma, ciudadanos! ¿Pero, y si ganábamos, si una vez ganábamos una guerra, una guerra regular, una guerra con todas las letras, una guerra con firma de rendición y todo? ¿Qué venía después? ¿Quién nos paraba si ganábamos? Diván visceral: Argentina y su guerra mental mientras extendemos el campo de la paz, del orden, la administración. Guerra de la mente: se libra “más allá del tiempo”, en nuestras imaginaciones, allá, corriéndonos a ojotazos por el campo viejo y lleno de ceniza de la única guerra real que libramos y perdimos y ¡menos mal que perdimos, compañeros! Malvinas: inventamos un lugar donde vamos a hacer todo de nuevo, a empezar de nuevo. Malvinas como una isla virgen. Pero Malvinas es la guerra en la que podíamos haber tenido el final, toda la locura en marcha cantando canciones del ERP, las canciones salesianas, canciones de armónica y colimba, barro, tal vez, “los chicos de la guerra” pero también “los chicos de la guerrilla”, porque hasta hace treinta años para todo el mundo la adolescencia terminaba antes. Para la colimba montonera o guevarista tampoco había edad. Peregrinación Juvenil a Pie a Luján en Malvinas: cada uno convertido en madre en socorro de esos “chicos de 18”. Ay, se hacen hombres en nuestros brazos mientras “derraman sangre”. I don't want to be a soldier. La sangre derramada nace para ser negociada. ¡Vandorismo del ADN! ¿Y si Malvinas era la última oportunidad de la reconciliación nacional? Loco volvamos. Llevemos en andas a medio mundo. Al desfile de ancianos que vegetan por los estrados de Comodoro Py. A los que contaron seiscientas veces lo que les pasó. Vamos con todo adentro. A una guerra se va con todo lo que tenés adentro. Marchemos. Esa no la vio Galtieri: había que mandar a todos. ¿Querés ir? Andá. Aunque sea servís sopa en las trincheras. Calentás el mate. ¿Robledo Puch quería ir? Mandalo! ¿Para qué lo queremos 45 años secando yerba al sol? Porque una guerra es un lugar excelente para volverse útil, una arandela de una máquina que tiene que funcionar, darwinismo de raje: “¿para qué servís?, ok, andá”. ¿Los montoneros querían ir? Hubieran ido. Los mandás. Chau. Reconciliación. ¿Qué iban a hacer? Cruzado por las balas, ¿qué te pasó Pepe?, le preguntan. Nada, dice. Como un boludo crucé la línea con la pava gritando 'sargento, sargento, ya está el agua'. Y está acostado contra la pared de una cocina de campaña, con un tiro en medio de la frente del que cada diez o veinte segundos sale un chorrito de sangre guasa. Soy de la quinta que vio Malvinas a colores, que conoció Malvinas por la guerra. No hay Malvinas sin guerra. Nos enseñaron Malvinas, como nombre de guerra. Malvinas es el nombre de guerra de Argentina.
(De O & P)
¿Qué recuerdo tengo de Malvinas? Nada. Nací en 1978. De chico mi hermano contó la historia de un compañero de escuela que le decía que el novio de su hermana mayor había ido a la guerra. Y decía que lo habían decapitado. Que había quedado sin cabeza. Y que a pesar de eso había caminado unos pasos. El soldado sin cabeza dio dos pasos. El soldado sin cabeza dio tres pasos. El soldado sin cabeza dio cuatro pasos. Todos en dirección a la habitación donde dormíamos con mi hermano. El zombie camina. Pero no pasa nada. Malvinas fue un gran teatro argentino de la despedida de un mundo, de una guerra, de guerrillas, de la guerra fría. ¡Qué malentendido militar el de la metáfora de la guerra fría! La fueron hacer ahí, al medio del frío. Y una guerra nunca es fría. Es una calentura bárbara. Una guerra argentina es un concierto de “la concha de tu madre”. El país de la guerra sucia llevado a una guerra limpia.
Una vez la Argentina fue a la guerra. Y fue con todo lo que tenía adentro. Con Astiz, con ATC, con la CGT, con la Jotapé, con Hernán Figueroa Reyes, con nuestro chamamecito maceta, con la flora y fauna del litoral. En un avión negro fuimos con Monzón Napalm. Fuimos con las monjas del Ministerio de Bienestar Social. Todos juntos. Torturador y torturado, y los millones de indiferentes. Fuimos con las tías de Perlongher y con los peines de las tías de Perlongher y con Perlongher y fuimos para que Fogwill se quede escribiendo Los Pichiciegos. Fuimos con todo lo que teníamos. Fuimos con el grupo de tareas 3.3 y con la donación de sangre de los presos políticos no aceptada por el jefe del servicio penitenciario, ¡pero no aceptada con lágrimas en los ojos!, y fuimos con el Fondo Patriótico, la recaudación donde volvían a tocar los artistas del exilio y con las operaciones truncas de esa relación cableada del montomasserismo en sus yates del Mediterráneo, cuando trocaron Paraná Guazú por Sena. Fuimos con todo, con el correntino en balsa que era el tataranieto del gaucho Rivero según el revisionismo de Avenida Figueroa Alcorta. El comandante Tramontina. Fuimos con todo lo que teníamos adentro. Con el Capitán de la Armada, Pedro Edgardo Giachino, muerto el día 1 porque la leyenda dice que entró como se entraba al departamentito clandestino en Caballito de un militante del PST, del PRT: pateando la puerta, pero también fuimos con el militante que quiso ir a una guerra de verdad porque nadie se quiere perder una guerra de verdad en un país de mentira, peeeeero, compañeros, nos dicen que el camarada Giacchino entró como se entra a algo que queda en la calle Pedro Goyena y del otro lado de la cortina de hierro que corrió había un ejército de verdad y una bala dorada de la OTAN. ¿Quién se quiere perder una guerra de verdad en el país de la guerra sucia, de la guerra popular y prolongada o de la guerra psicológica? Marchemos a la guerra. Todos. ¿Malvinas era el amor de todo el síndrome de Estocolmo que había en esos años desplegado en trincheras? ¿Trincheras de amor? Los chocolates Jack. ¿No llegan? Que lleguen. El tubby 3 y tubby 4. La trova rosarina. Que llegue. Todos los clichés: el chocolate, los chicos, la radio, el extraño mundo de jack. Cuántas cosas que nunca pisamos sentimos nuestras. La educación malvinera es un abrazo a la ausencia y sobre eso se construye nacionalidad: entonces, pregunta de diván, ¿qué vamos a tener cuando las recuperemos? ¿Seremos más libres? ¿Esa vez sí? ¿Cuántas Malvinas ya tenemos fronteras adentro: hermosas islas vírgenes que esperan la pisada de la civilización argentina? Generaciones y generaciones educadas mirando al sur. ¿Censo 1982: 28 millones de tipos escuchando Wagner? ¿Censo 1983: 28 millones de tipos escuchando Víctor Heredia? ¿Somos polacos o invadimos Polonia? Valientes, vuelo al ras del mar, voluntarios de sociedad de fomento y la minoría de siempre de los que ya la veían... fuimos con todo adentro, con todo pegado al Gran Talón Argentino. ¿Oís? ¿No es como si se levantaran todos los soldados en esa nube de tierra para decir exactamente y al unísono la gran consigna nacional: la concha de tu madre? Fuimos a representar nuestro papel en el mundo, nuestro amateurismo y saña, nuestra risa con el agua en los pies, y un coraje “a lo correntino” que no alcanza, que nunca alcanza, o que alcanza sólo para ser un poco más libres por momentos, para huir hacia adelante a veces también. ¿Y si ganábamos? No importa la dictadura, la que se iba a caer como todo consenso y orden cae. Pero... ¿y si ganábamos? ¿Quién se iba a mudar allá? ¡Quién se entregaba a un desarraigo nuevo si hasta dio fiaca mudarse a Viedma, ciudadanos! ¿Pero, y si ganábamos, si una vez ganábamos una guerra, una guerra regular, una guerra con todas las letras, una guerra con firma de rendición y todo? ¿Qué venía después? ¿Quién nos paraba si ganábamos? Diván visceral: Argentina y su guerra mental mientras extendemos el campo de la paz, del orden, la administración. Guerra de la mente: se libra “más allá del tiempo”, en nuestras imaginaciones, allá, corriéndonos a ojotazos por el campo viejo y lleno de ceniza de la única guerra real que libramos y perdimos y ¡menos mal que perdimos, compañeros! Malvinas: inventamos un lugar donde vamos a hacer todo de nuevo, a empezar de nuevo. Malvinas como una isla virgen. Pero Malvinas es la guerra en la que podíamos haber tenido el final, toda la locura en marcha cantando canciones del ERP, las canciones salesianas, canciones de armónica y colimba, barro, tal vez, “los chicos de la guerra” pero también “los chicos de la guerrilla”, porque hasta hace treinta años para todo el mundo la adolescencia terminaba antes. Para la colimba montonera o guevarista tampoco había edad. Peregrinación Juvenil a Pie a Luján en Malvinas: cada uno convertido en madre en socorro de esos “chicos de 18”. Ay, se hacen hombres en nuestros brazos mientras “derraman sangre”. I don't want to be a soldier. La sangre derramada nace para ser negociada. ¡Vandorismo del ADN! ¿Y si Malvinas era la última oportunidad de la reconciliación nacional? Loco volvamos. Llevemos en andas a medio mundo. Al desfile de ancianos que vegetan por los estrados de Comodoro Py. A los que contaron seiscientas veces lo que les pasó. Vamos con todo adentro. A una guerra se va con todo lo que tenés adentro. Marchemos. Esa no la vio Galtieri: había que mandar a todos. ¿Querés ir? Andá. Aunque sea servís sopa en las trincheras. Calentás el mate. ¿Robledo Puch quería ir? Mandalo! ¿Para qué lo queremos 45 años secando yerba al sol? Porque una guerra es un lugar excelente para volverse útil, una arandela de una máquina que tiene que funcionar, darwinismo de raje: “¿para qué servís?, ok, andá”. ¿Los montoneros querían ir? Hubieran ido. Los mandás. Chau. Reconciliación. ¿Qué iban a hacer? Cruzado por las balas, ¿qué te pasó Pepe?, le preguntan. Nada, dice. Como un boludo crucé la línea con la pava gritando 'sargento, sargento, ya está el agua'. Y está acostado contra la pared de una cocina de campaña, con un tiro en medio de la frente del que cada diez o veinte segundos sale un chorrito de sangre guasa. Soy de la quinta que vio Malvinas a colores, que conoció Malvinas por la guerra. No hay Malvinas sin guerra. Nos enseñaron Malvinas, como nombre de guerra. Malvinas es el nombre de guerra de Argentina.
(De O & P)
miércoles, abril 01, 2015
martes, marzo 24, 2015
Fragmento de "Almirante Cero" de Claudio Uriarte
"El primer gobierno del Proceso llegaba, pues, a su fin con un desenlace paradójico respecto de sus objetivos originales: si en 1976 los militares se habían propuesto recuperar para el Estado el monopolio de la violencia legítima, en 1978 habían descompuesto por completo al Estado y a sus Fuerzas Armadas en una multiplicidad de zonas de influencia y de grupos de tareas. Una explicación para esto era el número de bajas requerido por la “guerra sucia”, que se había propuesto el exterminio absoluto de los jefes sindicales y profesionales más izquierdistas y la destrucción física completa de unas organizaciones guerrilleras bastante poderosas. Sin embargo, esto era sólo el “en sí” del Proceso, no su “para qué”. Simpatizaran o no con Martínez de Hoz, las distintas fuerzas militares lo único que hacían era convertir al país en territorio seguro para el “martinezdehocismo”, un programa económico que disfrutó de condiciones de estabilidad política como no habían existido en la Argentina desde la década del 30. Martínez de Hoz revalorizó el campo como principal exportador, liquidó las industrias pequeñas mediante una salvaje competencia importadora y creó dispositivos de especulación para la atracción de capitales. Las consecuencias de su plan en la estructura social fueron el decrecimiento del número de obreros industriales, el aumento de los trabajadores por cuenta propia, la proletarización de una parte de la clase media y el rápido ascenso social de otra.
El gobierno, que hacía desaparecer obreros concretos de noche, hacía desaparecer obreros estadísticos de día, y esa operación sólo podía realizarse en esas condiciones de máxima autoridad pública y mínima autoridad de comando."
El gobierno, que hacía desaparecer obreros concretos de noche, hacía desaparecer obreros estadísticos de día, y esa operación sólo podía realizarse en esas condiciones de máxima autoridad pública y mínima autoridad de comando."
miércoles, marzo 11, 2015
jueves, febrero 19, 2015
martes, febrero 10, 2015
sábado, enero 17, 2015
lunes, diciembre 29, 2014
miércoles, diciembre 24, 2014
jueves, diciembre 11, 2014
Marxista-leninista
El rock o el pop no dieron otra personalidad tan mesiánica como la de John Lennon. Rey de los Beatles, autor de una revolución que ganó, de una de las revoluciones triunfantes del siglo 20, comprobó el límite del arte, el límite de la política, el límite del comunismo y el límite de las micropolíticas en el lapso que va de 1968 a 1973. Aquí, un pedazo de ese llamado a la paz, para mí más desconcertante que ingenuo o tonto. El mejor músico del siglo 20.
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