por Pablo E. Chacón
El premier italiano Silvio Berlusconi no se diferencia demasiado del jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri. Su precariedad intelectual y sus múltiples negocios con el estado italiano el primero y con el argentino el segundo, en rigor no los diferencia casi en nada, excepto por la cantidad de billetes que cuentan y han contado. Pero uno y otro sí se diferencian en todo de un antropólogo que es ignoto para muchos (empezando por Berlusconi y por Macri), detestado por otros y querido por quienes reconocen su ejemplo y laboriosidad, hoy como funcionario en el ministerio de seguridad de Daniel Scioli, en el área Personas Desaparecidas, y antes como uno de los fundadores del Equipo Argentino de Antropología Forense, de donde se retiró por diferencias insalvables. La supuesta boutade de Berlusconi sobre los vuelos de la muerte durante la última dictadura cívico-militar argentina, y la sistemática política de exclusión social practicada por la administración Macri en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, no los convierte en ejemplos de austeridad sino en vectores de un movimiento que ni siquiera lideran. Sólo podrían hacerlo por omisión, dadas las condiciones desastrosas de la economía global. En la recomposición de la división social del trabajo sucio, a Italia parece haberle tocado el papel de cárcel de los migrantes africanos, a pesar de los esfuerzos del grupo de intelectuales cercanos a Massimo Cacciari, quien habló de estado de excepción mucho antes que Giorgio Agamben. En Buenos Aires, las calles están abarrotadas de indigentes expulsados de facto de casas tomadas, plazas, terrenos fiscales o paradores sin presupuesto por los funcionarios porteños, únicos responsables de la subejecución presupuestaria en salud, educación y políticas públicas. Estos indigentes son nuestros inmigrantes. Contra esas políticas se alzan tipos como Incháurregui, que no está en la plantilla del estado provincial para ser premiado o para ir a Davos a planear cómo deshacerse de los millones que están quedando fuera del circuito productivo aunque hagan uso de las bondades de la militancia virtual: virtual o formal no quiere decir directa, y ese es el punto que entienden bien Berlusconi y Macri: el premier, como un D’Annunzio de pacotilla, estetizando la masacre; el alcalde, como un reviniente de un tiempo que se creyó enterrado hace más de veinticinco años, haciendo Buenos Aires a la medida de su educación e ideales. Aclarando, diría Incháurregui, que tanto uno como otro fueron votados en elecciones libres de toda sospecha, contra opciones políticas que perdieron la oportunidad de reconvertirse antes que los estudiantes de universidad privada y sus métodos de cooptación mercadotécnica. Así las cosas. Así nos va.
2 comentarios:
Pablito: qué bueno recuerdes a Incháurregui, una persona que no debiera ser tan anónima, porque su labor en esta materia viene de años. Berlusconi es una mezcla de Sofóvich con Macri, sin duda. Macri es un hombre de negocios, es decir, una persona cuya pobreza intelectual -sin duda- es inversamente proporcional a su capacidad de hacer negocios. Entonces, por qué referirnos a él como un arado? Bueno, la enseñanza del menemismo es justamente esa: cualquiera puede ser rico, cualquiera puede hacer negocio, cualquiera puede ser funcionario, cualquiera puede ser presidente, pero no cualquiera puede ser estadista, animal político y referente social. Pero sí se puede serr como Berlusconi: una lacra mussolinista. Viva Nanni Moretti!!!
Pablo Chacón = un genio.
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