sábado, febrero 21, 2009

Que descansa en manto negro...



Cómo admiraba de pibe al Perro. Recuerdo: marcha federal, 6 de julio de 1994. No sé si fue ahí, mi hermano quizás lo recuerde mejor, pero su llegada tumultuosa rodeado de compañeros nos había impresionado. Parecía una silueta recortada de la tapa de Rocambole, sí, el Perro tenía algo ricotero, sí, porque para nosotros Los Redondos eran eso: una fábula siniestra de las izquierdas, como si la dictadura hubiese sido una explosión radioactiva, y el perro, un Fucó con sarna, estaba ahí... Eran los años 90, habíamos pasado del democratismo utópico a la democracia real. Y en ese clima de seguridades privadas, todos tenían su circuito: ¿es posible compatibilizar la conciencia de un paseo amable por el Alto Palermo, una tarde del año 1992, los empleados de seguridad uniformados y sus escuditos de la empresa con los mismo tres colores de Telefé, con la idea de que 3 años antes hubo un combate en La Tablada?
En mi jardín primitivo el Perro y el Indio eran la misma persona. Mismo año '94: Marcha Federal y recital colados en Huracán. Dos espectáculos de los restos de un Chernobyl, dos pelados iguales, dos seguros de sí mismos que en mi cabeza se ubicaban en el límite, en las fantasías etarras de la continuidad de la guerra de los padres, poéticas de frontera.
Este sábado que adelanta el otoño me pongo en pedo por el Perro, mesías de lo que no vino ni a palos. Y por el Indio, el Indio, al que como dijo el ideólogo de todo esto, Carlos Saúl Hélder, "al Indio le faltó humor".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

de la explosiones radioactivas se recortan los superhéroes en el mundo de los comics...
buenísimo el blog, saludos

Anónimo dijo...

Viva el Perro. Fue grande.