lunes, agosto 04, 2014

Balance de gestión

A Fogwill le encantaban estos versos andá a saber de quién: en el desierto del amor / el espejismo del poder. Sé lo que hiciste el default pasado, político argentino. Aplaudiste. Aplaudiste de pie, y el presidente de esa semana trágica, el capitán de fragata Adolfo Rodríguez Saa, dijo lo que dijo a sala llena, sonrió al decirlo, y paró de decir y, gustoso, dejó que el aplauso haga su ritmo como en una playa del Atlántico. Había un niño perdido. Un niño pobre, un famélico, un hurón en la noche de la mishiadura. Era la hora de la deuda interna, chau convertibilidad y sueño del derrame. La clase política (nuestros Miserables) vivía el primer día de la libertad después de, como dice Alejandro Sehtman, “representar demasiado”. Representar demasiado en las dos primeras décadas de democracia (y encima se la llevaron en pala). Representar demasiado los sueños de la libertad y el deseo de tener cosas. La libertad civil, la libertad política, la libertad económica. Una gran república a la que le sobraba el Estado (ENTEL, la picana eléctrica, Fabricaciones Militares, los sindicatos peronistas) nos hizo concha. La convertibilidad fue la verdadera primavera democrática, aunque rara: se le vino el invierno encima. Una primavera de economía gobernada por el orden democrático. La solidez de ese 1 a 1, de ese empate curioso, doctrina literal del consenso de Washington, digamos, incubó una bomba pero también solidificó un poder, un poder político, un poder civil, un poder civil a como dé lugar, y, el saldo victorioso es una suerte de consuelo de vencedores/vencidos: quién nos saca a los civiles del Estado… Nadie. No es que haya que releer la década del 90 por la disputa de la estética de la política, hay que releer la década del 90 también para entender mejor las lentas construcciones del orden justo ahora que, digámoslo, se abre un paréntesis y en algún lado se trama el futuro y sus (nuevos) consensos. A la década griega del alfonsinismo le siguió la década romana del peronismo liberal. ¿Y ahora? En política, en la vida, cada default es un mundo. 

¿Cómo termina esto? ¿Qué es exactamente esto que parece temblar y que no se termina de traducir en ninguna señal clara? Son los movimientos de una transición política en la Argentina que –parece ley- sólo se sabe hacer mal. Cada diez años se debe producir un estallido sobre las placas sociales, según las reglas del orden. Hoy nadie grita “a los botes”, el apocalipsis no será televisado, pero qué lento es el río de la historia. Y qué oscuro a veces. El sueño de la virtud republicana es la transición estable. El sueño de los republicanos argentinos (todos: los republicanos puros, los republicanos sucios, los republicanos peronistas, los republicanos de izquierda) es llegar al poder pisando tierra arrasada, refundando todo. Fundar más que continuar. La “moderación” de algunos de los candidatos que están en el candelero (más allá de la raíz ideológica de esa moderación) podría ser una señal social a favor de esa transición regulada: nadie quiere que todo cambie. El pueblo es un viejo zorro gatopardista. Macri (el enemigo favorito de muchos ká) propone la mayor dosis de refundación en su posible presidencia. Es, por el supuesto valor de su ideología explícita (“dice lo que piensa”), el que promete poner negro donde había blanco y blanco donde negro, según el cálculo de muchos kirchneristas que consideran una deshonra cualquier apreciación selectiva de “lo bueno” y “lo malo” en el saldo de su década. Como si en esa explicitación (“no todo fue malo”) hubiera un simple aprovechamiento ideológico que esconde la verdad ideológica invertida: para ellos lo bueno es malo, lo malo es bueno. Porque, de mínima, es un bueno/malo que nunca aclara qué es qué, y cuando lo aclare (cuando esos sean gobierno) será demasiado tarde. Ay, los “vidriosos”.

¿Hay default o no hay default? ¿Hay arreglo entre privados? Las preguntas de este miércoles de ceniza, simultáneo al entierro de Don Julio Grondona, es una de las encrucijadas medulares de la “transición ordenada”. Todo pasa es todo puede pasar, en el sentido más intenso de lo que eso significa.

(Publicado en Ni a Palos, 2 de agosto 2014)