domingo, octubre 31, 2010

El intruso

Por Pablo E. Chacón

Rafael Follonier viaja en un auto oficial desde San Vicente a Buenos Aires, revisa hojas, estudia legajos, ordena fechas, prepara la agenda para una gira latinoamericana que trae a Kirchner de ida, y de vuelta al ruedo. ¿Importa que un tipo curtido en las lides más bravas se pregunte por qué ese tipo no para nunca, no para nunca, no para nunca de correr de un lado al otro, no para cuando usa el teléfono para reclamar a un productor de televisión que les exija a sus empleados más rigor para explicar por qué el aumento del 82 por ciento móvil es inviable, es que ese tipo no para nunca? Acaso se diga que desde la noche de los tiempos, quien se enamora designa a la mujer o al hombre que se sustrae al intercambio que los suyos, los aliados y el grupo le han preparado desde hace muchos años. El secreto de Kirchner era la política, tener alma quiere decir tener un secreto. Poca gente tiene alma. Poca gente tiene secretos que de hacerse públicos, no avergonzarían. Pero no es el caso. Cristina, Florencia, Máximo, no pueden no saber que Kirchner tiene un secreto. Y que esa sustracción de la que son objeto, los incluye. Paradoja: se le va la vida como un poseso, un paso adelante, uno atrás, tres adelante, uno es dos, ese hombre entiende a Mao quizá sólo como René Salamanca, pero no lo dice, no lo dirá nunca. La patria del hombre es el lenguaje, pero la patria de su gente es la Argentina, un grito de corazón. Sabe de la extorsión, la practica, se la practicaron, es la política de masas, no el foco que enciende la pradera. Es un burgués de frontera Kirchner, es un límite, un límite en movimiento. El sacrificio no le interesa si no es para guardarse el secreto, como cuando los animales, antes de morir, buscan una cueva. La muerte inventa en los animales otra vez el secreto, todo cae nada más empezar: y seguir, hasta agotar lo viejo y cortar lo nuevo. Porque no es la comunicación lo que huye (escuchen el palabrerío, las sirenas, los abrazos, las galas de la muerte), no es la confusión la que se reordena, como si el orden y las discontinuidades del mundo formasen un estado primerizo, no, no hay estado primerizo, se necesito inventarlo. Somos nosotros, piensa Follonier en el coche que va camino al muere, quienes al irnos, somos infieles. Somos nosotros quienes cegamos la grieta, y eso que escucha y responde, a su manera brusca, amoroso en soledad, ángel que anda perdido entre quienes lo buscan, calafatea la abertura que se ofrecía, que no deja de ofrecerse a los mortales puesto que con la muerte volvemos a pasar, primero para deformarnos, descomponernos, disolvernos. Pero dejo a los míos tranquilos después del espanto, la inmovilidad, la imposibilidad del contacto, el secreto en sus manos y el futuro en las nuestras.

Sebastián Mignogna despide a Néstor:

viernes, octubre 29, 2010

Cerraron la capilla ardiente...

...

Cosas hermosas que se pueden leer en medio de. Cosas así. O así. El jueves fue peor que el miércoles, y hoy es peor que ayer. Lo intolerable. Kirchner era un centro de gravedad demasiado fuerte en el que incluimos muchas más cosas que las que puede dar cuenta cualquiera escribiendo en su muro personal. Ayer el programa Código Político parecía la construcción del Puente Zárate-Brazo Largo: ¿quién se quiere perder la celebración política que domina los signos de una época? ¿Alberto Fernández, Beatriz Sarlo, Felipe Solá?

La muerte de Kirchner es la imagen popular que más advierte lo lejos que quedó el 2001. Es una muerte llena de futuro. Consagra la forma de una década dominada por un político. Su novedad es "conservadora" superficialmente. Sobre todo después del que se vayan todos, cuando una enorme porción se sacaba la política de encima, hecho que incluía el acting asambleario. No era lo único que pasaba, pero es clarísimo que la crisis fue un bing bang sin muchas pistas de una evolución progresiva, y a eso Kirchner lo supo dotar de algo más que del espíritu restaurador duhaldista. La impaciencia. Kirchner fue un impaciente, un irreductible y feroz. Una democracia que tenía que aprender a construir la solidez de sus reglamentos y formas a fuerza de conflicto, y no al revés. No al revés. Eso que le da una apariencia frágil al "edificio institucional" pero que se trata de un quilombo hermoso, porque los años de Kirchner fueron los años en que el quilombo te lo tiraban de arriba. Y un quilombo mucho más sólido y mejor que una perfecta escena kafkiana de democracia blindada. Kirchner es el anti blindaje. ¿Se acuerdan del Blindaje? Kirchner suscribió a la teoría del derrame, pero le agregó un detalle: la mano que mueve la copa. Kirchner les enseñó a los argentinos a dejar su oscuro catolicismo, su escuela de sacrificios y derrotas, sus misas de cuerpo presente, sus marchas del silencio. Kirchner fue un rompe pelotas. Kirchner enseñó a ganar batallas, a darle la razón y la ley a lo social. Algo que casi nadie sabe cómo se hace en este país. Cómo se hace para dejar algo y que dure. Dejó de ser conservador, quizás, para que aprendamos a serlo nosotros. Para que aprendamos a no tirar todo por la ventana. Los 2000 fueron dominados por esa figura política justicialista, de esas que un país tarda décadas en producir. Fue una ecuación perfecta, un empate entre ruptura y continuidad que ahora puede tener la amanerada forma de un 50 y 50, pero que es -en esencia- una tracción constante y demoledora, ese reformismo hecho a la que te criaste.

Ahora que Néstor no está hay que cometer sus "errores" y sus "excesos". Son los que equilibran la balanza. Muchos no sabían cómo correrlo por izquierda. Bueno, ahora hay que ocupar colectivamente su lugar. Es un cráter inmenso. Y hermoso.

miércoles, octubre 27, 2010

La muerte de un político

El clima de reunión del final de la batalla no es el clima con el que Néstor soñaba. Esa idea de tregua que impone la muerte es lo que más conspiraba sobre la capacidad de pensar justamente en su propia muerte. Era incapaz de hacerlo. Era malísimo cuando era solemne, ese susurro que separaba la paja del trigo en su mente, buscando algo que no destilara veneno y que era, de verdad, demasiado poco. ¿Alguien creía que ponía la otra mejilla? Su solemnidad real era la voracidad invisible, su cólera corriendo en una cinta magnética. Olivos estaba habitado por un irreductible. Con un machete pasaba las horas de rabia, que eran todas las horas de su vida en el poder. Nunca más los jardines de Olivos estarán habitados por alguien tan caprichoso. Tan irreductible.

Fue el verdadero presidente laico que no pensó nunca en su propia muerte. Su laicidad profunda era esa. Porque pensar en la trascendencia es perder demasiado tiempo. Para él no había nada después de la muerte. Sólo el tiempo vertiginoso de progresiones y acumulaciones, guiado por un instinto salvajemente táctico. Néstor no tenía públicamente la “comprensión por el rival”, esa humanidad final que está en todos y de la que el orden democrático hizo su límite férreo y sagrado, donde las culpas finales sólo cabían en un solo catalizador, que era el Estado. Néstor no alcanzó a repartir los panes, pero pudo –y mucho- repartir las culpas. Su perdón sobre los otros era íntimo. Y existía. Obvio que sí.

Néstor le daba legalidad a un sistema de venganzas necesario. Porque era un vengador anónimo de la política al que todos los presidentes democráticos argentinos deben tributar. Se va, y deja en pie la estructura del viejo régimen, de cuya decadencia se aprovechó, como quien entra pisando escombros. Pero en mejores condiciones también dejó a la sociedad donde se asienta esa estructura. Hay que empezar de nuevo. Néstor era siempre ese suspenso, el eterno retorno que reza que “hay que empezar de nuevo”. Sólo él podía volver del infierno del piso 14, del Hotel de la Derrota del que no se volvía.

Néstor fue artífice de un proyecto político nacional donde el único verdadero límite, el más visible, era su cuerpo. Para él quedaba un solo cuerpo por matar en la democracia argentina: el suyo. Un profeta sin profecías, que se peleaba con la realidad por todo lo que tardaban en hablar esos cambios, en construir un signo que era incapaz de decirse en él.

Néstor fue un hombre que pidió lo que se le debía a la democracia y a la política del peor modo posible. Con la extorsión sublime de los votos, en los que no creía tanto. Porque para él votar era un punto de partida. Por eso los votos que tuvo eran incontables, nunca alcanzaban, ni cuando eran muchos ni cuando eran pocos, como cuando despreció la diferencia de su derrota, unos “votitos”, unos “puntitos” en esa provincia, que fue su obsesión. Su “basta para mí basta para todos” congeló una inercia y fue el fastidio de un ideal corporativo donde la política era un salto con red. Aunque su imperio esté construido adentro de la política, en un lugar tan metafísico como puede ser Calafate o la provincia entera de Santa Cruz para la enorme masa de argentinos que viven apiñados en ciudades y conurbanos.

Hombre de ningún lugar, del sur que casi no existe, el domicilio gélido de una política que supo interpretar mejor que nadie, aún siendo un orador escaso, el hombre de las doscientas palabras, como lo llamaba Elisa Carrió. ¿Hacían falta más palabras? Él era eso: el hombre de las doscientas palabras.

El sur parecía el destino irreal en el que habían caído los soldados de las dos guerras modernas: la de las Malvinas y la guerra sucia. El destino de ese relato alucinado que hablaba de un tren al sur que se llevaba a los desaparecidos en vagones frigoríficos. No el sur como liberación. No el sur del Bolsón y de las comunidades alternativas, las comunidades originarias, el frío sin humedad y malaria donde la gente se hace libre. Sino un depósito frío donde fue a hacerse poderoso. Una Patagonia que funcionaba como museo, Disneylandia abandonado de lo nacional y popular. Algo que había quedado con respirador para cuando la inmortalidad se inventase. Néstor: tu único heredero no es el pueblo. Tu único heredero es la asignación universal por hijo. Tu único heredero es un puñado de leyes. Tu único heredero es una telaraña que no se podrán sacar de encima todos los que te querían sacar de encima. Ese quilombo de mediaciones que se fueron reconstruyendo entre política y pueblo.

Néstor no se quedaba a esperar la poesía de los gestos y de las cosas. Se iba rajando de la melodía desencadenada. Tenía otra reunión, y después otra y otra. Salvo, cuando había que zambullirse, cuando había que tirarse encima de la gente. Como diciendo las dos cosas a la vez: abracémonos y háganme mierda. Arrúguenme. Quiero salir quemado del fondo de la olla donde hierve la ansiedad. Quiero que me afanen el reloj. Que se lleven la Bic. Que me arremanguen el saco.

Néstor es el artífice del dificilísimo equilibrio. Del fifty-fifty de la política con el poder.

Se fue el mejor presidente que tuvo la democracia argentina. Y un clima notable reinterpretará su dimensión. Enorme. Enorme.

martes, octubre 26, 2010

El otro día Eduardo Feinman empezó su diario de la tarde en C5N leyendo algunas preguntas del censo, una especie de ruego por conocer la realidad cotidiana con que lidia cada argentino o habitante de este suelo. Exactamente el mismo recurso que hace nueve años usó Pepe Eliaschev en uno de los editoriales más conmovedores de la historia de su periodismo contra la amenaza de huelga docente y contra los enemigos del "gasto político", personificados en figuras como Ruckauf (figura tan vieja como la canción Sheriff, de Los Redondos), defendiendo algo que había que defender: el censo 2001.

jueves, octubre 21, 2010

Agrego algo que me queda después de leer el tremendo post de Mariano Canal:

Ocurrió algo sobre lo que el gobierno tiene que ser Estado. No es parte, en el sentido planteado en la línea conspirativa. No se puede forzar un escenario, una comparación, no se puede vaciar el contenido al que tiene derecho ese joven que mataron y la organización a la que pertenece. Lo de ayer de 678 fue sencillamente perverso. El secretario de cultura ironizando sobre quién era el propietario del diario que publicaba la noticia de la supuesta reunión de Duhalde con Pedrazza, todo para ver cómo se envasa el "quilombo" -parece- dentro de lo único en lo que están en condiciones de hablar. Parecían consumar la paradoja de los "hablados": son "hablados" por el discurso contra los "hablados". Pero no es sólo eso, es peor que eso, es llevar agua para el Molino, no parar nunca de girar la rueda no sea cosa que lleguemos al desierto de no tener palabras o imágenes con qué representar algo que tiene un escenario difícil de desarmar: el huevo de la serpiente. Mariano cayó sobre una fosa que el gobierno nacional no tapó en más de siete años de recuperación. La cantidad de "peros" y vacilaciones para mirar de frente una situación de dolor que es, por lo menos y como mínimo, ajena al imaginario virtual de todos los días, demuestra un límite, porque eso también habla de un límite que es más difícil de decir que "el límite de la muerte", y es el límite del Proyecto. Lo que pasó fue lo que pasó y Mariano murió por la causa por la que estaba dispuesto a pelear. Sí, seguramente aborrecía al gobierno kirchnerista y no pensaba que la guerra con Clarín era la madre de todas las batallas y murió bajo el ala podrida de una de las situaciones no resueltas en la Argentina. Es la imposible representación de ese parcial: "muchachos, ustedes ganaron" que está en la nota de Esteban Schmidt sobre Pianelli y el conflicto gremial del subte.
El victimario perfecto. La construcción de un relato cerradito, sin fisuras, para dejar tranquilas las conciencias. Los imagino a muchos googleando desesperados Pedrazza + Magnetto para lograr enhebrar la puntada final de una teoría conspirativa que los dejara, al fin, dormir por la noche.
Che loco apaguen las conjeturas y los sensores sobre la cobertura de Clarín. Las cuatro horas que el gobierno no habló son demasiado tiempo. Ya está. Esas horas pasaron, y alguien siempre las está contando. Que se hable ahora, que se diga todo, que se saque a la luz todo. Si contamos las horas que tarda Clarín en subir la noticia de no sé qué nieto... ¿qué esperamos? Las horas que se tienen que contar ahora son las de los que mataron y siguen libres. A ver, todos juntos, contemos.

miércoles, octubre 20, 2010

Loco, salgan a decir algo ya.

por acá
No entiendo cuál es el criterio de publicar algo así. Pero, a la vez, es necesario. Son cartas de los enamorados del antikirchnerismo, un futuro material de degustación para entender un clima de época. Es un tipo excitado al que no le alcanza "la realidad", como a cualquiera de nosotros. Es algo que habla medio horrible de quien escribe, visto a media distancia. Son los "pizza con champan" del kirchnerismo. Es la consumación de la era "cuando hablar mal de algo es hablar mal de uno". Hay tanta intimidad. El otro día pensaba que el primer gobierno kirchnerista fue un gobierno sin clima cultural, sin época, sin blogs, sin todo este ruido. Es casi inconcebible hacer presente qué estaba en discusión. La bisagra fue en 2006, pero, ¿cómo fue el 2005? Era como un momento de Iglesia Universal, la tregua de la economía, la prolongación del manual de crisis duhaldista: "todos tienen razón". Anoche paseando la perra me acerco a uno de los recolectores que estaba al pie del camión, "muchachos, ¿ya empezaron a recolectar?". Me miró como se mira a alguien a quien en breve le vas a decir "la concha de tu madre", y sólo me dijo su opuesto: "sí, papá". Remera de Moyano. Se mantiene el calor del tiki tiki: "La basura es sinónimo de Moyano. Así lo ven la clase media y la alta. Sucio, hediendo, asqueroso, podrido, intocable. Los intendentes del conurbano -¿por qué será que hoy no veo a ninguno?- no lo ven así, pero para ellos también la basura remite al “Negro”. En eso se les va la tajada más grande del presupuesto. Moyano presiona por los salarios y presiona por los contratos. Representa a la empresa y a los laburantes. Encima ahora conduce formalmente el PJ de la provincia. Me estoy quedando en el paratexto, otra vez la concha de la lora." Soy de la quinta que leyó la entrevista del Ojo Mocho, allí Padre Fogwill dijo: la estética es la ética del porvenir. Sacado de no sé qué contexto.

martes, octubre 19, 2010

Ah, bueno...

...

(Seguí la Huelga Gral en Francia por TvPTS)

Maestros

Leónidas Lamborghini y José Luis Mangieri distinguidos por LA CTERA

Homenaje a Maestros de Vida 2010

La CTERA entregará la distinción “Maestros de Vida” a distintas personalidades y organizaciones que con su compromiso de vida son un ejemplo para nuestra organización.

El acto “Maestros de Vida” se realizará el Miércoles 20 de Octubre a las 19 hs. en nuestra sede, Chile 654, Capital Federal.

Los invitamos a participar de este homenaje y les pedimos puntualidad.

Alejandro Demichelis Stella Maldonado

Sec. de Prensa y Cultura Sec. General

sábado, octubre 16, 2010

Los Resistentes

Mañana en Miradas al Sur sale la primera parte del descomunal/documental "Los Resistentes". Y el domingo 24 sale la segunda parte.

viernes, octubre 15, 2010

Tiki tiki en River

Me gusta ese juego horizontal de Moyano pidiendo en vivo y en directo. Digamos que es una cosa inédita, Cristina no sabe exactamente qué cara poner. Es un aval condicionado al veto, porque, bueno, tampoco se trata de ser la izquierda fiscalista, ¿o me equivoco? Pero, más que eso, el acto es una demostración de fuerza del futuro: "el tren es fundamental".

jueves, octubre 14, 2010

Aquellos años felices

Vía esta página descubrí a los Moody Blues. (Vía esta página a la que llegué vía el Tío Horacio, que moderniza la escucha de aquellos años que no vivimos. Él sí).) Me bajé toda la discografía y la quiero recomendar porque me hizo y me hace feliz y paso días sólo oyendo esa saga de discos que empieza en 1965... Canciones que le ponen pared de corcho a tu cerebro, bien grabadas, coritos felices que te hacen feliz, música y economía. La nuez de la que salió Jethro Tull, ponele, en parte, porque Los Moody son corrrrectísimos. Son casi Bee Gees. Y el año de los discos es vital, sacaron cada disco a la sombra de los Monstruos, porque la línea de tiempo son Los Beatles: no es lo mismo 1966 (Revolver) que 1967 (Sgt. Pepper), los separa un muro derribado, una revolución. Ni hablar del año 1968 cuando Los Beatles alcanzaron el cenit del descontrol y se despojaron de los restos ácidos del viaje a la India mientras Vietnam. Y no es lo mismo "segundo año" que "tercero" en tu secundaria trucha y triste de los años 90, 90, 90, que tanto tienen que ver con los 60. ¡Cómo me pegó el revival de los 60 en los 90! Digamos que la revolución de los 60 fue blanqueada en las modernidades y costumbres de los años 90. Hablo de Argentina, sí. Pero ojo que la llegada de Clinton al poder tuvo algo de flower power montonero. Cada año es un disco, una enseñanza, un salto tecnológico, un despojamiento. En tu vida adolescente escolarizada pasa lo mismo: de pronto, como salido de una pesadilla, se abre el árbol del Logaritmo. ¡Huyamos! El Logaritmo muere solo, hoy es carbón, pero la idea de tiempo queda porque ese año te dieron esa llave de comprensión que abrió una puerta de tu cerebro que permanecía cerrada desde siempre y a la que le pusiste candado. Ahhh, aquellos años felices. Supongo que esto no ocurre siempre, que la madurez llega cuando ya no es posible separar tanto un año del otro. Cuando las raíces de esos años están confundidas unas con otras. Quería hablar de los Moody y terminé hablando de los Beatles. Sobre estas memorias blancas descansa lo mejor de nosotros. Ah, algo de realidad en la Ría.

miércoles, octubre 13, 2010

Estoy de acuerdo con esto. Pero ahora, siendo las 00.58, estoy de acuerdo con prenderla para ver cómo el hombre salva al hombre. Piñera tiene esa gran sonrisa norteamericana con la que le saca una cabeza a cualquier político: este es tu momento, aquí, ahora. Y sorprende. Aunque dentro de cuatro o cinco rescates todo vuelva al paisaje natural del bodrio. Ya nos acostumbramos, los aplausos suenan burocráticos. Y dentro de unos años se hablará del enigmático caso de los suicidados rescatados, y de cómo zafaron a la empresa minera y todo eso tan previsible y normal. Pero 70 días 700 metros adentro de una montaña sólo se le desea a la Junta Militar. Hay finales felices, che. Esta es una noche hermosa. La tele es hermosa. Piñera promete controles en toda la seguridad laboral. Decime si no confiás en que hay un punto donde es posible la ceremonia de todas las reconciliaciones, donde el casco de los mineros les cabe a todos, les queda bien a todos, donde eso que se dice ya es acto y con eso alcanza. Con eso alcanza para dormir. Esta es una noche cucharita. De la montaña viene una enorme voz de Quilapayún. Un presidente saluda y espera a cada uno de los mineros perdidos. Es un momento donde la política se borró, se borraron las mediaciones, es uno a uno la cosa, cuerpo a cuerpo, hay nombres y nombres de hijos y de padres y hermanos. Porque todos los que gobiernan lo hacen a diario desde ese limbo que borra lo que une la muerte con las decisiones de Estado. Lo social aparece como "daños colaterales", y la política no es una cosa que se hace a propósito. El Estado queda lejos, la gente está afuera. No es sólo el ideal tecnócrata, es la sensación de que se opera con anestesia, que los gritos no se oyen. Así en Cuba, China, USA y Pakistán. Y en un país de este subcontinente todo el día se muere gente, todo el día hay gente que pega el salto desde su miseria hasta el más allá, y un presidente vive en un más acá desde el que no se ve el más allá, pero esos momentos donde un país se reduce a una comunidad de hombres y mujeres que esperan abrazados, dándose palmadas, donde suenan sirenas para que cada uno ocupe su puesto, y el médico y el carabinero y el ingeniero y las caras son de una mitad araucana que da miedo, es como un momento de reducción muy grande y emotiva de eso que también es la ocupación del desierto. Porque la minería supone que alguien va literalmente demasiado lejos. Aunque sea siempre el minero, el trabajador arrastrado por una empresa que lo descuida. El capitalismo, en esta tragedia, es como la ruina y la gesta, las dos cosas, eso que llevó a alguien tan lejos y ese lugar tan lejos del que se lo puede regresar. Hoy es la imagen del Chile que va hasta el fondo a buscar a su hijo reventado. Es como un tirano que al final no abandona a sus tiranizados. Prendé la tele, loco. Mirá cómo funciona, una vez, al unísono. La rueda gira. Yo recontrabanco esa rueda que gira. Gira, gira, gira. Chile se emociona también con salvar al débil. Nadie deja solo al débil, ¿no? Pero uno tiene la imagen y la inconciencia de ese chileno carabinero que tira del barco lo que sobra porque es la imagen que llevamos dentro, pero el presidente rico de un país pobre pasa la noche, esta hermosa noche televisada, rodeado de la parentela y tratando de hacer reír al pibito de uno de esos tipos de cobre y mineral con los que jamás soñó encontrarse, y menos que menos, una noche como esta. Yo no sé cómo ser cínico con las imágenes que veo.

martes, octubre 12, 2010

El deporte de estos días es bajar por una soga hasta el nido de víboras de la nota de Horacio Verbitsky y salir con alguna víbora para practicarle disección: yo me quedo con la relación que proyecta entre Aníbal Fernández y Scioli, en ese laberinto de abogados, de escena de casamientos y de contactos históricos y secretos.

El conflicto del campo con su dinámica de fracturas fue lo que convirtió a Scioli en una figura central de la política argentina, y una figura central en el único lugar central de la política argentina, adonde Kirchner se asegura(ba) durante las 24 horas del día que no surgiera nada de nada: adentro. Adentro del peronismo oficial. Todo lo que crecía afuera iba a perecer como todo lo que crece en tierra yerma. ¿Qué fue de Alberto, de Ocaña? Pero Scioli se convirtió en el mito poderoso de la sobrevivencia, cuya importancia política y simbólica creció como todo: era He-Man, que nunca salía mojado del agua, era el vínculo mínimo y estable con la sensatez política a ojo de las corporaciones políticas, mediáticas y agrarias dañadas indistintamente.

Scioli puede hablar con la frase más conjugada en el mundo infinito de las frases trilladas: es la clase media, estúpido! Porque eso es lo que nunca dejó de “agregar” Scioli, aunque obviamente que una clase media no progresista, una clase media que no canta “el que come y no convida tiene un sapo en la barriga”, una más grasa que canta Pimpinela. Pero Scioli sigue siendo la captación de ese “plus” que combinó el menemismo en su mejor momento. Y un estilo más de “dejar hacer”, que es con el que sueñan todos los peronistas que le aportaron votos al kirchnerismo. Los que contribuyeron al rompecabezas.

Ahora, uno de los valores naturales del pragmatismo se vuelve revelación del país del futuro: la continuidad. Prendan velas alrededor de esa palabra. ¿Qué nombre y qué forma adquirirá la herencia del kirchnerismo? ¿Quién conjugará su límite? ¿La clase obrera organizada?

Estas son las contradicciones del peronismo: no la lucha de clases, sino la resolución conflictiva y compleja de la representación en un partido de estado. El peronismo, incluido con Kirchner, es: dícese de la fuerza política que construye (y reconstruye) representación política necesaria en cada tiempo y espacio. Y esa que parece una fórmula del vacío es, por lejos, el centro de una constelación intensa en un tiempo histórico en el que Artemio López nos ha revelado la verdad 21 o 22: el peronismo puede hasta perder, lo que no puede es no tener ninguna chance de ganar.

Pero estos días, como ya otras veces, se oye el ruido de que algo (en el 2011, o más allá, porque Kirchner no duerme) se va rompiendo, se va quebrando. Quizás es el fin de este eclipse entre Progresismo y Peronismo. Que para algunos fue pura noche, y para otros, puro día. Y que duró demasiado tiempo. Aún, cuando se cumpla el deseo de los más optimistas, parece que esto se tenía que terminar. Vendrá Scioli y tendrá tus ojos.

miércoles, octubre 06, 2010

En lo real, como en tu propia casa.


El problema no es tanto el corazón clasemediero del kirchnerismo sino, en todo caso, que el kirchnerismo tenga problemas con eso.
(Alejandro Sehtman)

(La cita pertenece a un diálogo privado con Alejandro. Así funcionarán otras, dispersas en el post y en bastardilla, como puentes de un razonamiento constante entre amigos y partidarios para responder a las preguntas que nos formula el malestar y la inquietud de los nuevos tiempos, circunscriptos a la temporalidad cerrada de todo microclima político. Las representaciones esconden un terreno minado. Con la melancolía de algunos puentes incendiados en los ojos, miramos el presente con la angustia debida, sin renegar del clima binario y de tensiones casi inevitables, en parte deseadas.)

Conflicto y Administración, broder.

En 2007 Carrió argumentó la paradoja del triunfo de Cristina y dejó picando un escenario profético, que esa vez no estuvo tan lejos de la realidad: Cristina había perdido en “las clases medias urbanas”. Ese dato no era un intento despiadado de reinstalar un voto calificado, o una especie de resultado moral que sobrevolara sobre los restos del voto universal, era precisamente el modo de nombrar una metamorfosis al interior de esa experiencia que, según Carrió, en el corte de clase de la elección marcaba una ruptura. La líder de la Coalición Cívica quería decir que el kirchnerismo ya no era progresista (valor exclusivamente urbano) y quedaba a merced de los pactos que en el conurbano y en los interiores profundos el peronismo le aseguraba. Carrió celebraba el fin del kirchnerismo en su triunfo, porque era un triunfo final, que cifraba una derrota e incluso, bajo la acusación de fraude, ya que simbólicamente para ella eso había ocurrido en ese intercambio: si pierde en los centros urbanos, que es desde donde el kirchnerismo hizo su base y proyección, gobierna de prestado preso de un “aparato”. En ese razonamiento, el gobierno carece de votos propios.

Era la primera vez que esa idea aparecía tan fuerte en el discurso político post crisis bajo una forma que la bruma de la explosión callejera de 2001 había -en el mejor de los casos- ocultado. Las clases medias urbanas, en una versión límpida y despejada, aparecían (y aparecen) como portadoras constantes de demandas de orden y transparencia, de calidad institucional, y el kirchnerismo, que había sido un intérprete delicado de esas exigencias, ahora se mostraba del color de las alianzas reales para gobernar. Dream is over. Meses después, los caceroleros urbanos de 2008 confirmaron la existencia callejera de ese malestar.

Una hipótesis básica basada en su “relato” sería que el kirchnerismo nació con la virtud de leer la herencia progresista del 2001, y hoy, después de haber engendrado su dinámica propia de conflicto, de haber absorbido e inventado una forma de crisis ajustada y proporcionada, dibuja en la efeméride 19/20 una suerte de caos original del “ánimo destituyente”, como si las cacerolas del campo fuesen la conciencia para sí de la clase cacerolera nacida en 2001. El kirchnerismo, entonces, como una cultura política que primero tramó el orden para después gestar una crisis a la altura de su tiempo y sus posibilidades. Primero tomó la crisis, la licuó y la devolvió a la sociedad a gusto de sus símbolos y realidades. Una crisis propia que enfrenta los parámetros de la crisis anterior, abierta, de aquella intemperie que abría una fosa por la que tiraban el cuerpo de la clase dirigente. Ese es el mérito kirchnerista: devolver el conflicto y reservar los instrumentos invisibles del desempate, devolver la integridad física de la clase política. Gestión de una crisis recreada y actuando de un modo en que se puede ser parte y Estado. Como un fundido encadenado que no termina de mostrar ninguna de las dos cosas. Como en la actual televisión pública en estado de resistencia, donde desarrolla una dialéctica complicadísima de Estado anti oficial. Una desubicación que no fija nunca del todo dónde está el poder, quién se transporta velozmente dentro de los polarizados. Si Kirchner o Magnetto. Ese es el juego kirchnerista, volver vacilante la respuesta de dónde está el poder. Mostrarlo y ejercerlo con su contundencia estatal y democrática, ponerlo en otros para vitalizar la sociedad y tratar de conducir sus luchas. Una superposición de ficciones y relatos que hizo entrar a medio mundo. El resultado es clásico, peronista: el kirchnerismo actúa como si su obra de gobierno naturalmente precipitara una dialéctica de lealtad, y su agenda tuviese adentro todo lo que la sociedad necesita para ser más justa...

A la vez, el nuevo orden de los Kirchner es el desorden para los demócratas, porque el nuevo orden fija los parámetros más clásicos: los intereses de clase. Es decir, pretende meter el imaginario y los restos del país pre 1976 bajo las reglas y las instituciones del orden democrático. Cumplir el alfonsinismo.

Aunque la campaña presidencial de 2007 había sido anodina y cargada de prosa institucional, en el resultado segmentado del voto estaba “el huevo de la serpiente”.

Veamos de qué modo.

Del modo en que se fue confirmando una lectura lineal que hoy produce el aparato kirchnerista, donde existe en la sociedad como nunca antes una clase media que actúa como fuerza que acompaña una recuperación hasta que le alcanza, y ahí es donde y cuando frena “históricamente” el límite progresivo de esa recuperación. Matemático. Un relojito: el péndulo del humor social está ahí. Como antes o después también están los valores universales, la base radical y laica que se precia del cuidado de la educación pública, de los santuarios de la República. La ubicación de la clase media que se hace tras el conflicto de la 125 permite pensar que se trata de un conjunto de fuerzas materiales que actúan desempatando los productos del orden democrático y la economía de mercado, y cuya tendencia al equilibrio irrumpe sobre proyectos religiosamente peronistas a los que despierta de sus sueños de derecha o izquierda. Pasó con Menem, pasa con Kirchner. Es una clase fuera de la política. Un partido militar.

Dicho de otro modo, esa clase media parece una forma de nombrar exorcismos regulares en la política argentina. Termómetro de cariños y desencantos, fiebres, caídas y recuperaciones de la normalidad. Y esta centralidad conflictiva aparece en el discurso oficial y en el opositor, porque -se supone- es la clase naturalmente más sensible a las crispaciones: los pobres las merecen (para bien o para mal), los ricos igual.

No importa terminar de hilar de qué clase hablamos, qué variable tomamos para recortarla, ni toda la actualización doctrinaria que borra esas fronteras de clase dibujando el mapa vaporoso del poscapitalismo. El horizonte de conflictos que se ofrece (por ejemplo el de la lucha contra Clarín) es el de una fuerte transformación cultural con la que se quiere minar eso que se llama clase media, que ubica ahí una referencia decisiva: Clarín. (Clarín explica -no se puede negar que se lo puso en ese lugar- una versión de la historia, una versión de las metamorfosis y procesos que protegió el equilibrio delicado entre desarrollismo y liberalismo, entre democracia y mercado, entre fifty-fifty y flexibilización. Clarín pareció un parto menos doloroso y sensato hacia la sociedad injusta.)

Y aunque se sobredimensione la capacidad transformadora de los medios de comunicación, la ley de Medios es fruto de esa fantasía: el asalto al lugar público que gobierna a ese mar de opiniones y deseos de clase media. Porque para cerrar el círculo de un orden clásico se carece de ese instrumento: si la CGT, la UIA o las representaciones del campo ayudan y contribuyen a ordenar la armonía de tensiones que suenan como violín en el oído kirchnerista (su cadencia de corporaciones en conflicto), la idea de clase media es como una mancha de aceite que expande su pringosa consistencia. ¿Quiénes son, dónde se ordenan, en cuántas reuniones de consorcio? ¿Son progresistas, son racistas, son blancos, son asalariados, cuántos? El límite duro de lo impreciso. Kirchner: un controlador de precios, de pisos y techos salariales, de estadísticas, ¡cómo no va a odiar lo que el Estado no regula! ¡Es el fin del poder municipal! Así actúa el imaginario político oficial. Cristina y Néstor les hablan a los empresarios, los banqueros, los trabajadores sindicalizados, los sindicalistas, los ruralistas, los militantes de organizaciones sociales, los estudiantes, pero ese núcleo extenso de universitario incompleto, de PYME irregular, de profesionales de empresas tercerizadas, de humor ambientalista, ese estado gaseoso de lo social que no se sabe cómo nombrar, bajo cuántas formas, los vuelve locos. El rompecabezas de lo que la clase media es se podría estudiar en la meditada y fracasada unión de piezas que significó el diario oficial Tiempo Argentino, como una reflexión práctica de todo lo que hay que reunir para construir el “sentido común”… Una contratapa espiritual, humor gráfico clásico y setentismo de historieta, los clasificados. Ese diario es un arbolito artificial, no respira.

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Si hiciéramos un rastreo por todas las variantes electorales se podría decir que el Peronismo Federal, el radicalismo, el socialismo y Pro mantienen un discurso “normalizador”, aquietador de aguas, que tiene por objeto la seducción electoral a base de un recetario que le dice lo mismo a la sociedad que a los inversores: volverán las certezas, se diluirán los conflictos, habrá grandes pactos. Quédense tranquilos, hemos llevado la política lo suficientemente lejos. Ese conglomerado opositor mira con melancolía la franela política previa a 2003. Y con miedo también: ellos no saben cómo ser Kirchner. Se extraña el modo corporativista y pactista previo a 2003 y se pretende asociarlo al modo de gestionar este presente, como si los logros del presente no significaran una ruptura con el pasado, como si las condiciones del mundo hubiesen pasado por alto las condiciones políticas argentinas desde 2003 y todo lo bueno, toda la recuperación, se hubiera logrado a pesar de un gobierno. Caso asombroso en el mundo donde se cumpliría la “condena al éxito” vaticinada por Duhalde.

Lo que queda claro, echando un vistazo por los dispositivos oficiales y por los discursos directos de los Kirchner, es que la única corriente política que tiene estabilizado y constante su discurso contra la clase media es el kirchnerismo. Podríamos decir que se trata entonces de una porción minoritaria, poderosa y exclusiva de clase media que abomina a la clase media. Dice Sehtman: La clase media no es una clase, es todo lo contrario a una clase, no la podés definir por su lugar en el proceso productivo, no la podés definir por sus ingresos, no la podés definir por su identidad. Pero esa imprecisión (en la que confiamos) funciona como sutil paradoja: es justamente en esa imprecisión donde se encuentra el problema. Es la madre del problema. Es eso que no es, esa especie de zona social a la que no le llegó la justicia poética de la identidad.

El gesto contrariado de mucha gente solidaria con el campo marcó el fin del estilo del primer gobierno kirchnerista: el del 70 u 80% de aprobación. Y dio lugar a un segundo gobierno que rompía esa usina de ideas de las que había salido como si hubiera renegado de sí mismo, de una base sustancial de apoyos a quienes se había aproximado vendiendo formas transversales. Todos sus patrimonios simbólicos originarios -desde los Derechos Humanos y la renovación de la Corte hasta sus módicas políticas estatizadoras- tienen su centro en un corazón progresista, cuya ubicación geográfica elemental dice: clase media. De este modo hoy es posible ver que la pelea cultural contra la clase media tiene un trasfondo menor, una batalla específica, un centro de gravedad oculto que aporta precisión sobre la dialéctica kirchnerista: es una pelea entre progresistas. Nadie conoce mejor a un progresista que otro progresista. Para un progresista no hay nada peor que otro progresista. Las peleas por desechar o endilgar peyorativamente en otro el sobrenombre “progre”, prácticamente confirman la identidad progresista de quien injuria. Porque ese gesto renegado confirma el malestar de una pertenencia. Lo que genera inversiones descontroladas, como cuando Sandra Russo se pelea con “los progresistas”, con Tenembaum y Lanata. Se trata de gente que se conoce mucho. Y Sandra Russo lo hace bien porque pone una palabra que está “afuera” del lenguaje: el deseo. El gobierno kirchnerista conquista cosas que ella, y que su colectivo, desean. Así lo explica. Así define y posiciona su privilegio gozoso mientras otros viven aún atrapados en sus dilemas morales, republicanos y blancos, y demás adjetivos familiares con los que se desprecia un núcleo ideológico tan cercano. La asociación es total: cómo no voy a apoyar lo que deseo. En la mejor versión: sería algo así como la pelea entre progresistas dados de alta y progresistas que vivirán siempre pagando ABL en Villa Freud porque no tienen lo que desean.

Dice Sehtman: Si Clarín es el PJ de la clase media, la clase media es el pueblo de Clarín. Si la clase media es uno de los nombres del pueblo, si en ese pueblo entran Rucci, Graiver y los Resistentes, en la clase media entran Yasky y Carrió… No obstante, dentro del kirchnerismo lo que está en el centro (y esa terminó de ser su novedad) es el modo en que se articula de nuevo la relación de clase media y peronismo (con la versión del populismo de Laclau a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes). Y eso significa, paradojalmente, una suerte de pertenencia vergonzante. Ahora nadie se siente de clase media, nadie se ilusionó con la Alianza, nadie es sólo progresista. No hay fotos de los pasos por asambleas barriales.

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El kirchnerismo está dirigido por un político serial, por una máquina temeraria. Por un liderazgo cero franela, cero oído absoluto, que aprendió a manejar el aparato en una provincia helada. Un soviético del PJ. Un burócrata de la historia que percibe que gobierna la clase media, que es una dictadura de proletariado blanco, que había que tomar su Bastilla (Clarín), y que se puede intentar una apelación ahí, un cambio de frente, una provocación que ponga a los “morochos” como objeto de una disputa que al final pide “un pasaje hasta ahí”, la voluntad que pidió siempre la Iglesia o el PC, darle la mano al indio. Como si el pacto social que el Estado garantiza no alcanzara, como si las relaciones sociales que ya existen y están normalizadas democráticamente comprobaran siempre la sentencia de Foucault: ser la sangre prometida de las clases dominantes. No se puede dejar a la clase media en paz, no se puede soportar la inercia cómplice y consumista, su cultura de triunfadores, reza el kirchnerismo. Y lo que se hace detrás de las conquistas sociales, detrás de las paritarias, detrás de la obra pública, y de todas las inversiones para aumentar un poco la inclusión, todo eso que se hace y que no alcanza, son símbolos que se tramitan al pie de una dirección política dominada por la disputa de imágenes y sentidos que con éxito lleva adelante Gvirtz. Y sin éxito Spolsky. Y el éxito no se mide en la articulación de nuevos consensos sino en la capacidad de darle formato televisivo a la fractura. La clase media y su teatro. Una lógica donde perder es ganar. El corazón anti democrático (anti electoral) de una batalla cultural.

Porque eso se siente: que cada acto en el conurbano se hace mirando el centro. Que el discurso democratizador de las obras, las cloacas y las casas, las escuelas y los hospitales, asume una dimensión resentida y de frontera, como un gesto que por la fuerza terminará de arrebatar el corazón díscolo de quienes siguen viviendo en la ciudad del espejismo de un poder que en el pasado los engañó. El conurbano kirchnerista es la invención de una cultura estilizada, de una comunidad solidaria que le enseña en su contraste un ideal a la ciudad. En eso, Lilita y Kirchner hablan el mismo idioma: nunca dejaron de insistir sobre ese pasaje donde la civilización debía admitir o liberar al bárbaro. Son discursos en el medio de la polis. Kirchner no salió nunca de la ciudad.

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Kirchner aprendió todas las artes de la política dentro del partido de poder, en una provincia desangelada, instrumento que puso al servicio de la restauración democrática, es decir, un ejercicio artificial que crea y suscita emociones permanentes, vivir en estado de refundación permanente, un 83 peronista. Su propia táctica y estrategia hicieron que termine gran parte del peronismo real en esa columna a base de la racionalidad simple de votos y obras. En ese contexto brindó un baño de legitimidad en una fuente con la que ni soñaban intendentes o sindicalistas peronistas acostumbrados al manoseo y el escarnio de la prensa progresista: ahora aparecen como figuras fuertes que garantizan el nuevo equilibrio de gobernabilidad, o, en el peor de los casos, son silenciados. Sólo Lanata y alguno más persiste con su grito en el desierto contra los sobreprecios de alguna intendencia. Pero el realismo de esas alianzas primero se tramó alrededor de un sacrificio: eran figuras vistas y explicadas como “los sapos que había que tragar” (los Ishiis y los Moyanos que se necesitaban) para convertir después ese sacrificio alimentario en una simple mueca a la que se renuncia, y en una conversión ideológica mucho más audaz que hizo que, “muerto el perro Duhalde” (por poner el nombre más a mano), su rabia adquiriera un estilo y una épica singular, el rostro territorial y positivo de “lo que la clase media odia”. Los jóvenes militantes kirchneristas que surgen de la clase media, de los colegios nacionales, de la Escuela del Sol, que vienen de la experiencia embrionaria de la izquierda social, ahora arman la leyenda negra peronista. La nueva militancia kirchnerista, más hija del segundo gobierno que del primero, muestra el rostro típico y familiar del peronista de clase media: fetichista, ringtone con la Marchita, saludo cotidiano con los dedos en V, pin del Bicentenario en el traje negro de pequeño funcionario. Es una imagen que nos devuelve el espejo. Kirchner arrebató el duhaldismo, el poder municipal, el run run del territorio y lo jugó en el almanaque de las representaciones en disputa. Y sus valores originarios del 2003 que tenían el acento en la calidad institucional (fin de la impunidad, podía ser su lema genérico), sumados a la pretensión de cortar al medio con la palabra transversalidad (juntar a todos los buenos de todos los lados), todos esos valores se volvieron -por un confuso tráfico- puras formalidades, un reclamo que de fondo siempre aparece como gatopardista, vacío, que exige instituciones mejores “para que nada cambie”. Y fue así como en el segundo gobierno, el kirchnerismo rompió su versión de República, destiñó los bordes de su -permanente- agenda liberal, como diciendo: cuanto peor son las instituciones, cuanto más frágiles sus mediaciones, cuanto menos énfasis se ponga en la “superficialidad de su calidad”, más rápidos y efectivos son los cambios porque no están atados a la inercia y a los límites institucionales. Un caudillismo decolorado por valores universales y progresistas que adquiere su particularidad, su forma, asumiendo a los “antiguos enemigos”. Hombres de las viejas estructuras. Y donde, frente a la imposibilidad de modificarlas, surge un inesperado alivio: la relectura de esas estructuras, la relectura de la política, de las tradiciones, del peronismo. Porque mientras Kirchner ensayaba formas de fuga de ese centro apostólico y romano llamado PJ, casi en ese instante, sus adherentes por izquierda se incorporaban a él. Se hacían más peronistas al calor de un liderazgo que renegaba del peronismo. Al menos de su semblanza ortodoxa. ¿Había una desobediencia ahí? ¿La única?

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Siempre le estamos dando vuelta al nombre de Dios. La clase media cubre casi la misma superficie que los “sectores populares”, es un problema de articulación política porque las personas son las mismas. Por eso no da la matemática, no es una cuestión “de clase”, donde se suman los porotos.

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Cristina en el discurso predicador del Luna Park hizo una nueva demanda contra la clase media (“no saben que cuando se alejan de los morochos les va mal”). Habló ahí, en parte, la joven militante universitaria que fue, la que puso su cartera de yica en la mesa del comedor Los Pibes, pero esta vez pretendiendo fundar en esa “opción por los morochos” no sólo un gesto altruista, sino una lógica y una astucia de clase. La fundición definitiva de la militancia burguesa con los intereses burgueses de los que dice renegar, encarnado en un sentido común: los morochos no representan sólo a los sectores populares que deben ser emancipados, sino que significan la expansión del mercado interno y del capitalismo que prolonga la buena estación de la clase media. Una garantía de inmortalidad. Si defendemos los intereses populares defendemos nuestro lugar. Un pacto social que es un paso más adelante que el progresismo franciscano de los años 70, al que definía el Indio Solari cuando daba su versión de la bohemia: abandonábamos casas llenas de electrodomésticos. Ahora parece una lógica de proporciones: si el morocho tiene algo, me va a ir mejor y por más tiempo. Ese pacto social pretende reconstruir un relato que encadena al peronismo con su verdadero hijo: la clase media. Es la fantasía del fin del desencuentro social que reconcilia a un padre y a un hijo biológicos que no conocían sus ADN. El padre morocho de un hijo blanco. Éste es el teatro de operaciones de la continuidad de la guerra. Aparece la idea de una clase media que les desea la muerte a los pobres. En definitiva, a sus padres. Porque si los pobres son naturalmente peronistas, son naturalmente los padres de la reproducción constante de clase media. Se podría decir de un modo más marxista, pero esta es la Argentina y su dialéctica filial, hermano.

Y sobre eso opera inversamente la sutileza que explica la popularidad bastante constante de políticos conservadores de derecha como Menem, De Narváez o Macri, que no se llevan mal con su “naturaleza social”, y que hablan sin pedir ninguna renuncia simbólica al deseo capitalista: ni al que tiene poco, ni al que tiene algo, ni al que tiene mucho. Y donde (hoy) las mediaciones solidarias entre personas, grupos o clases ya tienen la garantía exclusiva y suficiente de la existencia del Estado. ¿Qué se le pide a la gente? ¿Cuánta comprensión y acciones fuera de una razonable disciplina fiscal?

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La sensación que queda es que si mañana los intendentes, gobernadores y la estructura sindical peronista deciden romper con el kirchnerismo, en una hipótesis tristísima no sólo por el eventual “arrastre” de votos que llevarían a una derrota, queda lo que dijo Mariano, El Buen Salvaje: queda el Frepaso. El resultado limpio de la acumulación kirchnerista es la recomposición del Frepaso. El peronismo, incluso con Kirchner, sigue siendo un enorme instrumento de control social cuya vitalidad asegura que la pobreza no sea un problema de Estado, sino de políticas públicas, de instrumentos y pactos. De algo que se resuelve allá, lejos, detrás de una nube intensa de incienso que envuelve un puesto de frontera. De este modo, no es kirchnerista el que recibió una casa de la obra pública, el que goza del derecho de la AUH o el que entró a una planta de autos como operario: ese agradece con su voto y sigue la marcha. Es kirchnerista el que lo relata, el que lo habla, el que avanza sobre el sentido histórico de esas otras vidas populares que -a contrapelo de su imaginario- votan de acuerdo al consumo y a las razones capitalistas para hacerlo. El kirchnerismo exige en su adhesión una interpretación histórica, a la que los votos le quedan chicos. Y en esto el kirchnerismo emula a los ’70: perder será ganar. Construye la senda de su fracaso, porque actúa con la emoción a ciegas, como si su mandato histórico fuese contra la historia, como si la reivindicación central de los Derechos Humanos incluyera legítimas razones morales capaces de borrar el fondo estructural e histórico de la derrota del campo popular (ah, ese campo de significaciones…). La justicia contra los delitos de lesa humanidad sigue estando dentro de los parámetros de una administración más justa (mucho más justa) de la derrota histórica. Porque, en el fondo, sólo se trata de una batalla cultural, y (¿ya se sabe?) las mejores de esas batallas son las que se pierden. Aseguran la hegemonía por veinte años más. El kirchnerismo, en su segundo gobierno, ha optado por solidificar un pensamiento intenso de primera minoría, una lucha imaginaria contra el fantasma de una mayoría silenciosa que es hablada por esa metáfora de horrible dicción: dispositivo mediático. De allí el valle interior al que cae cada uno cuando el politburó opta por un Scioli o un Massa, explosivos electorales de cepa táctica que hablan el idioma de las cosas. Es que esa es la paradoja de la imagen kirchnerista: miles de derrotados y desolados que rodeamos a un tipo que no quiere perder a nada. Y que está dispuesto a todo. ¿Cómo se resolverá esto?

Desde este jueves en los kioscos

Crisis.

Lectura obligatoria.

domingo, octubre 03, 2010

Vivir afuera

Por Pablo Chacón

Durante la última dictadura, durante las primeras semanas de la última dictadura, cuentan algunos que en las comisarías no alcanzaban las horas extra para atender la cantidad de llamados telefónicos de los ciudadanos que alertados por la situación, denunciaban a los vecinos que hablaban en voz un poco más alta, o a los dos o tres tipos que esperaban aterrorizados en la esquina esperando que el colectivo no tardara demasiado para trasladarlos a la seguridad de sus cuevas.

En los progroms argentinos se necesitaba información. Esa excusa sirvió para dar trabajo a médicos, obstetras, revendedores de autos, casas, terrenos, discos, juguetes, etcétera, una economía informal que se organizaba como mercado negro mientras la ortodoxia monetarista iba dando forma al sentido común que se trasladó, y que sobrevive ni siquiera bajo cuerda sino medida, estudiada en las universidades, regulada (y aprovechada políticamente, siempre) cuando se habla de percepción de inseguridad.

Se sentarán, rezarán, llorarán, se indignarán pero ahí está el cuerpo reventado de Matías Berardi, de dieciséis años, en un baldío de Campana, a las cuatro y media de la tarde, después de escaparse de una emboscada que armaron unos pungas que querían 500 mangos pero después pidieron más y el pibe, en una distracción, se escapó y pidió ayuda a los buenos contribuyentes de Benavídez, que lo ignoraron, una dos, tres veces, mil veces, porque ¿quién sabe hoy día?, ¿quién quiere saber que no todos los que andan medio en pelotas, corriendo desesperados, quizá merezcan atención, quizá merezcan que les abras la puerta, no que se la cierres en la cara y escuches cómo lo fusilan?

Está cambiando el carácter de los negocios. Para dedicarte al comercio no alcanza con ser amigo de todo el mundo, hacer favores, recibirlos a cambio. No, hoy día hay que tener el corazón duro, la desconfianza afilada, como la del pelado que te propone escribir un libro de chismes, y si el libro es malo, si la idea es mala y lo decís, entonces te extorsiona, y sin problema alguno sigue sentado en la mesa de tus amigos, comiéndose las migas de su soledad, de la mediocridad que lo escucha.

La señora que atiende a la moribunda que vive al lado de mi departamento jamás saluda. Jamás me devolvió un saludo. Será porque detesto a los porteros, su mirada doblada, esa confianza falsa de adulón policial. Antes, mucho tiempo antes, en otro departamento, una chica nada agraciada pero supongo que generosa, alegre, algo así, recibía casi todos los domingos, supongo que a un tipo, no sé. Pero los alaridos eran excitantes, uno dormía tranquilo, arrullado por una culeada que a los televidentes molestaba, tanto que hacían caer las persianas, ofendidos por la sonrisa luminosa que los lunes la gorda nos echaba a todos.

Scioli y la yuta de Casal y Paggi parece estuvieran encantados de encontrar todos los días nuevos argumentos para endurecer los castigos y las penas, construir cárceles para perejiles, bajar la edad de imputabilidad, diferenciarse del gobierno. Son 50 mil votos más la de los familiares. Pueden ser más. O se pueden caer todos a un pozo ciego.

sábado, octubre 02, 2010



Acabo de terminar El escarmiento, de Yofre. Yyyyyy... no es para tanto. ("Todos fuimos" directamente es una estafa: el eje es ¡la interna del Palacio San Martín!) Independientemente de que forme parte de una operación extendida por la que, por derecha, se recupera el ímpetu de un relato de aquellos años sobre el que pretendían decretar el olvido, en El escarmiento queda un poco el saldo amargo, como de un libro que no termina de redondear mucho su hipótesis, su cinismo, su justicia, queda más bien la idea de un Perón que no quiso capitular en algunas cosas: ni ceder constitucionalmente la represión, ni dejar de darle a la violencia armada algo más que una entidad policial y delictiva. Perón no tenía un discurso integrista de la represión, de un orden que veía violada su sacralidad occidental y cristiana. En fin, está escrito detrás de la pista no sólo de las fotocopias de la SIDE o del servicio que sea, sino también detrás del telón de la trama radical que acompañó al Mito del viejo adversario que despide a un amigo, cosa que no termina de explicar demasiado tampoco, porque... ¿qué era ese amor de dos leones herbívoros? ¿Era el amor melancólico de dos "políticos burgueses" que miran la cría de sus años con decepción y temor, fuera del tiempo? El libro documenta un enojo público, sus consecuencias y la antesala represiva, es cierto. Pero el debate más corrosivo sigue viniendo desde acá: en la pluma de uno de los padres de esta criatura cultural. Caparrós escupe para arriba.